En junio del pasado año se cumplían cincuenta años de la muerte de una de las personalidades que más influyeron en la mentalidad de la juventud de su época: Gilbert Keith Chesterton. Su pensamiento y su obra no pueden ser abarcados en unas pocas líneas, pero sí podemos señalar algunos puntos de partida y direcciones para comprender y acercarnos a su obra.
Los primeros años de su juventud están marcados por una tremenda duda, por un escepticismo exacerbado. Durante estos años practica el espiritismo, a través del cual llega a los «abismos del mal». Poco después confesaba que aquellos años le dejaron la certeza de la realidad objetiva del pecado, y la repulsión por lo que aquella experiencia le había hecho ver, le hace considerar bajo una nueva luz el Club de Debate que había formado con sus compañeros de estudios, descubriendo la amistad como uno de los dones más grandes que ha recibido:
«Una vez encontré un amigo,
''Afortunado yo'' -dije- ''ha sido
[creado para mí".
Pero ahora encuentro nuevos y nuevos
[amigos que parecen estar hechos para mí,
y otro, y otro más hecho para mí.
¿Es posible que todos nosotros, sobre
[toda la tierra
hayamos sido creados el uno para el otro?»
A partir de esta crisis de incertidumbre, su vida está marcada por un constante deseo de llegar al fondo de las cosas, al significado profundo de toda la realidad. Es este juicio el que se hace considerar como la mayor traición a su humanidad el no tener la tensión de conocer la verdad de uno mismo, y su apertura a la realidad le hace concebir la vida como un don:
«Ya muere otro día
durante el cual he tenido ojos, orejas,
[manos y al gran mundo a mi alrededor;
y mañana empieza otro.
¿Por qué me son permitidos dos?»
La gratitud es la idea central de toda su vida y consecuentemente de toda su obra. En esta etapa de su vida le surge la pregunta que poco a poco le llevará a creer en Dios: ¿hacia dónde o hacia qué o hacia quién dirigir nuestro agradecimiento? Es lógico que llegase a esta pregunta teniendo en cuenta la seriedad y autenticidad de sus planteamientos humanos:
«Se regocija de ver la hoja verde, porque hubiera podido ser escarlata. Le impresiona como si se hubiese vuelto verde un momento antes de que la mirara. Se siente encantado de que la nieve sea blanca, por el motivo estrictamente razonable de que pudo haber sido negra. Cada color tiene su carácter de audacia, como si resultara de una elección, el rojo de las rosas del jardín no es sólo decidido; es dramático, como sangre recientemente vertida. Se tiene la impresión de que algo ha sido hecho» (De Ortodoxia).
Su interés llega todavía más lejos, no se contenta sólo con saber que existe un Creador, igual que existe el autor del personaje de una historia cualquiera; sino que se plantea la posibilidad de llegar a conocer a su Autor. No tardará mucho en darse cuenta de que el problema no es ni conocer ni demostrar a Dios:
«El hombre puede comprenderlo todo con ayuda de lo que no comprende. El lógico mórbido intenta hacerlo todo claro y no consigue mas que hacerlo todo misterioso. Por el contrario, el místico permite al misterio subsistir en un solo punto y con ello todo se ilumina» (De Ortodoxia).
La evolución de Chesterton se puede comprender a través de la de sus personajes, como en el caso del protagonista de Ortodoxia, que abandona su país para descubrir nuevos mundos, y cuando cree haberlos hallado se encuentra en el lugar del que había partido.
Análoga a esta historia es la decepción que sufre Chesterton con el liberalismo inglés y la filosofía predominante de su época.
Esta filosofía que rechaza es la que le propone, precisamente, el no compromiso con ningún credo: se puede discutir de lo banal, de lo cotidiano, pero no de la totalidad o universalidad que engloba esos particulares.
«Así, pues, nada de liberalismo doctrinal, que nunca está seguro de tener razón, que no exterioriza su opinión sin rodearla de reservas y retirándola a medias, que prodiga consideraciones iguales a todas las creencias, tratándolas como verdades iguales en derecho, o como los aspectos, los momentos diversos de una misma verdad en evolución perpetua».
« ... A la vuelta de cada esquina uno se halla expuesto a encontrarse con un hombre que profiere un aserto frenético y blasfemo: ''Puedo equivocarme''. A diario tropiezan ustedes con alguien que les dice: ''Evidentemente mi punto de vista puede no ser exacto''. Evidentemente, por el contrario, su punto de vista debe ser exacto o no es su punto de vista».
Decepcionado, como decíamos antes, de la ideología impuesta por la indiferencia y la mediocridad burguesas, enemigas tanto de la religión como de la razón, descubre, como un proceso «natural», la alternativa del pensamiento social cristiano.
«Nadie debe atreverse a emplear la palabra ''progreso'' a menos de poseer un credo definido y un código moral fundido en hierro. Nadie puede ser hombre de progreso sin ser doctrinario. Casi podría decir: nadie puede ser hombre de progreso sin ser infalible o, por lo menos, creer en alguna infalibilidad. Porque el progreso, por su mismo nombre, indica una dirección. Desde el momento que empezamos a dudar, por poco que sea, de la dirección, empezamos a dudar en igual medida del progreso» (De Herejes).
El valor de su obra literaria radica en la maestría con que utiliza la paradoja y la fantasía para desvelar las verdades que hay detrás de todo. Utiliza la paradoja y el simbolismo porque de otro modo el público no hubiera prestado atención a esas verdades. (Paradoja: ilumina con una visión aguda las cosas ordinarias de la realidad).
«Óiganme; voy a revelarles el secreto del mundo... Lo vemos todo desde atrás y todo nos parece brutal. Eso no es un árbol, sino el reverso de un árbol; aquello no es una nube, sino el dorso de una nube. ¿No comprenden ustedes que todo nos da la espalda y nos esconde su rostro? ¡Si, por lo menos, pudiéramos pasar al otro lado y ver de frente!» (De El hombre que fue jueves).
Los personajes de sus novelas no son, en realidad, hombres normales, de carne y hueso; por el contrario, son personajes enigmáticos, dotados de facultades indefinibles. El aspecto de Domingo, jefe a un tiempo de los anarquistas y de los contra-revolucionarios -en El hombre que fue jueves-, está más allá de todos los límites de la humanidad: «Cuando vi la cara de Domingo en primer lugar comprobé, como todos ustedes, que es de proporciones excesivas; ... Así es cómo para mí, la cara de Domingo existe y no existe; se disgrega, escapa por la derecha y por la izquierda, como esas imágenes que la casualidad compone y destruye, dibuja y borra».
¿Puede darse a tales construcciones el nombre de personajes? ¿Existen realmente personajes en la obra de Chesterton? El único personaje de todas sus novelas es el propio autor, y a través de él vemos desfilar ideas, símbolos, tesis que luchan entre ellas: Turnbull o el ateísmo, Mac lan o el misticismo, Lucifer o la ciencia impía... Todos los personajes aparecen para expresar o contrastar las ideas del autor, no tienen vida ni alma, sólo afirman la propia personalidad de Chesterton: es el único personaje de toda su obra.
En otra obra de Chesterton, La clarividencia del Padre Brown, se trasluce un aire de misticismo. La tormenta canta a través del antiguo bosque y su canto está lleno de «esa nostalgia que subsiste en el corazón de las cosas paganas». La cuestión religiosa es fundamental en la obra de nuestro autor, y en Ortodoxia se señalan las etapas de su vida: «ateo a los diez años y agnóstico a los dieciséis», la etapa siguiente es cuando comienza a encontrar lógico y verosímil el cristianismo.
Su conversión (doce años antes de su muerte) no fue un cambio radical; toda su vida y su obra son una progresiva conversión. Desde todos los ángulos se vuelve hacia unas verdades, y siempre hacia las mismas, en un principio intuidas, y abrazadas después conscientemente.
Pensaba estar descubriendo una nueva religión, y sin embargo se estaba apoyando en el Cristianismo (De Ortodoxia). Había intentado fabricarse una filosofía, una «herejía», de su cosecha, pero, con gran sorpresa por su parte, advirtió que coincidía con la doctrina ortodoxa.
Las «paradojas del Cristianismo» colman en nosotros deseos, ansias, agujeros:
«Un pico puede colmar un agujero y una piedra ajustarse a un hueco por accidente. Pero una llave y una cerradura son dos cosas complejas. Y si una llave ajusta bien en la cerradura, es que es buena» (De Ortodoxia).
El motivo central y fundamental por el que Chesterton se adhiere a la Iglesia es, dice, «porque ella es para mí un maestro vivo y no un maestro muerto».
«No sólo estoy seguro de que me enseñó algo ayer, tengo la casi seguridad de que todavía me enseñará algo mañana... Platón ha dicho a ustedes una verdad, pero Platón ha muerto... , imaginen lo que sería vivir con esos hombres, viviendo ellos también; saber que mañana Platón puede llegar con una lección enteramente nueva ... El hombre que vive con lo que aprecia ser una Iglesia viva, es como un hombre que todos los días esperaría volver a encontrarse con Platón... ».
Reconoce en la Iglesia Católica la frescura de una religión nueva, y al mismo tiempo la riqueza y la sabiduría de una antigua.
Este concepto de la tradición, como respuesta al significado a través de la historia, lo aplica no sólo a la historia de la Iglesia, sino también a la historia de la humanidad, y reconoce en la tradición la solución a muchos problemas sociales y políticos del momento.
- «Las ideas son peligrosas, pero, sobre todo, para aquél que no tiene ninguna. El hombre sin ideas se encontrará con que la primera que llegue se le subirá a la cabeza, como un vaso de vino se le sube a la cabeza al abstemio». (De Herejes).
Contra este peligro, la única solución es conocer la tradición, y optar:
«Es el verdadero medio de no ser ni un pelele ni un fanático, sino algo más firme que un pelele y más terrible que un fanático: quiero decir un hombre de opinión definida... Necesitamos una visión justa sobre el destino humano, una visión justa sobre la sociedad humana ... » (De Herejes).
Chesterton opta por la tradición cristiana porque abraza la realidad, comprende la vida en la complejidad de sus factores; todo esto se contraponía a la filosofía dominante: «El vicio de la noción moderna del progreso intelectual consiste en representarlo siempre como supeditado a la ruptura de lazos, al borrado de los límites, al rechazo de los dogmas. Sin embargo, si existe algo semejante a un crecimiento del espíritu, ello ha de ser un crecimiento de convicciones cada vez más definidas, de dogmas cada vez más numerosos (...). Cuando, por un escepticismo cada vez más refinado, deja caer las doctrinas una tras otra, cuando rehúsa aferrarse a sistema alguno, cuando pretende colocarse por encima de las definiciones ... retrocede lentamente por su mismo proceder hacia la vaga mentalidad de los animales errantes y hacia la inconsciencia de la hierba. Los árboles no tienen dogmas. Los nabos son singularmente liberales» (De Herejes).
Para Chesterton, creer no significa dejar de pensar, sino hacerlo de modo justo; la fe restituye al hombre todas las funciones y exigencias humanas que la filosofía moderna trata de estrangular o de sustituir por verdades a medias.
El momento histórico que le tocó vivir a Chesterton es un constante surgir de ideologías y teorías filosóficas que terminan agotando la capacidad de admiración ante lo bello. Todas convergen hacia un escepticismo que no espera nada.
Chesterton nunca pierde esta capacidad de admiración, y es precisamente su actitud abierta la que le salva y le permite tomar y utilizar la llave que le conducirá al significado último de todas las cosas, que dará sentido a su vida, su pensamiento y su obra.
BIBLIOGRAFIA. (Selección de algunas obras traducidas al castellano).
1904. El Napoleón de Notting Hill. Plaza y Janés.
1905. El club de los negocios raros. Plaza y Janés.
1908. El hombre que fue jueves. Plaza y Janés.
Ortodoxia. Colección Austral. Espasa-Calpe
1909. La esfera y la cruz. Colección Austral. Espasa-Calpe.
1914. La sabiduría del Padre Brown. Ed. G.P.
La hostería volante. Plaza y Janés.
1933. Santo Tomás de Aquino. Espasa y Janés.
1936. Autobiografía.
El regreso de Don Quijote. Plaza y Janés.
- Obras Completas. Plaza y Janés. 1967.
Sobre Chesterton:
Chesterton. J. de Tonquedec. Ed. Difusión. Buenos Aires. 1943.
«Chesterton» en I Grandi de la cultura rivisitati. Grandi Quaderni, 2. Litterae Comunionis.
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