Encuentros, escritos y fragmentos póstumos de Kafka. La inquieta espera y la esperanza indestructible de encontrar el camino justo
Si hay una metáfora que indique de manera significativa la condición del hombre contemporáneo ésta es la del desarraigo. El hombre desarraigado, o peor aún, privado de raíces, ya no tiene, literalmente, un ubi consistam, un fundamento, una base moral. En su interior el vacío de significado, fuera el desierto. Sabiendo, sin embargo, que ninguna estrella polar indicará ya nunca más el camino. Ni volverá ya nunca a iluminar la meta. Un camino absurdo: el círculo vicioso ha sustituido al camino recto de la tradición. Ulises sin Ítaca, navegante sin puerto; éste es el hombre que el arte, la literatura y la filosofía contemporáneas nos han dejado. Este homo viator sabe que en cada paso encuentra horizontes, y que el mundo cuenta siempre con un horizonte más allá del horizonte. Nada más. «Se hace camino al andar», escribía Machado.
«La meta es el viaje», añade Kerouac. Y éstas son sólo dos de las innumerables expresiones emblemáticas de una humanidad corroída por la tabes del vagar como fin. ¿No nos ha enseñado quizás el existencialismo, totem filosófico del siglo XX, que el fin mismo de la existencia alude a un exodus, a un exitus? En resumen, el caminar sin meta es la verdadera koiné del siglo. Pero hay quien no se ha unido al grupo. Es más, ha opuesto una protesta dolorosísima, pero esencial: «Hay una meta, pero no un camino», ha rebatido Kafka, solitario buscador de absoluto en un mundo vaciado de sentido. Y la meta para él es la salvación en Dios.
Dicho aforismo, desarrollado o transmitido narrativamente por Kafka en varios lugares de su obra, ilumina hoy una nueva edición de sus escritos y fragmentos póstumos, publicada recientemente en Italia con el título Il silenzio delle sirene (Feltrinelli, 415 págs., L.16.000).
Si Max Brod, amigo y realizador testamentario del escritor bohemio, nos había dejado el legado literario de Kafka organizándolo de manera más bien arbitraria, los encargados de esta nueva edición, coordinados por Malcolm Pasley, han devuelto los textos al orden natural de su composición, devolviéndonos a un Kafka menos sistemático, pero fulgurante en su fragmentariedad. Y aquel «hay una meta, pero no un camino» se mueve karsticamente en el alborozo de estos vertiginosos fragmentos, para resurgir de manera imprevista en lugares, situaciones y contextos impensables.
En un fragmento de octubre de 1917 leemos: «Como un sendero en otoño: apenas ha sido barrido, vuelve a recubrirse de hojas secas». ¿Umbrales de luz sobre los que repentinamente se ciernen las sombras de la ofuscación? Probablemente así es. Pero Kafka no se para en esta ceguera, signo espectral de la noche cósmica del nihilismo;
«Si caminases por una llanura, teniendo la buena intención de caminar y sin embargo dieras marcha atrás, el tuyo sería un caso desesperado; pero puesto que trepas por una pendiente abrupta, tan abrupta como tú te muestras a quien te ve desde abajo, los pasos hacia atrás también pueden ser causados por la conformación del terreno, y tú no debes desesperar». Kafka, aun devastado por la angustia, no desespera y nunca pierde de vista la meta. La fe en la meta que es salvación: «Los escondites son infinitos, la salvación es una sola, pero las posibilidades de salvación, en principio, son tantas como los escondites». Y de nuevo: «Estamos ( ... ) en la situación de los viajeros de un tren que han sufrido un accidente en un gran túnel, justamente en un punto en el que ya no se ve la luz de la entrada, y la luz del final es tan débil que la mirada debe buscarla continuamente y continuamente la pierde». La meta centellea intermitentemente como un faro, entre la alegría y el desconsuelo de quien busca. Kafka sabe, sin embargo, que «quien busca no encuentra, quien no busca es encontrado». De este modo, entre la inexistencia del camino y la realidad de la meta se introduce la Gracia.
Kafka logra desarrollar por completo, en algunos de sus escritos y en la novela, necesariamente incompleta, El Castillo, lo que hemos llamado pensamiento clave de su obra, «Hay una meta, pero no un camino», dándole respiro narrativo.
En las Pesquisas de un perro y en la Tana, Kafka, como ha observado Gustav Herling,
«describe la Revelación percibida en un instante». Al igual que el perro «buscador» se topa un día con el Gran Perro que le
concede un canto divino, el topo, en su febril abrirse camino a través de la oscuridad de la tierra, sueña con poder «escuchar con éxtasis algo que ahora le falta por completo: el murmullo del silencio en la plaza». En este «murmullo del silencio», Herling entrevé la mirada complacida del Unico salvador. Aquí, como en otros casos, el tema de la meta se une al de la Gracia. Kafka llena su obra de la convicción de que, sin el don de la Gracia, la meta es sólo una alucinación. O la invención abstracta y francamente «humana, demasiado humana» de un alma ulcerada por el sufrimiento.
En la punzante parábola El mensaje del Emperador, Kafka «disfraza la Gracia en una fábula estupenda» (L. Mittner). La misteriosa llamada superior del Emperador moribundo, confiada a un heraldo, siempre es una posibilidad abierta que merece la espera: «¿Quién podría pasar a través de tantos obstáculos y además con el mensaje de un muerto? Y sin embargo tú permaneces sentado en la ventana y esperas el mensaje, mientras está anocheciendo». Esta espera no es grotesca como en el Beckett de Esperando a Godot porque «todos los errores humanos son impaciencia».
Kafka repite el gesto de Job el paciente, porque sigue convencido, a pesar del escándalo del mal, de que «todo en el fondo tiende a la meta, y meta es una sola cosa».
Kafka confió a su joven admirador Gustav Janouch: «Me esfuerzo en ser un verdadero aspirante a la Gracia. Espero y permanezco mirando. Quizás venga ... quizás no. Puede ser que esta espera tranquila-inquieta sea su síntoma o sea ella misma. No lo sé, pero no me preocupa. En estos últimos tiempos he... hecho amistad con mi ignorancia». Esta afirmación kafkiana es un buen viático para introducirnos en El Castillo. En esta novela, otro gran escritor, Thomas Mann, vio «ninguna e innumerables y ambiguas respuestas a la eterna pregunta del hombre: pero en el fondo del alma de Kafka persiste, de manera indestructible, la esperanza de encontrar el único camino justo».
El geómetra K., el protagonista de la novela, llega desde una desconocida distancia para entrar en el castillo, un edificio que físicamente parece cercano pero que metafísicamente se encuentra muy lejos, que parece cognoscible pero que de hecho es totalmente enigmático, que es terreno pero que remite al más allá. ¿Está el intento de K. destinado a la derrota? No sabemos por qué Kafka deja incompleta la novela. Pero el no haberla terminado no es un accidente cualquiera o el efecto de un impulso creativo agostado. No, este dejarla incompleta es necesario y revelador al mismo tiempo. Kafka, de hecho, nunca se cansó de repetirse que «quien busca no encuentra». Y el geómetra K. a buscado demasiado para esperar ser encontrado. Usando una paráfrasis podríamos decir: el castillo existe, pero no el camino que conduce a él. Lo que queda es la espera. El murmullo de la espera que, a pesar de todo, continúa albergando la casualidad en las brechas de silencio que se abren también entre los hombres deformados por el ansia, por la rutina y por la ciega obediencia. No sabes lo dice explícitamente.
Lo que sabemos es que siempre alimentó la llama de esta espera que iluminaba la meta, con la incandescencia de un conmovedor heroísmo creativo. Y que nunca se resignó a ser una piedra abandonada en un campo desolado, tallada por una mano cruel y desconocida, según leyes desconocidas e incomprensibles.
A UN PASO DE LO IMPOSIBLE
Fragmentos escogidos
- De los Diarios
Noviembre de 1913. Miedo de la locura. Ver la locura en todo sentimiento que mire directamente a una meta y haga olvidar el resto. ¿Qué es entonces la no-cultura? No-locura es estar como un mendigo delante del umbral junto a la entrada, marchitarse allí y desplomarse.
- De Los ocho cuadernos en octavo
El verdadero camino pasa por una cuerda, que no está tensada en alto, sino a ras de tierra. Parece que está hecha para recorrerla.
Un primer indicio de que empezamos a entender es el deseo de la muerte. Esta vida nos parece insoportable, la otra inalcanzable. Ya no nos avergonzamos de querer morir; se pide ser trasladados de la vieja celda que odiamos a una nueva, que todavía tenemos que aprender a odiar.
Contamos también con una pizca de fe en que, durante el traslado, pase el Señor por casualidad por el pasillo, mire a la cara al prisionero y diga: «No volváis a encerrar a aquél. Ahora viene conmigo». Como una calle en otoño: apenas se barre y ya está de nuevo cubierta de hojas muertas.
El mal es lo que desvía. Cada cosa, en el fondo, tiende al punto de llegada, y éste es sólo uno.
El tiene demasiado espíritu, viaja con su espíritu sobre la tierra, como una carroza encantada, también allí a la izquierda donde no hay caminos y no logra descubrir por sí mismo que no hay caminos. De tal manera que su humilde petición de una confirmación del camino y su sincera convicción de «estar en el camino justo» se convierten en soberbia.
- De Fragmentos y folios sueltos
Siempre me pierdo, es un sendero en medio del bosque, pero se reconoce muy bien, sólo con mirar hacia arriba se divisa un trozo de cielo, por lo demás no se ve más que bosque, denso y oscuro. Aquel continuo vagar desesperado y, por otro lado, la certeza de que si doy un paso fuera del sendero, me encuentro de pronto en medio del bosque, abandonado, hasta el punto que querría caer muerto y yacer para siempre.
- De Los coloquios de Kafka de Gustav Janouch
Me esfuerzo en ser un verdadero aspirante a la gracia. Espero y permanezco mirando. Quizás vendrá... quizás no. Puede ser que esta espera tranquila-inquieta sea su síntoma o sea ella misma. No lo sé, pero esto no me preocupa. En estos últimos tiempos he... hecho amistad con mi ignorancia.
Las masas se afanan, corren, atraviesan con paso de carga el tiempo. ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? Nadie lo sabe. Cuanto más andan, menos alcanzan la meta. Consumen sus energías inútilmente. Creen que caminan y, por el contrario, están siempre en el mismo punto, se precipitan al vacío. Eso es todo.
Sensualidad deriva de sentido. Y esto tiene su buen significado. El hombre puede llegar al sentido sólo a través de sus sentidos. Se comprende que también este camino presenta algún peligro. Se puede poner el medio por encima del fin y de este modo se llega a la sensualidad que precisamente distrae nuestra atención del sentido.
- De Cartas 1902-1924
A Max Brod
(...) tú quieres lo imposible por una continua necesidad, y esto todavía no sería nada grandioso, muchos lo quieren, pero tú vas más al fondo que cualquier otro que yo conozca, llegas hasta un pelo de la meta, hasta un pelo, pero no hasta la meta, porque ésta es justamente imposible, y por este llegar hasta un pelo sufres y debes sufrir. (Planà, sello: 16. VIII.22)
- De Escritos y fragmentos póstumos (1917-1924)
Si corres hacia adelante sin parar, si sigues chapoteando en el aire cálido, si en el sopor de la prisa miras furtivamente cuanto pasa por tu lado, dejarás incluso un día que la carroza pase por delante, escapándosete. Pero si no desistes, si con la fuerza de la mirada luces crecer profunda y ampliamente las raíces, nada podrá apartarte; y yo son sin embargo las raíces, sino sólo la fuerza de tu mirada que mira fija a la meta; entonces verás también la oscura e inmutable lejanía, desde la cual nada puede llegar más que, justamente, aquella carroza. Se acerca, se hace cada vez más grande, tan grande que llena, en el instante que llega hasta ti, todo el mundo; y tú te sumerges en ella como un niño en los almohadas de un carruaje que corre a través de la noche y de la tormenta.
Afilé la hoz y empecé a cortar. Me cayeron a los pies distintas cosas, masas oscuras, las tenía delante y no sabía qué eran. Desde el pueblo llegaban voces de advertencia, pero las juzgué gritos de incitación y proseguí. Llegué a un pequeño puente de madera y terminé al trabajo; cedía la hoz a un hombre que allí esperaba, el el cual tendió la mano hacia la hoz y con la otra me acaricio la mejilla como a un niño. En medio del puente me entró la duda de no estar en el camino justo y grité en la oscuridad, pero nadie respondió. Entonces volví a tierra firme para preguntar al hombre, pero él ya no estaba allí.
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