Cuando uno estudia la historia política de una nación, se constata que existen dos modos de derrocar un regimen: o mediante un golpe militar o mediante una guerra civil. En Haití se ha seguido otro camino. Se ha procedido a una operación que en creol, dialecto africano en el que hablan los haitinianos, se dice «déchoukaj». Indica el acto de remover con las propias manos la tierra con el fin de arrancar de raíz una planta enferma que se ha hecho ya parte de esa tierra. Esto es lo que ha ocurrido en Haití: una gran unidad ante la cual el poder ha tenido que ceder. Pero este«déchoukaj» no se acaba aquí, puesto que la tierra de dónde hay que arrancar esta planta enferma que es el totalitarismo no es otra que el corazón de cada haitiano. Esta es ahora la tarea del nuevo Haití.
Tras una joven historia llena de inestabilidades políticas y dictaduras, Haití es hoy el país más pobre de América Latina. Sus variables macroeconómicas muestran una situación crítica: un promedio salarial de 3$/ día, el 60 % de la población activa está desocupada y cuenta con una deuda externa muy importante. Un panorama desolador que con el paso del tiempo se torna cada vez más oscuro dentro de la incertidumbre generalizada sobre el futuro del tercer mundo.
Sin embargo, en este país duramente golpeado económica, política y culturalmente surge una esperanza. Para comprender esto, es importante que echemos una mirada a su historia más reciente.
«AQUI ALGO TIENE QUE CAMBIAR»
En la noche del 7 de febrero, hace ahora poco más de un año, Jean-Claude Duvalier desde el avión militar americano que lo transportaba a Francia, echaba un último vistazo al país del que durante quince años había sido dueño y señor. En aquel momento debía resonar con gran fuerza en su cabeza aquella frase pronunciada por Juan Pablo II tres años antes en el mismo aeropuerto del que hoy él partía: «Aquí algo tiene que cambiar».
El Papa había llegado a Haití el 9 de marzo de 1983, a la vuelta de su difícil viaje a Centro América. La atención internacional era presa del clamoroso abucheo, orquestado por los militares sandinistas, de la misa pontificia celebrada en Managua pocos días antes. Esto hizo que no fuese capaz de percibir la importancia y el respaldo que para los cuatro millones de católicos haitinianos suponían las palabras de Wojtyla.
Esta necesidad de cambio había sido ya proclamada por los obispos haitianos. A partir del año 80, el régimen de Baby Doc se endurece hasta el punto de que el clima creado obliga a la Iglesia a denunciar todo aquello que fuese en contra de la dignidad del hombre.
Una muestra de esto es el caso de Gerard Duclerville, un laico que trabaja en la radio católica soleil que es arrestado y salvajemente torturado por la policía el 28 de diciembre de 1982. La reacción de la Conferencia Episcopal es durísima: «La Iglesia de Haití -dirán los obispos el 27 de enero- vive actualmente una situación de provocación que pone a prueba su fe en jesús, Señor y Liberador. ( ... )Donde un hombre es humillado y torturado, es toda la humanidad la que es humillada y torturada».
Los obispos convocan para el 9 de febrero al pueblo de Dios a «una jornada de oración y sacrificio, para obtener del Señor la liberación de Gerard y con la de él, la de todos nosotros».
Falta un mes para la llegada del Papa. Duvalier teme la repercusión que un hecho así hubiese producido en la opinión pública internacional. Así, el 7 de febrero Gerard es liberado. Parece providencial que también un 7 de febrero, 3 años después, el dictador tuviese que abandonar Haití para nunca más volver.
En esta situación se produce la llegada del Papa. Su visita sirve de catalizador de todas las energías. Cuando denuncia la situación del país y afirma que algo tiene que cambiar, sus palabras no caen en oídos sordos. El pueblo desde entonces se prepara gracias a la acción de la Iglesia y de la Conferencia Episcopal a hacer posible aquel cambio.
En todo este tiempo se siguen produciendo enfrentamientos. En diciembre del 85 se desatan manifestaciones populares por todo el país «abiertamente sostenidas por la Iglesia Católica» como registra el periódico francés Le Monde. Duvalier procede a un nuevo cambio de gobierno. Pero no hay nada que hacer.
El 27 de enero de 1986, en Cap Haitien el ejército reprime una revuelta espontánea de la población. Se producen tres muertos. Dos días después, en la misma ciudad, tiene la mayor manifestación que hasta entonces se había dado contra el gobierno. El 30 de enero, Estados Unidos se da cuenta de que la situación es irreversible y bloquea su ayuda económica a Haití. El 7 de febrero Baby Doc deja el país.
En los días siguientes, la voz de los obispos se vuelve a dejar oír; esta vez exhortando al perdón: «Respetad al hombre, está hecho a la imagen de Dios. No matéis».
¿UN DUV ALIERISMO SIN DUVALIER?
Actualmente en Haití existe un gobierno provisional al frente del cual se encuentra el General Namphy que es ayudado por un Consejo General de Gobierno (CGG). La Iglesia es ahora mismo uno de los pocos interlocutores válidos frente a este CGG. En un mensaje lanzado por la Conferencia Episcopal el 11 de abril indicaba tres prioridades en la obra de reconstrucción del país: la alfabetización, la reforma agraria y el pleno empleo. La Iglesia no sólo reivindica, sino que exige y se compromete a colaborar en esta reconstrucción al igual que cualquier otro cuerpo social.
La mayoría de los haitianos aceptan este gobierno como un mal menor. Durante un tiempo hubo un gran miedo a que se tratase de un duvalierismo sin Duvalier. Ahora, ante el cumplimiento de los plazos que Namphy se había marcado para una democratización progresiva, la calma vuelve a reinar.
Antiguos líderes políticos que se encontraban en el exilio han regresado. Algunos de ellos intentan apropiarse de la revolución y aprovechar la terrible situación económica manteniendo una demagógica rebeldía frente a todo, pero sin dar una verdadera esperanza. Esta es la estrategia de la izquierda. El pueblo haitiano no ha creído en ellos.
El 27 de junio, los obispos avisaban al pueblo sobre estas estratagemas en la «carta fundamental para la transición a una sociedad democrática según la doctrina y la experiencia de la Iglesia». En esta carta se incluyen dos párrafos significativos de la encíclica Octogessima Adveniens de Pablo VI. En el primero se recuerda a los cristianos que es peligroso olvidar la íntima relación que existe entre el análisis, la ideología y la praxis marxista de la lucha de clases. En el segundo, se previene sobre la tentación de idealizar el liberalismo sin percibir que en el plano cultural parte de una errónea autonomía del individuo.
La Iglesia haitiana es muy consciente de que su papel no es la política activa. Es más, esta conciencia produjo en la misma Conferencia Episcopal una sacudida en el momento de la caída de Duvalier, cuando el pueblo pidió a su presidente, Monseñor Gayot, ostentar el papel de Jefe de Estado.
Ahora bien, el pueblo necesita dirigentes que trabajen para su bienestar. Antes hemos dicho que el gobierno ahora existente era aceptado como un mal menor. Tantos años de totalitarismo han creado en el pueblo haitiano, donde hay un 85 % de analfabetismo, una incapacidad de autogobernarse. Es necesario un tiempo para la formación de una oposición que sea digna del pueblo haitiano. Así, dentro de los movimientos católicos se ha producido una carrera por preparar a su gente para la vida social y política.
Algunos critican la participación de los cristianos en política. A esto, Monseñor Ligondé respondía: «La Iglesia no puede formar un partido político, pero los católicos, los cristianos, los laicos tienen el derecho y el deber de participar en la vida cívica y en la vida política. Es competencia de los católicos, de los cristianos y de todo hombre de buena voluntad formar partidos políticos para defender los derechos del pueblo».
UN SINDICALISMO DE PROFUNDA RAIZ CRISTIANA
Sólo dentro de este marco se puede entender la propuesta concreta que hoy es en Haití el sindicalismo cristiano. Ya en 1958 (un año después del comienzo de la dictadura de los Duvalier) se constituye clandestinamente en Puerto Príncipe la Federación Haitiana de Trabajadores Cristianos (CATH) que pronto se afilia a la Conferencia Latinoamericana de Trabajadores (CLAT).
Tras años de angustiosa represión, la CLAT-CATH se consolida hoy como la mayor fuerza sindical y social del país. No obstante, lo más relevante no está tanto en su objetiva significación social, como en la propuesta e identidad que ha surgido en los hombres que la llevan a cabo. Es decir, en lo que cultural y socialmente representa una realidad humana capaz de responder a las exigencias de todos y cada uno de los hombres.
Y éste es un tipo de realidad que no puede nacer de nada que no sea lo que le es más propio culturalmente, de lo que le constituye históricamente: el ethos cristiano. Es esta identidad la que hace posible una conciencia justa de lo que la realidad en sí es, y particularmente, de cómo y porqué la cuestión social interpela y compromete al hombre.
Partiendo de lo que representa el trabajo como clave de la problemática política y social, la CLAT-CATH reivindica la dignidad completa del sujeto del trabajo. Por todo esto, la propuesta de la CLAT-CATH es ante todo integral, pues afecta radicalmente a la persona, a su relación consigo misma y con la naturaleza, a su dimensión social.
Pero también, y por esto mismo, es una propuesta enormemente novedosa. Novedad que supone una liberación frente a concepciones del mundo impuestas desde el exterior de América Latina. Así se muestra libre respecto:
-a las ideologías dominantes y totalitarismo, bien de signo capitalista, bien marxista;
-a ciertos sindicalismos parciales como el occidental que se agotan en unas reivindicaciones conccretísimas llevadas por intereses sectarios dejando tras de sí un tremendo vacío de contenido;
-y a diversas organizaciones, incluso cristianas, que se muestran incapaces de afrontar el ambiente y la realidad en lo que son, sin prejuicios ideológicos o reduccionistas.
En definitiva, posee una libertad que la hace ser abierta a todo aquél que tenga el deseo de una humanidad más plena.
Es consciente de cómo la convergencia entre estos hombres, la Iglesia, el movimiento de trabajadores y las fuerzas culturales cristianas pueden abrir un nuevo camino en América Latina.
Camino que los haitianos están recorriendo ya no sólo como un país sino como parte del continente americano. Pues la afirmación de la soberanía del pueblo haitiano pasa por la afirmación de un pueblo latinoamericano. En este sentido, podemos decir que existe una solidaridad de origen y de destino para toda América Latina. En este punto se sitúa la propuesta de la CLAT con toda su potencialidad.
«LO IMPORTANTE NO ES COMER»
Esto es algo que, ciertamente en Europa, dista mucho de ser entendido desde la mentalidad dominante y especialmente desde los medios encargados de transmitir una información objetiva.
No se entiende que pueda existir una revolución integral, un déchoukaj desde el interior de cada haitiano.
No se entiende que un país subdesarrollado y analfabeto sea capaz de elaborar su propio plan de desarrollo.
No se entiende que pueda existir una propuesta cristiana capaz como nadie de afrontar la economía, la política y la cultura de un país.
Desde Occidente sólo parecen determinar la vida de un país las diversas posiciones de poder, la crisis económica y la coyuntura internacional. Así, donde las condiciones socioestructurales lo impiden, la esperanza desaparece.
Si para Haití, «lo importante es comer» (El País, 9-2-87) habría que esperar a eliminar el hambre y la miseria del mundo, para que los hombres empezaran a poder tener una cierta dignidad.
Sin embargo, la CATH, la Iglesia y, en general, el pueblo de Haití son muestra palpable de que esto no es así, de que aún en las peores circunstancias es posible una dignidad humana impresionante. Ellos son un rostro de esperanza en el mundo. Han comprendido que lo importante es el hombre.
HAITÍ: algunos datos
- Comparte la misma isla con República Dominicana. Es su parte occidental.
- Posee los primeros ingenios azucareros de toda A.L. en 1520.
- Ocupada en 1630 por piratas franceses. España es obligada a cederla a Francia en 1697.
- A fines de 1803 tras una larga lucha, consigue su independencia.
- En 1915 Estados Unidos decide ocupar la isla. Esta odiosa ocupación dura hasta 1934.
- En 1957, Francois Duvalier (Papa Doc) gana las elecciones de septiembre. Posteriormente se autoproclama presidente vitalicio. Este mismo año constituye el Cuerpo Policial de Seguridad «Tontons Macoute», un verdadero cuerpo paramilitar al servicio de los Duvalier.
- En 1971 proclama a su hijo, Jean Claude, presidente vitalicio de Haití. En esta fecha, Baby Doc contaba con 19 años.
- El 7 de febrero de 1986 Baby Doc abandona el país (con destino a Francia) y el general Henry Namphy asume la dirección del país.
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