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Huellas N.04, Abril 1993

VIDA DE LA IGLESIA

Negación

En el contexto del primer capítulo «El hombre capaz de Dios», el número 29 del Catecismo describe la fenome­nología del vasto rechazo de la dimensión religiosa de la vida que caracteriza de modo particular el mundo moder­no y contemporáneo. La enseñanza de este número encuentra una confirmación singular y al mismo tiempo una articulación puntual en los capítulos VI y VII de El sentido religioso, de los que aquí citamos algunos fragmentos.

Para una mejor comprensión del texto es importante leer El sentido religioso págs. 77-99.

EL SENTIDO RELIGIOSO
En primer lugar, llamo negación teórica de las pre­guntas al hecho de que esas grandes demandas, esos inte­rrogantes, se consideren «sin sentido». Las frases que expresan tales preguntas tendrían una consistencia pura­mente formal.
No tienen sentido: es como decir, por ejemplo, «un burro con alas, con un coche Jaguar en lugar de la pata derecha», «una bailarina de Opera en lugar del oído» etc. Cada uno puede multiplicar las imágenes según su fanta­sía.
Pero aquellas frases tendrían un defecto todavía mayor: no son ni siquiera una imagen; son pura palabra, puro sonido. Voy a referirme al momento en que descu­brí este planteamiento como postura sistemática. Había puesto una tarea en la clase de religión de tercero, en el instituto, y, mientras los alumnos escribían, yo me pasea­ba entre los pupitres. Vuelto a la primera fila, cogí el pri­mer libro que tenía a mano y por pasar el tiempo lo hojeé. Era el "Compendio histórico de la literatura italia­na" de Natalio Sapegno. Al abrirlo, la suerte quiso que la página sobre la que se fijara mi mirada fuese la vida de Leopardi. Entonces comencé a leerla con interés; y des­pués de medio minuto, dije: «Muchachos, interrumpid la tarea. Pero vosotros, con toda vuestra presunción, con toda vuestra voluntad de autonomía, ¿leéis estas cosas y las aceptáis sin rechistar, como si se tratara de beber un vaso de agua?». He aquí el texto: «Las preguntas en las que se condensa la confusa e indiscriminada veleidad reflexiva de los adolescentes, su primitiva y sumaria filosofía (¿Qué es la vida? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es el fin del universo? o ¿Por qué el dolor?), aquellas preguntas que un filósofo auténtico y adulto ale­ja de sí como absurdas y carentes de auténtico valor especulativo y que, además, no comportan ninguna res­puesta ni posibilidad de desarrollo, precisamente éstas se convirtieron en la obsesión de Leopardi, en el contenido exclusivo de su filosofía».
¡Ah, entiendo! -dije a mis alumnos-. Homero, Sófo­cles, Virgílio, Dante, Dostoyevski y Beethoven son ado­lescentes porque toda su expresión está determinada por esas preguntas, grita esas exigencias que -como decía Thomas Mann- dan «calor y tensión a cada palabra nues­tra, urgencia a cada problema nuestro». ¡Me siento muy contento de estar en compañía de éstos, porque un hom­bre que anula la cuestión no es un hombre «humano»! En sus "Crónicas de filosofía contemporánea" Garin reco­mienda que el pensamiento se produzca «sin vuelos hacia imposibles utopías, porque el hombre es centro y señor del mundo, pero a condición de dar cuerpo y con­sistencia a este libre señorío suyo». ¡Qué señor del mundo es este hombre que como fruto de tanta obra suya genera el terror fundado de que puede destruir del todo su ya mísera casa, «estas rejas que nos hacen tan fero­ces»!
¡Qué «libre señorío» el que te permite pensar según la mentalidad del poder, o de otro modo te marginan de la sociedad y, sí pueden, te mandan al manicomio, como en Rusia! ¿Por qué imposibles aquellas «utopías»? ¿Por qué lo dice el señor Garin? Sí la naturaleza me dota en mí interior de un impulso bastante más potente que el de un misil, un impulso tan radical que me constituye, ¿por qué la respuesta a éste tiene que ser una meta imposible, de modo que sea inútil hablar de ella?
John Dewey, uno de los mayores responsables de la pedagogía que ha formado a tantas generaciones en América, y cuyo influjo llega a nosotros después de treinta años, afirma análogamente: «Abandonar la inves­tigación de la realidad y del valor absoluto e inmutable puede parecer un sacrificio, pero esta renuncia es la con­dición para comprometerse en una vocación más vital».
La búsqueda de los valores que puedan ser asegurados y compartidos por todos, porque están conectados con la vida social, es una búsqueda en la que la filosofía no encontrará rivales sino cooperadores en los hombres de buena voluntad». Pero abandonar la investigación de la realidad, del valor absoluto e inmutable, es un sacrificio por el que se puede también matar a la gente. Pues, en efecto, se trataría de abandonar algo a lo que la naturale­za nos empuja, y esto es algo irracional, algo inhumano. Es una postura no adecuada a los términos del problema.

CATECISMO
29) Pero esta "unión íntima y vital con Dios" puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícita­mente por el hombre. Tales actitudes pueden tener oríge­nes muy diversos: la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por mie­do, se oculta de Dios y huye ante su llamada.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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