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Huellas N., Diciembre 1981

LABOREM EXERCENS

El Papa habla sobre el trabajo

Los derechos de los hombres del trabajo
El trabajo es una obligación, un de­ber, pero es también fuente de dere­chos del trabajador que deben de ser examinados dentro de los derechos humanos.
El criterio para la formación de la economía deber ser el respeto a estos derechos, y no el querer sacar el máximo beneficio.
Al estado, en primer lugar, le co­rresponde la elaboración de una política laboral justa, y han de tener cuidado, tanto los países altamente industrializados como las multinacionales de no afectar negativamente en la política laboral de las sociedades económicamente menos avanzadas.
Dentro de esta política laboral jus­ta debe prestarse atención al problema de encontrar un empleo adecuado para todos los sujetos capaces de él, al derecho de una remuneración justa por el trabajo realizado, al derecho del descanso, de una justa promoción de la mujer, al derecho a asociarse, donde los sindicatos son el exponen­te, de una "lucha" por la justicia so­cial, lucha que debe ser vista como dedicación normal en favor del justo bien y no como lucha contra los de­más, (la huelga será otro derecho siempre que se dé en las condiciones y límites de servir al bien social).
Por último, el papa dedica una aten­ción especial a la dignidad del tra­bajo agrícola, a los minusválidos y al emigrante, resaltando el valor y la dignidad de la persona humana y el valor del trabajo.

Espiritualidad del trabajo
Este Último apartado de la encíclica sobre la espiritualidad del trabajo no es un apéndice sin importancia, sino que retoca este aspecto tan fundamental que es cometido específico­ de la Iglesia.
Los tres puntos principales de esta espiritualidad son:
A) El trabajo como imitación y colaboración en la obra colaboradora de Dios. Este aspecto lo encontramos ya en el primer capítulo del Génesis, que es en cierto sentido el primer "evangelio del trabajo". El trabajo respon­de a la voluntad de Dios y no es fruto del pecado original, si bien se ha visto reformado notablemente des­pués de éste. Esta participación en la obra creadora de Dios, exige del creyente el deber de impregnar el mundo del Espíritu de Cristo para que en él brille la paz, la justicia, la verdad, la caridad. Debe aprovechar la actividad laboral para conseguir él, y ayudar a conseguirla a los demás, una vida más santa. Además para que el trabajo del hombre sea imitación ver­dadera del "trabajo" de Dios debe te­ner muy en cuenta el descanso.
B) El trabajo humano como imitación del trabajo de Cristo:
Se pone muy de relieve la condición de trabajador que tuvo Cristo, de tal ma­nera que no sólo predicó ese "evange­lio del trabajo" sino que, ante todo, cumplía con el trabajo, el evangelio confiado a Él.
C) El trabajo humano como colaboración en la obra redentora de Cristo: Después del pecado original el trabajo está unido inevitablemente a la fatiga. Por eso, el esfuerzo y la fatiga ofre­cen al hombre una posibilidad de participar en la obra redentora de Cristo. En efecto, en el trabajo humano el hombre descubre una pequeña parte de la Cruz de Cristo y lo acepta con el mis­mo espíritu de redención con que Jesús aceptó la Cruz.

¿Qué se ha dicho de la encíclica?
La encíclica de Juan Pablo II ha suge­rido una infinidad de comentarios, criticas y tomas de postura desde todos los ámbitos (políticos, sindicales, religiosos, económicos... )
Pese a que se la ha tachado de oportu­nista (se ha publicado en un momento clave para la estabilidad política-so­cial de su país natal) no ha existido prácticamente ninguna crítica global­mente negativa de sus contenidos.
Se ha dicho que utiliza un lenguaje atemporal, que expone la problemática laboral de forma uniforme y hasta sim­plista, frente a las enormes diferen­cias que se dan en los diversos países y en los diversos sistemas sociopolíticos; y sobre todo, el anacronismo de alguna de sus críticas de una forma excesivamente generalizada.

Ante esto, hay que preguntarse nueva­mente cuál es la finalidad de la encí­clica. No pretende el papa hacer un tratado sobre la situación económica y social actual, sino que desde el presu­puesto básico y fundamental de la pri­macía del hombre y su dignidad en el trabajo, que está por encima de cual­quier otro valor, intenta iluminar los distintos aspectos de la vida laboral en sus complejas circunstancias actuales.
Los comentarios de diversos sectores sociales (empresarios, sindicatos marxistas...) e incluso de algún dirigente de estado, coinciden en una acepta­ción benévola de la encíclica (para unos es el vivo reflejo de lo que ellos defienden, o una muestra de las influencias marxistas, o algo difusa en el tema de la lucha de clases...). Esta aceptación benévola muestra has­ta qué punto puede llegar la subordi­nación del hombre a los interese; del partido, del estado, de la clase o del hombre mismo que prescinde de la dimensión social de su persona.
Juan Pablo II, como vicario de Cris­to, desempeña su misión profética y predicadora de dar luz evangélica presentando nuevas soluciones y planteamientos a los problemas humanos.­ Ahora bien, labor de los cristianos, cada uno en su puesto, es hacer po­sibles estos planteamientos dejando se de posturas inhibitorias y actuar consecuentemente con la fe que se cree.
Que el fruto de la lectura de esta encíclica, (que en ningún momento hemos pretendido suplirla con este artículo, sino estimular a conocerla) sea un mayor amor al trabajo y al hombre.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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