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Huellas N.03, Marzo 1994

VIDA DE LA IGLESIA

Ir y ver

Luigi Amicone

De Jerusalén a Nazaret. De Cafarnaun a Belen. Las razones de una peregrinación. Una propuesta de Tracce

¿Qué significa que Jesucristo nació y vivió con sus padres en una región de Palestina y en una ciudad alejada de cualquier gran vía de comunicación? Atravesar Galilea y poder contem­plar los mismos paisajes que Él vio es una ocasión muy sencilla e inteli­gente para comprender mejor la con­creción de cuanto ha sucedido. Y también los testimonios de las pie­dras que los arqueólogos han devuel­to a la luz después de casi dos mile­nios de la casa de María en Nazaret, del pueblo de Cafarnaun y de la casa de Pedro en la que se hospedó Jesús con sus amigos. Ver ésto ayuda a comprender que la fe cristiana y católica no es una fábula sacada de un libro de sermones.
Hay teólogos que han cultivado durante decenios la idea de que en el fondo los Evangelios no tendrían auténtico valor documental, sino que representarían reconstrucciones sim­bólicas (y por tanto legendarias) de la vida de Jesús. Ir a Qumram donde han aparecido los fragmentos que el papirólogo jesuita O'Callaghan ha demostrado que pertenecen al Evan­gelio de Marcos es un modo de con­vencerse una vez más que la fábula no existe, que los Evangelios son propiamente diarios casi contemporáneos a Cristo, no invenciones.
En un tiempo Jerusalén fue el símbolo mismo de la cristiandad. Rey y campesinos iban a las cruza­das. Y frecuentemente no regresa­ban. En un tiempo el horizonte del mundo era realmente lo eterno, por lo que no importaba donde y como la vida terrena se viera interrumpida. «Tu gracia vale más que la vida». Para nuestros antepasados medieva­les esta frase constituía el natural abc de la existencia. Fuera de la memo­ria de Cristo, simplemente la vida personal y asociativa no existía. «Sin tí, o Cristo, seríamos sólo animales», recordaban los Padres de la Iglesia. Después el mundo de las ideas se impuso y Dios se convirtió en un bello concepto digno de profundas reflexiones. Los comercios se reanu­daron y la Tierra Santa siguió el des­tino del mundo, descristianizado. A pesar de todo, la Tierra Santa nunca ha dejado de ser meta de peregrinos, el lugar de la memoria de lo que nos es más querido, «Cristo mismo, y todo aquello que procede de él», como escribía Solove'v.
El primer Papa que volvió como peregrino a Jerusalén fue Pablo VI, en enero de 1964. En Belén lo acogió un pueblo lleno de alegría y la caballería del gran Rey Hussein de Jordania.
También hoy la peregrinación representa una bella metáfora de la vida. Aún cuando el impulso por ponerse en camino hacia lo lugares santos pueda ser en absoluto natural, en cualquier caso implica siempre una diferencia positiva respecto a la coti­dianidad de una vida que, quizás, nor­malmente transcurre en el olvido, pero que ciertamente se pierde, según dice un salmo como «la hierba que brota por la mañana y por la tarde se seca».
Todas estas cosas se comprenden más viajando de modo inteligente a Israel, donde la vida aparece terrible­mente más seria de lo que nosotros podemos imaginar desde el inquieto calor de nuestras casas italianas.
He aquí algunas buenas razones que sugieren, si es posible, aprove­char la ocasión de ponerse «en movi­miento con Tracce» y partir con nosotros hacia Jerusalén.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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