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Huellas N.6, Abril 1987

NUESTROS DÍAS

«Déchouhaj», la tarea del nuevo Haití

Teresi­ta Palomera y Luis Rubalcaba

Cuando uno estudia la historia política de una nación, se constata que existen dos modos de derrocar un regimen: o mediante un golpe militar o mediante una guerra civil. En Haití se ha seguido otro camino. Se ha procedido a una operación que en creol, dialecto africano en el que hablan los haitinianos, se dice «déchoukaj». Indica el acto de remover con las propias manos la tierra con el fin de arrancar de raíz una planta enferma que se ha hecho ya parte de esa tierra. Esto es lo que ha ocurrido en Haití: una gran unidad ante la cual el poder ha tenido que ceder. Pero este«déchoukaj» no se acaba aquí, puesto que la tierra de dónde hay que arrancar esta planta enferma que es el totalitarismo no es otra que el corazón de cada haitiano. Esta es ahora la tarea del nuevo Haití.

Tras una joven historia llena de inestabilidades políticas y dictadu­ras, Haití es hoy el país más pobre de América Latina. Sus variables macroeconómicas muestran una si­tuación crítica: un promedio sala­rial de 3$/ día, el 60 % de la pobla­ción activa está desocupada y cuen­ta con una deuda externa muy im­portante. Un panorama desolador que con el paso del tiempo se tor­na cada vez más oscuro dentro de la incertidumbre generalizada sobre el futuro del tercer mundo.
Sin embargo, en este país du­ramente golpeado económica, po­lítica y culturalmente surge una es­peranza. Para comprender esto, es importante que echemos una mi­rada a su historia más reciente.

«AQUI ALGO TIENE QUE CAMBIAR»
En la noche del 7 de febrero, hace ahora poco más de un año, Jean-Claude Duvalier desde el avión militar americano que lo transportaba a Francia, echaba un último vistazo al país del que du­rante quince años había sido due­ño y señor. En aquel momento de­bía resonar con gran fuerza en su cabeza aquella frase pronunciada por Juan Pablo II tres años antes en el mismo aeropuerto del que hoy él partía: «Aquí algo tiene que cambiar».
El Papa había llegado a Haití el 9 de marzo de 1983, a la vuelta de su difícil viaje a Centro América. La atención internacional era presa del clamoroso abucheo, orquestado por los militares sandinistas, de la mi­sa pontificia celebrada en Managua pocos días antes. Esto hizo que no fuese capaz de percibir la importan­cia y el respaldo que para los cua­tro millones de católicos haitinianos suponían las palabras de Wojtyla.
Esta necesidad de cambio había sido ya proclamada por los obispos haitianos. A partir del año 80, el régimen de Baby Doc se endurece hasta el punto de que el clima crea­do obliga a la Iglesia a denunciar todo aquello que fuese en contra de la dignidad del hombre.
Una muestra de esto es el caso de Gerard Duclerville, un laico que trabaja en la radio católica soleil que es arrestado y salvajemente tor­turado por la policía el 28 de di­ciembre de 1982. La reacción de la Conferencia Episcopal es durísima: «La Iglesia de Haití -dirán los obispos el 27 de enero- vive ac­tualmente una situación de provo­cación que pone a prueba su fe en jesús, Señor y Liberador. ( ... )Don­de un hombre es humillado y tor­turado, es toda la humanidad la que es humillada y torturada».
Los obispos convocan para el 9 de febrero al pueblo de Dios a «una jornada de oración y sacrificio, para obtener del Señor la liberación de Gerard y con la de él, la de to­dos nosotros».
Falta un mes para la llegada del Papa. Duvalier teme la repercusión que un hecho así hubiese produci­do en la opinión pública interna­cional. Así, el 7 de febrero Gerard es liberado. Parece providencial que también un 7 de febrero, 3 años después, el dictador tuviese que abandonar Haití para nunca más volver.
En esta situación se produce la llegada del Papa. Su visita sirve de catalizador de todas las energías. Cuando denuncia la situación del país y afirma que algo tiene que cambiar, sus palabras no caen en oídos sordos. El pueblo desde en­tonces se prepara gracias a la acción de la Iglesia y de la Conferencia Episcopal a hacer posible aquel cambio.
En todo este tiempo se siguen produciendo enfrentamientos. En diciembre del 85 se desatan mani­festaciones populares por todo el país «abiertamente sostenidas por la Iglesia Católica» como registra el periódico francés Le Monde. Duva­lier procede a un nuevo cambio de gobierno. Pero no hay nada que ha­cer.
El 27 de enero de 1986, en Cap Haitien el ejército reprime una re­vuelta espontánea de la población. Se producen tres muertos. Dos días después, en la misma ciudad, tie­ne la mayor manifestación que has­ta entonces se había dado contra el gobierno. El 30 de enero, Estados Unidos se da cuenta de que la si­tuación es irreversible y bloquea su ayuda económica a Haití. El 7 de febrero Baby Doc deja el país.
En los días siguientes, la voz de los obispos se vuelve a dejar oír; esta vez exhortando al perdón: «Respe­tad al hombre, está hecho a la ima­gen de Dios. No matéis».

¿UN DUV ALIERISMO SIN DUVALIER?
Actualmente en Haití existe un gobierno provisional al frente del cual se encuentra el General Namphy que es ayudado por un Consejo General de Gobierno (CGG). La Iglesia es ahora mismo uno de los pocos interlocutores vá­lidos frente a este CGG. En un mensaje lanzado por la Conferen­cia Episcopal el 11 de abril indica­ba tres prioridades en la obra de re­construcción del país: la alfabetiza­ción, la reforma agraria y el pleno empleo. La Iglesia no sólo reivin­dica, sino que exige y se compro­mete a colaborar en esta reconstrucción al igual que cualquier otro cuerpo social.
La mayoría de los haitianos aceptan este gobierno como un mal menor. Durante un tiempo hubo un gran miedo a que se tratase de un duvalierismo sin Duvalier. Aho­ra, ante el cumplimiento de los plazos que Namphy se había marcado para una democratización progre­siva, la calma vuelve a reinar.
Antiguos líderes políticos que se encontraban en el exilio han re­gresado. Algunos de ellos intentan apropiarse de la revolución y apro­vechar la terrible situación econó­mica manteniendo una demagógi­ca rebeldía frente a todo, pero sin dar una verdadera esperanza. Esta es la estrategia de la izquierda. El pueblo haitiano no ha creído en ellos.
El 27 de junio, los obispos avi­saban al pueblo sobre estas estratagemas en la «carta fundamental pa­ra la transición a una sociedad de­mocrática según la doctrina y la ex­periencia de la Iglesia». En esta car­ta se incluyen dos párrafos signifi­cativos de la encíclica Octogessima Adveniens de Pablo VI. En el pri­mero se recuerda a los cristianos que es peligroso olvidar la íntima rela­ción que existe entre el análisis, la ideología y la praxis marxista de la lucha de clases. En el segundo, se previene sobre la tentación de idea­lizar el liberalismo sin percibir que en el plano cultural parte de una errónea autonomía del individuo.
La Iglesia haitiana es muy cons­ciente de que su papel no es la po­lítica activa. Es más, esta concien­cia produjo en la misma Conferen­cia Episcopal una sacudida en el momento de la caída de Duvalier, cuando el pueblo pidió a su presi­dente, Monseñor Gayot, ostentar el papel de Jefe de Estado.
Ahora bien, el pueblo necesita dirigentes que trabajen para su bie­nestar. Antes hemos dicho que el gobierno ahora existente era acep­tado como un mal menor. Tantos años de totalitarismo han creado en el pueblo haitiano, donde hay un 85 % de analfabetismo, una inca­pacidad de autogobernarse. Es ne­cesario un tiempo para la formación de una oposición que sea digna del pueblo haitiano. Así, dentro de los movimientos católicos se ha produ­cido una carrera por preparar a su gente para la vida social y política.
Algunos critican la participa­ción de los cristianos en política. A esto, Monseñor Ligondé respondía: «La Iglesia no puede formar un par­tido político, pero los católicos, los cristianos, los laicos tienen el dere­cho y el deber de participar en la vida cívica y en la vida política. Es competencia de los católicos, de los cristianos y de todo hombre de bue­na voluntad formar partidos polí­ticos para defender los derechos del pueblo».

UN SINDICALISMO DE PROFUNDA RAIZ CRISTIANA
Sólo dentro de este marco se puede entender la propuesta con­creta que hoy es en Haití el sindi­calismo cristiano. Ya en 1958 (un año después del comienzo de la dictadura de los Duvalier) se constituye clandestina­mente en Puerto Príncipe la Fede­ración Haitiana de Trabajadores Cristianos (CATH) que pronto se afilia a la Conferencia Latinoame­ricana de Trabajadores (CLAT).
Tras años de angustiosa repre­sión, la CLAT-CATH se consolida hoy como la mayor fuerza sindical y social del país. No obstante, lo más relevante no está tanto en su objetiva significación social, como en la propuesta e identidad que ha surgido en los hombres que la lle­van a cabo. Es decir, en lo que cul­tural y socialmente representa una realidad humana capaz de respon­der a las exigencias de todos y cada uno de los hombres.
Y éste es un tipo de realidad que no puede nacer de nada que no sea lo que le es más propio cul­turalmente, de lo que le constitu­ye históricamente: el ethos cristia­no. Es esta identidad la que hace posible una conciencia justa de lo que la realidad en sí es, y particu­larmente, de cómo y porqué la cuestión social interpela y compro­mete al hombre.
Partiendo de lo que representa el trabajo como clave de la proble­mática política y social, la CLAT-CATH reivindica la dignidad com­pleta del sujeto del trabajo. Por to­do esto, la propuesta de la CLAT-­CATH es ante todo integral, pues afecta radicalmente a la persona, a su relación consigo misma y con la naturaleza, a su dimensión social.
Pero también, y por esto mis­mo, es una propuesta enormemen­te novedosa. Novedad que supone una liberación frente a concepcio­nes del mundo impuestas desde el exterior de América Latina. Así se muestra libre respecto:
-a las ideologías dominantes y totalitarismo, bien de signo capita­lista, bien marxista;
-a ciertos sindicalismos parciales como el occidental que se ago­tan en unas reivindicaciones conccre­tísimas llevadas por intereses secta­rios dejando tras de sí un tremen­do vacío de contenido;
-y a diversas organizaciones, incluso cristianas, que se muestran incapaces de afrontar el ambiente y la realidad en lo que son, sin pre­juicios ideológicos o reduccionistas.
En definitiva, posee una liber­tad que la hace ser abierta a todo aquél que tenga el deseo de una humanidad más plena.
Es consciente de cómo la con­vergencia entre estos hombres, la Iglesia, el movimiento de trabaja­dores y las fuerzas culturales cristia­nas pueden abrir un nuevo camino en América Latina.
Camino que los haitianos están recorriendo ya no sólo como un país sino como parte del continente americano. Pues la afirmación de la soberanía del pueblo haitiano pasa por la afirmación de un pueblo la­tinoamericano. En este sentido, po­demos decir que existe una solida­ridad de origen y de destino para toda América Latina. En este punto se sitúa la propuesta de la CLAT con toda su potencialidad.

«LO IMPORTANTE NO ES COMER»
Esto es algo que, ciertamente en Europa, dista mucho de ser enten­dido desde la mentalidad domi­nante y especialmente desde los medios encargados de transmitir una información objetiva.
No se entiende que pueda exis­tir una revolución integral, un dé­choukaj desde el interior de cada haitiano.
No se entiende que un país subdesarrollado y analfabeto sea ca­paz de elaborar su propio plan de desarrollo.
No se entiende que pueda exis­tir una propuesta cristiana capaz co­mo nadie de afrontar la economía, la política y la cultura de un país.
Desde Occidente sólo parecen determinar la vida de un país las di­versas posiciones de poder, la crisis económica y la coyuntura interna­cional. Así, donde las condiciones so­cioestructurales lo impiden, la es­peranza desaparece.
Si para Haití, «lo importante es comer» (El País, 9-2-87) habría que esperar a eliminar el hambre y la miseria del mundo, para que los hombres empezaran a poder tener una cierta dignidad.
Sin embargo, la CATH, la Igle­sia y, en general, el pueblo de Haití son muestra palpable de que esto no es así, de que aún en las peores circunstancias es posible una digni­dad humana impresionante. Ellos son un rostro de esperanza en el mundo. Han comprendido que lo importante es el hombre.




HAITÍ: algunos datos
- Comparte la misma isla con República Dominicana. Es su parte occidental.
- Posee los primeros inge­nios azucareros de toda A.L. en 1520.
- Ocupada en 1630 por pi­ratas franceses. España es obli­gada a cederla a Francia en 1697.
- A fines de 1803 tras una larga lucha, consigue su independencia.
- En 1915 Estados Unidos decide ocupar la isla. Esta odio­sa ocupación dura hasta 1934.
- En 1957, Francois Duva­lier (Papa Doc) gana las eleccio­nes de septiembre. Posterior­mente se autoproclama presi­dente vitalicio. Este mismo año constituye el Cuerpo Policial de Seguridad «Tontons Macoute», un verdadero cuerpo paramili­tar al servicio de los Duvalier.
- En 1971 proclama a su hi­jo, Jean Claude, presidente vi­talicio de Haití. En esta fecha, Baby Doc contaba con 19 años.
- El 7 de febrero de 1986 Baby Doc abandona el país (con destino a Francia) y el general Henry Namphy asume la direc­ción del país.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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