Se trata de ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud (...) Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios». En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad.
(Ratisbona, 12 de septiembre de 2006)
Michele Lenoci
(Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación
(Milán, Piacenza, Brescia), Universidad Católica del Sacro Cuore)
Educación, razón, plenitud de la persona humana son tres aspectos que se evocan constantemente en la enseñanza de Benedicto XVI para favorecer un impacto con la realidad que sea verdaderamente capaz de curiosidad y de asombro. Si la educación es un recorrido hacia un encuentro más adecuado con la realidad, es necesario educar sobre todo la razón, para que su mirada sea capaz de traspasar los límites en los que querrían encerrarla un obtuso cientifismo y un reduccionismo mezquino. La realidad y el hombre poseen una variedad de dimensiones y de niveles que sólo una visión no predispuesta puede apreciar: pero hoy estamos sordos y ciegos ante tal riqueza, de forma que necesitamos ser introducidos a ella pacientemente. Es necesario educar incluso en la razón, en el sentido de familizarnos con ese logos que abraza y sostiene todo y cuyos vestigios podemos rastrear por toda la creación, gracias a esa razón que como hombres poseemos y que nos caracteriza, haciéndonos imagen de Dios. Todo esto no debe llevarnos a pensar en un racionalismo unilateral y enfático, pues el deseo de infinito, que se manifiesta en la razón, permea toda actividad propiamente humana y la hace capaz de un abrazo universal: las emociones, las pasiones y la misma corporeidad, si son plenamente humanas, urgen hacia un constante trascender esa particularidad y esa situación, en la que surgen, de la que se alimentan, pero que no puede agotarlas ni satisfacerlas. La educación encuentra aquí la raíz de la insatisfacción que habita en el corazón humano y a la vez la meta en que ese anhelo podrá apagarse finalmente: el logos que es amor sostiene un camino hecho de “síes”, porque incluso en el límite y en el mal se puede entrever el abrazo salvífico y, ya aquí y ahora, gustar una más plena realización de uno mismo.
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