Nuestra primera colaboración en este número es especialmente valiosa. El testimonio de una experiencia profunda de sufrimiento: el sufrimiento de nuestros hermanos cristianos checoslovacos. Un lenguaje al que no estamos acostumbrados en occidente; sencillo, elemental, lleno de frescura y de poesía, y sin embargo repleto de una fuerza y una fe que traen a la memoria la libertad y el coraje de la vida de los primeros cristianos. Una carta que solo penetra después de haberlo leído, con el corazón abierto, dos, tres veces y que nos unirá a ese pueblo que sufre el recrudecimiento periódico de las campañas estatales anticristianas.
Hermanos y hermanas en Cristo, alabemos y glorifiquemos al Señor que nos ha dado la gracia de reconocer en vosotros amadísimos los miembros del Cuerpo de Cristo, anticipo maravilloso de su cuerpo glorificado, señal de la plenitud y de la unidad perfecta que es posible sólo a través de Cristo.
Junto a vosotros nos inclinamos ante Él y le damos las gracias porque ha hecho posible que nuestros caminos se cruzasen, que nosotros reconociésemos en vosotros, los hermanos más próximos y queridos. Le damos las gracias por este momento que podemos compartir, aunque estemos físicamente lejanos, y por la posibilidad de transmitiros nuestra experiencia y de compartir con vosotros todo lo que durante estos días hemos meditado en la oración y en el silencio.
Vosotros sabéis que vivimos en un país en el que vivir realmente el Cristianismo, de forma plena, significa aceptar el riesgo de estar preparados incluso al martirio, si ello fuera la voluntad de nuestro Señor.
Hace algunos días hemos sido testigos del ataque del que ha sido objeto un grupo de jóvenes cristianos por parte de la policía. Ha sido precisamente esta experiencia la que ha puesto a prueba el valor y la temeridad de estos jóvenes, la fuerza de su fe y la decisión de sufrir por ella. Una de las personas que ha sido interrogada nos ha dicho: "Mientras me hallaba frente a mi inquiridor ha penetrado en mí una fuerza extraordinaria. Estaba completamente tranquilo y he recordado las palabras del Evangelio -Os llevarán ante los jueces y a los reyes por mi causa. No preocuparos de lo que tendréis que decir. Se os dirá en ese momento-. Sentía que Dios estaba conmigo; sabía contestar con sabiduría y mi corazón estaba repleto de sentimientos de paz, perdón y compasión hacia aquellos que viven sin Dios".
Cuando ha ocurrido este hecho ellos estaban meditando sobre qué significa "ser la luz del mundo". Pues bien, Dios les ha dado la posibilidad de resplandecer en ese momento decisivo. Ellos no sentían ni miedo ni rabia hacia aquellos que les perseguían. Por medio de su Espíritu, Dios ha puesto en el hombre posibilidades increíbles, dones que no sabemos aprovechar plenamente.
Vivimos en un mundo que nos aleja de Dios; que nos oscurece la mente, como dice San Lucas, y las preocupaciones, terrenales, que tan a menudo nos absorben, son como el oro falso que llena las horas de nuestro tiempo.
Pero Dios no ha creado al hombre para las cosas, para que fuera esclavo de ellas, ni para servir o venerar el trabajo, ni para ser esclavo clel dinero y vivir en una carrera continua y con la preocupación del pan cotidiano. Por el contrario, lo ha creado como un ser libre y magnífico. Ha puesto en él Su Espíritu, lo ha llenado con su fuerza creadora y le ha asignado capacidades inimaginables. Ha puesto en el hombre el reino de Dios para que nosotros lo descubriéramos y lo conquistásemos. Ha puesto en nosotros Su imagen: para volverla a descubrir y encontrar. Tenemos que librarnos de las cargas y de las cadenas con que nuestro mundo nos ata y mortifica nuestro espíritu.
Vivir en Cristo significa liberarse y abrirse a Su luz que se refleja sobre nosotros como en un espejo. Necesitamos esta luz, situarnos frente a ella, vivir cada día Su presencia en nosotros.
EL CAOS Y EL SILENCIO
Esto no es posible para el hombre que vive en el caos y en el ruido del mundo y cuya alma se halla penetrada por esta inquietud. Dios puede resplandecer sólo allí donde hay silencio, donde es esperado. En este lugar entra y extiende Su paz. Tenemos que ser como hijos de este mundo que no son de este mundo. En medio del ruido y del caos tenemos que vivir en silencio, en el silencio elocuente del corazón, vivir como Él en el distanciamiento absoluto de las cosas de este mundo. Él sabe bien qué es lo que necesitamos y el resto nos lo dará de más.
Este es el secreto para dar más, para hacer que salgan a la luz todos los dones y las maravillosas capacidades que se hallan ocultas en nosotros para que ya no vivamos nosotros sino que Cristo viva en nosotros. Este es el secreto de la casita de Nazareth, la familia que es modelo para toda comunidad humana hasta el final de los tiempos. De otra forma, ¿cómo podríamos ser amables, acogedores, olvidarnos de nosotros mismos, perdonar, buscar siempre la paz? ¿cómo podríamos convertirnos en la luz del mundo? Es Cristo quien resplandece en nosotros, quien perdona en nosotros, quien ama en nosotros, quien bendice en nosotros. Tenemos que situarnos ante Él hasta darle el máximo de nosotros mismos. Entre la infidelidad y el caos del mundo que padece guerras, desesperación, preocupaciones, la llamada hecha a nosotros para que seamos la luz del mundo se hace siempre más radical y se convierte en una exigencia inevitable, ¿Quién si
no puede cargar con esta responsabilidad para todo el mundo? Dios dijo a Isaías: "No es suficiente con que tú seas mi siervo. Deseo que tú seas la luz para las naciones y la salvación para mi pueblo". ¿Es que esta llamada no es ya válida para nosotros, cristianos de este siglo? ¿cómo podemos ser la luz si Dios no está con nosotros, o la salvación si no amamos al hermano, si no somos capaces de sufrir por la salvación de los demás y llevar la cruz por aquellos que sufren, si no estamos dispuestos a compartir nuestros bienes terrenales, nuestras alegrías y riquezas espirituales con los pobres, si no somos capaces de sufrir por Su nombre?
NUESTRA LUCHA
Todo esto requiere una lucha. Pero nuestra lucha, nuestro esfuerzo, el deseo y el amor de nuestro corazón, permiten a Cristo el marcar su imagen en nosotros hasta el punto de que nuestro ser se empapa y se recorta en ese rayo de luz magnífica que da alegría, exalta el alma y nos hace puros, más sensibles a los sufrimientos y a los dolores de los hermanos. De esta manera nosotros mismos llevamos a Cristo, Su luz a todas partes. No se puede resistir a esta luz, ésta penetra en cada esquina oscura y poco a poco lo ilumina todo.
Como luz lo acepta también quien no lo reconoce porque todo ser humano, consciente o inconscientemente, desea conocerlo. Dios tiene misericordia de todos y penetra a todos con su luz. Atraerá hacia sí a todos. Pero para nosotros él se hace pequeño y desconocido. Se disgrega en miles de pequeñas luces y, a través de nosotros, quiere iluminar al hombre para purificarlo, santificarlo y convertirlo en Su hijo con el que compartirá todo lo que es magnífico, grande y divino. Este es el misterio de Su presencia dentro de nosotros y en el mundo. No son nuestras palabras las que crean la atmósfera de la armonía y de la belleza, sino lo que sale de nosotros, esta luz misteriosa.
Vuestros hermanos de Checoslovaquia
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