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Huellas N.3, Marzo 2007

PRIMER PLANO - Hacia la audiencia

Historia de una fidelidad
Don Giussani, los Obispos, los Papas

Massimo Camisasca

La audiencia con Benedicto XVI el 24 de marzo en la Plaza de San Pedro, con ocasión del vigésimo quinto aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad, es la posibilidad de renovar nuestra fidelidad a Pedro, cauce establecido para nuestra vida de fe y la de toda la Iglesia. La vida de don Giussani y del movimiento está marcada por la fidelidad a «los apóstoles y sus sucesores (el Papa y los obispos) [que] constituyen en la historia la continuidad viva de la autoridad que es Cristo... como roca definitiva y segura: infalible. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”» (El camino a la verdad es una experiencia).
En estas páginas ofrecemos una ayuda para prepararnos con mayor conciencia para el encuentro con el Papa


¿Obedeció don Giussani? Él, que educó a miles de personas en la obediencia, entendida como adhesión a la vida, al Ser, a aquello que hace crecer y por tanto también a la autoridad en las distintas formas en que la vida la disemina a lo largo de nuestro camino, ¿obedeció a la Iglesia, a los obispos, a los Papas?
Diez años después del nacimiento del movimiento, en septiembre de 1964, se publicó, para los tre giorni de apertura de curso en Varigotti, un texto llamado Apuntes de método cristiano (ahora en: El camino a la verdad es una experiencia, Encuentro). En aquellas páginas, dedicadas a la relación entre la comunidad cristiana y la autoridad, se encuentran estas palabras: «Todo debe estar en su génesis internamente subordinado y eventualmente sacrificado a esa referencia». Seis meses después, don Giussani tendrá que dejar el movimiento y partir hacia Estados Unidos. Quizá mientras escribía esas líneas presentía lo que sucedería poco después. Permanecerá lejos de Italia y de los suyos solo durante algunos meses, pero lo que quedaba del movimiento había sido confiado a otras personas. El sacrificio fue grande, aunque él no lo mencionó en los cuarenta años siguientes, señal de que la herida nunca cicatrizó. Giovanni Colombo, su arzobispo de Milán, le había pedido este drástico distanciamiento.

Montini: «Siga adelante así»
Antes que él, había sido elegido para la cátedra de san Ambrosio y de san Carlos Giovanni Battista Montini. Las relaciones entre don Giussani y el cardenal Montini fueron intensas. Llegaron a Milán el mismo año, no se conocían; alguien le habló al obispo de don Giussani y él le encomendó la evangelización de los estudiantes, en el ámbito de la gran Misión por Milán que había inaugurado su ministerio en la capital lombarda. Giussani y Montini tenían una formación y una sensibilidad profundamente distintas. Y sin embargo, el futuro iniciador de CL supo captar la atención del Arzobispo, su curiosidad, su respeto. Decenas de cartas documentan esto. Montini no escondía las críticas dirigidas a don Giussani por algunos sectores de la diócesis, se las transmitía con tono delicado y paterno, confirmando siempre su estima por la obra del sacerdote de la Brianza. Cuando las críticas llegaron desde Roma, desde la Acción católica central, dijo a don Giussani unas palabras que éste no olvidó jamás: «No comprendo sus ideas ni sus métodos, pero veo los frutos y le digo: siga adelante así». Esta apertura favoreció en don Giussani el surgimiento y la maduración de una devoción filial, de un deseo de obediencia. En una carta de 1962, escribía a su obispo: «No hay, ciertamente, en nosotros mayor señal de nuestro amor a Cristo que el deseo activo de servir a la Santa Iglesia de Dios en nuestro obispo. No quisiéramos disgustarle nunca, le damos todas nuestras energías de vida».

Colombo: obedecer “en pie”
En 1963 monseñor Giovanni Colombo sucedió a Montini, elegido papa con el nombre de Pablo VI. Había sido el rector del seminario de Venegono en los tiempos de don Giussani y uno de sus profesores más importantes. Por tanto los dos se conocían, y muy bien. Las relaciones entre don Giussani y el nuevo obispo fueron atormentadas y estuvieron a menudo llenas de incomprensión. Colombo tenía una gran estima por don Giussani, al que consideraba uno de sus mejores alumnos. Habría querido que sus dotes hubiesen estado puestas al servicio de la diócesis, a través de la enseñanza de la teología, y le costaba aceptar verle implicado en un movimiento que crecía en número y que creaba descontento entre los párrocos y las asociaciones tradicionales. Por su parte, don Giussani afirmaba que no hacía otra cosa que vivir y proponer a los jóvenes esas enseñanzas que el mismo Colombo le había impartido durante los años de seminario.
Se produjo entonces el alejamiento de don Giussani. A su vuelta de EEUU, empezó a dar clase en la Universidad Católica de Milán. Precisamente en el corazón de esta enseñanza, que se convertiría más tarde en el PerCorso, texto base de la Escuela de comunidad, la catequesis ordinaria de CL, se leen estas afirmaciones: «La fuente normal de un conocimiento último no es el estudio teológico o la exégesis bíblica, sino las articulaciones de la vida común de la Iglesia, ligada al magisterio ordinario del Papa y de los obispos en comunión con él». Muchos años después dirá: «La autoridad es la forma contingente que la presencia de Jesús resucitado utiliza como expresión operante de su amistad con el hombre, conmigo, contigo, con cada uno de nosotros».
Puede decirse, por tanto, a través del análisis de la relación entre don Giussani y monseñor Colombo, que don Giussani tenía por costumbre obedecer “en pie”: presentaba ante la autoridad, continua e insistentemente, sus propias razones, no la dejaba tranquila. Al mismo tiempo, su relación con sus Obispos estaba veteada de una profunda ternura. En una carta al cardenal Colombo de 1973, con ocasión de los diez años de elección como arzobispo de Milán, don Giussani le escribió: «Desde hace hoy diez años, Su Eminencia es el signo y el instrumento del Señor para la vocación de mi vida [...] ¿Cuándo podrán alegrar a mi Padre mi rostro y mi historia? Ésta es la súplica que elevo hoy a la Virgen en este día dominado por la conmoción que experimenté hace diez años cuando vi entrar en la Catedral a Su eminencia». Como testimonio de esta obediencia valiente, don Giussani escribirá en 1975 a su arzobispo: «Si mi persona con su historia representa un impedimento, ruego a Su eminencia que no tenga ninguna rémora en apartarme».

En la plaza de san Pedro con Pablo VI
Mientras, el arzobispo Montini había sido elegido papa con el nombre de Pablo VI. En la última parte de su pontificado, en el desasosiego general que asolaba entonces la vida de la Iglesia, empezó a mirar a CL como a una realidad animada por la fidelidad a la gran Tradición y por tanto al Papa. El domingo de Ramos de 1975 los miembros del movimiento fueron convocados en la plaza de san Pedro. Acudieron dieciocho mil jóvenes. Se había temido que la plaza pudiera quedarse vacía; pero aunque era Año Santo, hasta esa celebración se había resentido de las continuas contestaciones. Conmovido por ese acto de generosa fidelidad, Pablo VI, al encontrarse con don Giussani en la puerta de la basílica, mientras los celebrantes se retiraban, repitió, probablemente sin recordarlo, las palabras que el fundador de CL había ya escuchado de él: «¡Este es el camino: siga adelante así! Ánimo, ánimo, a usted y a sus jóvenes, porque este es el buen camino». Solo que esta vez no dijo: «No comprendo».

Juan Pablo II: completa sintonía
El Papa con el que se dieron unas relaciones más intensas fue sin duda Juan Pablo II. Su vida y la de don Giussani se entrelazaron profundamente hasta la enfermedad y la muerte.
Desconocido para la mayoría hasta el día de su elección para el solio papal, Karol Wojtyla era ya conocido por don Giussani y por algunos miembros del movimiento, con los que se había encontrado en unas vacaciones en los montes Tatra algunos años antes. La sintonía entre la experiencia del Papa polaco y la del fundador de CL era profunda, y emergió con claridad desde los primeros meses de pontificado. Tras la primera audiencia, en enero de 1979, don Giussani escribió a todo el movimiento: «Sirvamos a Cristo en este gran hombre con toda nuestra existencia», y trazó los dos principales puntos de convergencia con el Santo Padre: Jesucristo, verdad de todo el hombre, y la fe como forma de toda la vida, que se expresa como cultura y se comunica como educación.
Cuando algunos meses después se publicó la primera encíclica de Juan Pablo II, Redemptor hominis, se convirtió en el texto de la Escuela de comunidad. Dos años más tarde, el movimiento se movilizó con encuentros y con un trabajo capilar para difundir el discurso pronunciado por el Santo Padre en la Unesco, en el que se afrontaban de forma orgánica los temas de la cultura y de la educación. Desde el comienzo de su pontificado, Juan Pablo II se planteó esta pregunta: «¿A quién tengo a mi alrededor? ¿Quién puede ayudarme?», y vio en los movimientos laicales la respuesta a esta exigencia suya. Se preocupó por conocerlos, por valorarlos y, finalmente, por que fueran reconocidos incluso canónicamente. Él fue la voz de la Iglesia que dijo “sí” a aquello que había nacido de don Giussani, ese “sí” que el sacerdote de Desio esperaba desde hacía decenas de años y que había parecido imposible hasta algunos meses antes del 11 de febrero de 1982, cuando la Fraternidad de Comunión y Liberación fue reconocida por la Santa Sede. (Juan Pablo II reconoció después a los Memores Domini, la Fraternidad de San Carlos y las Hermanas de la Caridad de la Asunción).

Los encuentros con el cardenal Ratzinger
En los años ochenta, don Giussani, por iniciativa de don Angelo Scola y estando yo presente, venía una o dos veces al año a Roma para cenar con el cardenal Ratzinger. El encuentro, que tenía lugar en Le Cappellette (un antiguo palacio que en aquellos años albergaba el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo, además de otras iniciativas del movimiento, ndt.), se desarrollaba siempre del mismo modo. Don Giussani pedía a Ratzinger una confirmación de la ortodoxia de sus posiciones y recibía siempre de él nuevas razones, que sostenían su verdad y su fecundidad.
La cercanía entre don Giussani y Juan Pablo II a lo largo de los años ochenta dio lugar a un florecimiento inagotable de iniciativas. Aquella alianza asustó. Hubo quien trató de alejar a estos dos hombres, de cavar una zanja entre ellos, pero la realidad de esta sintonía suya se demostró más fuerte que cualquier otra lógica. Los últimos años de la vida de Juan Pablo II y de don Giussani, marcados por una profunda comunión en la enfermedad y en el ofrecimiento de sí mismos a Cristo, se distinguieron por una correspondencia epistolar muy intensa y significativa.
Emblemático de esta relación fue el encuentro de mayo de 1998 en la plaza de san Pedro, ante cientos de miles de personas. Allí hablaron el Papa y cuatro fundadores de movimientos, entre ellos don Giussani. Al final de su intervención se acercó al Papa, subió los escalones hasta donde estaba él y se arrodilló, como ofreciendo a toda la Iglesia aquello que había nacido de él. Este fue su último encuentro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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