Considerado el físico más importante del siglo XX, su nombre siempre despierta admiración. La importancia y magnitud de su legado científico, rodeado para el gran público de un halo de misterio, lo justifica. Pero además de sus aportaciones a la Física, encontramos en él un ejemplo muy interesante de lo que es un auténtico científico.
Es muy justo exigir de la ciencia resultados prácticos que ayuden a mejorar las condiciones de vida de las personas. Pero la ciencia no es esencialmente una actividad encaminada a generar nuevas tecnologías. Así lo entendía Albert Einstein, que asume una postura fuertemente inconformista ante la concepción utilitaria de la ciencia y la vida: «No son desde luego los frutos de la investigación científica los que elevan al hombre y enriquecen su personalidad, sino el deseo de comprender, el trabajo intelectual creador y receptivo».
¿Por qué es esto lo que dignifica al hombre? ¿De dónde nace esta tensión que le determina no sólo como científico sino también como persona? Su genio le llevó a ver en la realidad algo más que lo estrictamente medible. En su búsqueda de la verdad científica, Einstein intuye una dimensión profunda de la realidad ante la que se sitúa lleno de respeto y estupor: la Ciencia no elimina, sino que abre al Misterio. «La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el Misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia. El que no lo conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya asombrarse ni maravillarse, está muerto y tiene los ojos nublados (...). La verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente sólo asequibles en su forma más elemental para el intelecto. En este sentido y sólo en éste, pertenezco a los hombres profundamente religiosos».
Es por tanto este sentido del Misterio, o como él define, esta religiosidad cósmica, el motivo más noble y fuerte a que se debe el científico.
El verdadero científico ya no es el «cientifista»: el saber experimental es un medio -y no un fin- en el descubrimiento de la verdad, y se ha de situar ante ella reconociendo en las cosas una realidad más grande que la meramente observable.
En este descubrimiento de la ciencia en su totalidad como Misterio, como Orden investigación de un Orden, está siempre vivo en él el sentido de la maravilla y no cabe ya una concepción parcial de los saberes científicos, el trabajo intelectual como desarrollo de una determinada disciplina: «El individuo siente la futilidad de los deseos y las metas humanas, el sublime y maravilloso orden que se manifiesta tanto en la Naturaleza como en el mundo de las ideas. Este orden lleva a sentir la existencia individual como una especie de prisión, y conduce al deseo de experimentar la totalidad del ser como un todo razonable y unitario».
Este deseo de comprender el universo como un todo razonable y unitario se plasma continuamente en su obra científica. Tiende en ella a la unidad y la síntesis y con un enorme esfuerzo racional construye una concepción más general de distintas teorías físicas anteriores.
Así, la teoría especial de la relatividad surge de un fuerte sentido estético y de un gusto por la economía del pensamiento. Galileo ya había postulado que todas las leyes mecánicas eran las mismas en los sistemas de referencia no acelerados (llamados inerciales) (1). Sin embargo esto no podía extenderse a toda la Física ni era compatible por otro lado con la teoría electromagnética de Maxwell firmemente establecida. Einstein fue capaz de, superando prejuicios dictados por la experiencia (como el carácter absoluto del tiempo), unificar en una sola ley leyes fundamentales que aparentaban ser totalmente independientes.
El valor de la nueva teoría radica en la consistencia y sencillez con que se resuelven las dificultades de las teorías clásicas asumiendo algunas hipótesis muy audaces. La mecánica clásica es válida ahora para velocidades pequeñas y constituye el caso límite de la nueva mecánica. En cuanto a su teoría general de la relatividad, supone una visión aún más amplia: una generalización que incluye sistemas no acelerados (no inerciales). El universo como un todo unitario está algo más cercano.
Sus últimos años los dedicó sin gran éxito a crear una última teoría unitaria que abarcara todas las fuerzas físicas conocidas. Fue por tanto el pionero de las investigaciones todavía en curso, encaminadas a conseguir una Teoría del Campo unificada.
También es importante señalar que en su concepción de un universo unitario y cognoscible no cabía una interpretación de los fenómenos microscópicos como la que proponía la Mecánica Cuántica. Esta, expresándolo en pocas palabras, interpreta el comportamiento de las partículas microscópicas en términos de probabilidad: es imposible conocer con certeza la posición, velocidad, etc., de una partícula en un instante dado; a lo más, se puede decir de que hay una probabilidad de que tenga esas características. Esta interpretación es sostenida por la Escuela de Copenhague.
Einstein se niega a aceptar esto como un hecho cierto, por considerarlo en contra de la inteligibilidad del universo, a la cual se aferra: «Dios no juega a los dados». Es en todo caso un problema de método, algo provisional en espera del momento en que el científico llegue a abarcar la totalidad de la Razón que se manifiesta en la Naturaleza: «Debe poder demostrarse mediante los caminos de la deducción pura todos los fenómenos de la Naturaleza, si no fuera que tales procesos de deducción están por encima de la capacidad intelectual de los hombres. La renuncia de una imagen física del mundo en su totalidad no es, pues, una renuncia de principio. Es una alternativa, un método».
Podemos así concluir que para Einstein, la Ciencia no era una herramienta de progreso ni un entretenimiento del espíritu. Era la forma en que él buscaba un significado completo y unitario al universo entero, y por tanto a sí mismo. Era sin embargo un significado demasiado lejano, que no daba más sentido a su vida que la posibilidad de conocerlo superficialmente por su esfuerzo intelectual. Esa fue su tragedia: era un hombre solitario y como tal sólo pudo llegar, aunque con profundidad admirable, al planteamiento del problema, pero no encontró la Respuesta. Sin embargo, la seriedad del planteamiento nos muestra la actitud más humana para hacer ciencias.
Bibliografía:
«Mi visión del mundo» -Albert Einstein- Tusquets Editores.
«El significado de la relatividad» -A. Einstein- Espasa Calpe.
«Sobre la teoría especial y la teoría general de la relatividad» -A. Einstein- Alianza Editorial.
«La evolución de la Física» -A. Einstein- y Leopold Infield.
(1) Un cuerpo en movimiento presenta una trayectoria y una velocidad diferentes según el sistema de referencia en que se sitúe el observador (el movimiento es «relativo»). Si se conocen las características de ese movimiento visto desde un sistema de referencia «A» no sometido a fuerzas, ni por lo tanto aceleraciones (esto es, un sistema inercial), la Teoría Especial de la Relatividad permite conocer cómo será visto desde otro sistema «B», siempre que éste, con respecto a «A», esté en reposo o moviéndose con velocidad constante (se trata de otro sistema inercial).
BIOGRAFIA
Albert Einstein nació en Ulm (Würtemberg) el 14 de marzo de 1879, en una modesta familia judía. Sus primeros estudios los realizó en el Instituto de Munich. Muestra ya claras inclinaciones aunque no aptitudes excepcionales hacia las Ciencias Exactas.
Termina sus estudios en el Instituto Politécnico de Zurich.
En 1905 publica una Memoria en la cual expone los fundamentos de su teoría de la relatividad especial, basada en el principio de que las leyes físicas deben ser las mismas para todo sistema de referencia inercial (no acelerado) y que la velocidad de la luz en el vacío es constante e independiente de la de la fuente luminosa. Una consecuencia fundamental de su teoría especial es la equivalencia de la masa y la energía (energía y materia son dos formas diferentes de presentarse una misma realidad, como el hielo y el agua líquida son dos formas de presentarse una misma sustancia): su famosa ecuación E = m c2 (E, la energía; m, la masa; c, la velocidad de la luz en el vacío) rige las reacciones nucleares y marca el inicio de la era nuclear.
En 1911 enuncia el principio de equivalencia de las fuerzas gravitatorias e inerciales, lo que representa una primera ampliación de la teoría de la relatividad.
En 1916 expone de forma definitiva su teoría de la relatividad general. Basándose en el postulado de la equivalencia de todos los sistemas, inerciales y no inerciales, formula una nueva teoría de la gravitación donde el campo gravitatorio generado por los cuerpos es presentado como una modificación de las propiedades geométricas del espacio físico.
En 1921 recibe el Premio Nóbel de Física por su explicación del efecto fotoeléctrico.
Los últimos años de su actividad científica los consagró al intento de unificar, en una generalización total, todas las fuerzas de la física abriendo así las investigaciones en busca de una «Teoría del Campo Unificador».
Murió en Princeton en 1955.
Carta de A. Einstein a Max Planck, otro gran exponente de la física contemporánea, en su LX cumpleaños.
¡Qué variedad de estilos personales presenta el templo de la Ciencia!
¡Y qué diversos son los hombres que lo frecuentan y diversas las razones que les conducen a éste! No son pocos los que se dedican a la ciencia por el gusto de poner a prueba sus superiores capacidades intelectuales. Para éstos, la ciencia se asemeja al deporte preferido que permite vivir una vida intensa y satisfacer las ambiciones propias. Hay también muchos que ofrecen el producto de su producto de su propio cerebro sobre el altar de la ciencia por motivos puramente utilitarios. Bastaría que un ángel divino echara fuera del templo a los hombres de estas dos categorías, y el edificio se variaría de manera inquietante; quedarían todavía algunos hombres del pasado y del presente. A esta minoría pertenece nuestro Max Planck, y esta es la razón por la que le apreciamos.
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