Adiós a monseñor Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona
Conocí a Toni poco después de que llegara a Barcelona en el otoño de 2017. Desde entonces y hasta que cayó enfermo, nos hemos ido viendo en el monasterio de Sant Pere de les Puelles, donde daba la misa matutina. Fueron encuentros cortos, sencillos, intensos. Nos contábamos la vida mientras el afecto crecía.
El pasado 7 de julio escribí: «Hoy me ha dicho mi amigo Toni que tiene cáncer de páncreas. Nos hemos abrazado. Me he marchado y me he conmovido llorando como un niño por el peso de la cruz de un amigo. Desde hoy somos más amigos, porque él me ha testimoniado su pobreza, la pobreza de espíritu que le regala esta enfermedad (cuando un amigo te deja tocar su cruz, de una manera invisible pero potentísima, la amistad crece). Me ha dicho que lo vive con miedo y serenidad al mismo tiempo. Una serenidad que no le viene de él».
En noviembre, al acabar la quimioterapia, fuimos a verle y estaba radiante, como siempre. Su rostro reflejaba una alegría serena. Nos explicó que estaba mejor y que gracias a la enfermedad se había sentido más cerca que nunca del Señor. Nos contó que durante su vida había hecho una lista de cuestiones para preguntar a Dios cuando lo viese cara a cara. Cuestiones incomprensibles en esta vida. Nos dijo que acababa de tirar esa lista a la basura porque había entendido la respuesta. En su genuino mallorquín nos dijo que la única respuesta a todas las preguntas para la que no hallamos respuesta es: «Toni jo t’estim» (Toni, yo te amo).
Su muerte me ha dejado huérfano de un amigo y de un gran sacerdote. Sin embargo, me siento inmensamente agradecido por haber tenido cerca un testigo tan potente de la preferencia de Cristo por mi vida.
Pablo, Barcelona
El único problema es la fe
La semana pasada participé en los Ejercicios espirituales para sacerdotes que promueve el movimiento. Al llegar, a pesar de las mascarillas, reconocí rostros conocidos. También los modos eran habituales: música y cantos al empezar los momentos de lección o asamblea, tono recto en la Liturgia, silencio. Invitaban a reconocer una fidelidad, algo que permanece porque resiste el embate del tiempo.
A medida que avanzaban los Ejercicios, se fue imponiendo una noticia: nos reunimos sacerdotes de toda España, todos con vigor y años de ministerio sacerdotal por delante, pero solo nos hablaron de nuestra fe. No hablaron de si éramos buenos o malos sacerdotes, ni valoraron si teníamos éxito o no. No nos dieron consejos ni trucos para llenar nuestras parroquias. Solo nos invitaron a vivir la fe. Don Andrea, que vino desde Italia a predicar los Ejercicios, nos lo dijo varias veces: «El único problema es la fe: “El justo vive de la fe” (Hab 2, 4). El trabajo de la vida consiste en la conversión continua para crecer en la fe, fe como reconocimiento de la presencia de Cristo entre nosotros».
Mientras volvía a casa, me descubrí especialmente agradecido. Al predicador y a los que se han encargado de organizar y guiar los Ejercicios, y mucho a Don Giussani. Agradecido por cómo se nos mira en el movimiento. Porque es una mirada que no se desplaza ni un poco de lo más nuclear de nuestra vocación, que es la relación con el Señor. En el mundo, no pocas veces también dentro de la Iglesia, y nosotros cuando nos miramos a nosotros mismos, el punto de arranque suele ser otro, y la mirada se encoge, más estrecha, reducida a los quehaceres, éxitos o fracasos, apariencias, popularidades, técnicas o maneras pastorales. Y aunque todo tiene su importancia, asfixia lo que somos y nuestro ministerio. Estos días de Ejercicios volví a descubrir en la vida del movimiento el mismo empeño de siempre: recuperar el horizonte, recuperar su longitud sin admitir recortes; el infinito… ¡Gracias por esta vida!
Yago, El Masnou (Barcelona)
La “preferencia”
Hace unos años, fuimos a Sant Hipòlit y mi amigo Ferrán me dijo: «Hoy comemos juntos. Me gustaría estar con vosotros y, por esta preferencia, he invitado a toda la comunidad». Aquello, que no tuvo más explicación pero que se me quedó grabado, ha sido algo con lo que medirme muchísimas veces en mi vida. ¿Qué es la preferencia? ¿Quedarme con algo que prefiero, o que partiendo de una preferencia se dé una apertura en tantos sentidos?
El primer día de este curso de Escuela de comunidad nos encontramos con un joven que había venido alguna vez el año pasado. Muy poco sabíamos de él. Camino del salón, mi marido le preguntó cómo estaba con verdadero interés. Él, tras una pausa en la que fue obvio que había acusado el impacto de la pregunta, nos explicó que estaba viviendo un momento de su vida muy complejo y doloroso. No sabíamos cómo, pero sabíamos que queríamos ofrecerle nuestra compañía, y al cabo de unas semanas quedamos para cenar. Fue un Encuentro, con mayúsculas, para él y para nosotros. Comenzó una relación preciosa, y desde aquella primera cena todas las semanas hemos cenado juntos después de Escuela.
Asimismo, en ese inicio de curso se habían sumado algunos jóvenes más y un día se unieron a nuestra cena. Así, de una forma natural, semana tras semana, un grupo de amigos cenamos con la necesidad de prolongar lo que allí sucede con el deseo de acompañarnos. La cuestión surgió sin esfuerzo y lo reconozco como un paso de madurez en nuestra amistad. En aquel momento pensé: «verdaderamente hay una preferencia por este que permite que otros quepan». La verdad que existía en nuestra relación quedó clara al permitirme ver en acto que la amistad que nos unía a los tres nos abría a otros, que no había nada que defender.
Hace dos semanas, mi marido y yo no podíamos quedarnos a cenar, pero cuál fue la sorpresa cuando nuestro nuevo amigo, con otro de los nuevos, dieron un paso adelante yéndose cinco de ellos a cenar juntos. ¡No estábamos nosotros y había cena! Se ha generado un lugar que permanece. No somos nosotros, no lo hemos generado nosotros; solo la preferencia que el Señor nos ha dado por este nuevo amigo es lo que permite que la propuesta continúe. ¡Qué alegría ver Su rostro! Me fui tan contenta a casa, como si hubiese estado en la cena.
Pilar, Benicassim (Castellón)
Sucede entre nosotros
Sábado por la mañana. Toda la semana en aislamiento por haber dado positivo. Tanto yo como mi esposa y mis cuatro hijas pasamos los días en casa. Sin sobresaltos porque el Covid no fue violento con ninguno de nosotros. Llamo a una amiga para charlar un rato con ella. Nos reímos un rato de nuestra situación de encierro, con bastante ironía. «Te reenvío unos audios para que escuches», me dice a propósito de una amiga común.
«Yo te envío foto de la torta que acaba de salir del horno porque tiene muy buena pinta», le digo. Cortamos entre risas. Unos minutos después de enviarle la foto escucho con atención los audios y veo cómo esta chica ha recuperado las ganas de vivir gracias a un pequeño detalle que tuvo con ella mi amiga, y al final esta le decía: «Sí. Es que así ocurre. Tenemos que estar atentos para ver, escuchar y seguir. Pero ojo, esto que ocurrió no es por mí. Lo hace Dios. Él tracciona y articula para llegar a vos. No es casual, es porque escuchó tu petición y se te acerca a través de personas y hechos. No sé cómo explicártelo. Es el claro ejemplo de que tus rezos surtieron efecto».
Me quedé impresionado. De pronto este hecho me sacaba del letargo. Estaba sucediendo y yo era testigo. No hay duda de que Cristo es una realidad contemporánea a nosotros, y estos hechos me lo vuelven a demostrar. Sucedió para ellas y sucedió para mí.
José Luis, Suardi (Argentina)
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