En el número anterior publicamos la primera parte de este artículo cuyo objeto es el de formalizar, en términos sistemáticos y críticos, la conexión entre la conciencia eclesial del Concilio Vaticano II y la conciencia vivida en nuestro Movimiento, en su presencia en la realidad contemporánea.
Esta primera parte trató de ilustrar la existencia de una sintonía de fines entre el Concilio y CL. La segunda, que publicamos a continuación, nos mostrará cómo la eclesiología conciliar es fundamento adecuado para la educación en la fe de CL. La tercera parte, que aparece bajo el título «CL y la realización del Concilio» examina tres ejemplos significativos del modo con que CL ha asimilado la propuesta.
La Iglesia aparece pues, por la autoconciencia que de ella expresa la reflexión de la Lumen Gentium, como la realidad de los hombres incorporados por el Bautismo al Sacramento del Ministerio salvador de Cristo; realidad que define, entre todos los pueblos que existen en la tierra, al nuevo Pueblo de Dios, que Pablo VI, en un memorable discurso en julio de 1975, define como «entidad étnica sui generis». De tal pueblo, la comunión identifica la dimensión existencial, a un tiempo más profunda y más relevante socialmente.
Nos podemos preguntar ahora el porqué de una complejidad similar en la definición conciliar de Iglesia. Sería demasiado banal considerarla sencillamente como la expresión de las diferentes tendencias de los padres conciliares. El motivo es, sin duda, más profundo y, de cualquier forma, ligado a la naturaleza íntima de la Iglesia. De hecho, la Iglesia representa la implicación necesaria del Misterio en la historia y de la historia en el Misterio. En este sentido, el Concilio tenía que dar cuenta del aspecto fundamental del ya del Misterio y de aquél funcional del todavía no. A la primera tarea responden las categorías de Misterio y de Cuerpo, a la segunda las de Sacramento y Pueblo. En lo que se refiere a la categoría de Comunión es el encuentro y la relación con Cristo que nos revela y nos introduce en el Misterio; Comunión es la savia vital que circula por las distintas membranas y el Jefe de su Cuerpo, la Iglesia. Comunión es el vértice del Sacramento, Comunión es el factor que convierte en Pueblo nuevo la babel de gentes que provienen de pueblos muy diferentes entre sí.
Si el Concilio Testimonia la necesidad de una relación ontológica con Cristo como generador de la salvación, C.L. ha hecho de esta necesidad la norma suprema de su método. En todas las obras publicadas por el padre Giussani -fruto, sobre todo, de su reflexión sobre la experiencia que el Movimiento está haciendo- que desde 1959 acompañan constantemente el camino de los miembros de C.L., el esqueleto está constituido por dos afirmaciones, hechas como principios y exigidas como contenido de la vida común de la fe: Cristo centro de la persona y de la historia y la Iglesia como modalidad inevitable, normal para encontrar a Cristo hoy. El acontecimiento del encuentro con Cristo, desde hace algunos años indicado de forma significativa con la categoría de Presencia, cambia la estructura ontológica del hombre, según la categoría paulina, empleada a menudo en el Movimiento, de «nueva criatura». Cristo es una presencia constante y apasionadamente ilustrada con las categorías bíblicas de Alianza, Promesa, Memoria y Comunión (cf. L. Giussani, L'Alleanza, Esercizi Spirituali, 1980). Cristo, presencia del Misterio en la historia que se hace encontrable para el hombre mediante la Iglesia: «el método para encontrar a Cristo en la historia» (Schema per un corso sulla Chiesa); hasta el descubrimiento de la función sacramental de la Iglesia relativa al encuentro con Cristo y a la identificación de la categoría paulina de Cuerpo, como inteligencia profunda de la naturaleza del conjunto eclesial, o la del Pueblo de Dios, como imagen particularmente significativa e incisiva para proponer el dinamismo salvífica de Cristo. «La compañía que ha nacido de Cristo ha penetrado en la historia: es la Iglesia, Su Cuerpo, es decir la modalidad de su Presencia hoy» (cf. Cristo, compañía de Dios para el hombre, Pascua '82).
Indicar, como se ha hecho, -las profundas raíces cristocéntricas y eclesiocéntricas del Movimiento, que revela en todos los casos una profunda consonancia, incluso terminológica, con el acontecimiento conciliar, bien siendo un signo importante de su posición en relación al Concilio, no dice aún la originalidad específica ni del Movimiento en sí, ni de su relación con el Vaticano II.
Tal originalidad se encuentra de hecho ante todo en haber convertido en experiencia educativa ese fundamento teológico, permitiendo de ese modo a millares de personas vivir el Concilio o, retomando el programa de la última fase del pontificado de Pablo VI y del comienzo del de Juan Pablo II, de realizar el Concilio. La visión ontológica de la categoría de comunión y su configuración histórica en la comunidad, fueron de hecho, incluso antes de la promulgación de la Lumen Gentium, el punto central que ha permitido hacer metodología pedagógica el cristocentrismo y el eclesiocentrismo. Hablar de comunión como modalidad ontológica de relación con Cristo y con los hermanos, significa que «la verdadera vida del hombre, el sentido de la existencia de cada uno es Cristo; la vida y el sentido de todos es una sola realidad: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» Jn 15,5). La comunidad se convierte en algo esencial para la vida misma de cada uno. La solidaridad humana se transforma en Iglesia. El "nosotros" resulta plenitud del "yo"» (Cfr. Luigi Giussani, Huellas de experiencia cristiana, ed. Encuentro, Madrid, 1978, pág. 69).
Evidentemente, desde entonces existía la conciencia de que, si la comunidad cristiana hace presente a la Iglesia en un determinado ambiente, esto acontece con la «provisionalidad o permanencia que el ambiente mismo exige y la autoridad decide» (Huellas... , pág. 110). Este es un aspecto de nuestro método que merece gran atención porque muestra bien la primacía de la persona en la pedagogía del Movimiento. Se trata de la categoría de «dimensión» y su realizarse en aquellas que, desde el comienzo, han sido las dimensiones clásicas de la vida del Movimiento: cultura, caridad y misión. «Dimensión es el aspecto de apertura hacia la realidad total que tiene un gesto humano. Esto es lo que permite mirar con perspectiva el sentido último de una empresa humana... Las dimensiones del anuncio cristiano son: cultura, caridad, catolicidad», escribía el padre Giussani ya en 1959 (Huellas... , págs. 152-153). El encuentro con Cristo y la relación de comunión que de aquí se sigue y que implica a los hermanos para construir una unidad sensiblemente expresada en un ambiente.
?? constituye, a través de láseres dimensiones arriba recordadas, de forma orgánica y por eso educativa, toda la vida de la persona. Por esto, la propuesta es llamada integral y se traduce en un realismo pedagógico: «Introducción a la realidad... Introducción a la realidad total? (Il rischio educativo, que retoma un escrito de comienzo de los años '60).
Obviamente no es posible en este artículo adentrarnos más en la descripción de la metodología del Movimiento.
Quisiéramos acentuar otro aspecto más sin poder desarrollarlo, porque muestra la falta total de fundamento en aquella acusación de vitalismo, de «espontaneismo» y de sociologismo dirigida, sobre todo en los últimos años, a C.L. La elección de las eres dimensiones dichas anteriormente, que desde siempre han sido parce constructiva de nuestra pedagogía, se remonta a lo profundo de la tradición y de la doctrina católica. Estas son, me parece, de hecho la traducción pedagógica de los transcendentales de memoria medieval: cultura-verdadero; caridad-bueno; misión-bello.
Estas son asumidas y expresadas en eres actitudes personales: el juicio, el compartir, el anuncio, que a su vez traducen operativamente las tres virtudes teologales: fe, caridad y esperanza.
De todo lo dicho anteriormente surge una liberadora noción de moralidad: «La figura moral es el hombre que vive la actitud originaria en que lo plasmó el gesto creador, o sea, el que de algún modo es consciente de ella, se le adhiere y la mantiene, o lo que es lo mismo, la quiere. La actitud original en la que el hombre es creado es una tensión al Misterio... La esencia de la moralidad está en vivir el instante dentro de esta tensión... » (L. Giussani Moralidad: memoria y deseo, ed. Encuentro, Madrid 1983, pág. 139).
Libertad, la gran condición de toda pedagogía. Si la Gravissimun educationis (GE), la declaración sobre la educación cristiana del Concilio, pone como objetivo de una pedagogía cristiana «el hombre nuevo», o el «donec efformetur Chistus in vobis» de San Pablo, para que se incremente el Cuerpo Místico y se testimonie la esperanza que los cristianos viven (GE, 2), entonces me parece que el nexo profundo entre el Concilio y C.L. no está solamente a nivel de las grandes premisas eclesiológicas, sino que encuentra el vértice de su expresión en la peculiaridad propia del carisma de su fundador: la educación en la fe. En este sentido me parece que se puede decir, sin exageración alguna, que C.L. ha anticipado, de hecho, el Concilio.
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL:
Si la fe no hace cultura...
( ... ) En estos últimos veinticinco años, la Iglesia española ha dado pasos de gigante. En primer lugar, existe una mayor sensibilidad social: la Iglesia sabe que la justicia es un elemento esencial, igual que la libertad, en una sociedad verdaderamente humana y cristiana. Segundo, existe una mayor sensibilidad hacia la función «política» que la Iglesia inevitablemente tiene. Son dos dimensiones profundamente nuevas. Diría incluso que ha sido un verdadero y auténtico milagro el que la Iglesia española no se haya partido en dos después del Concilio. Sólo la ha salvado una actitud profundamente católica. Al lado de los aspectos positivos, existen otros menos estimulantes: el primero de todos, un gran velo cultural. El mundo de la universidad y de la cultura en general no ha sido suficientemente tomado en cuenta, por lo que, en la enseñanza de la historia y la filosofía domina una lectura religiosa o antireligiosa. Es un desafío tremendo: es necesario enseñar a enteras generaciones de estudiantes a olvidar heridas pasadas, a abandonar las diferencias, y a transmitir la gran posibilidad existencial de comunión eclesial. Si la Iglesia no entra en el campo de la cultura, le faltará el tejido de vida humana, de experiencia histórica, y de ideas en donde introducir la luz de la fe. Sin una cultura nueva, tendrá cada vez más fuerza la convicción de que la religión pertenece definitivamente a las fases superadas de la vida humana y de que la comunión eclesial, con la autoridad en el medio, es indigna del hombre emancipado con Kant y Marx... Como máximo, se la tolera.
(De la entrevista realizada por Tommaso Ricci a Olegario González de Cardedal, para la Revista 30 Giorni, n. 11/85)
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