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Huellas N., Diciembre 1981

TESTIMONIOS

Otra forma de celebrar la Navidad

Rosario Gomez O.*

Cierro los ojos y los oídos a todo el ambiente que me rodea. A los escaparates, los anuncios luminosos, la publicidad de una sociedad consumista, que no sólo impresiona, sino que embota nuestros sentidos y nuestro es­píritu, y me dejo llevar por el recuerdo de otra Navidad, la que he venido - celebrando durante los once años que he vivido en la costa colombiana del Pacífico. Chocó es el departamento ne­gro de Colombia. Sus habitantes, des­cendientes de los antiguos esclavos, acogedores. Tienen un folklore muy pe­culiar, hecho con retazos de su anti­gua cultura africana bautizada en los tiempos de la colonia. Cierro los ojos y los oídos, y otras imágenes, otros sonidos vienen a mi mente.

"iAy qué bonita se ve la luna bella! iAy, que bonita se ve con esplendor¡ Así se ve en las noches de mi tierra, en estos días que nace el Niño-Dios".

Entre las pausas de la lluvia tropical, se dejan sentir los "arrollas" al Niño. Son sus villancicos. No se habla en ellos de tiritar de frío, ni de nieve. Una luna hermosa en la noche tropical, las palmeras, el río, los pobres ran­chos y la selva como telón de fondo, forman el decorado de las noches de alegría y fiesta que preceden a la Noche­buena.

"Todos los hombres cantan los villancicos, y las muchachas al templo a rezar. El dieciséis empezamos la novena y el veinticinco tenemos Navidad. Hay alegría en mí corazón, hay Nochebuena porque nace el Niño Dios.
Estos nueve días, entre el dieciséis y el veinticuatro, son de preparación intensa hecha de fiesta y de trabajo. De trabajo con tono de fiesta. Trabajan las misioneras y trabajan los animado­res de esta incipiente comunidad cris­tiana. Hay que llevar el Mensaje, la Buena Noticia, a cada casa, a cada fa­milia. Catequesis con los niños por las mañanas; asambleas familiares por las tardes; ensayo de "arrollas", mon­tar el "pesebre", que ha de estar lis­to para el día 16, aunque, claro, sin el Niño. Todos colaboran. Cada cual a su modo. Los hombres adornan la plaza con arcos de bambú y ramas de palma; los jóvenes montan el belén, en el que junto a las rústicas figuras de la Virgen y San José trotan caballitos de - plástico rojo, se alzan casitas de cartón, y algún que otro juguete que la marea arrojó a la playa.
Trabajo fuerte y duro el de estos días. En este ambiente de trabajo y colaboración a veces agotadora, ¿qué de extraño tiene si alguno de los "arrollas" canta la actividad de las mujeres, personifica en Santa Ana, a la que el sentir del pueblo la imagina agotada por los quehaceres de preparar el nacimiento del nieto?
"Señora Santa Ana se quema el arró... Ejalo quemá que no es para vos"

LA NOVENA.- El ritmo del tambor, más que el tañido de la pequeña campana de la capilla, reúne durante esas nueve noches a la gente, para rezar, la tan tradicional en toda Colombia, "Novena del Niño". Oración, reflexión sobre la Palabra de Dios y, sobre todo, el can­to de los "arrollas" de ritmo africano que repiten incansablemente una misma frase, acompañados con palmas, tambo­res, rascas, maracas de confección ca­sera (un bote con granos de maíz) o cualquier otro objeto que sirva para acompañar el ritmo y es que el ritmo no lo hacen los instrumentos, sino el alma negra que se exterioriza y a­rrastra al cuerpo. El ritmo bulle en su sangre.
El día 24 por la tarde, los hombres se encargan de construir una balsa y de engalanarla. Con farolillos encendidos y una buena comparsa, movida por palancas, la balsa recorre lentamente el río por la orilla, donde están disemi­nados los ranchos de madera y palma.
La balsa lleva consigo la alegría de la música, las risas de los hombres, la Navidad. Y es lógico que así sea. Estos hombres transcurren la mayor parte de su vida en el río, y para ellos la encarnación de Jesús no puede ser expronada como el "poner una tienda en medio de nosotros", sino que la Navidad tiene que hacerse presente en el escenario mayor de su existencia: el río. Por eso, en el repertorio de los "arrollo" no podía faltar la alusión a la canoa, al canalete, aunque la unión de personajes y sucesos del cantar resulte de lo más sorprendente.

"San Antonio se embarcó en el arca de Noé y el cántico que llevaba: uruaba y urué.
Yo cogí mi canaleto, mi palanca y mi canoa y le dijo a San Antonio vámonos pa Barbacoa".

Es Navidad y no cuenta ni el tiempo ni las distancias. El verbo eterno se ha amasado en nuestra carne, ha entrado en nuestra historia y la ha convertido en historia de salvación, en Arca de Noé de una nueva Alianza en la que todos tienen su puesto, San Antonio, Santa Ana, y el viejo negro que suda y suda tocando frenéticamente el tambor entre sus rodillas.

NOCHEBUENA.- Misa de medianoche... a las diez. Porque la misa es larga y la noche se hace corta para cele­brar tan gran fiesta, hay que comenzar temprano. Al lado derecho del altar, la versión negra de María, José y el Niño, en vivo. Momento de emoción, de devoción intensa, cuando el sacerdote, tras la lectura del Evangelio, torna en sus brazos al Niño, un niño de días, y mostrándolo al pueblo, dice: "Así quiso Dios hacerse uno de los nuestros". Momentos de contemplación, de emotivo silencio, roto por el llanto del niño; espontáneo, naturalismo, el "arrollo" que entonan las viejas y es repetido por todos: "No llores, no - mi Niño - no llores, no"

Compartimos la Palabra de Dios. Es la Palabra que se nos ha entregado y sobre la que todos podemos decir algo, desde la vieja Aquilina que, puesta en pie y con el brazo en alto, dice: "Yo, manque vieja y bruta que soy, tengo que decir mi palabra"; hasta Sabino o Agustin, padres do familia, animadoras de la comunidad cristiana, que con la sabiduría qua regala el espíritu comentan el Evangelio para la Asamblea.
Y se comparte el Pan que es el mismo Cristo. Y sigue en aumento la fiesta en el momento del banquete. Ya no son sólo cantos y palmas. Todo el cuerpo expresa su alegría bailando. Y bailando se toma en las manos la figurita del niño, en arcilla, para colocarla en el pesebre que está en la plaza...

"velo qué bonito lo vienen bajando con ramos de flores lo van "arrollando".

Así ha sido mi Navidad durante once años en la costa colombiana del Pacífico. Ahora, temporalmente, en esta mi vieja sociedad de Occidente, se me ocurre pensar si nuestras cristiandades recuerdan aún la señal que les fue dada a los pastores de la primera Nochebuena de la historia: "Hallaréis al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Era la señal de que hay motivo para "una gran alegría porque ha nacido para vosotros el Salvador". Pero es también una señal que habla de debilidad, de pobreza, de sencillez, como caminos para encontrar con facilidad a Cristo, al Señor.


*Compañía Misionera del Sagrado Corazón

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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