¿Quiénes somos y a qué estamos llamados?
Un aniversario siempre constituye una buena ocasión para reflexionar sobre la propia experiencia. Nosotros celebramos el treinta aniversario del nacimiento del Movimiento en Italia. Allí cuenta con una fuerte presencia, que empieza a desbordarse en todas las direcciones: hoy estamos presentes en 18 países. Pero, ante todo, un aniversario es una ocasión de reflexión presente con la mirada puesta hacia el futuro, siendo fieles al propio origen. Y esto no por un sentimiento de nostalgia, sino de inteligencia, puesto que en todas partes donde el Movimiento surge o se renueve con vitalidad, se constata un rebrotar del origen.
Nos sentimos felices en esta efemérides, porque el Papa, públicamente, ha afirmado el valor y la belleza de nuestra vida, hasta el punto de cargarnos con la responsabilidad de extenderle a todos los países. Pero esta confirmación pública de Juan Pablo II no debe producir en nuestros sentimientos de engreimiento o triunfalismo, sino de humildad por la desproporción de la tarea. La intervención de Don Giussani ante el Papa subrayaba "la conciencia de nuestra fragilidad y pequeñez que me oscurece, sin embargo, nuestra certeza". Y, más adelante, insistía: "toda nuestra debilidad no podrá desilusionarnos o detenernos. En la misericordia revelada en la cruz, está la fuente inacabable que con fuerza luminosa y persuasiva nos haré siempre recomenzar indomablemente, esperando contra toda esperanza". Conciencia, pues, de nuestras fragilidad y nuestro límite y conciencia también de nuestra fortaleza, si nos apoyamos en Aquel que vence al mundo y que estará siempre con nosotros hasta el fin del mundo. Estas afirmaciones de Don Giussani me recuerdan los primeros tiempos de San Ignacio, cuando rodeado de un pequeño grupo de seguidores se pusieron al total servicio del Papa, bajo el título de "mínima compañía de Jesús". No pequeña, sino mínima, insignificante, lo que no fue obstáculo para que la fuerza de Cristo se manifestase en ellos y prestasen un incalculable servicio, en un momento crítico de la historia de la Iglesia y del mundo. Porque Dios escoge la débil y pequeño para confundir a los fuertes y grandes.
Más si en todo momento estos sentimientos debieran estar presentes en nosotros, mucho más en esta ocasión en que iniciamos nuestro sexto año aquí en España. Somos como aquellos de la parábola evangélica (Cfr. Mt. 20, 1-16), que fueron llamados en la última hora, pero que recibieron el mismo salario (por puro don...) que los que habían sido contratados a primera hora de la mañana. Esta realidad hace que entre nosotros, aquí en España, no tengamos preocupación por ser originales, sino más bien de mirar a nuestros orígenes, para tomar clara conciencia de quiénes somos y a qué estamos llamados.
¿QUIÉN SOMOS? Impresiona recordar aquel comienzo de Don Giussani - yo se lo he oído contar muchas veces - al año 1954, cuando impactado por la ignorancia religiosa de tantos jóvenes, que incluso se decían cristianos, abandonó sus clases en el seminario y paso a enseñar religión al "liceo Berchet" de Milán. Todo comenzó cuando aquellos cuatro bachilleres, que abordados por la pregunta de Don Giussani - "¿sois cristianos? - dieron un tímido "sí" como respuesta; y antes una nueva carga de Giussani - "y en la escuela, ¿quién se da cuenta de que lo sois? -, se quedaron cortados. La historia dice que pocos días más tarde aquellos cuatro levantaron la mano en una asamblea y comenzaron su intervención con un: "nosotros los católicos..." Ese momento es como la partida de nacimiento de CL, porque para nosotros la fe supone una nueva conciencia de nosotros mismos y de la realidad que se juega en el ambiente (en el colegio, en la universidad, en el trabajo...). Y a medida que esta fe crece y madura es la fuente del criterio con que se vive la vida, se afrontan los intereses, se comparten las necesidades concretas, se juzga la realidad, se proyecta una respuesta, se plantea el futuro. En una palabra: la fe tiene que ver con la vida, la juzga, la orienta y la llena de sentido y esperanza.
Nuestro movimiento no nace como una nueva espiritualidad, ni como pastoral juvenil, ni como un nuevo bastión de la "cuestión católica", proclive a anclarse en ser un mero "anti...", pero sin ninguna novedad, sino como una apuesta al problema humano, es decir, el deseo de felicidad, verdad y plenitud que hay en todo hombre auténtico. Esto es lo que ha posibilidad la belleza de nuestra vida. Y la raíz de esta belleza y plenitud de la vida la concretamos en haber encontrado a Cristo como una presencia que me es dada, como un acontecimiento para mí, para mi vida y para mi destino. Esto fue lo que encontraron aquellos primeros del "Berchet" y lo que siguen encontrando nuestros amigos de Uganda, Polonia, Irlanda, etc. Todos coincidimos en un mismo acontecimiento: encontrar dentro de la medida humana de nuestra existencia y de nuestra experiencia a Él, el Dios hecho hombre, el Cristo muerto y resucitado; pero encarnado por nosotros, y por nosotros resucitado, para que dentro de la fragilidad de nuestra carne humana pudiese habitar el espíritu de la vida con su energía dominadora de la historia. Hemos aprendido a pertenecerle y a hacer hacer de esta pertenencia el nuevo principio de nuestra vida, de nuestra inteligencia y de nuestra acción.
Treinta años de fidelidad a este origen - dice Don Ricci - no no han desilusionado, por el contrario, nos ha confirmado en la certeza de que pertenecer a Él abra nuestra experiencia humana a un horizonte total de la realidad y de la historia, donde nada - verdaderamente nada - se pierde y donde todo - verdaderamente todo - está destinado a su plenitud.
Es posible que algunos de los nuestros piensan que el casino de quienes nos preceden ha sido porque ellos llevan más tiempo, como si el mero paso del tiempo, que ciertamente es una condición indispensable, fuera necesariamente sinónimo de avance. Todos debemos tener presente que el factor tiempo se volverá contra nosotros y será sinónimo de envejecimiento y no de crecimiento y maduración, si no mantenemos fresca esta conciencia de nuestro origen, porque en los comienzos cuenta mucho el entusiasmo inicial, pero esta acabará extinguiéndose como una vela, si diariamente no alimentamos la conciencia de nuestro carisma inicial.
Tampoco el contexto cultural, la ideología dominante de estos años, facilitaba precisamente el camino del Movimiento en Italia, porque esa mentalidad (de la que participaban muchos católicos) despojaba a Cristo de lo que precisamente la he hecho a lo largo de la historia: ser presencia para nosotros y por nosotros, olvidándose de aquellas palabras suyas decisivas: "en esto conocerán que sois discípulos míos...". A nosotros no nos interesan los valores cristianos sin Cristo, entre otras cosas, porque la historia demuestra hasta la sociedad que esto es imposible. Nosotros no creemos que Él sea el dios de los filósofos, como tampoco el dios de los incensarios, sino Dios de vivos, el Señor resucitado, al centro del cosmos y de la historia. ¿Acaso este mismo panorama cultural no es el que atenaza la mentalidad común de nuestro país y penetra los ámbitos eclesiales hasta haceros escaparate y moda en algunas publicaciones que se dicen católicos? No pensamos que esto es agua pasada.
Las experiencias que en este mismo número se publican de nuestra vida, la belleza de lo que hemos encontrado -algunos de vosotros hace ya cinco años en el Colegio Arturo Soria y otros más tarde en el Colegio Nuevo Equipe-, el gusto por la vida capaz de suavizar tanta aridez como encontramos dentro y fuera de nosotros, la amistad en nombre de algo que no pasará y que es nuestro fuerza para llegar a él, los cambios profundos que hemos experimentado en tantos de nosotros y en nosotros mismos, son la confirmación de que vale la pena pertenecer a esta historia y proseguir su construcción.
Pero un aniversario es también ocasión de preguntarse: ¿A QUÉ ESTAMOS LLAMADOS? Lo fundamental de nuestro Movimiento no es un discurso o una acción, sino ser presencia de Aquel que hemos encontrado y manifestarla a través de nuestra unidad en Jesucristo por el Bautismo. El milagro de nuestra unidad -capaz de vencer toda extraneidad-, en suma, la comunión, es lo esencial de nuestro método. Esta frase fue la gran intuición de Don Giussani que, como dice Ch. Péguy, "tuvo intuiciones extraordinariamente nuevas, porque tenía concepciones exactamente antiguas", tan antiguas, diría yo, como el propio cristianismo. Esta comunión fue la vitalidad de los primeros cristianos y de los cristianos de siempre y, por tanto, también nuestra.
Estamos llamados a vivir esta comunión liberadora en los ambientes, es decir, en los lugares donde se juega nuestra vida. Este es un punto fundamental de nuestra vocación. Nosotros sabemos (porque a quienes iniciamos esta experiencia aquí en España, nos tocó vivir la convulsión de 1968 en plena efervescencia juvenil), que la agudeza de los análisis sociales, que las teorías correctas, que las prácticas revolucionarias, pueden crear el sueño de la sociedad perfecta, pero no dicha sociedad y sí, en cambio, por desgracia, nuevas opresiones. Mientras que la verdadera revolución es un hecho que ya ha sucedido. Esta es la razón de Comunión y Liberación.
El propio Don Giussani lo expresaba de esta manera respondiendo a las preguntas del periodista Robi Ronza (Comunione e Liberazione, Edit Jaca Book, pg. 108-109): "Los acontecimientos del '68 nos habían estimulado a una mayor lucidez tanto de conciencia teórica como de método. Lo confirma el hecho que se remonta precisamente a las masas más condecentes de aquel período, la elaboración y el desarrollo del concepto, después codificado en la fórmula "Comunión y Liberación", que más adelante se convertiría en el nombre de nuestro movimiento. Fue en aquel período, cuando, para responder a la polémica del secularismo y del marxismo nos comprometimos a puntualizar nuestra postura, que la fórmula arriba mencionada sintetiza, sin duda, de modo satisfactorio. Nosotros, en efecto, nos comprometemos en el proceso de liberación del mundo, viendo en esto el objetivo de nuestra vida y de nuestra acción. Afirmamos, sin embargo, que tal liberación no puede ser auténtica a irreversible, si no a través del acontecimiento de aquella vida nueva que se llama comunión cristiana. Esta nace del anuncio de que Dios se ha hecho hombre y que su presencia en la historia está ligada - como signo eficaz - a una unidad real, ontológica, sustancia, entre todos los hombres que por Él han sido aferrados en el misterio del Bautismo.
Aquella unidad formulada objetivamente en el Bautismo, se vuelve operativa y generadora de un nuevo orden social, de una nueva y estable trama de relaciones entre los hombres, en la medida que se descubra y asuma el significado del Bautismo de forma madura. Por tanto, en síntesis, nuestra propuesta y nuestro empeño son los de difundir, multiplicar y hacer más auténtica la unidad de los creyentes como recíproco reconocimiento o implicación operativa. Esto será ejemplo y factor activo de una dilatación de la libertad del mundo, es decir, del acontecimiento de una sociedad más humana".
Me parece oportuno recordar, en este momento, lo que diez años después, el 31 de marzo de 1979, Juan Pablo II explicaba de nuestro nombre: "También vosotros, jóvenes, jóvenes queridísimos, que en el nombre mismo elegido para definir vuestro Movimiento, "Comunión y Liberación" (debo decir que me gusta mucho este nombre, me gusta por varios motivos, por un motivo de orden teológico y por un motivo, diría, eclesiológico. Este nombre está verdaderamente ligado a la eclesiología del Vaticano II. Además me gusta por la perspectiva social: Comunión y Liberación. Por su actualidad, esta es la tarea de la Iglesia hoy: una tarea que se expresa precisamente en el nombre de Comunión y Liberación) habéis mostrado ser plenamente conscientes de las aspiraciones del hombre moderno, la liberación que el mundo anhela, tenéis razón, es Cristo; Cristo vive en la Iglesia; la verdadera liberación del hombre se realiza, por tanto, en la comunión eclesial. Edificar esta comunión es por eso mismo la esencial contribución que los cristianos puedan dar a la liberación de todos".
Nosotros queremos liberar al hombre, constituir la civilización de la verdad y del amor. Realizar formas de vida nueva para el hombre. Viviendo la comunidad en la universidad, en el colegio, en la fábrica, en el barrio. No la utopía de la sociedad perfecta, sino la humanización del presente. Solo una realidad ya cambiada está en grado de cambiar, sin violencia, la situación de una sociedad. De ahí la importancia para nuestro país de que vivamos con autenticad nuestra experiencia.
Además, para nosotros, las palabras del Papa, con activo de nuestro treinta aniversario, subrayando el deber de extender nuestra experiencia, como los apóstoles a todo el mundo, debe hacernos crecer con una fuerte dimensión misionera que tiene un nombre concreto para nosotros: América; y un horizonte tan grande como el mundo.
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