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Huellas N.4, Abril 1981

Presencia

Construir la comunión, profundizar la convivencia democrática

Nuestro llamamiento a la responsabilidad de los cristianos

Los días 23 y 24 de febrero se ha producido uno de los acontecimientos más graves de la historia de nuestro país desde la guerra civil: la ocupación violenta del Parlamento, cuando los parlamentarios procedían a la investidura del nuevo presidente del gobierno, por un grupo, de guardias civiles armados, violando nµestra lega­lidad constitucional refrendada libremente por el pueblo.
La gravedad de estos hechos, resueltos favora­blemente, de momento, en la línea de respeto y continuidad de nuestra Constitución, nos obligan a plantear las siguientes reflexiones:

1. Como cristianos consideramos que el marco político de convivencia debe posibilitar el que los ciudadanos puedan expresar libremente su volun­tad y que, una vez manifestada, se deba seguir la voluntad de la mayoría, siempre que las minorías no vean violados ninguno de los derechos funda­mentales de la persona humana y disfruten de los mismos derechos políticos que la mayoría. Este sistema, conocido como "democracia parlamen­taria", que plasma sus normas en una Constitu­ción que siempre deja abierta la posibilidad de su reforma, parece el modelo más civilizado de con­vivencia.

2. Los ciudadanos descontentos con el funciona­miento de los órganos e instituciones del Estado en que viven tienen el derecho y el deber de ma­nifestarlo a través de los cauces que la propia lega­lidad le ofrece, pudiendo llegar a proponer las reformas que consideren convenientes y a usar el derecho de referéndum en las condiciones que prevé la propia Constitución. En una Nación en la que existe esta posibilidad, nadie tiene el derecho de arrogarse la representación del pueblo ni de uti­lizar la fuerza en su nombre, ni a invocar causas nobles que la justifiquen.

3. Los hechos a que aludimos demuestran una vez más el clima de intolerancia que en tantas oca­siones se ha manifestado en nuestra historia y plantean la necesidad de insistir en la educación y el respeto a la opinión y actuaciones de los demás. De lo contrario no es posible la convivencia de una colectividad, plural y diferenciada.

4. Pero, al mismo tiempo, se plantea la grave res­ponsabilidad de nuestra clase política, que parece no valorar suficientemente la gravedad del momen­to presente, caracterizado por una vida civil débil, que a su vez se manifiesta en el clima de inseguri­dad ciudadana y en la sensación de ineficacia para resolver los graves problemas del paro, delincuen­cia y terrorismo. Esto hace que, al cabo de cinco años de vida plenamente democrática, se acuse el cansancio y la desilusión al constatar el partidis­mo tanto del partido mayoritario como de los par­tidos de la oposición; lo que hace que prevalezcan los intereses de partido y de grupo por encima de los verdaderos intereses de la Nación.

5. Sin duda que los católicos españoles hemos cometido errores que, en ocasiones, hasta los pro­pios obispos abierta y noblemente han reconocido. Con todo, también nos gustaría observar esa mis­ma actitud de autocrítica en otros grupos cultura­les, sociales y políticos, tanto respecto a su pasado como a su presente. Por otra parte, cualquier per­sona de buena voluntad y sin prejuicios debería reconocer no sólo los errores que los católicos hayamos podido cometer, sino también los acier­tos y las aportaciones positivas en el proceso de democratización del régimen anterior, como tam­bién en la nueva fase democrática actual.
Observamos, en cambio, una prisa por abando­nar nuestras tradiciones populares religiosas. Cons­tatamos una falta de valoración sobre lo que esas mismas tradiciones encierran de positivo como trabazón moral y ética de un pueblo, sin que, por otra parte, se logre llenar ese vacío, provocado por erradicación, con otra cosa que valga la pena, sus­cite interés, desate el mecanismo del ideal por el que valga la pena vivir y luchar. Los valores tradicionales de la religión, la familia, el pueblo, la verdad, la belleza, la bondad, se pretenden susti­tuir con propuestas -no valores- de consumismo, materialismo, hedonismo e instintividad o, en el mejor de los casos, con los "derechos humanos", válidos en sí mismos, pero que se ven continua­mente frenados por el individualismo que esta mis­ma sociedad segrega.
El colmo del mal de nuestra sociedad es la in­capacidad de ofrecer valores válidos para nuestros jóvenes y, en este sentido, el fenómeno del "paso­tismo" constituye una grave acusación.

6. Esta situación de ineficacia política y social y de vacío cultural se presta en muchas partes, pero especialmente en nuestra área geográfica, al sur­gimiento del fanatismo. Este se puede manifestar: por la vía del golpismo militar, por el surgir de ideologías totalitarias fanáticas, por el incremento de la intolerancia sobre todo en el binomio clerica­lismo-anticlericalismo, de gravísimas consecuencias y que cierta prensa está manejando con grave irresponsabilidad y, finalmente, por la irrupción de gru­pos minoritarios partidarios y practicantes de la violencia.

7. Ante esta situación nada favorece ni nada re­suelve la actitud de católicos al estilo de cierta ins­titución de cuyas palabras se hacía eco el diario "El País" de este modo: "Lamentamos el silen­cio y la falta de valentía a la hora de defender unos derechos del pueblo, tan claramente violados, mu­cho más claros que otros derechos por los que los obispos tan diligentemente se han pronunciado."
¿A qué viene esto? ¿Una institución seria -y la Iglesia debe serlo- puede hacer una declara­ción al filo de los hechos, cuando las noticias to­davía eran confusas, cuando ni los mismos defen­sores de la legalidad se habían pronunciado?.
¿A qué vienen a estas alturas esas actitudes cle­ricales de meter a los obispos en todo y atribuirles una importancia que no tienen en la solución de un problema militar como es la liberación de un parlamento ocupado por fuerzas armadas insurrec­tas? En cualquier caso su respuesta no fue en mo­do alguno ambigua a la mañana siguiente cuando el parlamento seguía ocupado.
Aun aceptando que debiesen hablar en el mo­mento mismo de producirse los hechos, ¿qué se pretende con ello: reconocer que no tenemos unos obispos superfenómenos? Es posible, pero, atención, porque tampoco tenemos una clase política de altura; y si no, ¿qué hicieron los par­tidos y sindicatos en aquellos momentos? ¿Don­de estaba su capacidad de organización y movi­lización para pedir la inmediata liberación de sus parlamentarios? Por otra parte ya va siendo hora de que los ca­tólicos volvamos a experimentar los lazos de nues­tra comunión eclesial por encima de cualesquiera otros vínculos sociales o personales. Este espíritu de comunión debiera alcanzar al menos el princi­pio elemental de lavar nuestros trapos sucios en casa. Pero la comunión eclesial es mucho mas,
como veremos; por eso nunca han faltado en la historia de la Iglesia gentes dispuestas al martirio antes que romper esa comunión.

8. Los hechos que comentamos en toda su pers­pectiva son una llamada a nuestra responsabilidad y una invitación a dar un salto adelante en la ma­duración personal y colectiva.
Comprometerse en que la convivencia sea jus­ta y respetuosa serán palabras bonitas si cada uno de nosotros, con independencia de su edad y po­sición social, no lucha porque así sea en el ambien­te concreto de la escuela, universidad, trabajo, ofi­cina en que le toca vivir. Yo no puedo cambiar todo el mundo, pero sí mi en torno. Nuestra compa­ñía es también para esto, para transformar el mun­do, para hacerlo más fraterno, más vivible y, por tanto, menos agresivo, menos inhóspito y menos egoísta. El amor de Cristo debe urgirnos a una mayor responsabilidad y compromiso, porque tal vez dis­pongamos de poco tiempo para construir esta posibilidad de una convivencia en libertad. Y en la lucha por esa convivencia y esa libertad debe animarnos especialmente el trabajar juntos y abier­tamente para que haya una presencia católica, porque la fe ni se puede ni se debe vivir privada­mente. Somos pluralistas y tolerantes, pero sería demencial que dentro de esa tolerancia y de ese pluralismo no tuviéramos cabida nosotros mis­mos.
Nosotros pensamos que los "derechos huma­nos" no son más que un apéndice de los manda­mientos de la ley de Dios y un corolario del Evan­gelio de Jesucristo. La mentalidad laica, por des­gracia, margina el título más grande del hombre que es la dignidad de hijo de Dios, y eliminado Dios del horizonte humano el hombre se convierte en norma de sí mismo, surgiendo el caos de tan­tas normas como individuos. Como consecuencia surge el predominio de la ley sobre la ética, de la justicia sobre el amor y del individualismo sobre la fraternidad, con los resultados que están a la vis­ta de todos. Hoy el hombre tiende a no soportar ningún tipo de vínculos, ni siquiera al nivel más elemental: el del hombre con la mujer y el de am­bos con sus hijos. Nuestra tolerancia no puede ha­cernos tan miopes como para confundir el progre­so con el retroceso a estadios más primitivos de la humanidad. Y, ciertamente, en medio de este mundo confuso y caótico el mensaje de Jesucris­to adquiere plena actualidad.

Queremos vivir nuestra amistad con el reconoci­miento y la aceptación de un destino común que se nos ha revelado en el encuentro personal con Cristo en su Iglesia. Por esto la modalidad de nues­tras relaciones se resume en dos palabras: comu­nión y liberación.
Comunión significa pasión y entusiasmo por la vida, porque Dios ha redimido y salvado esta vida, liberándola del absurdo y dándole el destino más alto que darse pueda: Dios mismo, es decir, el AMOR.
Comunión significa descubrir la unidad profun­da en la que hemos sido constituidos por Cristo sin distinción de razas, clases, sexo o edad: todos so­mos uno en Cristo Jesús. Nuestro problema es re­conocer este misterio del que formamos parte. Mas, si somos capaces de reconocerlo, veremos có­mo brotan unas relaciones nuevas entre nosotros y también con todos aquellos con quienes diariamente nos relacionamos. Comunión significa que todas nuestras relaciones y todo lo que hacemos debe llevar el marchamo de la gratuidad. Y la gra­tuidad se contrapone a intereses, pura convenien­cia, mercantilismo. Hoy todo se ha mercantilizado: el trabajo, la política, hasta la amistad y el amor; por eso hace más falta que nunca nuestra presen­cia.
Esta comunión no es un invento de un grupo de cristianos más o menos originales o amantes de novedades y modas, sino el redescubrimiento del alma de la Iglesia, común a toda su historia, que nosotros queremos vivir católicamente (con todos los católicos y en unión con los obispos) y de manera abierta y pública, frente a todos aque­llos de dentro y de fuera que quieren reducir la fe a un hecho privado sin consecuencias sociales de ningún tipo. La comunión vivida producirá frutos de comunión con todos los hombres en lo políti­co, en lo cultural y en lo económico.
Por eso pensamos que la comunión cristiana es la verdadera liberación. Liberación, en primer lu­gar, de nuestro egoísmo y nuestro pecado, porque el mal del mundo es el pecado: el egoísmo, la ins­trumentalización de los otros, la mentira, la envi­dia, el odio, la pereza, la violencia, la guerra. Libe­ración en segundo lugar de nuestros ambientes, nuestras familias, nuestra escuela, nuestra facultad o nuestro trabajo. Si vivimos el mensaje de Jesús, mensaje de bienaventuranzas que culmina en esa vida de comunión, viviremos un trozo de tierra liberada que será atractiva y agregadora de nuevas gentes, porque el hombre ama más la vida que la muerte. Por eso Cristo, como recientemente nos ha recordado Juan Pablo II, es el centro de la historia y del universo, porque ha dado sentido a la vida venciendo al pecado y a la muerte. Liberación, finalmente, del "desorden establecido" no solo en nuestra sociedad, sino en el mundo. Nuestro es­pacio de acción es también católico, universal, y en el confluyen, repercuten todos nuestros actos personales.
Invitamos a todos a reflexionar y discutir estos puntos y a asumir las iniciativas oportunas en este sentido.

Comunión y Liberación
Madrid, 26 de febrero de 1981

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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