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Huellas N.3, Marzo 2007

SOCIEDAD - Benedicto XVI / Dentro de la realidad

Amor

Giovanni Reale

El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona. (...) El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor. (...) Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser; pero este principio creativo de todas las cosas –el Logos, la razón primordial– es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor (...).
La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida », la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
(Deus caritas est, n. 10. 12)


Giovanni Reale
(Catedrático de Historia de la Filosofía Antigua en la Universidad Vida y Salud del Hospital San Rafael de Milán)
Las reflexiones más agudas sobre el eros son aquellas expresadas por Platón en los diálogos Simposio y Fedro. Eros es una fuerza mediadora que ayuda al hombre a elevarse desde lo sensible para alcanzar lo inteligible. Esta fuerza nace de una “necesidad” de buscar y poseer la belleza (y el bien), de la que el hombre está falto y por la que siente un gran deseo. Eros no puede ser un dios, porque al dios no le falta nada, y por tanto no tiene necesidad ni deseo de aquello que ya posee desde siempre y para siempre. Eros es un gran demonio, que jamás llega a la plena posesión de aquello que busca, y por esto no está nunca satisfecho, por lo que intenta continuamente subir a niveles más elevados. El amor cristiano como “ágape” resulta antitético con respecto a la antigua concepción helenista del amor como “eros”, y así ha sido interpretado por la mayoría. En efecto, el ágape no está en “adquirir”, en tratar de alcanzar y en hacer un bien, sino en “donar”. Mientras que el eros es fuerza “ascendente” que sube desde abajo hacia arriba, el ágape es una fuerza que baja desde lo alto hacia abajo. Esto implica una inversión de la concepción de Dios que para el cristiano coincide con el amor mismo en el sentido de “absoluta donación”. Dios ama al hombre primero, donándole a su Hijo para redimirlo. El ágape, por tanto, no es una fuerza “adquisitiva”, sino “donativa”; no es “conquista” del hombre, sino que es “gracia” que le viene al hombre de Dios. Además, el eros es “deseo” y el ágape es “sacrificio”. El eros es mayor cuanto más grande es el objeto amado; en cambio, el ágape está en relación inversamente proporcional al objeto amado. El amor de Dios por el hombre es mayor cuanto más pequeño es el hombre: el que sufre, el enfermo, el débil y el rechazado es el más amado. Hay quien ha considerado de tal forma irreconciliables eros y ágape que ha llegado a reprochar a Agustín su insistencia en ese “deseo” que tiene el hombre de Dios, en ese sentimiento particular del hombre que no halla paz hasta no encontrar reposo en Él. Se trataría de una propuesta incorrecta del concepto platónico de eros como orexis, y por tanto de un compromiso falaz. En realidad, las afirmaciones de Agustín no implican de hecho un compromiso entre las dos interpretaciones del amor: el deseo de Dios es un don del mismo Dios. Benedicto XVI no solo avanza por esta línea agustiniana, sino que construye un nuevo paradigma hermenéutico sobre el amor. En efecto, más allá del paradigma del amor como “eros adquisitivo” y más allá del paradigma del “amor como donación” entendidos en sentido restrictivo, y excluyentes entre ellos (como piensan muchos), se impone un tercer paradigma hermenéutico del amor entendido como ágape que incluye el eros. Este tercer paradigma implica una ampliación y una transfiguración de algunas de las características esenciales del eros helenístico (como por ejemplo la anteriormente citada del “deseo”) y una valoración de ellas en la dimensión del ágape, en la óptica de la concepción de Dios como amor donativo absoluto. El amor es, en realidad, una realidad única que se manifiesta en dos formas que no sólo no se excluyen, sino que se implican mutuamente. Dios mismo ama al hombre no solo en la forma del ágape, sino también en la forma del eros. Me ha impresionado en particular la imagen bíblica con la que Benedicto XVI ilustra la mediación de los dos paradigmas. El Papa escribe: «En realidad, eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor». Y precisa: «En la narración de la escalera de Jacob, los Padres han visto simbolizada de varias maneras esta relación inseparable entre ascenso y descenso, entre el eros que busca a Dios y el agapé que transmite el don recibido».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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