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Huellas N.4, Noviembre 1986

EL SIGNO DE DIOS

Teresa, la mujer de Calcuta que sirve a Cristo a través de los más pobres

Un día va a Beirut, después al Sínodo, luego a Nueva York. En en Etiopía han creado nuevas casas sus religiosas para asistir a los niños que mueren de hambre, en Nueva York para las victimas del SIDA. Es la madre Teresa. Esta mujer que con su rostro de anciana no da la impresión de una vida que se apaga sino todo lo contrario: una fuerza que con los años crece dulcemente. Las cifras de las que se habla en este artículo son elocuentes: en pocos años, una progresión geométrica de vocaciones y obras. No se trata de hacer aquí una biografía de su vida y su obra sino de que, a través del conocimiento de la Madre Teresa, aprender el camino que lleva a la liberación de la persona.

Bordado con tres líneas azules es el hábito de las Misioneras de la Caridad, el sari blanco que llevan hoy 2.900 mujeres en 72 países del mundo. Entre las instituciones re­ligiosas femeninas, la fundada por la Madre Teresa no está ciertamen­te entre las mayores pero, seguran­te, sí entre las más vivas y activas. Hace dos años las Misioneras de la Caridad eran 1.713 y hoy tienen 600 novicias. También el número de las fundaciones (como se llaman las casas del Instituto) están creciendo continuamente. En enero tenían 315 y piensan abrir 2 nuevas en Po­lonia (donde ya existe una en Var­sovia), una en Cerdeña y otra en Cuba. Ya sea en países socialistas o islámicos (donde los católicos han sufrido en los últimos decenios las mayores restricciones a su presencia y actividad) las casas de la Madre Teresa continúan aumentando.
La primera regla de las Misio­neras de la Caridad la escribió la Madre Teresa en la primavera de 1950. El 7 de octubre del mismo año en la capilla de las monjas (es­taban allí entonces 12 hermanas) le­yó la bula papal de fundación del Instituto. La organización se ha ex­pandido después (incluyendo tam­bién la rama masculina). Años des­pués la Madre Teresa explica así a sus colaboradores la imagen que te­nía de los distintos institutos: «So­mos como los cinco estigmas de Je­sús: en la mano derecha, nuestras hermanas contemplativas; en la izquierda, los hermanos contempla­tivos; en el pie derecho, las Misio­neras de la Caridad; en el pie iz­quierdo, los Misioneros de la Cari­dad; en el costado, nuestros cola­boradores. Los contemplativos son las manos porque éstas se unen en oración; los Misioneros de la Cari­dad activos son los pies porque gra­cias a ellos van por todo el mundo; los colaboradores son el corazón porque el corazón de todo el mundo es la casa, la familia donde vi­ven de verdad».
El año pasado en Nueva York ha nacido la sexta rama de la gran familia. A los hermanos Misioneros de la Caridad, se han juntado tam­bién los padres (es decir, los sacerdotes). Explica Madre Teresa el mo­tivo de este crecimiento de la fami­lia: «Yo no puedo hacer lo que vo­sotros no podéis. Vosotros podéis hacer lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer algo bello para Dios».
Las Misioneras de la Caridad ha­cen aparte de los tres votos tradi­cionales de pobreza, castidad y obe­diencia, uno más: entregarse de por vida, con exclusividad y desinterés total al servicio de los pobres más pobres. ¿Cuál es la razón por la que Madre Teresa, siendo religiosa ya (hermana de Loreto) fundó las Mi­sioneras de la Caridad? Ella expli­ca: «En Loreto, yo era la monja más feliz del mundo. Abandonar el tra­bajo que allí realizaba constituyó para mí un gran sacrificio. Por suer­te, no tuve que abandonar mi condición de religiosa. El cambio no se refinó más que al trabajo, ya que mis hermanas de Loreto se limita­ban a enseñar, lo que no deja de constituir un apostolado auténtico, si se realiza por Cristo. Pero mi vo­cación específica, dentro de la vo­cación religiosa, era por los pobres más pobres. Era dura para mí la or­den de renunciar a Loreto, donde repito que era muy feliz, para en­tregarme al servicio de los pobres abandonados por las calles. En 1946, mientras me dirigía a Darjee­ling para hacer los ejercicios espirituales, experimenté una llamada a renunciar a todo y a seguir a Cristo a través del servicio entre los pobres más pobres de los suburbios. Com­prendí que Dios deseaba algo de mí... ». Ha cambiado como ella ex­plica, la tarea concreta que realiza, pero nada más. Hablando ya de las Misioneras de la Caridad, dice: «Nuestra tarea es hacer que todo hombre pueda encontrar a Cristo. Poco importa quiénes son, su pro­cedencia étnica o el puesto que ocu­pan en la sociedad. Nosotros que­remos mostrarles el amor que Dios tiene por ellos. Demostrarles que Dios ama al mundo y que les ama a ellos». Empezaron en Calcuta atendiendo a los niños abandona­dos para seguir con los enfermos graves y moribundos. Dice Madre Teresa: «Es algo maravilloso: los en­fermos, los pobres, los indeseables, los no queridos, los leprosos, los drogadictos, los alcohólicos, las prostitutas, Cristo en sus dolorosos despojos. Yo siento siempre que ellos son los privilegiados que están en su presencia las 24 horas del día. Él dijo: "aquello que hagas al más miserable me lo haces a Mí. Si aco­ges un niño en mi nombre, me aco­ges a Mí, si das un vaso de agua en mi nombre, a Mí me lo das''. Ex­traordinario: ¡a Mí me lo das! In­tenta sólo pensar que aquello que haces por el pobre, el enfermo o el lisiado se lo haces a Él».
¿Cuál es, entonces, el motivo de su tarea? Que todos puedan en­contrar a Cristo. Ella sí ha descu­bierto que no es ella ni sus herma­nas quienes les pueden hacer feli­ces, ni siquiera la sociedad más perfecta, una salud completa, ... , sino que es Otro quién les puede hacer felices. Por esto, no tienen un pro­yecto sobre a quién tienen que atender y a quién no, hacerlo de una forma u otra sino compartir con todo el que encuentran lo que a ellas les ha sido dado. Esta es la raíz de la gratuidad: que todo aquello que somos y hacemos nos ha sido dado. Una de sus primeras obras fue, por esto, un centro para acoger a moribundos. Explica Ma­dre Teresa: «Recuerdo a un hom­bre que recogimos en la calle y lo llevamos a nuestra casa. ¿Qué dijo aquel hombre? Ningún reproche, ninguna blasfemia, sólo dijo: ''He vivido en la calle como un animal y voy a morir como un ángel, ama­do y curado". Estuvimos tres ho­ras limpiándole... después miró a las hermanas y dijo: ''Hermanas, regreso a la casa de Dios'' y murió. No he visto nunca una sonrisa co­mo la que tenía este hombre en la cara. Es algo increíble. En las calles de Calcuta hemos recogido enfer­mos y moribundos -48. 000 perso­nas- y no he sentido nada pareci­do hasta hoy: sólo la alegría de es­tar allí».
El teólogo Hans Urs Von Balt­hasar dice de Madre Teresa: «Ella ha realizado el milagro de la cari­dad social, o mejor aún, de la jus­ticia social sin necesitar para eso crear una nueva teología. Con extrema sencillez, realiza de verdad el primer mandamiento: ama a tu prójimo como Cristo lo ha amado». La vida incluye el dolor con el que ella se encuentra de cara todos los días. Para ella el dolor tiene signi­ficado dentro de un proyecto que no es nuestro y por tanto, puede ser reconocido y vivido como un don, no como un castigo. Lo explica ella con ejemplos:
«Recuerdo un encuentro con nuestros leprosos en Navidad -158. 000 leprosos- donde dije: ''Vivid la enfermedad, el sufri­miento no como un castigo sino co­mo un don de Dios: habéis sido los preelegidos, capaces de ofreceros por la paz del mundo, dando gra­cias por cuanto Dios ha hecho por todos los hombres y por vosotros''. Y continué diciendo a aquella gen­te que han sido amados de un mo­do especial. Había un hombre sen­tado cerca de mis pies, que tiraba de mi sari y decía: ''Dilo otra vez, dilo otra vez". Y repetí otra vez que ellos habían sido elegidos antes, que Dios los ama y que deben aprovecharse, ofrecer a Dios, acep­tar y obtener paz para el mundo». «Qué gran don de Dios es el sufri­miento si ayuda a nuestra gente a entender que está compartiendo la pasión de Cristo. No es un castigo, como se dice a veces, sino un don de Dios. El sufrimiento físico es muy difícil porque abarca todo nuestro cuerpo cuando tenemos do­lores y sufrimos. Pero lo que yo en­cuentro terrible es la soledad de nuestra gente, el hecho de sentirse como indeseables, no amados; és­te es un sufrimiento terrible. Se puede hacer algo por el sufrimien­to físico porque se ve; pero no hay palabras para explicar el sufrimien­to interior».
Ella nos explica cómo también en la India la enfermedad más grave no es el cáncer, ni la lepra sino el no sentirse amado. Un amor que comienza en la familia y continúa en los ambientes en los que vivimos. Es imposible amar al mundo sin comenzar por la propia familia. Explica:
«Pienso que hoy en día la en­fermedad más grave no es el cán­cer. Pienso que la enfermedad más grave que está originando tantas crisis nerviosas es la sensación de so­ledad, de no sentirse queridos. La soledad es tremenda. Nos reunimos para rezar juntos por los enfermos: quizás estas personas se encuentren en nuestras familias; el amor em­pieza en casa, el amor empieza en nuestra comunidad ¿Cómo co­mienza? Rezando juntos: una fami­lia, una comunidad que reza uni­da permanece unida; así nos ama­remos mejor el uno al otro como Dios nos ama y éste es el fruto del amor y de la paz; como consecuen­cia, esta familia vivirá en paz».
«Recuerdo que cuando fuimos a Australia, fuimos a visitar a las personas más pobres y ayudar a sus familias. Fuimos a una pequeña ca­sa donde vivía un hombre. Pregun­té a aquel hombre si me dejaba limpiarle la casa y me dijo: ''Está bien así''. Yo le respondí que es­taría mejor si me permitía limpiar­la. Así comencé a limpiar y a lavar sus ropas. Después vi una lámpara grande en la habitación llena de polvo y porquería. Le pregunté: '' ¿Enciende esta bonita lámpara?".
Me dijo: "¿Para qué? Nadie duran­te muchos años me ha visitado''. Después le dije: '' ¿Encendería la lámpara si las hermanas viniesen a visitarle?". "Sí", dijo. Así limpié la lámpara y las hermanas comen­zaron a visitarle todas las tardes. Dos años después me había olvida­do completamente y él me mandó un mensaje que decía: ''Dile a mi amiga que la luz que ha encendi­do en mi vida brilla aún''. He aquí esta enfermedad de la soledad, di­fícil de entender estando dentro de una familia o de una comunidad; es difícil de entender pero cuando te encuentras de cara con el sufri­miento de esta gente no se puede comparar ni siquiera con el ham­bre
».
El Papa ha dicho en su viaje del mes de febrero a Calcuta: «Dejad hablar a los pobres de Madre Tere­sa y a todos los pobres del mundo. Su voz es la voz de Cristo». De cara a las situaciones de extrema necesi­dad que se les presentan todos los días, Madre Teresa nos habla de la importancia y los frutos que ha te­nido para ellas la Eucaristía y la Adoración diarias.
«Puedo contaros algo realmen­te bello: hasta 1973 teníamos cos­tumbre en nuestra congregación de tener la Adoración una vez a la se­mana. En 1973, cuando nos dieron la capilla, hubo una voz unánime: queremos la Adoración todos los días. Yo, haciendo de abogado del diablo, dije: ¿Cómo podremos hacer la Adoración todos los días con el trabajo que tenemos?''. Pe­ro todos insistieron y yo estaba real­mente contenta de su insistencia y así comenzamos a tener la Adora­ción todos los días. El día comien­za con la Misa y termina con la Adoración y puedo decir, con toda sinceridad, que desde aquel día he notado un amor más profundo por Jesús en nuestra comunidad, un amor más comprensivo de unos ha­cia otros, un amor mayor hacia el pobre. Y hemos doblado el núme­ro de vocaciones».
Por último, nos va a recordar de dónde nace el amor y la necesidad de verificar esto en la vida.
«El sacrificio es Dios en nuestra vida. El amor de Dios en acción. Dios nos envía a jesús para enseñar­nos este amor. Y lo podéis experimentar en vuestra propia vida. ¿Habéis probado alguna vez la ale­gría de amar? ¿Habéis compartido algo con los enfermos, los pobres y habéis hecho a la vez, algo bello pa­ra Dios?. Esto es algo que tiene que nacer de dentro de nosotros, por­que jesús se ha hecho pan de vida para crear esto en nosotros. Si esto no se verifica, seguirá bien guarda­do en el corazón. Jesús dice: ''Bie­naventurados los limpios de cora­zón porque ellos verán a Dios''. Sin ver a Dios y sin conocerlo, no po­demos amar a los demás. Por eso es importante la pureza de corazón. Entonces podremos ser totalmente de jesús. Debemos amarnos unos a otros "como yo os he amado"».

«Pocas noticias llegan al monasterio. Es arduo intentar escribir sobre quien se conoce sólo por algunos artículos, algunas entrevis­tas. Me pregunto cómo esta viejecita, un poco aventurera, entien­de tan bien a nuestros contemporáneos. Y existe respuesta, quizá distinta de la que inmediatamente se nos ocurre. No, no es por­que ella haya elegido a los pobres más pobres. Muchos lo pueden hacer y de hecho, algunos lo hacen. Sus motivos pueden ser muy distintos y llaman a su compromiso «elección de clase» u opción por los desheredados. La elección de la Madre Teresa es diferente. Y la hace ser signo, milagrosamente signo, viejecita como es, de la juventud.
Su grandeza no está en elegir a los pobres sino en obedecer a Dios a quien pertenece. Esto la hace cercana a cada uno de noso­tros. Es signo para todos. Se nos pide a todos lo mismo. También a mí que tengo por frontera los muros del monasterio. A mis her­manas, que un día pueden ser llamadas para ser abadesas y des­pués para estar en la portería o en la cocina. Su grandeza no se refiere a su obediencia en el aspecto concreto del servicio a los po­bres sino a la totalidad con que sigue la vocación que le ha sido dada. Creo que también una madre, lavando platos, está llamada a la misma totalidad. Dios, a través de la Madre Teresa, nos da a todos un signo de esto. En efecto, nosotros pertenecemos. Cons­truimos una civilización de la verdad y del amor si manifestamos esto en la vida. Pertenecer: yo estoy en el monasterio porque soy de Otro co­mo la Madre Teresa sirve a los más pobres porque es de Otro.
Esta vocación de todos nosotros se manifiesta expresamente en la Madre Teresa como servicio a la humanidad pero esto es válido para toda vocación, aunque no todos lo descubran. ¡Ay, si Madre Teresa pensase en salvar al mundo porque se compromete con los pobres! Ella -repito- sólo obedece. Así va al Sínodo porque el Papa la ha querido allí y va donde sea, con los obispos, con los pobres, con quien sea, siempre en nombre de Cristo. ¡Con qué pureza lo hace, cuánto nos enseña a nosotras, pobres monjas de un pequeño monasterio!
Esto la hace ser signo de contradicción para el hombre contem­poráneo. La hace sentir madre, cuando el mundo no acepta la ma­ternidad. Ella, una estupenda anciana cuando el mundo no acep­ta la ancianidad. Ella que sirviendo a los pobres, recogiendo a los moribundos, ama el último resplandor de la vida y cuando el mun­do no sabe qué hacer con los moribundos, ella hace todo para dar una sonrisa a uno que muere. ¿Hay algo más inútil según el mun­do? Sin embargo, el hombre de hoy entiende que lo esencial está aquí.
Otra cosa que llama la atención es su inconmensurable amor a la vida. A la vida que hay en el corazón de todo ser, porque esta vida, este pequeño ser, es un don. Un don de Aquel que nos la ha dado a nosotros y del Cual debemos recibirlo continuamente. De aquí sólo puede nacer la gratitud. La gratitud total. Esta es la contemplación que todos estamos llamados a realizar, para noso­tras dentro de los muros del monasterio, para la Madre Teresa en el mundo. Yo creo que es bueno, como nos ha enseñado María, llevar en el corazón los dos grandes signos para la Iglesia y el mundo de hoy: el Papa y Madre Teresa. Un día creo, entenderemos bien qué grande es su servicio como hoy no llegamos a entender. Dios la bendiga y bendiga a todos.»

Por una hermana del monasterio trapense de Vitorchiano

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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