Juan Pablo II ha presidido la Misa que daba comienzo a la XVI peregrinación Macerata-Loreto, promovida por CL. Recogemos algunos fragmentos de su homilía y del testimonio de don Giussani
«Yo voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).
Queridos hermanos y hermanas, en el momento en el que os preparáis para vuestra peregrinación desde Macerata a Loreto, la liturgia dirige nuestro pensamiento hacia el Camino que es el prototipo de toda peregrinación del hombre. Cristo dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6).
Casi al término de su misión, Él repite una vez más a sus discípulos: «Voy a prepararos un lugar». «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16, 28). ¡Voy a prepararos un lugar! ( ... )
Peregrinar en el espacio implica una fatiga. También peregrinar en la fe conlleva fatiga. Por esto leemos hoy las palabras del Apóstol en la Carta a los Romanos: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1). Queridos jóvenes, ¡qué actual es esta exhortación al comienzo de vuestra peregrinación! Ante vosotros están las horas del camino nocturno hacia Loreto. La característica de vuestro caminar es precisamente «el sacrificio vivo, santo, y agradable a Dios»; este es «vuestro culto espiritual».
Y por esto la peregrinación tiene un sentido profético. Ella os conduce por los caminos del mundo, en medio de una geografía bien conocida por vosotros, pero conlleva también «salir» de la geografía propia. El Apóstol dice claramente: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente» (Rm 12, 2).
Aquel que renueva la mente es el Espíritu de la Verdad. Buscamos abrirle el espacio interior del corazón «para poder discernir la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12, 2). La peregrinación ha sido siempre una expresión de la ascensión: subir con la mente y con el corazón a Dios. Es muy actual esta invitación del Apóstol: «No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual» (Rm 12, 3). ( ... )
Este Camino es Cristo. Él es el Camino porque es la Verdad y la Vida.
Al comienzo de vuestra peregrinación, El desea deciros lo que dijo a sus discípulos en el Cenáculo: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar» (Jn 14, 1-2).
Empezad, pues, teniendo viva en el corazón la promesa del Señor: « Yo voy a prepararos un lugar». ( ... ) Sed herederos de la fe y de la esperanza de vuestra gente. Precisamente sobre las huellas de este antiguo camino de pueblo ha nacido, hace algunos años, vuestra peregrinación, creciendo de año en año y llegando a ser una gran experiencia de comunión eclesial, con la participación de distintos grupos y movimientos. Sobre todo de Comunión y Liberación. Esta es una buena ocasión para saludar a Mons. Luigi Giussani. Queridos jóvenes, que vuestra peregrinación sea un salir de vosotros mismos para ir hacia Cristo. Él tiene un lugar preparado para vosotros. Más aún, Él mismo es el «lugar» que vuestro corazón anhela. Sí, queridos jóvenes, ¡desead a Cristo, amad a Cristo! Amadlo con todo el ardor de vuestro corazón, con toda la fuerza de vuestra juventud.
( ... )
Caminad hacia María. Caminad con María. Dejaos sostener de la mano por ella, como niños de la Madre. Miradla como la «estrella» de vuestro camino. Haced resonar en vuestro corazón su «fiat». El «sí» de María en la Anunciación fue necesario para que el Verbo se hiciese carne en su seno. Vuestro «sí» es necesario para que Cristo tome posesión de vuestra vida, y os haga apóstoles de su amor. María, Virgen de Loreto, guíanos a Jesús. María, Virgen de Loreto, danos su amor. María, Virgen de Loreto, concédenos su Espíritu de verdad. Amén.
De la homilía de Juan Pablo II
«Y el Ángel la dejó»
Estoy agradecido a quienes me han precedido, sobre todo al seminarista de los Neocatecumenales, porque he escuchado cosas que también yo habría querido decir. Esto es la Iglesia. Somos una sola cosa. Quien me ha precedido ha repetido una frase de Jesús que yo repito todos los días desde hace 40 años: «Quien me siga tendrá el ciento por uno aquí en la tierra». Esta es la frase emblemática de todo lo que me empuja a interesarme por el Señor, pero también a hacer interesarse por el Señor a cualquiera que encuentre.
Confieso que la figura de la Virgen, la memoria de la Virgen, hace fácil el camino hacia el Señor en cualquier momento de la vida. Cuando estaba en el seminario -todavía era pequeño- me impactaba que esta joven judía, en una aldea perdida del gran imperio romano, osase decir: «todas las generaciones me llamarán bienaventurada». «Pero, ¿cómo podía, a los 15 ó 16 años, afirmar esto con seguridad?» -me preguntaba. Y nosotros estamos hoy aquí precisamente para hacer verdadera, una vez más, su profecía, que ha sido escrita hace 2000 años. Esta profecía me ha dado valor siempre, a lo largo de los años de seminario y, sobre todo, después. La sobreabundancia de la misericordia que Dios tiene hacia el hombre escoge un punto, un pequeño punto que humanamente parecería nada: lo hace testigo de algo tan grande como el designio de Su misericordia. ¡Qué gratitud sin confines debía albergar el corazón de la Virgen cada vez que recordara el inicio de su historia! Y es una gratitud sin confines la que nos hace pensar cada día en el inicio de nuestra historia: ese encuentro por el que el Señor ha empezado a hacerse para nosotros una realidad perceptible, afectivamente persuasiva y fuente de voluntad creativa, de empeño -porque la fe en Él no sólo no hace trasgredir nada de lo humano, sino que nos hace empeñarnos en todo con seriedad.
Una seriedad que, tantas veces, cuesta y está unida a una especie de dolor. Con seriedad y pudor nosotros abrazamos las cosas que hay en el cielo, en el mar, sobre la tierra, las cosas que los padres ven en los hijos y los hijos en los padres, o las que vemos en los amigos o que el hombre ve en la mujer. Con seriedad y pudor, todas estas cosas son valoradas hasta el entusiasmo. La vida y la muerte, como hemos leído tantas veces en La anunciación a María de Claudel, cuando Pedro de Craon pronuncia aquella frase, en otro caso impensable humanamente: «vivo en el umbral de la muerte y hay en mí una alegría inexplicable».
Esto es: somos todos bien conscientes de las cosas, pero nos colocamos en una posición opuesta a todo lo que nos rodea, es decir al mundo, en el sentido en el que Cristo usa esta palabra en los últimos capítulos del Evangelio de san Juan. El mundo exalta las cosas, pero según una dilatación utópica, según un orden de sueño, según una pretensión, según una presunción que, de hecho, hace olvidar toda la concreción y los límites que tienen las cosas. Así la condición humana y la imaginación mundana traen, al final, una desilusión inmensa, trágica.
La Virgen ha sido tan agraciada que ha hecho nacer a un hombre nuevo en el mundo. Cristo es el origen de un hombre nuevo en el mundo que, nos lo recordaba el Santo Padre hace pocos días en España, a través del Bautismo es comunicado a nuestra carne y a nuestros huesos. Un protagonismo nuevo entra en el mundo. Hay un factor nuevo en el mundo que nace a través del Bautismo, que alcanza al hombre precisamente a través de lo que ha nacido en el seno de la Virgen. De este modo nace una gratitud por lo que Dios ha hecho por ella, pero también por lo que ella ha puesto de su parte: la fe. Yo cuento siempre que cuando el ángel le habló, ¡quién sabe cómo habrá ocurrido!, y ella ha comprendió que era Dios el que le hablaba, dijo: «He aquí la esclava del Señor, hagase en mí según tu palabra». Punto. «Y el ángel la dejó». Punto. Y yo me paro, entre estos dos puntos, a contemplar la frase: « Y el ángel la dejó». Pensad en la soledad en la que se encontró esta muchacha en las condiciones nuevas en las que el Señor la había puesto, con todos los demás ignorantes de la situación y sin nada en lo que apoyarse, en lo que apoyar una evidencia comúnmente humana. « Y el ángel la dejó». La fe es precisamente esa fuerza llena de afección con la que el alma se adhiere al signo con el que Dios se ha servido y se pone ante este signo con fidelidad; se adhiere a pesar de todo, aunque uno se encontrase sólo en medio de todo un mar de oposición y de gente distraída, con mentalidad distinta. « Y el ángel la dejó». También en mi vida, en la nuestra, nos hemos encontrado -y nos encontraremos- como sin podernos apoyar en nada: como si las manos no encontrasen apoyo y el corazón debiese permanecer fiel.
Que la Virgen nos dé este coraje luminoso que tiene como fruto una vida humanamente llena de gozo, como también Su Santidad ha repetido en Madrid hace pocos días: «Vivid con gozo vuestra fe». Y el gozo nace sólo de la conciencia de pertenecer a un pueblo, a una comunión, a un designio que abraza todo, cielo y tierra, aunque uno estuviese solo como solo estaba Cristo al morir. Y Cristo murió verdaderamente solo.
Tradición
La preregrinación más popular
La primera vez fue en 1978. Pocos participantes (alrededor de trescientos), mucha lluvia, pero un inicio cierto. Después de quince años más de treinta mil en 1992. Y este año la visita del Papa. Es la peregrinación más popular de Italia. La comisión promotora está encabezada por Comunión y Liberación. Mil voluntarios participan en la organización. Veintisiete kilómetros en una noche, al alba se llega a la bajada que conduce al santuario de Loreto. Toda la Iglesia (parroquias, asociaciones y movimientos están implicadas en la iniciativa).
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón