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Huellas N.5, Febrero 1987

PARA VIVIR LA UNIVERSIDAD

No nos basta vivir como relojes

Guadalupe Arbona, Fernando de Ha­ro y Ramón R. Pons.

"Hay algo de trágico en el enorme número de jóvenes que comienzan la vida, con
un destino perfecto y terminan abrazándose a cualquier útil profesión" Oscar Wilde


Un año más en la Universidad surgen con más fuerza preguntas que ya antes nos habíamos plantea­do; y surgen con más fuerza porque cada vez somos más conscien­tes de que la Universidad es una realidad que no nos puede pasar in­diferente. En ella pasamos la ma­yor parte de nuestro tiempo, inver­timos nuestras energías, participa­mos en diferentes iniciativas... To­do esto ¿para qué? ¿A dónde va la Universidad? ¿Cómo se está mo­viendo? ¿Cuál es la perspectiva en nombre de la cual implícita o ex­plícitamente organiza sus esfuer­zos? Todas estas preguntas indican que la Universidad está falta de una fisonomía, es decir, no tiene un de­ber ni un objetivo claro dentro de la sociedad. Así, se da la paradoja de que cuando surgen como nue­vos y grandes estandartes las pala­bras seriedad y eficiencia (como exi­gencia a los estudiantes) resulta que en bastantes facultades hay proble­mas con las retribuciones a los pro­fesores y no se les contrata a tiem­po, se dejan de dar bastantes cla­ses, la masificación llega a las aulas, existen dificultades cada vez más se­rias para poder acceder a los estu­dios que uno elige, aparecen la pe­sadez y la falta de comunicación en los órganos de participación, etc. Es decir, esa seriedad que se nos exige no encuentra una realidad con la que compararse dentro de la mis­ma Universidad.
Existe sí, otra vertiente que es la que se da en las carreras técnicas y que es compartida por algunas universidades católicas. En ésta se trata de desarrollar la ciencia o los estudios que se imparten para po­der venderlos. Así, resulta una Uni­versidad que quiere hacer de la ciencia, y su posterior venta (competencia) su objetivo, el criterio úl­timo por el que existe, que en rea­lidad tiene muy poco que ver con el fin para el que fueron creadas.
Después de todo esto no que­remos decir un no a la seriedad, puesto que tanto en la Universidad como en cualquier otra actividad que el hombre desarrolla es preci­so comprometerse seriamente. Pe­ro ¿basta la seriedad? Lo que nos preocupa no es que lleguemos a ser más o menos serios, sino el modo en que es entendida y practicada es­ta seriedad. A tenor de lo que he­mos dicho antes y de los que vemos en la vida de todos los días parece que su sentido último y único esté en una «esterilización» progresiva del estudiante y del ambiente uni­versitario y en el erigirse a sí mis­ma como centro del quehacer uni­versitario. Nos es familiar la ima­gen del estudiante de primero que entra en la Universidad ilusionado, esperando encontrar en ella una vi­da distinta a la que ha tenido has­ta entonces y cómo, poco a poco, aquellos anhelos iniciales se van desvaneciendo. Se encuentra con que se le pide el sacrificio de lo más genuinamente suyo, las exigencias más humanas, y piensa entonces que aquellos anhelos eran única­mente sueños románticos. De esta forma se favorece un desinterés por todo aquello que no tenga que ver con la vida académica. A lo mejor la seriedad ha llega­do a convertirse en un fin. ¿No ha sido siempre un instrumento? Es­tudiar y basta, ser serios y basta... Pero, ¡no basta! No es suficiente pues la seriedad en sí misma no es un valor y, por tanto, se define siempre en relación a un fin. El fin en este caso no es algo ajeno al hombre, al estudiante, sino que tie­ne que ver con él, con su libertad, con su formación y con el creci­miento de su personalidad. Por tanto una Universidad programada para «esterilizar», para encerrarnos en los libros en vez de abrirnos a lo universal, para eludir o banalizar una confrontación con la más hu­mana de las exigencias, que es la búsqueda de la verdad y del senti­do por el que vivir, no puede ser seria, seria de verdad. El ideal no pude ser una serie­dad sin un objetivo, ya sea según el método americano o bien a la suiza, como si se tratase de un re­loj que funcionando perfectamen­te no comprendiese el paso del tiempo. En este sentido es intere­sante estar atentos a la juventud que estos días se ha manifestado en Francia y también, aunque con me­nos convencimiento y vigor, en Es­paña. Desde luego es una juventud que ha cambiado mucho desde mayo del '68. Es una juventud mu­cho más cohesionada, más respe­tuosa con la misma sociedad a la que pide entrar con dignidad, in­teligente y, sobre todo, muy in­quieta sobre su futuro. Y al mismo tiempo, terriblemente idealista o, si se quiere incluso, sentimentalmente idealista (Ver La Vanguar­dia, 8.12.86). Lo que interesa es de­tectar qué hay debajo de este des­contento y de esta protesta. Está claro que no es un deseo de significa­do, pero está todavía más claro que algo piden. Esto significa que lo que les han propuesto, el camino a seguir, está sumido en la niebla y hay una falta de horizonte.
Por tanto, de lo que se trata es de ayudar de alguna forma a que esta petición encuentre un camino en el que se convierta en un autén­tico deseo de significado, es decir, de significado para la vida. Este se­rá el verdadero motor que hará po­sible la construcción de una Univer­sidad seria, seria de verdad.
Que la Universidad llegue a ser seria quiere decir que adquiera ma­yor conciencia del fin que radical­mente la caracteriza: educar (es de­cir, ofrecer la posibilidad de apren­der a afrontar la vida según la me­dida más humana) a explotar los re­cursos del saber para encontrar una respuesta a las exigencias más pro­fundas del hombre. Y así, contribuir a que el mundo cambie. De este modo vuelve a surgir el senti­do universal y, aunque no se abar­quen todos los saberes, hay una apertura, una tensión a todo lo hu­mano, a otras culturas. Se hace po­sible el diálogo porque toda la rea­lidad es acogida, ya sean una per­sona, una clase o un pueblo.
De este modo las iniciativa cul­turales que proponemos (Atlánti­das, revistas, panfletos), los encuen­tros y diálogos que mantenemos con profesores y compañeros, los carteles que pegamos, las clases que damos para ayudar a los de prime­ro, son pequeños aspectos de un movimiento que está empezando a expresar visiblemente el gusto de querer ser más serios, esto es, más humanos, más capaces de afrontar las propias necesidades y las de los demás. Esto es el fruto de una vida que ha encontrado en la gratuidad su punto de referencia. Porque, a fin de cuentas, lo que da vida a to­das estas iniciativas no es ante todo un esfuerzo nuestro, sino el reco­nocimiento del acontecimiento que se nos ha hecho presente en una compañía humana.
Por lo tanto no se trata de for­mular un «contenido ideal», sino de reconocer un valor y ayudar a que se desarrollen aquellas experiencias en las que ese contenido ya está presente y «funcionando».
La Universidad vivida así se con­vierte en un lugar fascinante a pe­sar de las dificultades e inconve­nientes que presenta, en un lugar al que uno va con gusto pues es una ocasión para desarrollar nuestra hu­manidad.
La Universidad hoy, como con­cepción, no puede evitar confron­tarse con su propia tarea educativa respondiendo únicamente con un llamamiento insistente a la serie­dad. Además, la seriedad siempre tiene su propio objetivo, esté o no declarado, y sucede que cuanto me­nos declarado está, es decir, menos dispuesto a una confrontación y a un diálogo, tanto más sirve a un in­terés particular.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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