Depósito lleno
Son las ocho de la noche cuando el padre John consigue apagar el ordenador y salir del despacho. Cierra la reja de la iglesia y salta al coche para llegar cuanto antes a casa, a pocos kilómetros de allí. Está cansado. Lleva la cabeza llena de proyectos y preguntas. Su parroquia solo tiene tres años de vida y nació de la nada, en un suburbio de Sioux Falls, en Dakota del sur. De momento se ubica en los locales de un antiguo banco, en el corazón de un centro comercial. Pero eso no es un problema para él. De hecho, desde que llegó allí la comunidad ha crecido muy deprisa. Más de lo que ha avanzado el proyecto del nuevo edificio. «¿Qué podemos ofrecer a toda la gente que pasa por aquí? ¿Qué podemos programar para este curso que empieza? ¿Y con la pandemia? Vamos a necesitar más espacio…».
Mientras se amontonan sus pensamientos, se da cuenta de que el depósito está en reserva. Se para en la primera gasolinera. «Perdone, ¿usted es cura?», le pregunta la cajera mientras espera el recibo de la tarjeta de crédito. «Sí, “trabajo” aquí cerca», le sonríe el padre John.
«Me llamo Jamie. Soy católica, ¿sabe? Pero hace años que no voy a la iglesia. Mi vida es un caos… y la iglesia no es un lugar para mí». Basta otra sonrisa para que Jamie empiece a contarle una vida dura, llena de complicaciones. Con un listado implacable de errores, a los que añade sus quejas sobre la religión y la Iglesia. Pero a medida que habla, su rostro se va iluminando. El padre John la escucha con sorpresa. «A pesar de su amargura, esta mujer está viva y no consigue dejar de desear», piensa mientras vuelve a subirse al coche.
Pasan dos semanas y el padre John está en plena reanudación de la actividad después del parón del verano. Ha empezado una serie de reuniones con sus fieles para programar varias actividades. Siempre deja sus preguntas abiertas, incandescentes…
A primera hora de la mañana la secretaria se asoma a la puerta de su despacho: «Hay una mujer que viene a verle». Se asoma un poco para ver quién es: «Ah, es la cajera de la gasolinera…». Casi se había olvidado de aquel encuentro, pero Jamie evidentemente no. «Padre, no pienso volver a la iglesia, al menos de momento». «Vale, ¡pero has venido a verme!», le sonríe de nuevo el padre John. «Mire, en enero dejé un empleo en el hospital y empecé a trabajar
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