Adrien Candiard
La libertad cristiana. De Pablo a Filemón
Encuentro
pp. 112 - € 12
«Lo único que nos pide la moral cristiana es hacer lo que queramos». ¿Qué pasa cuando uno sigue a san Pablo? ¿Cómo cambia la manera de estar ante los que piden reglas, “instrucciones” para evitar el impacto con el caos que es la vida? En este libro, el dominico Adrien Candiard lo cuenta en primera persona. Y apuesta por la libertad.
Es una apuesta elevada, puede llegar a ser escandalosa incluso. Candiard dice que existe una manera de hacer lo que queramos sin ser aplastados por el moralismo, por el juicio de otros o, aún peor, por el nuestro.
Para trazar este itinerario de liberación, elige una carta que Pablo dirige a su amigo Filemón, invitándole a acoger a su esclavo fugitivo Onésimo «como un hermano querido». No hay denuncia política de la esclavitud, pero sí una indicación clara: acogerlo «como un hermano», es decir, reconociendo esa relación de “fraternidad” que Candiard describía en una entrevista publicada en esta revista (ver Huellas de febrero de 2021) como algo más grande que la amistad, porque «nos viene dada, nos constituye». La liberación que busca Pablo pasa por respetar la libertad de Filemón. Solo así, él mismo podrá «ver la verdad».
Se añade otra paradoja. Esta liberación únicamente es posible en un amor que “nos posee”, en una amistad que pide “todo” de nosotros. Solo si se concibe profundamente liberado, Filemón podrá liberar. Solo si se sabe liberado y abrazado, puede el hombre mirar la realidad con una mirada libre. Para eso hace falta ser “radicales”: no en las normas, tampoco en la “tradición”, sino radicales en el sentido de vivir radicados en un rostro.
Todo resulta entonces nuevo y también incómodo. No es casual que el Gran Inquisidor de Dostoievski, citado por el autor, reproche a Cristo que «en vez de coartar la libertad humana», le «quitó diques». Liberado de la «antigua ley, una ley severa», le corresponde al hombre entender lo que está bien y lo que está mal «teniendo Tu imagen como única guía delante de él». Pablo «no cambió de Dios: es el mismo Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de la Alianza, el Dios que hizo salir a su pueblo de Egipto. Dios no ha cambiado tanto, pero el Pablo de la conversión no es el mismo». El hombre viejo queda clavado a la cruz y vive el hombre nuevo.
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