La poesía religiosa árabe funde en un todo único la sed de Dios y la solidaridad para con los necesitados. Reproduce, sin saberlo, la afirmación bíblica: "Gratis lo habéis recibido; dadlo gratis". La conciencia del don recibido impulsa a la generosidad.
En nuestro caminar por la cultura del Tercer mundo, hemos ido a parar muchas veces a la lírica árabe. Ella está en el origen de nuestros primeros cantos hispanos del lejano Al-Andalus. Y ella sigue siendo hoy, en el reencuentro con alguna de sus páginas, la huella de unos hombres que necesitan hablar con Dios en sus poemas, en las pequeñas composiciones de su lírica
Son poemas en los que se nota esa búsqueda de paz que inquieta al alma casi con la intensidad con que un africano de hace quince siglos, Agustín de Hipona, podía exclamar "nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Quizás es un ansia de pueblos que viven largas noches de calor y de silencio junto a los desiertos, que saben de caminatas en busca del oasis perdido entre espejismos, y que al fin encuentran el rincón acogedor e inesperado en el lugar más impensable.
Oh, Dios, te dirijo las alabanzas
que mereces
por las gracias que me has acordado
y que yo no merecía,
exclama Muhamed Al-Warraq en el s. X. Sentimiento de alabanza entrañable, de hombre que siente en lo más íntimo del espíritu el paso de Dios en su vida. Casi nos parece que es la plegaria/poesía de quienes nos vemos tan rodeados de misterios de Aquel que nos creó, que nos quiere suyos, del que durante la vida -durante el verano pasado, quizás- nos ha dado tantos privilegios, mientras los pueblos sufren, y los hombres se odian, y las masas del país del hambre y de la sed desaparecen en el abandono y el olvido.
Este sentimiento de la divinidad próxima se refleja en el hermano. En uno de sus mejores poemas, Urwah Ibn Al-Ward, del s. VI, dice:
Yo comparto mis bienes en numerosos
hombres,
todos los que toman parte de mi actividad
y en mi mano doy de beber
agua pura y límpida,
mientras está fresca.
Un sentimiento de solidaridad, que arranca del sentido radical de que hay que DAR al otro, formar con él una cadena de benevolencia, de mutua participación de bienes, de entrega de lo que es propio, aunque suponga sacrificio porque sabe que ha de vivir, como el Buen Samaritano, si ayuda a vivir a los demás ( "aunque me vuelva inquieto y enjuto / porque todo te lo he dado a ti" ) . Y le duele a Hatim de Ta'yy, (s. VI) que
"al mendigo que implora
nuestra ayuda... nunca le respondemos;
al contrario, le decimos:
sigue tu camino, somos demasiado pobres
como para darte algo nuestro".
Por ello, en un arranque de generosidad, va a decir:
"Dispondré de todas mis riquezas
en favor de quienes las
necesite...
ahora el corazón nos obliga a
compartir... "
Sinceridad, entrega, como esa mano tendida que nos llega aún hoy y nos dice que hay todavía mucho que hacer por los demás, para que los otros puedan subsistir en esta realidad de miseria y de dolor. El amor fraterno, por el amor del Padre común, hace que seamos poetas de la realidad, líricos de la tragedia de nuestros alejados y desconocidos hermanos hambrientos que esperan las migajas de nuestra pequeña parcela de opulencia.
Labid, poeta del s. VII, dirá, en mezcla de misterio y poesía:
"Somos vestidos raídos y las estrellas
que por la noche se elevan en el
horizonte,
son la huella de los suspiros de Dios...
Son la llamada para que pensemos en
nuestros hermanos pobres,
la pequeña lucecita de la lejanía,
en el desierto de fraternidad... "
Y por ello, precisamente por ello, porque ve que está Dios llamando a nuestra retina con un pequeño y maravilloso destello de belleza, va a decir:
"El hombre no es otra cosa que un
meteoro brillante
cuya luz fugitiva resplandece sólo
un instante,
para desaparecer para siempre
cuando se vuelve ceniza,
incluso si su presencia iluminaba la
tierra entera ... "
Pero este hombre fugaz tiene un poder que es único, el hacer bien a los demás, el pensar en ellos, el ayudarles tenazmente.
"Las obras de beneficencia no son
más que tesoros
cuidadosamente escondidos que
reúne el amor a Dios
para ver en El a los hermanos... "
Porque hay una labor común que realizar, una tarea que emprender todos los días:
"La gente de esta tierra no son más
que obreros
que trabajan en el palacio
construido en común... "
Y es lamentable si en esta vida no se descubre que hay una presencia escondida de Dios:
" la obra de Dios no aparece
sin velo y sin secreto
para muchos... ¡qué pena que no
sepan creerlo en Él y sus hermanos... !
ignoran quizá profundamente lo
que Dios hace de ellos".
Porque, como dirá en el s. X Abul Hasan Sumnun:
"Ningún aliento
exhala mi pecho
que no sea la expresión
de tu presencia",
Una contemplación que está cerca de los gritos de los místicos, cuando descubren que las cosas "vestidas las dejó de su hermosura", Quizá también con aquel teresiano:
"Quien a Dios tiene
nada le falta,
Sólo Dios basta..."
Teresa de Jesús, que quería ir a tierra de moros con su hermano, para sufrir allí el martirio, quizá hubiera encontrado en pleno s. XVI estos lamentos de nostalgia divina. Los que ella sintió tantas veces ("Vivo sin vivir en mí"), y que están en el corazón de todos aquellos que sienten la quemazón del Amor, en el paso escondido de su Misterio siempre presente entre los hombres, sean de donde sean, canten o escriban en cualquier rincón del mundo.
"Te amo con un amor
que ninguna inteligencia
expresar podría...",
exclama otro poeta (Abu-Ishaq Al-Husri) del s. XI ... Quizá es el origen del aforismo de que la medida del amor es el amor sin medida, tantas veces aplicado a la unión con el Padre del cielo. El que obsesionaba a Pablo de Tarso "-me amó y se entregó a la muerte por mi"... encarnado en la figura de Cristo.
"Lentamente Tu Amor
se ha deslizado e invadido
todas las partes de mi cuerpo
y su marcha se parece
al cauce de mis palabras
que brotan despaciosamente
desprendiéndose de mi alma.
y de mi inteligencia".
Búsqueda de Dios en la poesía... ¿Por cuántos itinerarios se llega a Dios en todas partes? Pero sobre todo por medio de la palabra, que es el vehículo creador del hombre. Y fue el vehículo creador de Dios ( "Por la Palabra fueron hechas todas las cosas, y nada de cuento fue hecho ha sido hecho sin Ella", dirá el Prólogo de San Juan).
Y por ello los poetas y escritores de todos los tiempos, de todas las naciones, y en todas las lenguas, cuando empuñan la pluma y dejan volar los sueños de la razón y el corazón, van a parar a Dios.
La poesía árabe, como cualquier otra poesía, no es más que una nostalgia de belleza, de la Belleza.
Y al mismo tiempo, es una manifestación de este misterioso sentimiento oculto de fraternidad, por sentirnos hijos del mismo Padre silencioso, lejano, operante a través de nosotros. Por ello, aun en medio de las expansiones líricas, hay un canto al amor de hermanos. Es el "ágape" de los primeros cristianos, que necesitan percibir de nosotros hoy tantos pueblos...
Poesía, vehículo de oración, de ilusión, de comunidad en el amor. ¿Es posible que se nos escape el sabor de su angustia y de su esperanza a un mismo tiempo?
"...permite que me aferre a la esperanza...
que mi vida sea tu rescate... "
Tomado de:
Países del Tercer Mundo
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