Situemos bien el tema que queremos tratar. No es nuestro propósito entrar a discutir aquí la legitimidad y la conveniencia o no de una ley civil de divorcio. Tampoco pretendemos fijar en concreto nuestra posición respecto al actual proyecto de ley. Ni siquiera pretendemos juzgar moralmente la cuantía del mal que la legalización de dicha práctica puede producir en la sociedad. Estas y otras dimensiones del tema están siendo estudiadas y tratadas por voces mucho más autorizadas y eficaces que nosotros y a ellas, especialmente a la del Magisterio, nos remitimos.
Nuestra aportación quiere más bien moverse en otro plano. De entre las muchas voces que se levantan para opinar y presionar en este asunto, nosotros queremos entablar debate con aquellas que van al fondo de la cuestión: las que no discuten este o aquél aspecto de la ley, sino que cuestionan de abajo arriba toda la discusión porque parten de la afirmación rabiosa de la autonomía del individuo sin cortapisa alguna. Por tanto, no se trata ya del divorcio, sino que el matrimonio (como algo más que una pura unión sentimental, sexual y necesaria para procrear, de carácter transitorio), la familia y todo cuanto suponga un vínculo estable o, al menos, con vocación de estabilidad, debe ser combatido.
Lo curioso, y con esto nos vamos centrando en el tema de nuestro artículo, es que estas posiciones surgen, en general, aunque cada vez menos exclusivamente, de instituciones, ambientes y personas que se proclaman socialistas y comunistas, sean autoritarios o libertarios. En general, hemos dicho, aunque tendencialmente son cada vez más los que sostienen esta postura desde la autoidentificación con el campo al que realmente pertenece: el radicalismo burgués. Y vamos tocando fondo.
Está claro que el adjetivo burgués no suele ser empleado por quienes se aplican el sustantivo radical, debido a sus claras connotaciones peyorativas en la opinión "moderna". Pero se lo añadiremos nosotros, por simple deseo de rigor al ajustar cuentas con la historia de la cultura.
Se producen muy pocas cosas realmente nuevas bajo el sol que pausadamente nos contempla desde hace siglos. Una de ellas fue el espíritu de la burguesía, que no tiene más de seis siglos de existencia implícita y poco más de dos de explicitación formal. Para simplificar, Rousseau y Sade expresan bien ese paso histórico que, despojada poco a poco la burguesía de la necesidad de alianzas con el cristianismo, aflora en nuestro tiempo cada vez con más fuerza en la desnudez de su conciencia. Asistimos al "destape" final de la vieja alma burguesa en la manifestación de las "nuevas" reivindicaciones. Por eso son cada vez más los habituales de Marbellas, clubs privados y el mundo de los negocios (los verdaderos negocios de hoy, los especulativos: el Interviú, las cinco nóminas repartidas entre el Estado, el Partido, el Periódico, el Sindicato y la Banca, etc ... ) quienes se reconocen abierta solapadamente en ellas.
Pero ¿qué hacen los trabajadores de una (o de ninguna) nómina que se supone aspiran a reconstruir la gemeinwessen (1) de Marx en su vida y en la estructura social, o los partidarios de la comuna libertaria, o los que simplemente aspiran a una sociedad más comunitaria, enarbolando la pacarta divorcista? ¿Cómo puede conciliarse la aspiración a la unidad -solidariamente estable- de toda la sociedad ( ¡ ¡ ¡ ahí es nada ! !!), lo que evidentemente exige un buen número de vínculos protegidos por las leyes comunes, con la reivindicación de 'la provisionalidad del vínculo más elemental y natural de todos?
El movimiento obrero o, al menos, su parte obrera, nunca se tragó a Rousseau, si exceptuamos a aquellos anarquistas "naturalmente" buenos que hacían extensiva -dicho con perdón y respeto, un poco ingenuamente ¿no?- a la humanidad entera su propia bondad "natural". Y Sade se le atragantó, por obvias razones económicas, desde las primeras líneas. ¿No estaremos asistiendo a una nueva transgresión burguesa de la conciencia popular? Esta es su moral: transgresión de la transgresión. Abolición de lo humano. Es la ley del Capital: disolución de todo vínculo comunitario en la sociedad, "liberación" del individuo en orden a hacer de él pura función de producción y consumo reducción a mercancía de todas y cada una de las relaciones humanas existentes. El matrimonio también, puro contrato.
Pero esa no es la liberación que ha ondeado siempre en las banderas populares. Los pueblos saben que la libertad personal y para todos pasa por la comunidad vigilante de sus propias leyes y valores. Y que la comunidad supone vínculos estables entre todos. Cuanto más públicos y transparentes, mejor.
El hombre tiene una exigencia primordial de unidad, y más el hombre moderno, profundamente afectado por la división que en su vida provoca la estructura social imperante.
El hombre siente la necesidad de construir relaciones estables y entrañables en su vida, y la familia es la realización más inmediata y natural de esta exigencia. En ella se aprende la solidaridad, la gratuidad y la capacidad de sacrificio.
¿Cómo puede hablarse del ideal comunista si no se valora el significado de esas palabras? El origen de la actitud militante socialista en la juventud pre-pasota de este siglo no fue otro sino el choque experimentado al abrirse al mundo y percibir las agudas contradicciones sociales por parte de una conciencia criada, crecida y desarrollada al calor de esos valores en la familia cristiana occidental (Fromm). La crisis de la familia, que viene de largo y no hace ahora más que manifestarse en términos jurídicos, es la matriz del pasotismo, en lo que éste tiene de carencia axiológica, de falta de motivación positiva para luchar, estudiar y trabajar con sentido.
En la familia se generan nuevas criaturas que aprenden a vivir en ella adquiriendo la estabilidad necesaria para afrontar de manera positiva y autónoma la realidad, para alcanzar madurez humana. ¿Por qué, pues, cierta izquierda ataca a la familia? La respuesta está implicada en lo que llevamos dicho: porque su matriz ideológica se halla en el pensamiento burgués. Pero volvamos la pregunta por pasiva: ¿Por qué cierta derecha ataca el divorcio? Porque con ello arrincona y oculta la verdadera reivindicación obrera: el comunitarismo. Y finalmente ¿por qué cierta parte del pueblo sigue a unos y a otros? Por la trampa de la ideología. Es hora ya, sin embargo, de ir limpiándose los ojos y atender a las razones humanas, permanentes que asisten a las gentes, por encima de unas y otras ideologías e intereses.
(1) La comunidad no sólo como estructura social objetiva sino como relación personal subjetivada.
El hombre tiene la exigencia primordial de la unidad y de construir relaciones estables, entrañables en su vida.
La familia es la realización más impresionante de esta exigencia; en efecto, es la célula primera de nuestra sociedad.
En ella, generalmente, se aprende la solidaridad, la gratuidad, la capacidad de sacrificio; en ella se generan nuevas: criaturas, y en ella estas nuevas criaturas aprenden a vivir y adquirir la estabilidad psicológica necesaria para afrontar de manera positiva y autónoma la realidad para alcanzar madurez humana.
Pero la fragilidad humana y los condicionamientos socio-económicos, complican notablemente la realización de esta exigencia ideal.
En este sentido un pueblo que reconoce como valor el matrimonio debe utilizar todos los medios, incluso el legislativo, para promover la unidad familiar.
Por tanto rechazamos la igualdad divorcio = progreso.
Una ley es progresista si ayuda al hombre a crecer en comunidad; al contrario una legislación divorcista, al favorecer la idea de provisionalidad del vínculo matrimonial, facilita la renuncia del hombre a responder positivamente a una exigencia que es fundamental en él, a asumir con plena responsabilidad la decisión de fundar una familia.
El divorcio es, además, la quiebra del ideal humano de la unidad, quiebra propia de una sociedad burguesa (en el sentido cultural de la palabra), fundada sobre la división y la reducción a mercancía de cada una de las relaciones humanas en ella existentes.
Así, nuestra cultura reduce también el matrimonio a un puro contrato. De ahí, la ideología, la batalla divorcista.
El factor fundamental que mueve hoy a la petición de legalización del divorcio es el principio cultural según el cual el hombre es más libre, si está "libre" de vínculos, en este caso el matrimonial.
La realidad demuestra lo contrario. La biología y la psicología demuestran que un organismo (humano o animal), es tanto más perfecto cuanto más sabe crear relaciones estables con la realidad que le circunda *. Una personalidad es tanto más potente y libre, cuanto más es capaz de crear relaciones profundas y duraderas en torno a sí.
Y no vale argumentar en favor del divorcio la existencia de casos particularmente dramáticos, porque toda la jurisprudencia sabe que no se puede construir una normativa general a partir de casos particulares. Para éstos hay como extremo y doloroso remedio la separación legal civil.
Y tampoco vale argumentar que el divorcio es un problema de conciencia individual. Esta posición irresponsabiliza y privatiza el matrimonio. Casarse es también tomar una responsabilidad civil con respecto a la colectividad. Escoger el matrimonio no es una mera decisión individual e indiferente con respecto a la sociedad en que vivimos, puesto que ella sufre, tanto para bien o para mal, las consecuencias de la formación o disolución de una familia.
Por tanto la sociedad debe pronunciarse en torno a si considera o no la indisolubilidad matrimonial como un valor social y, por lo tanto, hacerla respetar, así como se castiga por ejemplo un delito, y no se deja libertad al ciudadano para cometerlo. Un nuevo y más profundo descubrimiento del valor de la indisolubilidad matrimonial puede ser la ocasión de un progreso cultural en nuestro país que ponga finalmente al hombre y su verdad en el centro de la vida política y social.
*Un hombre aislado y privado de relaciones, está en la posición peor para comprenderse y en la posición mejor para dejarse manipular por el poder.
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