UNA de las paradojas más llamativas de nuestro tiempo, es que precisamente
cuando más poderosos son los instrumentos para liberar al hombre de las circunstancias, tanto físicas como sociales, que impedían supuestamente su pleno desarrollo, se produce un fenómeno de debilidad generalizada del sujeto humano, cuyas manifestaciones interesa observar.
Alexis Carrel lo explicaba diciendo: «...en la agotadora facilidad de la vida moderna, el conjunto de las reglas se han disgregado; la mayor parte de las fatigas que imponía el mundo cósmico han desaparecido y con ellas también han desaparecido el esfuerzo creativo de la personalidad».
Un primer aspecto de esta debilidad del sujeto es el miedo a todo tipo de riesgo existencial. El hombre se niega a afrontar las realidades que se le presentan como dramáticas, las elude, se escabulle de ellas; en definitiva, se niega a ponerse en juego frente a los acontecimientos. Curiosamente esta actitud le conduce muchas veces a la violencia. La aceptación generalizada del aborto como respuesta a un hecho que no encaja en los planes previos, el temor a cualquier tipo de compromiso que implique una promesa de fidelidad, el mito de la duda y la ambigüedad como posición óptima para el hombre, son algunos ejemplos que ilustran este aspecto.
Otro rasgo es el individualismo. En efecto, el hombre se encuentra desprovisto del ánimo, de la energía precisa para adherirse a cualquier forma expresiva de comunidad. En verdad, no existen en el ambiente muchas razones positivas que convoquen a la unidad; sólo la defensa corporativa de intereses, y el divertimento en su sentido más genuino de huida de la realidad, consiguen una apariencia de unidad; una unidad que originada en tales motivos, no puede ser sino superficial y poco duradera.
El cinismo imperante viene a ser un resultado, el más doloroso quizás, de esa debilidad del sujeto. Este cinismo es el manto de aparente fortaleza con que el hombre cubre su tremenda debilidad. No hace mucho tiempo, una famosa jurista afirmaba ante las cámaras de televisión, que las decisiones procedentes de la propia conciencia debían tener como ámbito de acción el reducido coto de la vida privada. Fuera de ésta, actuar conforme a la propia conciencia sería un signo de fanatismo intolerable. Seguramente esto expresa con precisión el horizonte del proceso que venimos describiendo: una sociedad en la cual los sujetos tienen perfectamente delimitado el estrecho territorio donde pueden aplicar la energía que nace de su experiencia, y en la cual la vida social está ordenada según los dictados del poder (sea éste político, económico, social o cultural).
El proceso es de ida y vuelta. Porque en tanto se reduce el espacio para proponer de acuerdo con la propia experiencia, se reduce también la hondura y la densidad de la misma. Así vemos una ausencia de creatividad y una debilidad, que más allá de su manifestación psicológica, ética, cultural, afecta a la fisonomía interior del hombre. Esta, se desdibuja, se derrite al son de una apacible y narcotizante melodía.
Esta situación demanda un trabajo en todos los sentidos, que conduzca a recuperar un sujeto consciente de las razones de su propia vida, y capaz de adherirse a estas razones mediante un esfuerzo creativo que ponga en juego todos los factores de la persona.
La experiencia de la Iglesia es el lugar donde continuamente el hombre se ve puesto frente a su propio corazón, porque se ve frente a Cristo, que es la plenitud a que aspira su corazón. Y es el lugar donde la inconstancia, el desaliento y el fracaso, son continuamente retomados como un punto de partida para andar hacia el ideal, es decir, hacia la plena realización de sí.
Poner en toda circunstancia a la Iglesia, como el horizonte donde los problemas del hombre pueden ser vistos y comprendidos, y hacer presente al mundo esta capacidad de razón y de adhesión que genera la experiencia cristiana, es la primera y la más evidente modalidad de servicio al hombre, que nosotros hemos encontrado.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón