Encuentros. La mirada de un amigo. El monje budista Habukawa y don Giussani en Milán
Milán, una calurosa tarde de finales de agosto. Lo que está sucediendo ante los ojos de un pequeño grupo de amigos podría ser fácilmente reconducido a la categoría del así llamado «diálogo interreligioso»; se trata, en realidad, de un encuentro, un sencillo encuentro entre dos amigos.
Por séptimo año consecutivo desde aquel primer encuentro en Nagoya, Japón, en junio de 1987, Habukawa -monje budista del Monte Koya- no falta a la cita veraniega con don Giussani. Un encuentro es algo que aun volviendo a suceder no se repite nunca. Habukawa acaba de llegar del Meeting. Le acompaña un joven bonzo discípulo suyo con el que ha celebrado en Rímini el ya habitual momento común de oración Shingon. Al volver a ver a Habukawa, quien tuvo la suerte de encontrarlo hace un año, se queda sorprendido de su rostro, aún más fresco y luminoso este año. Vuelve a la mente cuanto dijo al despedirse el año pasado de los monjes de la Cascinaza, un monasterio benedictino en las afueras de Milán, sobre la importancia del rostro en la tradición japonesa: el rostro de un hombre «dice» su responsabilidad.
Cuando se disponía a relatar el momento de oración en el Meeting, Habukawa comentaba: «Al bajar del avión en Fiumicino, mientras esperaba mi equipaje, he tenido la evidencia de que este año no he venido a Italia, sino que he vuelto a casa». A algunos de los presentes les vino a la mente la respuesta que dio a una pregunta que se le formuló el año pasado en Japón, con ocasión de la participación en un curso de introducción al budismo Shingon, que recogió una serie de intervenciones sobre el Sentido Religioso de Giussani. A la pregunta sobre qué han supuesto estos años de amistad con don Giussani y con el Movimiento de Comunión y Liberación, responde, parafraseando una leyenda japonesa que narra la historia de una mariposa venida de lejos que se posa sobre una flor de loto, haciéndola florecer (Buda en la iconografía del arte budista aparece sentado a menudo sobre una flor de loto, símbolo de la vida): «Floreció ya una primera flor, pero espero que una segunda -y no sé bien qué será- florezca aún».
Más que a un intercambio de palabras asistimos a un encuentro de miradas. La mirada que Habukawa pone sobre don Giussani es inolvidable. Y en el momento de intercambiarse regalos, cuando don Giussani, hojeando el libro sobre Giotto que regala al amigo japonés se detiene en la Natividad de la Capilla de los Scrovegni, Habukawa indica inmediatamente con el dedo la convergencia de la mirada entre María y Jesús, comunicando así lo que más le ha sorprendido.
El encuentro milanés toca a su fin. Al despedirse de don Giussani, Habukawa rompe el silencio que según la tradición japonesa acompaña habitualmente los momentos solemnes como el saludo: «Cuando me encuentro con usted -confiesa-me siento pequeño». Responde don Giussani: «Para mí, cada encuentro con usted supone hacer experiencia ya ahora de un trozo de lo eterno».
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