Egíde era un joven jesuita, que decidió consagrarse al trabajo en una fábrica y a hacer de su vida, a través de su amistad concreta con los pobres, un testimonio vivo del amor de Dios, que prolongase la encarnación de Jesucristo. En diciembre de 1967, a la edad de 34 años, Egide moría en una fábrica de Bruselas en un accidente de trabajo. A su muerte dejó escrito un diario que deja entrever la fuerza y la autenticidad de su experiencia cristiana.
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1 marzo 1967
Fr: me dio una pieza que había fundido ayer. "Añade eso a tu cuenta" (para el bono). Como el Óbolo de la viuda.
F: con educación: "176 piezas".
Una conversación íntima con Miguel.
La Iglesia sufre una enfermedad decisiva: ha perdido el 90% o más de los pobres, de la gente sencilla. Sólo remedios extremos pueden curar esta situación.
2 Marzo
Deseo vivir en la clara luz de Dios, ante mí, ante Dios, los demás, la Iglesia.
2 Octubre
En el trabajo, tuve la enorme gracia de acordarme de X, y de su personalidad espiritual: nuestra última conversación del año pasado es aún una fuente de aliento... También yo he de ser un hombre de Dios. Condiciones para llegar a serlo: humildad sin límites y trasparencia a la presencia de Dios. De esta humildad y de esa presencia es de donde debo sacar las fuerzas, la paz y la irradiación humana que son necesarias para llevar a cabo mi vocación. Darse a sí mismo a los hombres hasta el punto de perderse a sí mismo, lleva a una nada vacía si uno deja de darse a Dios hasta el punto de perderse a sí mismo en Dios. Esto es verdad también en la amistad: el darse por entero a un amigo no puede durar demasiado si uno no vive el don total de sí mismo a Dios y el don de su amigo a Dios. La conciencia de ser enviado, junto con el Señor, al mundo se debilita y muere si no saca continuamente nuevas fuerzas de la vida interior del Padre.
13 Díciembre
Quietud en el centro muerto de la borrasca, cuando la pasión del amor se serena. Este ambiente tan concreto, tan descristianizado, tan duro que agita tus energías y se seca el sentido del humor, es el ambiente en que he de vivir como un contemplativo (cartujo, trapense). El salto que debo dar para vivir en este ambiente es para mí como el salto que supone entrar en un monasterio cartujo o trapense: abandonarlo todo, arriesgarlo todo, venderlo todo -por Dios-.
(De un informe preparado el 14 de mayo de 1967 para una reunión de grupo)
Después de haber escogido ese ambiente para mi trabajo, me dije: ¿y qué es lo que de verdad vamos a hacer? La respuesta era evidente: establecer el Reino de Dios, llevarles la Buena Nueva.
Y después me dije: la esencia del Reino de Dios es amor. Así el principio y el fin de nuestro apostolado ha de ser amor. Nuestra primera obligación no es proclamar la historia de la salvación que Dios nos ha enviado, sino ante todo ser un poco de esa historia nosotros mismos. La Iglesia debería hacerse en nosotros la realidad tangible del amor de Dios para el mundo concreto de hoy. Ahora bien la única manera en que podemos llegar realmente a esos pobres, tan extraños a la Iglesia, y el único modo de amarles, es hacerse como ellos (Cristo- nos dio ejemplo primero); trabajar como ellos, ser indefensos como ellos.
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