Irene lee en el móvil un mail de su Escuela de comunidad: «Con motivo del reciente cierre de los colegios, y no solo, muchas de nuestras familias se enfrentan a un periodo difícil. Por ello, queremos intentar ayudarnos en los problemas cotidianos que están surgiendo cada vez más…». Casada desde hace tres años, con un trabajo que le gusta y una buena casa, Irene no vive la misma dificultad que el resto de madres –con el teletrabajo, las clases online, el cuidado de los niños- han compartido en su último encuentro de la Escuela de comunidad. Ese es el problema. A pesar de desearlos, ella y su marido Stefano no tienen hijos. Es un dolor que, a medida que sus amigas se iban quedando embarazadas, le hacía pensar: «Señor, ¿no estoy dentro de tus planes? No entiendo Tu designio sobre mí».
Era un dolor que corría el riesgo de convertirse en cinismo o, por el contrario, buscar otro camino. «Pensé en la adopción», explica. «Pero era solo un “parche” para una herida que no quería dejar abierta. Básicamente era como decir: “Dios, si tú no te encargas, me encargo yo”». Pero una noche Stefano le deja caer: «tienes que preguntar a Dios qué quiere de ti».
Después, en el retiro de Adviento, Irene escucha estas palabras: «La preferencia consiste en que el Señor te hace partícipe de Su designio de salvación de manera activa». Algo se desencadenó en ella y junto a Stefano empezó a poner todo lo que estaba viviendo delante de sus amigos. «Empezaron a sostenerme de una manera nada formal. Eran una compañía real, me hacían mirar el bien que había ahí. Ante todo, en la relación con mi marido». Una amiga le pidió que fuera madrina de bautismo de su hijo, porque «no se puede dar por descontado cómo estás viviendo este sufrimiento. Vuestra casa siempre está abierta a las necesidades de la gente, vosotros estáis abiertos a la vida».
Con el tiempo, esa preferencia tan buscada comienza a tomar carne. La rabia va dejando espacio a la alegría y a la curiosidad por lo que el Señor está indicando, incluyendo ese mail donde piden a las familias que planteen sus necesidades y, quien pueda, su disponibilidad para ayudar. Muchos se ofrecen para echar una mano. Irene y Stefano también ofrecen el tiempo de que disponen, a pesar de trabajar a jornada completa. «Lo hicimos por gratitud hacia el movimiento. Por esta compañía de amigos. Más bien, es una gratitud hacia la vida», decía Irene en la Escuela de comunidad, hablando de sí misma y del camino realizado durante esos meses.
Al cabo de unos días, llegan otros dos correos. Uno es de la secretaría, avisándoles de que por ahora no hay necesidad, pero que sigan estando disponibles. El otro es de una señora que, tras escuchar su intervención, le cuenta que ella también había atravesado el sufrimiento de no tener hijos y que se había abierto a la acogida. «Yo había ofrecido mi ayuda y de repente una desconocida me ofrecía la suya», dice Irene. «En ese momento entendí qué quiere decir la responsabilidad de poner ante los demás lo que Dios está realizando en mi vida». Por cómo es, nunca habría intervenido. «Me lo pidieron y lo hice porque otro puede estar necesitado de lo que me está sucediendo a mí. Es la misma sensación que tuve el día de mi boda. Estaba en la cumbre de la felicidad, pero recuerdo que pensé: si esto no es para el mundo, ¿de qué me sirve esta felicidad? Poder ver cómo Dios actúa en mi familia, con o sin hijos. Él se encarga».
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