Cristiandad francesa
(Artículo publicado en 1914)
G. Bernanos (una vez más... y con perdón)
A medida que pasan sobre mí los años, se me impone con más fuerza esta evidencia: que un Cristiano no es nada sin Cristo, incluso humanamente, incluso a la mirada de los hombres, y que el Don inimaginable que hemos recibido sin haber hecho absolutamente nada para merecerlo tiene, como contrapartida terrible, que al traicionarlo caemos por debajo de los hombres más mediocres, que nos volvemos monstruos, en el sentido etimológico del término. Si los cristianos sintieran profundamente esta tremenda verdad, ya no tendrían la tentación de despreciar a los incrédulos, de dividir la especie humana en dos partes, los Buenos y los Malos, colocándose naturalmente en la primera. Comprenderían que el privilegio inaudito que les ha sido conferido les prohíbe el erigirse, con demasiada facilidad, en jueces de aquellos a los que, por una injusticia aparente pero desgarradora, ese privilegio les ha sido negado. Sobre todo, se guardarían muy mucho de hacer destruir a estos hermanos desheredados a golpes de metralleta, con el pretexto de honrar a Dios o de consolar a Cristo crucificado.
La mayor desgracia de este mundo, la gran miseria de este mundo no es que haya impíos, sino que nosotros seamos unos cristianos tan mediocres, y yo temo cada día más que seamos nosotros los que perdamos al mundo, que seamos nosotros lo que atraigamos sobre él la ira. iQué locura - el pretender justificarnos presumiendo con orgullo de poseer la verdad, la verdad plena y viva, la verdad que libera y que salva! ¿De qué nos sirve, si esa verdad es estéril en nuestras manos, si nosotros nos agazapamos miserablemente a la defensiva detrás de una especie de Línea Maginot erizada de prohibiciones y entredichos? ¡Como si no tuviéramos nada más que hacer que guardar la Ley, cuando nuestra vocación natural y sobrenatural es cumplirla!
Mussolíni ha escrito una vez que respetaba en la Iglesia "la mayor fuerza conservadora de la historia". Esa imagen es la que el césar se ha hecho siempre de la Iglesia de Dios, y nosotros - sabemos también que esa imagen es falsa. Desgraciadamente, también sabemos que muchos cristianos la tienen por verdadera, y que de buena gana creerían - que Cristo sólo ha muerto por la seguridad de los propietarios, por el prestigio de los altos cargos y por la estabilidad de los gobiernos. No he sido jamás eso que se llama tan estúpidamente "un cristiano de izquierdas", y me da pena que se haya hablado tanto del espíritu revolucionario del Evangelio, porque esta expresión es, por lo menos, equívoca; no, no me siento en absoluto anarquista, pero a quien pretende hablarme en nombre del orden, lo primero que hago es pedirle que me enseñe sus títulos. Mi obediencia no es para el primero que quiera cogerla, no dispone de la obediencia todo el que quiere.
No me gusta nada destruir, pero tampoco he nacido para conservar todo lo que se me dé para que lo conserve, ni me creo obligado a incubar toda clase de huevos, aunque sean huevos de serpiente. Nuestra vocación no es conservar, sino servir.
¡Cristianos! Digo que el estado actual del mundo es una vergüenza para los cristianos. Decís que el mundo os falla. Sois vosotros los que falláis al mundo. En lugar de proclamar con trémolos, para enternecer a la gente sensible, que las fuerzas del Mal triunfan por todas partes, que el Paganismo resucita, más valía que confesaséis humildemente que vuestra Línea Maginot no ha resistido, que habéis dejado romperse el frente de la Cristiandad. !Ojalá pueda rehacerse un día, con la ayuda de los héroes y de los santos de mi raza, en mi país humillado (...)
Nuestra tradición remonta mucho más allá del s. XVI. Somos los hijos de las catedrales, y no de las opulentas iglesias del Renacimiento, tan doradas, tan confortables, de esos lujosos salones de oración tan propicios a los exámenes de conciencia minuciosos, dirigí dos por profesores de psicología; con ejercicios tan complicados que toda la vida se pasa templando y retemplando una voluntad que se corre el riesgo de no tener nunca tiempo de usar en bien del prójimo. Nosotros no estamos hechos para estos trabajos de laboratorio.
Nuestras catedrales son tan altas y tan abiertas que hemos aprendido a no temer las corrientes de aire. Tomamos el cristianismo como tomamos la vida -las dos cosas vienen a ser lo mismo-; esto es, lo tomamos como un riesgo.
Nunca hemos deseado ser tratados como bebés. Somos hijos libres de Dios, que tienen derecho a caber en la mesa familiar, incluso si a veces sucede que
rompen los vasos. No vemos en el cristianismo sobre todo un sistema complicado de restricciones y defensas; sabemos de sobra que el medio más seguro - de evitar los malos pensamientos es tenerlos buenos; que el desprendimiento de sí mismo, tan difícil de conseguir por una sabía gimnasia mental, le viene inmediatamente al que se entrega a los demás; que el espíritu de pobreza no les faltará nunca a los que aman a los pobres, a los que les aman por sí mismos y no por el provecho espiritual que sacan de la limosna, porque, al fin y al cabo, Dios nos invita a honrarlos y a servirlos, no a honrarnos y a servirnos a nosotros mismos por medio de ellos.
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