El nombre de Dios no es hoy, ciertamente, un reclamo publicitario. Habría que loco para sacarlo con esa intención a la palestra. Y sin embargo, sólo esa palabra, vieja entre todas las que contiene el lenguaje humano, puede hacer la agostada fuente de la esperanza, y reconstruir su corazón en ruinas. Por una razón muy sencilla: sólo puede ser verdaderamente nuevo lo que es eterno, absoluto, o lo que participa de lo eterno, y que por ello puede ser gozosamente descubierto cada día. Aquello que no se consume y se agota con el uso - "usar y tirar" -, sino cuya posesión es una interminable maravilla de asombro y de sorpresa; aquello que mantiene al hombre "fuera de sí", y le hace de este modo ser más hombre. En este sentido, no hay nada más viejo que un periódico de anteayer ¡y es bien reciente! Y nada más nuevo que una aneja amistad que ha fermentado y ha ido adquiriendo grados con el tiempo.
¡Que se rían si quieren los estúpidos! Su escepticismo desdeñoso y "maduro" no es más que la máscara de una vejez prematura, de una castración mental. ¿Qué Dios es una idea pasada de moda? Afortunadamente. Porque son las modas las que pasan, y con ellas todas vuestras ideas. Mientras, Dios - que, dicho sea de paso, no es una idea - seguir a aguardando en el cuarto trastero, en el cesto de los papeles, en cualquier rincón del corazón, empolvado y sucio, el menor descuido de vuestra agitada estupidez. Habréis de intentar mantenerla siempre en vela, porque el día en que vuestra estupidez se duerma, el día en que os hayáis cansado de todas vuestras modas y vuestros "diálogos para besugos", el día en que bajéis la guardia, ese día Dios os saldrá al encuentro otra vez, cuando menos lo esperéis. Inmenso y fuerte, insinuante y humilde, con más piedad para con nosotros y con nuestras tonterías que la que nosotros mismos somos capaces de tener.
Pero, sinceramente -me diréis -, ¿no es un atraso pensar que el hombre necesite de Dios para ser verdaderamente hombre?¿Acaso estos dos siglos de ateísmo no han hecho progresar más a la humanidad que todo su largo pasado religioso? Cuando el hombre por fin ha prescindido de Dios, ¿no ha sido cuando ha encontrado su autonomía, su liberación, su propio ser? Por supuesto. Eso sí, todo depende de lo que se entienda por progreso. Desde luego, hace al menos dos siglos que el hombre está tratando de construir una ciudad habitable sin Dios. Para tan magna empresa, que haría por fin de él un superhombre, el ciudadano medio ha ido sacrificando una por una todas sus grandezas, empezando, por supuesto, por la de ser hijo de Dios, pero también otras muchas: su libertad, su pensamiento, su dignidad. Tras cada fracaso, los proveedores habituales de la mentira se engañan de devolverle su optimismo (forma secular de la esperanza) mediante el tratamiento adecuado: una buena cura de evasión y tres o cuatro palabras mágicas (previamente vaciadas de su contenido), y ya tenemos a la laboriosa masa humana puesta otra vez manos a la obra, sin rechistar. Cuando uno observa de cerca esta inmensa construcción, siempre recomenzada y siempre en ruinas, los esclavos egipcios y sus pirámides (pues son suyas, no de los faraones) no pueden menos de parecer unos pobres aprendices. Es verdad que gracias a eso tenemos electrodomésticos. Y a lo mejor compensa.
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