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Huellas N.5, Febrero 1987

MAESTROS

Chesterton: la paradoja de la verdad

Irene Llabrés

En junio del pasado año se cumplían cincuenta años de la muerte de una de las personalidades que más influyeron en la mentalidad de la juventud de su época: Gilbert Keith Chesterton. Su pensamiento y su obra no pueden ser abarcados en unas pocas líneas, pero sí podemos señalar algunos puntos de partida y direcciones para comprender y acercarnos a su obra.

Los primeros años de su juventud están marcados por una tremenda duda, por un es­cepticismo exacerbado. Durante estos años practica el espiritismo, a través del cual llega a los «abismos del mal». Poco después con­fesaba que aquellos años le dejaron la certe­za de la realidad objetiva del pecado, y la re­pulsión por lo que aquella experiencia le ha­bía hecho ver, le hace considerar bajo una nueva luz el Club de Debate que había for­mado con sus compañeros de estudios, des­cubriendo la amistad como uno de los do­nes más grandes que ha recibido:

«Una vez encontré un amigo,
''Afortunado yo'' -dije- ''ha sido
[creado para mí".
Pero ahora encuentro nuevos y nuevos
[amigos que parecen estar hechos para mí,
y otro, y otro más hecho para mí.
¿Es posible que todos nosotros, sobre
[toda la tierra
hayamos sido creados el uno para el otro?»


A partir de esta crisis de incertidumbre, su vida está marcada por un constante deseo de llegar al fondo de las cosas, al significado profundo de toda la realidad. Es este juicio el que se hace considerar como la mayor traición a su humanidad el no tener la tensión de conocer la verdad de uno mismo, y su apertura a la realidad le hace concebir la vi­da como un don:

«Ya muere otro día
durante el cual he tenido ojos, orejas,
[manos y al gran mundo a mi alrededor;
y mañana empieza otro.
¿Por qué me son permitidos dos?»


La gratitud es la idea central de toda su vida y consecuentemente de toda su obra. En esta etapa de su vida le surge la pregunta que poco a poco le llevará a creer en Dios: ¿hacia dónde o hacia qué o hacia quién dirigir nues­tro agradecimiento? Es lógico que llegase a esta pregunta teniendo en cuenta la seriedad y autenticidad de sus planteamientos huma­nos:
«Se regocija de ver la hoja verde, porque hubiera podido ser escarlata. Le impresiona como si se hubiese vuel­to verde un momento antes de que la mirara. Se siente encantado de que la nieve sea blanca, por el motivo estric­tamente razonable de que pudo haber sido negra. Cada color tiene su carác­ter de audacia, como si resultara de una elección, el rojo de las rosas del jar­dín no es sólo decidido; es dramático, como sangre recientemente vertida. Se tiene la impresión de que algo ha sido hecho» (De Ortodoxia).

Su interés llega todavía más lejos, no se contenta sólo con saber que existe un Crea­dor, igual que existe el autor del personaje de una historia cualquiera; sino que se plan­tea la posibilidad de llegar a conocer a su Autor. No tardará mucho en darse cuenta de que el problema no es ni conocer ni demos­trar a Dios:
«El hombre puede comprenderlo to­do con ayuda de lo que no compren­de. El lógico mórbido intenta hacerlo todo claro y no consigue mas que ha­cerlo todo misterioso. Por el contrario, el místico permite al misterio subsistir en un solo punto y con ello todo se ilu­mina» (De Ortodoxia).
La evolución de Chesterton se puede comprender a través de la de sus personajes, como en el caso del protagonista de Ortodo­xia, que abandona su país para descubrir nuevos mundos, y cuando cree haberlos ha­llado se encuentra en el lugar del que había partido.
Análoga a esta historia es la decepción que sufre Chesterton con el liberalismo in­glés y la filosofía predominante de su época.
Esta filosofía que rechaza es la que le pro­pone, precisamente, el no compromiso con ningún credo: se puede discutir de lo banal, de lo cotidiano, pero no de la totalidad o uni­versalidad que engloba esos particulares.
«Así, pues, nada de liberalismo doc­trinal, que nunca está seguro de tener razón, que no exterioriza su opinión sin rodearla de reservas y retirándola a medias, que prodiga consideraciones iguales a todas las creencias, tratándo­las como verdades iguales en derecho, o como los aspectos, los momentos di­versos de una misma verdad en evolu­ción perpetua».
« ... A la vuelta de cada esquina uno se halla expuesto a encontrarse con un hombre que profiere un aserto frené­tico y blasfemo: ''Puedo equivocar­me''. A diario tropiezan ustedes con alguien que les dice:
''Evidentemen­te mi punto de vista puede no ser exac­to''. Evidentemente, por el contrario, su punto de vista debe ser exacto o no es su punto de vista».
Decepcionado, como decíamos antes, de la ideología impuesta por la indiferencia y la mediocridad burguesas, enemigas tanto de la religión como de la razón, descubre, co­mo un proceso «natural», la alternativa del pensamiento social cristiano.
«Nadie debe atreverse a emplear la palabra ''progreso'' a menos de poseer un credo definido y un código moral fundido en hierro. Nadie puede ser hombre de progreso sin ser doctrina­rio. Casi podría decir: nadie puede ser hombre de progreso sin ser infalible o, por lo menos, creer en alguna infali­bilidad. Porque el progreso, por su mismo nombre, indica una dirección. Desde el momento que empezamos a dudar, por poco que sea, de la direc­ción, empezamos a dudar en igual me­dida del progreso» (De Herejes).
El valor de su obra literaria radica en la maestría con que utiliza la paradoja y la fan­tasía para desvelar las verdades que hay de­trás de todo. Utiliza la paradoja y el simbo­lismo porque de otro modo el público no hu­biera prestado atención a esas verdades. (Pa­radoja: ilumina con una visión aguda las co­sas ordinarias de la realidad).
«Óiganme; voy a revelarles el secre­to del mundo... Lo vemos todo desde atrás y todo nos parece brutal. Eso no es un árbol, sino el reverso de un ár­bol; aquello no es una nube, sino el dorso de una nube. ¿No comprenden ustedes que todo nos da la espalda y nos esconde su rostro? ¡Si, por lo me­nos, pudiéramos pasar al otro lado y ver de frente!» (De El hombre que fue jueves).
Los personajes de sus novelas no son, en realidad, hombres normales, de carne y hue­so; por el contrario, son personajes enigmá­ticos, dotados de facultades indefinibles. El aspecto de Domingo, jefe a un tiempo de los anarquistas y de los contra-revolucionarios -en El hombre que fue jueves-, está más allá de todos los límites de la humanidad: «Cuando vi la cara de Domingo en pri­mer lugar comprobé, como todos us­tedes, que es de proporciones excesi­vas; ... Así es cómo para mí, la cara de Domingo existe y no existe; se dis­grega, escapa por la derecha y por la izquierda, como esas imágenes que la casualidad compone y destruye, dibuja y borra».
¿Puede darse a tales construcciones el nom­bre de personajes? ¿Existen realmente per­sonajes en la obra de Chesterton? El único personaje de todas sus novelas es el propio autor, y a través de él vemos desfilar ideas, símbolos, tesis que luchan entre ellas: Turnbull o el ateísmo, Mac lan o el mis­ticismo, Lucifer o la ciencia impía... Todos los personajes aparecen para expresar o con­trastar las ideas del autor, no tienen vida ni alma, sólo afirman la propia personalidad de Chesterton: es el único personaje de toda su obra.
En otra obra de Chesterton, La clarividen­cia del Padre Brown, se trasluce un aire de misticismo. La tormenta canta a través del an­tiguo bosque y su canto está lleno de «esa nostalgia que subsiste en el corazón de las co­sas paganas». La cuestión religiosa es funda­mental en la obra de nuestro autor, y en Or­todoxia se señalan las etapas de su vida: «ateo a los diez años y agnóstico a los dieciséis», la etapa siguiente es cuando comienza a en­contrar lógico y verosímil el cristianismo.
Su conversión (doce años antes de su muerte) no fue un cambio radical; toda su vida y su obra son una progresiva conversión. Desde todos los ángulos se vuelve hacia unas verdades, y siempre hacia las mismas, en un principio intuidas, y abrazadas después cons­cientemente.
Pensaba estar descubriendo una nueva re­ligión, y sin embargo se estaba apoyando en el Cristianismo (De Ortodoxia). Había inten­tado fabricarse una filosofía, una «herejía», de su cosecha, pero, con gran sorpresa por su parte, advirtió que coincidía con la doc­trina ortodoxa.
Las «paradojas del Cristianismo» colman en nosotros deseos, ansias, agujeros:
«Un pico puede colmar un agujero y una piedra ajustarse a un hueco por accidente. Pero una llave y una cerra­dura son dos cosas complejas. Y si una llave ajusta bien en la cerradura, es que es buena» (De Ortodoxia).
El motivo central y fundamental por el que Chesterton se adhiere a la Iglesia es, di­ce, «porque ella es para mí un maestro vivo y no un maestro muerto».
«No sólo estoy seguro de que me enseñó algo ayer, tengo la casi seguri­dad de que todavía me enseñará algo mañana... Platón ha dicho a ustedes una verdad, pero Platón ha muerto... , imaginen lo que sería vivir con esos hombres, viviendo ellos también; sa­ber que mañana Platón puede llegar con una lección enteramente nueva ... El hombre que vive con lo que apre­cia ser una Iglesia viva, es como un hombre que todos los días esperaría volver a encontrarse con Platón... ».
Reconoce en la Iglesia Católica la frescu­ra de una religión nueva, y al mismo tiempo la riqueza y la sabiduría de una antigua.
Este concepto de la tradición, como res­puesta al significado a través de la historia, lo aplica no sólo a la historia de la Iglesia, sino también a la historia de la humanidad, y reconoce en la tradición la solución a muchos problemas sociales y políticos del mo­mento.
- «Las ideas son peligrosas, pero, so­bre todo, para aquél que no tiene ninguna. El hombre sin ideas se encon­trará con que la primera que llegue se le subirá a la cabeza, como un vaso de vino se le sube a la cabeza al abste­mio». (De Herejes).
Contra este peligro, la única solución es conocer la tradición, y optar:
«Es el verdadero medio de no ser ni un pelele ni un fanático, sino algo más firme que un pelele y más terrible que un fanático: quiero decir un hombre de opinión definida... Necesitamos una visión justa sobre el destino hu­mano, una visión justa sobre la socie­dad humana ... » (De Herejes).
Chesterton opta por la tradición cristia­na porque abraza la realidad, comprende la vida en la complejidad de sus factores; todo esto se contraponía a la filosofía dominante: «El vicio de la noción moderna del progreso intelectual consiste en repre­sentarlo siempre como supeditado a la ruptura de lazos, al borrado de los lí­mites, al rechazo de los dogmas. Sin embargo, si existe algo semejante a un crecimiento del espíritu, ello ha de ser un crecimiento de convicciones cada vez más definidas, de dogmas cada vez más numerosos (...). Cuando, por un escepticismo cada vez más refinado, deja caer las doctrinas una tras otra, cuando rehúsa aferrarse a sistema alguno, cuando pretende colocarse por encima de las definiciones ... retroce­de lentamente por su mismo proceder hacia la vaga mentalidad de los anima­les errantes y hacia la inconsciencia de la hierba. Los árboles no tienen dog­mas. Los nabos son singularmente li­berales» (De Herejes).
Para Chesterton, creer no significa dejar de pensar, sino hacerlo de modo justo; la fe restituye al hombre todas las funciones y exi­gencias humanas que la filosofía moderna trata de estrangular o de sustituir por verda­des a medias.
El momento histórico que le tocó vivir a Chesterton es un constante surgir de ideolo­gías y teorías filosóficas que terminan ago­tando la capacidad de admiración ante lo be­llo. Todas convergen hacia un escepticismo que no espera nada.
Chesterton nunca pierde esta capacidad de admiración, y es precisamente su actitud abierta la que le salva y le permite tomar y utilizar la llave que le conducirá al significa­do último de todas las cosas, que dará senti­do a su vida, su pensamiento y su obra.

BIBLIOGRAFIA. (Selección de algunas obras traducidas al castellano).
1904. El Napoleón de Notting Hill. Plaza y Janés.
1905. El club de los negocios raros. Plaza y Janés.
1908. El hombre que fue jueves. Plaza y Ja­nés.
Ortodoxia. Colección Austral. Espasa­-Calpe
1909. La esfera y la cruz. Colección Austral. Espasa-Calpe.
1914. La sabiduría del Padre Brown. Ed. G.P.
La hostería volante. Plaza y Janés.
1933. Santo Tomás de Aquino. Espasa y Ja­nés.
1936. Autobiografía.
El regreso de Don Quijote. Plaza y Ja­nés.
- Obras Completas. Plaza y Janés. 1967.

Sobre Chesterton:
Chesterton. J. de Tonquedec. Ed. Di­fusión. Buenos Aires. 1943.
«Chesterton» en I Grandi de la cultu­ra rivisitati. Grandi Quaderni, 2. Lit­terae Comunionis.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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