A través de un ensimismamiento con el texto sagrado el músico castellano ha conseguido expresar con insuperable belleza el misterio de la muerte redentora de Cristo
Publicados en Italia en 1585, englobados dentro del Officium Hebdomadae Sanctae, los Responsorios del Oficio de Tinieblas del castellano Tomás Luis de Victoria están concebidos en estrecha unión con el rito litúrgico, como todas las demás páginas de este músico. Se sitúan en los días del Triduo Pascual, en el corazón del año litúrgico, cuando el mundo se halla sumergido en las tinieblas a causa de la crucifixión de Cristo. Y es en el hombre-Cristo en quien de Victoria fija la mirada en estos fragmentos: Cristo traicionado por el amigo, Cristo arrestado y procesado, flagelado y crucificado, sepultado, se convierte en objeto de una comtemplación apasionada. Sin duda se da en los Responsorios un reflejo de aquella pasión por Cristo sufriente que anima en aquellos mismos años a Teresa de Ávila y a Juan de la Cruz, los dos grandes santos contemporáneos de Victoria y castellanos como él. Precisamente en un monasterio de las «Descalzas» (las carmelitas reformadas por Teresa) el compositor decidirá pasar los últimos años de su vida.
En particular Teresa enseña que contemplar no es abstraerse en un mundo lejano sino fijar la mirada sobre la Humanidad verdadera y doliente de un Dios realmente encarnado. Y como en la conciencia de Teresa, así en la música de Victoria el sufrimiento de Cristo se percibe de una manera viva y dramática; no se confina al pasado, sino que vuelve a suceder en el presente y se perpetúa en el sufrimiento de su Cuerpo, la Iglesia: tanto por las grandes perturbaciones de las guerras de religiones como por el pecado que aparece en el corazón del individuo, Cristo continúa sufriendo.
Entre los distintos fragmentos, el Caligaverunt acompaña desde siempre la vida del movimiento destacando los momentos más significativos de las celebraciones litúrgicas de Semana Santa. «Caligaverunt oculi miei a fletu meo», mis ojos están ofuscados por el llanto: desde el comienzo un dolor intenso pero ordenado invade a las voces, cuya razón de ser se expresa rápidamente a continuación: «quia elongatus est a me qui consolabatur me», porque han alejado de mí a aquel que era mi consuelo; aquel que restablecía la vida me ha sido arrancado. En el «quia elongatus est» la melodía descendente, que pasa de voz en voz, hace evidente como en una fuga el visible alejamiento por el cual el consolador, fuente de la vida, es sustraído a nuestra vista, arrancado de nuestro abrazo. «Videte omnes populi», mirad oh pueblos todos -y aquí la música crea un instante de tensión que nos introduce en el punto culminante del mensaje- «si est dolor similis sicut dolor meus», si existe un dolor comparable a mi dolor. Las tres voces inferiores inician el «si est» juntas y compactas dentro del registro grave, mientras que la voz de las sopranos entra después, sola, aislada en algunos instantes en una tesitura augda: emerge aquí con toda evidencia la herida que aquella pérdida ha producido, el dolor agudo y penetrante de aquella; después en el «similis» se vuelven a juntar todas las voces y se restablece la unidad del coro.
El secreto de la extraordinaria eficacia expresiva está precisamente en la absoluta unidad entre la invención musical y el texto litúrgico: no es que la música esté al servicio del texto, aunque ciertamente sigue sus ritmos internos y sus matices, sino que se adhiere a él íntimamente, es toda una con él y saca del mismo el significado real y más profundo mostrándolo más verdadero y completo. Esto sucede en un lenguaje musical siempre esencial y severo que no dificulta nunca la claridad y la comprensión del texto (observando las indicaciones del Concilio de Trento), y que no recurre a efectos fáciles ni a acentos retóricos.
Contemplación, elevación, alabanza a Dios son fin manifiesto del arte de Victoria. En la dedicación de uno de sus fragmentos escribe: «Trabajo, gracias a Dios, sólo para conseguir que la modulación de las voces se dirija exclusivamente hacia el fin y hacia la tarea para la cual originariamente fue creada: Deo optimo clarísimo».
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