El encuentro con don Giussani y con GS, y su posterior abandono en busca del éxito, el dinero, las mujeres; una consolidada agencia de publicidad y al mismo tiempo un vacío, un deseo lacerante. Volver a la experiencia inicial cuarenta años después
Milán, comienzos de los años sesenta. Parado ante el semáforo en rojo al final del corso de Porta Romana, Alberto, estudiante de primero de Derecho en la Universidad Estatal, espera a que el disco se abra. «Entonces, don Gius, ¿a dónde vamos?». Es uno de los pocos que tiene coche y por este motivo forma parte del llamado “grupo del turismo” de GS, que se dedica a buscar lugares bonitos para organizar excursiones y vacaciones para la comunidad. A menudo acompaña a don Giussani en sus desplazamientos. Hoy van los dos solos en el coche. «¡Venga, que ya está verde! Mira, Alberto, quería decirte una cosa: no te olvides nunca de los ideales de los veinte años. Eres como un pájaro que puede volar alto, pero es como si tuvieras un hilo atado a la pata; cada vez que tratas de levantar el vuelo, ese hilo te tira para abajo. Debes darle un picotazo y romperlo». Alberto tiene un nudo en el estómago. Como siempre, Giussani había dado en el clavo. Había comprendido que había algo que le retenía. Alberto estaba pasando por un momento de crisis. Al igual que hacía cinco años, cuando estudiaba en el liceo clásico Beccarla: tenía muchas preguntas a las que no sabía responder, y sufría mucho. Una mañana un compañero le había invitado al raggio (la reunión semanal de GS). Él había ido a via Statuto pensando: «Bueno, no tengo nada que perder. Probemos». Y allí estaba aquel cura tan poco “clerical”, sin discursos formales, con la propuesta clara de un cristianismo vivo, bello, que abrazaba cualquier aspecto de la vida. Que hacía feliz. Desde entonces no faltó a una sola cita: encuentros, vacaciones en la montaña, retiros en Varigotti, excursiones.
Otras “pasiones”
Estar con esos amigos y con don Giussani era una aventura fascinante. Se lanzó de cabeza. Empezó a colaborar con la redacción y la impresión de manifiestos y de otros materiales, yendo hasta Saronno a la imprenta. Fue la ocasión para descubrir su pasión por la comunicación y las artes gráficas. Se lo contó a don Giussani y éste le ayudó a montar una pequeña oficina en vía Bautta. Con algunos amigos Alberto había iniciado una pequeña agencia de publicidad. Pero empezaron a aparecer otras “pasiones”: las mujeres, el dinero, el éxito, el trabajo.
La experiencia de GS le pareció entonces estrecha, no quería tener limitaciones. El hilo que le ataba se hacía más furte, se convertía en un hilo de acero. Alberto decide romper con todo. Acaba con todas las relaciones.
Llegó el éxito profesional en el campo de la publicidad, y fundó una de las más importantes agencias de publicidad italianas, la “Alberto Cremona”. La campaña “Hechos, no Palabras”, realizada para una conocida marca de electrodomésticos, es fruto de su inspiración creativa. Llega el dinero, las mujeres no faltan. Así durante cuarenta años. Pero en su interior no estaba todo dormido; permanecía un deseo lacerante de algo más, de algo que había visto y gustado en aquella amistad, en aquel sacerdote. Y en lo más recóndito permanecía una esperanza: «Bueno, siempre puedo volver a don Giussani». Cuando caen los ídolos del dinero, del trabajo, incluso del amor a sí mismo, Alberto decide que no puede perder más tiempo y se pone a buscar lo divino que en aquellos años había tratado de olvidar. Se dedica a la filosofía hindú, al yoga, al budismo. Pero son solo consuelos blandos, paliativos.
La excursión a Padua
En 2004 acude a Padua con su mujer y el pequeño de sus hijos a visitar la Capilla de los Scrovegni. Puesto que están allí, deciden visitar la Basílica de San Antonio. Dentro, la gente hace cola para tocar la tumba del santo. Alberto, sin saber por qué, se pone en la fila y cuando toca la losa de mármol siente que algo se desata dentro de él. «Entonces intuí –cuenta él mismo– que todas esas respuestas que buscaba las conocía ya. Era Cristo». En cuestión de unos meses vuelve a acercarse a los Sacramentos, compra un breviario, redescubre la alegría de la oración, relee los “libros del mes” de la antigua GS, que había conservado en su casa. Pero no es suficiente. Quiere volver a esa experiencia “ya conocida”, la experiencia de la amistad con Cristo. En febrero de 2005 le llega la noticia de la muerte de don Giussani: ¡justo ahora que había decidido ir a verle, que tenía necesidad de él! Le vuelven a la mente algunos nombres y después de cuarenta años llama a uno de ellos: «Hola, Rodolfo. Soy Alberto Cremona, ¿te acuerdas de mí?». Es el picotazo que hacía falta. El hilo se ha cortado. «Retomé la amistad con esos amigos. Con ellos ha comenzado mi reconversión. Estar con ellos, ir a misa juntos, leer los textos de don Giussani y adherirme a la propuesta de la Fraternidad es una posibilidad concreta de una vida nueva, y plena. Que como hace cuarenta años abraza toda mi existencia. Todo ha cambiado: la relación con mis hijos, con los demás amigos que están un poco sorprendidos y hasta el trabajo. Mis campañas publicitarias son más divertidas y... más honestas». Ahora todo parece como nuevo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón