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Huellas N.03, Marzo 2022

PRIMER PLANO

Ponerse al descubierto

Paola Bergamini

Un lugar donde los jóvenes no tienen que esconder nada. Y donde los adultos juegan una partida que les interesa en primer lugar a ellos. Voces y hechos que muestran la experiencia que viven los bachilleres

Hacer el raggio significa dialogar. Evidentemente este diálogo está muy lejos de la concepción racionalista, como un choque más o menos lúcido de ideas y medidas mentales. Nuestro diálogo es el mutuo comunicarse de uno mismo a través de los signos de las palabras, de los gestos, de la actitud. El acento no lo ponemos en las ideas, sino en la persona como tal, en la libertad. Nuestro diálogo es vida, de la que las ideas son una expresión. (…) Diálogo es comunicar nuestra vida personal a otras vidas personales; diálogo es compartir la existencia de los demás en nuestra existencia; diálogo es don de sí.
(L. Giussani, El camino a la verdad es una experiencia)


«Desde hace ya demasiado tiempo tenemos la sensación de estar actuando siempre de manera pasiva. Queríamos que nos escucharan, en realidad también hemos descubierto que tenemos una gran necesidad de escucharnos. Nuestra protesta no tenía a su enemigo en los profesores, sino en la pasividad a la que muchos de ellos, y muchos de nosotros, se han resignado. Debemos seguir pensando, gritando, actuando y dialogando. Queremos acordarnos de no volver a ser nunca como antes». Uno se queda sorprendido al leer estas líneas en un comunicado que pone fin a una huelga de estudiantes en un colegio de Milán. ¿Qué están pidiendo estos chavales? Después de clases online, cuarentenas y aislamientos que han hecho estallar en ellos fragilidades y malestares latentes, ¿qué necesitan para no vivir pasivamente?
«Lo mismo que necesito yo», dice convencida Francesca, profesora de instituto. «Más que palabras, reglas u organización, necesito la alegría que nace en mí cuando alguien toma en serio mi deseo y me lo devuelve sobrevalorado, de tal modo que yo también pueda empezar a hacer lo mismo. Solo así puedo entrar en clase y no rendirme nada más ver las caras apáticas de mis alumnos. Ya sea “bonito” o “crítico” a primera vista, lo que sucede siempre es una invitación a preguntarme qué tiene que ver con lo que yo deseo, y me permite descubrir algo de mí misma y de mis alumnos». Necesitan personas comprometidas en la búsqueda del significado más profundo de la vida. Esa es la primera impresión que causa ver la experiencia que comparten con los bachilleres. Adultos que nunca están tranquilos, que en su relación con los chavales están jugando una partida que en primer lugar les interesa a ellos. Algo que siempre está en devenir, algo que sucede.
Según su disponibilidad, jóvenes y adultos se encuentran en parroquias o en colegios para celebrar lo que históricamente se ha llamado el raggio (encuentro periódico de los bachilleres, ndr). «Hay quien viene un día y no lo vuelves a ver hasta dentro de un mes. Otros invitan a sus compañeros de clase en masa. Hay quien no falta nunca porque, como dijo una chica, “con estos amigos mi vida ha cambiado literalmente”», cuenta Bernardo, un joven profesor. «Siempre me sorprende ver que los chavales se sienten libres de decir lo que llevan dentro, ven que no tienen nada que esconder, que pueden ponerse al descubierto». El comienzo de esta amistad puede pasar por una conversación en un bar o por un debate en clase. Hemos intentado sorprender en varios episodios esta posibilidad de no vivir “pasivamente”.

Marta se encuentra a menudo con alumnos de su colegio en la cafetería, donde surgen muchas charlas, en lo que ella llama ya su “despacho”, donde ha invitado a algunos al raggio, diciéndoles: «me gustaría que conocierais a mis amigos». Así le pasó con Luca, aunque no volvió a aparecer después de la primera vez, a pesar de que siempre le pide puntualmente las fichas que trabajan con los bachilleres. Un día se encontraron tomando un café y ella le preguntó: «¿Cómo estás?». «¡No lo sé, profe! Nada me basta». Últimamente, Luca había abandonado su imagen de macarra: estudia, trabaja, se ha echado novia, parece que todo le va fenomenal. «Pensaba que la solución para ser feliz consistía en una mejora continua. Pero no es así. Como mucho, la felicidad me dura quince minutos. Y eso no me basta». «Luca, ¡qué fuerte es la capacidad de tu deseo que quiere ir más allá de esos quince minutos!». El chaval sonríe: «Siempre me describes con una precisión “quirúrgica”». Marta piensa en todas las veces que a ella la han mirado así, por el deseo que lleva dentro. Y añade: «Te voy a pasar el link a un video que vimos ayer con los chavales que se están preparando para la Evau». Esa noche recibe un mensaje de Luca: «Lo he visto entero. Me he quedado “roto” cuando hablaban de buscar la felicidad. Así que hay que seguir nuestro deseo. Hay que hacer un trabajo. Así que esto es la madurez».

Ocho de la mañana. Un chico le cierra el paso a Francesca en la puerta y le dice educadamente: «Lo siento profe, pero vosotros no entráis». No es alumno suyo, pero todo el mundo lo conoce. Es uno de los líderes del colectivo estudiantil que ha organizado una huelga en el instituto. Un tipo despierto, nada arrogante. «¿Cómo dices?», objeta, «hemos estado juntos hasta hace unos días, ¿y ahora nos excluís de vuestra vida? Habéis dejado pasar a los de secretaría, lo que estáis haciendo es discriminatorio. Decís que lucháis por la justicia y os comportáis injustamente». Tras unos segundos de embarazo, el chaval responde en tono sosegado: «Vale, pero entráis más tarde». Después de dar algunas clases con los que no se sumaron a la huelga, la mañana acaba para Francesca. Por las escaleras se le acerca el piquete: «Perdona lo de esta mañana. No era eso lo que queríamos». «Me gustaría charlar contigo, ¿nos tomamos un bocata?». «Lo siento profe, no puedo, hay muchas cosas que hacer… Pero si quieres, hablamos a la hora de la merienda». «Vale». Esa tarde, Francesca sigue por video el encuentro con los bachilleres que van a hacer la Evau sobre el texto de Julián Carrón La voz única del ideal. Mientras escucha, piensa en la conversación de esa mañana. ¿Por qué merece la pena dar la vida, por mí o por él? Cuando vuelven a verse le dice: «Quiero regalarte este libro, lo ha escrito un amigo mío que es sacerdote. Estos años ciertas amistades se han hecho realmente importantes para mí, ¿sabes? Pensando en ti, en cómo te estás entregando con todo esto, me venían a la cabeza algunos fragmentos. ¿Puedo leerte solo unas líneas sobre la lucha y la decisión?». «Claro, me ha entrado curiosidad». Hablan de la huelga, de las clases, de la Evau, y al despedirse, el chaval le dice: «Me gustaría poder corresponderte de alguna manera por este regalo». «No te preocupes, solo quiero que estés contento. No te sientas obligado a nada». Al recordar este episodio, Francesca comenta: «Me sorprendo de mí misma. Esta libertad la he visto y la he aprendido estando con los bachilleres. El Misterio me ha puesto dentro de esta compañía y estos años me he sentido tan valorada y tan querida que llego a hacer cosas impensables para mí».

Miércoles por la tarde, un grupo de bachilleres se reúne en los locales de una parroquia. Leen la pregunta que tienen para hoy: «Un hombre que vive después de Cristo, ¿cómo puede verificar la credibilidad del cristianismo?». Silencio. Pasan cinco minutos largos, hasta que don Andrea dice: «Ok chicos, ya está por hoy, no pasa nada. Damos los avisos y luego…». Stefano le interrumpe: «Yo pienso que la credibilidad del cristianismo se fundamenta en un texto en el que se cree». Los ojos de todos se clavan en él, que no conoce a casi nadie. Solo la profesora que le ha invitado sabe que esa frase nace de su fe copto-cristiana. «Entonces, ¿tú has venido por un texto?», le pregunta don Andrea. «No, yo aprendo de las cosas». «¿Como en clase?». «Aquí se aprende de los errores». «Entonces, ¿esto es un grupo de ayuda?». «Aquí hay una confianza…». «Como con los compañeros de clase…». «No, es otra cosa», y mientras lo dice cambia la expresión de su cara. Esa conversación tan intensa y la cara de Stefano sirven de mecha que anima a los demás, que empiezan a intervenir. Está sucediendo algo delante de sus ojos.
Pocos días antes, don Andrea había tenido otra charla muy distinta con dos alumnas sobre temas como el aborto y la eutanasia. Las chicas estaban tan alteradas atacando la postura de la Iglesia que al sacerdote le costaba reconocer a esas alumnas diligentes y reservadas que siempre se sientan en primera fila. Al cabo de media hora, después de un toma y daca que no les estaba llevando a ningún lado, como un flash recuerda una frase en la que Carrón decía que «o lo particular nos provoca para ir a lo esencial o nos quedaremos atascados en ese particular». Nada de discursos ni argumentaciones. Entonces le dice a una de las chicas: «¿Pero esta solución que tú propones responde a tu deseo profundo de ser feliz?». Silencio. «Tengo que pensarlo, no sé responder». Y los rasgos de su cara empezaron a relajarse.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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