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Huellas N.01, Enero 2021

BREVES

Cartas

De acogidas a acogedoras
Casa Estela de Cometa es una casa de acogida para chicas que han vivido hasta su mayoría de edad en residencias de la Comunidad, tuteladas por la Comunidad de Madrid. La casa, que da a las chicas la posibilidad de seguir estudiando durante los tres años que pueden pasar en ella, se sostiene gracias a un convenio con la Comunidad de Madrid y a muchas aportaciones de numerosas y muy diferentes personas. Este es el cuarto año y ha sido un tiempo muy significativo ya que se ha producido una renovación generacional. Cada una de las que ha acabado su período de estancia en la casa ha tomado su rumbo profesional, pero en todos los casos su marcha ha supuesto simplemente un cambio en el modo de relacionarse con la casa y no una despedida. Durante los meses de confinamiento más estricto, convivieron ambas generaciones. Invitamos a la primera que había acabado su estancia en casa a volver con nosotras, para que no pasara ese tiempo sola en su piso. El segundo día de confinamiento nos llamaron desde la Comunidad de Madrid para pedirnos si podíamos hacer un hueco a una chica, porque habían cerrado la residencia de estudiantes donde se alojaba y no tenía dónde ir. Acogerla significaba “achucharse” un poco, entre otras cosas había que poner una cama más en algún sitio. Consulté a las chicas e inmediatamente una de ellas ofreció su habitación para colocar la cama, así es que durante dos meses compartieron habitación. De este modo, las acogidas se convirtieron en acogedoras. El confinamiento ha sido un tiempo en el que hemos visto agradecidas cómo ninguno de nuestros benefactores ha dejado de ayudarnos, ni económicamente ni de otra forma, a pesar de que seguro que todos sufren o están sufriendo la crisis provocada por la pandemia. Es más, los hemos visto más presentes que nunca. Pero lo más importante que hemos aprendido es a vivir intensamente la realidad, el instante presente, conscientes de que es lo único que tenemos, no dejando pasar el momento, esperando siempre a no se sabe bien qué. Todas queríamos que terminara el confinamiento y el dolor de la gente, por supuesto, pero no hemos vivido angustiadas esperando a que pasara la tormenta: hemos intentado responder cada una a lo que tenía que hacer y juntas construir la casa. El papa Francisco acaba de decretar 2021 como año de san José y en la carta apostólica que ha escrito dice: «La fe que Cristo nos enseñó es […] la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona». Y don Giussani, en su libro Crear huellas en la historia del mundo, añade: «La grandeza de la palabra responsabilidad, cuando es completa, consiste en que es la principal fuente del gusto por la vida». Comenzamos el año 2021 pidiendo a san José que nos ayude a responder en primera persona, como hizo él, sin buscar atajos, con los ojos abiertos para poder gustar así de la vida, viviendo intensamente la realidad.
Meri, Madrid

Un hilo de ternura y adhesión
En 2018, mientras estudiaba Arquitectura en la Universidad de los Andes y me dirigía a una cita de orientación psicológica, escuché por el camino las campanas de la parroquia de Las Aguas que anunciaban la misa. Algo cambió mi rumbo y me redirigí hacia la iglesia, donde casualmente asistí a la misa de universitarios que se celebraba los viernes a la 1:00 pm. La belleza de los cantos y la cercanía de los padres –Matteo, Rubén, Carlo y John– en el sacramento de la Confesión y la Eucaristía me cautivó. Empecé a asistir con más regularidad a misa, especialmente la de las 7:00 am., con los abuelitos. Las invitaciones de los padres me interesaban, pero me excusaba en la carga académica y el hecho de vivir fuera de la ciudad. En 2019, finalicé mi pregrado y comencé la vida laboral. Mis hermanas participaban en los encuentros del CLU y en la caritativa. Ellas me invitaban, pero yo asistía intermitentemente. En esos pocos momentos, me intrigó la forma en que todos compartían sus experiencias y disfrutaban el tiempo. Sin embargo este año, frente a la pandemia y a la incertidumbre acerca de qué hacer con mi vida, me animé a participar en el grupo de los adultos de CL. Nunca imaginé que encontraría repuesta a los cuestionamientos más significativos que había tenido a lo largo de mi vida. Recientemente, en una Escuela de comunidad sobre el apartado “La responsabilidad y la decisión”, del libro Crear huellas en la historia del mundo, me quedé asombrada al percatarme de la presencia de Dios en mi existencia. La lectura cobró sentido a la luz de una charla sobre la vocación que tuve con uno de los padres. Prácticamente, yo le pregunté cuál era mi vocación. Esperaba una respuesta tipo: debes ser misionera, laica consagrada, religiosa, etc. Pensaba que tenía que decidir cuál era la voluntad de Dios para mi vida. Pero cuando el padre me contestó: «Eso yo no lo sé, lo debes descubrir tú» y me aconsejó no negarme a las posibilidades, entendí que era muy distinto de como yo pensaba. No puede tomarse una decisión de forma voluntarista, como si la vocación dependiera de la propia fuerza de voluntad. Ahora bien, el hecho de reconocer que soy una persona que ha vivido de forma voluntarista me permitió ver quién soy realmente, y acoger con ternura mi persona a pesar de mi torpeza. De la misma manera, pensaba que ir a misa era fruto de mi decisión: yo decido ir a misa porque es Tu voluntad. Pero ese pensamiento cambió cuando la lectura y la charla cobraron un sentido abrumador. Tuve la oportunidad de compartir con mis compañeros de Escuela que ir a misa no es simplemente fruto de mi decisión, sino la consecuencia del emerger de una presencia, del aflorar y salir a la luz de todo un filón de ternura y de adhesión a Cristo. Una adhesión a una presencia que yo percibo como una amistad que no dependía de mí, sino de Alguien. Alguien más grande que yo, mayor que mis fuerzas hace nacer en mí el deseo de responder a la invitación de participar en la Eucaristía. Frente a esta novedad, me identifico con el eunuco etíope que no entendía, porque nadie le hacía de guía, y equiparo el movimiento de Comunión y Liberación con Felipe, que le anuncia y explica al eunuco la Buena Nueva de Jesús. En cada encuentro del movimiento, al igual que el eunuco, me lleno de alegría al entender que Él dispone constantemente de una multitud de acontecimientos para alcanzarnos con su amor por medio de rostros concretos, como el de Felipe. Al igual que Pedro, pienso: «Si me alejo de esta compañía que he encontrado, ¿a dónde iré? Solo acá he encontrado palabras que explican la vida». Por lo anterior, deseo tener responsabilidad y decisión verdadera ante Él, no quiero perder la ocasión de ponerme en marcha ante esta compañía de la cual recibo un juicio de estima.
Erika, Bogotá (Colombia)

Una amiga india
Hace dos meses, me mudé a Luxemburgo por trabajo. Es la primera vez que dejo a mi familia y la universidad, a mis amigos y a mi novio, para irme a vivir a un lugar desconocido, además en medio de una situación muy incierta por la pandemia. Nada más llegar, cada momento supuso una provocación: buscar casa, conocer a mis compañeras de piso, integrarme con los compañeros que trabajaban desde casa, acostumbrarme al clima, la comida, el idioma. Pero ante cada dificultad, mi historia y mi educación me han llevado a tener una actitud positiva e interesada: los desafíos no son ocasiones para quejarse, sino oportunidades para entrar aún más en la realidad, para entender lo que en ella hay de bueno para mí. Después del primer período, el miedo a la rutina comenzó a aparecer: ¿cómo voy a permanecer “hambrienta” también en la vida cotidiana, cuando estos eventos extraordinarios dejen de serlo? Paradójicamente, echaba de menos los momentos difíciles que me provocaban y me llenaban de deseo. Pensando en el hecho que más había despertado mi humanidad en los últimos meses, me vino a la mente mi compañera de piso, una chica india. Un día entró en mi habitación pidiéndome que la ayudara con un asunto y la semana siguiente me preguntó si podía ir a misa conmigo. De nuevo, hace unos días me invitó a dar un paseo porque «necesitaba mi forma de ver las cosas». No hubo ningún hecho o diálogo en particular, pero cuando estábamos con las otras compañeras de piso, en la cena o durante una pausa para el café, yo era la única que mostraba una perspectiva diferente. Nos mudamos todas aquí al mismo tiempo, comenzamos a trabajar en la misma empresa el mismo día. Pero donde ellas han visto un motivo más para desanimarse, yo he visto una oportunidad para crecer. Sabía que había alguien bueno esperándome. Aquí las circunstancias son suficiente para despertarme, para volver a tener “hambre”. Lo extraordinario que buscaba ya está ahí, en la realidad tal y como se presenta.
Marta, Luxemburgo

Serenata bajo la ventana
Una noche vi el video de un anciano que, para hacer compañía a su esposa, que llevaba un mes hospitalizada, tomó una silla, se paró debajo de su ventana con un acordeón y le dio una serenata. Me llamó mucho la atención y quise entender por qué este apasionado cantor mostraba una forma de ser libre aun dentro de las limitaciones más rígidas (de hecho, no había violado ninguna de las reglas impuestas en este período de emergencia), y también con tanta bondad y afecto. ¿De dónde nacía su creatividad? Al día siguiente, decidí mostrar el video en mis clases, porque me parece que la cuestión de cómo ser libre incluso en el confinamiento es una de las más urgentes que viven los chavales en este período. Una alumna, que en las semanas anteriores nunca había aceptado pacíficamente mis indicaciones, al verlo exclamó: «Yo también quiero eso». Dije: «Y yo también, porque una libertad y un amor como el suyo son deseables». Me di cuenta de que ella, igual que yo, había usado su corazón rápidamente y había percibido la correspondencia con lo que había visto. En esa lección y en las siguientes semanas se puso a trabajar con una nueva disponibilidad. Durante algún tiempo tuve en mente estas preguntas: «¿Qué es lo que genera vida en nosotros? ¿Qué es lo que enciende de vida nuestro hacer cultura? ¿Qué nos cambia a nosotros y a ellos?». A través de este hecho tan simple creo haber comprendido lo que es tocar «el punto candente» de la vida, es decir, lo que realmente es válido y lo que nos pasa.
Francesca, Milán

«Nada puede menguar la esperanza cristiana»
Tengo 66 años y conocí el movimiento en secundaria. Un encuentro de “amor y odio” para mí que quedó plasmado por la presencia de Cristo cuando conocí una comunidad de base, de esas que años después fueron catalogadas como “Cristianos por el socialismo”. Sin embargo, fue un encuentro que me acompañó y dio forma a mi vida día a día. He tenido que llegar a mi edad para darme cuenta de que todo el bien, la esperanza, el juicio sobre la realidad, la forma de vivir mi fe, todo me viene de ese carisma que he seguido, del que me he alimentado, pero sin querer entregarme por entero mediante la decisión de apuntarme a la Fraternidad. Lo definía como un acto formal, cuando en cambio era la forma de afirmar mi autonomía, en última instancia, ante el rostro de Cristo. La Jornada de apertura de curso fue como una bofetada en la cara. Yo también, como Mikel Azurmendi, miraba pero sin ver todo lo que tenía delante. Veía la belleza como un fuego que me calentaba, pero del que intentaba escapar. Veía a Cristo obrando en amigos, como Enrico Guffanti, que nos dejó hace unos meses, que cambiaron mi manera de ver la vida. Vi y compartí la pasión educativa que se nutre y se concreta en la fe. Pero sobre todo conocí amigos que me han testimoniado que nada, ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte pueden menguar la esperanza cristiana. He visto en vivo el verdadero gusto por la vida. Por tanto, con gran emoción y una enorme gratitud, pido poder unirme a la Fraternidad.
Paola, Albizzate (Varese)

Enfrentado al miedo
El mes pasado, mi familia estuvo en cuarentena porque mis hijos dieron positivo. Una noche me asaltó la desesperanza y también el miedo, porque vi reportajes espantosos en las noticias. Tenía miedo al pensar en mi marido y en mí, con riesgo de contagio, ya que nos sentíamos algo raros. Luego una mañana mi marido se despierta y me dice que ha pasado mala noche, con escalofríos y dolores por todas partes, y yo: «¡Date, también se ha contagiado!». Y entonces volvió a invadirme el miedo. Cuando tomé en mis manos la revista Huellas del mes de octubre, que había estado en la mesilla de mi habitación varios días sin dignarme a hojearla, comencé a leer. Me empezaron a llamar la atención muchas cosas, especialmente un artículo titulado “¿Qué nos está pasando?”. Un hijo testimoniaba la actitud tranquila de su madre ante la enfermedad de su padre y se mostraba agradecida por todo lo que el Señor le estaba dando. Se me quedó grabada otra frase: «La realidad está habitada por el Misterio, siempre». Así que me levanto, me lavo, me visto y pienso en todas las manifestaciones de cariño que he recibido, señal sin duda de la presencia del Señor en mi vida. Tengo por cierto que si Huellas “me desplaza” y cambia mi día es sin duda porque Él está detrás de sus páginas y es el único capaz de moverme. Hemos superado el Covid pero yo, en un período tan difícil, he podido tocar la presencia del Señor de primera mano y eso me hace estar muy feliz y agradecida.
María Luisa, Roma

Un café en el bar
Aunque las bibliotecas están cerradas y las calles de Bolonia están prácticamente desiertas, algunas salas de estudio siguen abiertas y los estudiantes del CLU acudimos allí siempre que tenemos posibilidad de ir a la universidad. El horario diario está marcado por los Laudes, las horas de estudio y el momento para tomar un café en Floriano, un bar cercano. Hace unos días, me salté los Laudes y llegué cuando los demás ya estaban tomando café, guardando las distancias. Así que entro en Floriano y charlo con el camarero, del que nos hemos hecho amigos. «¿Como estás?», le pregunto. «Bueno, suerte que seguís en la universidad». «Nosotros, mientras esté abierto, no nos rendimos», le digo. Y él: «Los de vuestra asociación, porque sé que sois de CL, sois los únicos que dan aliento a la zona universitaria. De la misma manera que la gente de hace treinta años con los que ya servían el café en este bar entonces». A veces problematizo sobre cómo llevar a otros lo que he encontrado, mientras que basta con ser yo mismo, incluso tomando un café, y lo que vivo se hace evidente para todos.
Tommaso, Bolonia

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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