Nuestro llamamiento a la responsabilidad de los cristianos
Los días 23 y 24 de febrero se ha producido uno de los acontecimientos más graves de la historia de nuestro país desde la guerra civil: la ocupación violenta del Parlamento, cuando los parlamentarios procedían a la investidura del nuevo presidente del gobierno, por un grupo, de guardias civiles armados, violando nµestra legalidad constitucional refrendada libremente por el pueblo.
La gravedad de estos hechos, resueltos favorablemente, de momento, en la línea de respeto y continuidad de nuestra Constitución, nos obligan a plantear las siguientes reflexiones:
1. Como cristianos consideramos que el marco político de convivencia debe posibilitar el que los ciudadanos puedan expresar libremente su voluntad y que, una vez manifestada, se deba seguir la voluntad de la mayoría, siempre que las minorías no vean violados ninguno de los derechos fundamentales de la persona humana y disfruten de los mismos derechos políticos que la mayoría. Este sistema, conocido como "democracia parlamentaria", que plasma sus normas en una Constitución que siempre deja abierta la posibilidad de su reforma, parece el modelo más civilizado de convivencia.
2. Los ciudadanos descontentos con el funcionamiento de los órganos e instituciones del Estado en que viven tienen el derecho y el deber de manifestarlo a través de los cauces que la propia legalidad le ofrece, pudiendo llegar a proponer las reformas que consideren convenientes y a usar el derecho de referéndum en las condiciones que prevé la propia Constitución. En una Nación en la que existe esta posibilidad, nadie tiene el derecho de arrogarse la representación del pueblo ni de utilizar la fuerza en su nombre, ni a invocar causas nobles que la justifiquen.
3. Los hechos a que aludimos demuestran una vez más el clima de intolerancia que en tantas ocasiones se ha manifestado en nuestra historia y plantean la necesidad de insistir en la educación y el respeto a la opinión y actuaciones de los demás. De lo contrario no es posible la convivencia de una colectividad, plural y diferenciada.
4. Pero, al mismo tiempo, se plantea la grave responsabilidad de nuestra clase política, que parece no valorar suficientemente la gravedad del momento presente, caracterizado por una vida civil débil, que a su vez se manifiesta en el clima de inseguridad ciudadana y en la sensación de ineficacia para resolver los graves problemas del paro, delincuencia y terrorismo. Esto hace que, al cabo de cinco años de vida plenamente democrática, se acuse el cansancio y la desilusión al constatar el partidismo tanto del partido mayoritario como de los partidos de la oposición; lo que hace que prevalezcan los intereses de partido y de grupo por encima de los verdaderos intereses de la Nación.
5. Sin duda que los católicos españoles hemos cometido errores que, en ocasiones, hasta los propios obispos abierta y noblemente han reconocido. Con todo, también nos gustaría observar esa misma actitud de autocrítica en otros grupos culturales, sociales y políticos, tanto respecto a su pasado como a su presente. Por otra parte, cualquier persona de buena voluntad y sin prejuicios debería reconocer no sólo los errores que los católicos hayamos podido cometer, sino también los aciertos y las aportaciones positivas en el proceso de democratización del régimen anterior, como también en la nueva fase democrática actual.
Observamos, en cambio, una prisa por abandonar nuestras tradiciones populares religiosas. Constatamos una falta de valoración sobre lo que esas mismas tradiciones encierran de positivo como trabazón moral y ética de un pueblo, sin que, por otra parte, se logre llenar ese vacío, provocado por erradicación, con otra cosa que valga la pena, suscite interés, desate el mecanismo del ideal por el que valga la pena vivir y luchar. Los valores tradicionales de la religión, la familia, el pueblo, la verdad, la belleza, la bondad, se pretenden sustituir con propuestas -no valores- de consumismo, materialismo, hedonismo e instintividad o, en el mejor de los casos, con los "derechos humanos", válidos en sí mismos, pero que se ven continuamente frenados por el individualismo que esta misma sociedad segrega.
El colmo del mal de nuestra sociedad es la incapacidad de ofrecer valores válidos para nuestros jóvenes y, en este sentido, el fenómeno del "pasotismo" constituye una grave acusación.
6. Esta situación de ineficacia política y social y de vacío cultural se presta en muchas partes, pero especialmente en nuestra área geográfica, al surgimiento del fanatismo. Este se puede manifestar: por la vía del golpismo militar, por el surgir de ideologías totalitarias fanáticas, por el incremento de la intolerancia sobre todo en el binomio clericalismo-anticlericalismo, de gravísimas consecuencias y que cierta prensa está manejando con grave irresponsabilidad y, finalmente, por la irrupción de grupos minoritarios partidarios y practicantes de la violencia.
7. Ante esta situación nada favorece ni nada resuelve la actitud de católicos al estilo de cierta institución de cuyas palabras se hacía eco el diario "El País" de este modo: "Lamentamos el silencio y la falta de valentía a la hora de defender unos derechos del pueblo, tan claramente violados, mucho más claros que otros derechos por los que los obispos tan diligentemente se han pronunciado."
¿A qué viene esto? ¿Una institución seria -y la Iglesia debe serlo- puede hacer una declaración al filo de los hechos, cuando las noticias todavía eran confusas, cuando ni los mismos defensores de la legalidad se habían pronunciado?.
¿A qué vienen a estas alturas esas actitudes clericales de meter a los obispos en todo y atribuirles una importancia que no tienen en la solución de un problema militar como es la liberación de un parlamento ocupado por fuerzas armadas insurrectas? En cualquier caso su respuesta no fue en modo alguno ambigua a la mañana siguiente cuando el parlamento seguía ocupado.
Aun aceptando que debiesen hablar en el momento mismo de producirse los hechos, ¿qué se pretende con ello: reconocer que no tenemos unos obispos superfenómenos? Es posible, pero, atención, porque tampoco tenemos una clase política de altura; y si no, ¿qué hicieron los partidos y sindicatos en aquellos momentos? ¿Donde estaba su capacidad de organización y movilización para pedir la inmediata liberación de sus parlamentarios? Por otra parte ya va siendo hora de que los católicos volvamos a experimentar los lazos de nuestra comunión eclesial por encima de cualesquiera otros vínculos sociales o personales. Este espíritu de comunión debiera alcanzar al menos el principio elemental de lavar nuestros trapos sucios en casa. Pero la comunión eclesial es mucho mas,
como veremos; por eso nunca han faltado en la historia de la Iglesia gentes dispuestas al martirio antes que romper esa comunión.
8. Los hechos que comentamos en toda su perspectiva son una llamada a nuestra responsabilidad y una invitación a dar un salto adelante en la maduración personal y colectiva.
Comprometerse en que la convivencia sea justa y respetuosa serán palabras bonitas si cada uno de nosotros, con independencia de su edad y posición social, no lucha porque así sea en el ambiente concreto de la escuela, universidad, trabajo, oficina en que le toca vivir. Yo no puedo cambiar todo el mundo, pero sí mi en torno. Nuestra compañía es también para esto, para transformar el mundo, para hacerlo más fraterno, más vivible y, por tanto, menos agresivo, menos inhóspito y menos egoísta. El amor de Cristo debe urgirnos a una mayor responsabilidad y compromiso, porque tal vez dispongamos de poco tiempo para construir esta posibilidad de una convivencia en libertad. Y en la lucha por esa convivencia y esa libertad debe animarnos especialmente el trabajar juntos y abiertamente para que haya una presencia católica, porque la fe ni se puede ni se debe vivir privadamente. Somos pluralistas y tolerantes, pero sería demencial que dentro de esa tolerancia y de ese pluralismo no tuviéramos cabida nosotros mismos.
Nosotros pensamos que los "derechos humanos" no son más que un apéndice de los mandamientos de la ley de Dios y un corolario del Evangelio de Jesucristo. La mentalidad laica, por desgracia, margina el título más grande del hombre que es la dignidad de hijo de Dios, y eliminado Dios del horizonte humano el hombre se convierte en norma de sí mismo, surgiendo el caos de tantas normas como individuos. Como consecuencia surge el predominio de la ley sobre la ética, de la justicia sobre el amor y del individualismo sobre la fraternidad, con los resultados que están a la vista de todos. Hoy el hombre tiende a no soportar ningún tipo de vínculos, ni siquiera al nivel más elemental: el del hombre con la mujer y el de ambos con sus hijos. Nuestra tolerancia no puede hacernos tan miopes como para confundir el progreso con el retroceso a estadios más primitivos de la humanidad. Y, ciertamente, en medio de este mundo confuso y caótico el mensaje de Jesucristo adquiere plena actualidad.
Queremos vivir nuestra amistad con el reconocimiento y la aceptación de un destino común que se nos ha revelado en el encuentro personal con Cristo en su Iglesia. Por esto la modalidad de nuestras relaciones se resume en dos palabras: comunión y liberación.
Comunión significa pasión y entusiasmo por la vida, porque Dios ha redimido y salvado esta vida, liberándola del absurdo y dándole el destino más alto que darse pueda: Dios mismo, es decir, el AMOR.
Comunión significa descubrir la unidad profunda en la que hemos sido constituidos por Cristo sin distinción de razas, clases, sexo o edad: todos somos uno en Cristo Jesús. Nuestro problema es reconocer este misterio del que formamos parte. Mas, si somos capaces de reconocerlo, veremos cómo brotan unas relaciones nuevas entre nosotros y también con todos aquellos con quienes diariamente nos relacionamos. Comunión significa que todas nuestras relaciones y todo lo que hacemos debe llevar el marchamo de la gratuidad. Y la gratuidad se contrapone a intereses, pura conveniencia, mercantilismo. Hoy todo se ha mercantilizado: el trabajo, la política, hasta la amistad y el amor; por eso hace más falta que nunca nuestra presencia.
Esta comunión no es un invento de un grupo de cristianos más o menos originales o amantes de novedades y modas, sino el redescubrimiento del alma de la Iglesia, común a toda su historia, que nosotros queremos vivir católicamente (con todos los católicos y en unión con los obispos) y de manera abierta y pública, frente a todos aquellos de dentro y de fuera que quieren reducir la fe a un hecho privado sin consecuencias sociales de ningún tipo. La comunión vivida producirá frutos de comunión con todos los hombres en lo político, en lo cultural y en lo económico.
Por eso pensamos que la comunión cristiana es la verdadera liberación. Liberación, en primer lugar, de nuestro egoísmo y nuestro pecado, porque el mal del mundo es el pecado: el egoísmo, la instrumentalización de los otros, la mentira, la envidia, el odio, la pereza, la violencia, la guerra. Liberación en segundo lugar de nuestros ambientes, nuestras familias, nuestra escuela, nuestra facultad o nuestro trabajo. Si vivimos el mensaje de Jesús, mensaje de bienaventuranzas que culmina en esa vida de comunión, viviremos un trozo de tierra liberada que será atractiva y agregadora de nuevas gentes, porque el hombre ama más la vida que la muerte. Por eso Cristo, como recientemente nos ha recordado Juan Pablo II, es el centro de la historia y del universo, porque ha dado sentido a la vida venciendo al pecado y a la muerte. Liberación, finalmente, del "desorden establecido" no solo en nuestra sociedad, sino en el mundo. Nuestro espacio de acción es también católico, universal, y en el confluyen, repercuten todos nuestros actos personales.
Invitamos a todos a reflexionar y discutir estos puntos y a asumir las iniciativas oportunas en este sentido.
Comunión y Liberación
Madrid, 26 de febrero de 1981
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