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Huellas N.01, Enero 2021

PRIMER PLANO

Volvamos a empezar

Paola Ronconi

La historia de Marco y Anna. Un camino vertiginoso ante la libertad de su hijo. ¿Qué les ha sostenido? Un lugar de relaciones como Familias para la Acogida. «Veía padres que no estaban preocupados por cómo acabaría aquello»

Al principio, indicaron como edad máxima cinco años. Pero desde que entregaron su solicitud en el Tribunal de Menores para la adopción internacional, el tiempo pasaba sin dar resultados. Así que Anna y Marco decidieron elevar la edad hasta los ocho años. Al cabo de unas semanas llegó la tan esperada llamada: en Polonia estaba esperándoles Iván, de ocho años y medio.
Era 2007, después de años de matrimonio, el deseo de tener hijos, el hecho de que no llegaran, y la idea de la adopción que se iba abriendo paso lentamente. Luego conocieron Familias para la Acogida, una asociación con la que hicieron el curso de introducción en la adopción, pero que con el tiempo se convirtió en una trama de amistad cada vez más importante. Casi esencial. «De esas familias siempre me impactó que, a pesar de tener historias tan complicadas y dolorosas, eran gente contenta», recuerda Anna, «no hundida». En ella fueron naciendo dos pensamientos en paralelo: «sí, es posible» y «a nosotros nunca nos pasarán esas cosas».
Anna y su marido se quedaron en Polonia un par de meses por cuestiones burocráticas y para empezar a conocer a Iván. Abandonado al nacer, con su madre en prisión, fue enviado a un orfanato. Durante un breve periodo vivió con una tía y luego, de nuevo, fue a una residencia. «Volvimos a Italia el día antes de que cumpliera nueve años». Justo a tiempo para no superar el límite para la adopción. El destino quería que Iván estuviera con ellos.

La vida juntos fue una revolución, pero poco a poco Anna y Marco aprendieron a acoger lo nuevo que llegaba: tiempos distintos, espacios cambiantes, fuera y dentro de sí mismos. Iván era muy cerrado, hablaba poco, pero empezó a tener algunos flashes de su pasado de abandono y desatención. Solo quedaba en él una cosa buena: el recuerdo de su tía. «Cuando una persona te hace bien, no lo olvidas», dijo un día el niño. Con la adolescencia salieron a la luz las consecuencias de lo que había vivido y los padres pidieron ayuda a un experto. Al principio Iván también parecía dispuesto a hacer un camino, pero sus reacciones llegaron a un punto de bloqueo entre él y Anna. «Tuve que poner una distancia», cuenta ella. «Vivíamos juntos, pero la comunicación no podía ser directa y no podíamos estar solos». Le tocaba a Marco mantener la relación con el chico y hacer de intermediario, con muchas dificultades.
Hasta los 19 años la vida fue así. Iván salía para ir a clase pero a veces no volvía a casa, ni decía con quién estaba ni qué hacía. La presencia de sus padres no parecía muy significativa para él. «Ni siquiera sabía qué pedir a Dios, por lo grande que era el vacío afectivo que veía entre nosotros dos», dice Anna. «Todo me parecía tiempo perdido». Le conmueve un fragmento del Evangelio sobre el hallazgo de Jesús en el templo. «“Te buscábamos angustiados”, dice María. Entonces yo también podía estar angustiada. La Virgen “custodiaba en su corazón”. Pero para custodiar hace falta recordar, proteger y cuidar lo que se vive, mientras que yo solo quería que todo pasara. Y me preguntaba qué sentido tenía ser madre así».
Pero no dejó a aquel hijo, permaneció ahí. ¿Qué se lo permitió? «Ciertas cosas hacen tanto daño que o las compartes o te matan», dice. «Solo lo podía poner delante de alguien que no nos juzgase a Iván y a mí. Necesitaba un corazón más grande que el mío. En Familias para la Acogida veía amigos capaces de “estar” delante de sus situaciones. Más allá de sus decisiones, lo que me interesaba era cómo vivían. Por eso los miraba. Veía padres que no estaban preocupados por cómo acabaría aquello o por lo que pudieran pensar los demás de su conducta, sino deseosos del bien, para sus hijos y para sí mismos. Veía una manera de ser padres que a veces se “limitaba” a permanecer en pie en medio de la tempestad, pero que era como una roca a la que sus hijos podían agarrarse, o incluso podía ser tan solo la espera del regreso de su hijo». Anna fue entendiendo, poco a poco, que el destino de Iván se perfilaba en un horizonte y en unos tiempos distintos de los que ella pretendía. «Me di cuenta de que podía salir ganando algo: una profundidad en la relación con mis amigos y una libertad en la relación con mi hijo. Seguía siendo complicado, pero gracias a estos amigos pude vivir hasta el fondo con una postura humanamente insostenible, totalmente confiada a la oración».

Una mañana de hace tres años, Iván se fue a clase. En su habitación, Anna y Marco encontraron una carta arrugada y escrita a mano. Decía que no era capaz de expresar en voz alta a su madre el tormento que sufría desde hacía años por lo que había hecho, y que no podía olvidar lo que le había pasado de pequeño, que aquello le angustiaba. «Decidí escribirle dos líneas y se las dejé allí, en la cama», cuenta Anna. «Iván volvió a casa y, antes de saber si lo había leído, me llamó a la habitación. Me dio un abrazo y me pidió perdón». Sucedió algo que para ella era imposible: Iván había cedido al bien. «Tenemos la posibilidad de volver a empezar. Volvamos a empezar», le dijo. No abandonar también quiere decir perdonar.
Desde que Iván tenía diez años, por las noches en casa suele haber bronca porque, a pesar de que le llaman una y mil veces, nunca va a la mesa. Sus padres, en un momento dado, se dieron por vencidos. «Hasta que por fin el año pasado nos dijo: “Cuando estaba en la residencia y sonaba la campana, teníamos que salir corriendo porque si no, no quedaba nada que comer. Con vosotros puedo ir con calma”. Pasaron más de diez años antes de que lo explicara. ¿Por qué tardó tanto? Porque “solo ahora me siento libre”». Y a ella que todos esos años solo le parecían tiempo perdido.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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