Durante las últimas semanas, numerosos acontecimientos a uno y otro lado de la frontera franco-española han removido el panorama del terrorismo que afecta al País Vasco y de sus asentamientos en Francia.
La confirmación sangrienta de la entrada en escena de un sombrío grupo, el GAL, que toma como objetivo de sus acciones a notables etarras refugiados en el sur de Francia, ha desencadenado un estado de nerviosismo patente en los grupos de refugiados que se asientan allí, y en las autoridades galas, que comprueban cómo el cáncer terrorista se transmite a su territorio en forma de acciones de réplica y venganza fulminantes.
Esta evolución, a la larga previsible, del fenómeno terrorista que envenena aquellas tierras, se ha seguido de unas espectaculares medidas del gobierno francés por las que se deporta a varios etarras y se confina a otros en los departamentos del norte del Loira, donde su control será más fácil.
En el País Vasco el eco de lo que sucede más allá de los Pirineos es notable, y se refleja en movilizaciones, huelgas y enfrentamientos con la policía.
Cabe esperar sin embargo, que el compromiso de las autoridades francesas en un control exhaustivo de la actividad de los refugiados, el creciente cerco social a los que utilizan la violencia, y la propia degradación en todos los planos de los grupos terroristas, conduzcan a la larga, a la tan ansiada, pacificación de aquellas tierras.
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