Más allá del rigor técnico, vibra una pregunta sin resolver. Como en otoño, la nostalgia aparece tras la frondosidad de la naturaleza.
Toda la producción de Brahms, y de modo particular la Cuarta Sinfonía, se desarrolla entre la grandiosidad y el intimismo, oscila entre el heroísmo de una música potente, titánica, y el temor (momentáneo) de una conciencia que se desnuda y aparece solitaria, indefensa. Por una parte, la confianza completa en la ciencia, en la capacidad constructiva del artista, en su agudísima pericia artesanal, por la otra, la afirmación velada, la conciencia susurrada de que ésto no basta.
El «academicismo» de Brahms se muestra potente, amplio: es capaz de representar el mundo entero. El gesto es impetuoso y plástico: la forma, la arquitectura, la estructura se convierten en el centro del universo ( de hecho, componer la Cuarta Sinfonía le llevará catorce años de trabajo).
Muchos han criticado la obstinada perfección del lenguaje de Brahms y su apego visceral a la forma. No obstante, detrás de aquel hombre entregado por completo a las fuerzas de sus manos musicales se escondían también sentimientos diversos: conmoción y turbación. En Brahms ya no se plantean el bien y el mal como en la forma sonata beethoveniana: solo está el individuo que se pregunta, que se aisla levantando barreras formales. Brahms querría restaurar el violado equilibrio entre el hombre y el mundo, pero confía su inquietud a la técnica, al ingenio, que se convierten en los nuevos garantes de su seguridad personal. Pero desde la ventana del edificio monumental se asoma un corazón que busca otra cosa.
Tomemos el primer tiempo (Allegro ma non troppo) de la Cuarta comienza con un tema dulcísimo, confiado a los violines, lleno de lacerante nostalgia, estremecedor. El modo de proceder es absolutamente libre, no se advierte apenas el ritmo marcado, más bien se oye un acunar tierno. Y, sin embargo, cuando aparece la segunda idea, te sientes transportado a un ambiente opuesto, heróico, viril, que no admite incertidumbre. Y todo el desarrollo del primer tiempo es de una plenitud impresionante, de un peso específico tremendo. El abandono se mezcla incesantemente con el hombre orgulloso que desafía al cielo con la cabeza alta.
Brahms: retórico, académico, y sin embargo con una tensión sincera hacia lo verdadero. ¿Pero, de qué modo roza Brahms la Verdad? Utilizando hasta el fondo la tradición, confrontándose con ella, asimilando su significado. Compartiendo por entero la profunda religiosidad que anima a sus puntos de referencia. De este modo, incluso la grandiosidad de su gesto, el vínculo arquitectónico severo y desbordante, son sólo aspectos menores del lazo establecido entre Brahms y artistas que concebían su música como un río que desemboca en el Misterio.
Ejemplo supremo de esto es el cuarto movimiento, Allegro energico e appassionato, escrito en forma de chacona (una melodía obstinada), en la que se insertan 32 variaciones. Esta chacona es un monumento inexpugnable, solidísimo, obra de un construtor increíblemente sabio: el tema principal, contundente, retorna periodicamente, idéntico a sí mismo, sin temer nada. Brahms mira las formas del pasado, se esfuerza en perfeccionar el lenguaje. Sin embargo desde este monumento épico y espléndido - se trasluce una evidencia de verdad. Brahms, a través de la disciplina musical, intenta penetrar en la realidad, aferrar su significado (sin alcanzarlo). Y la belleza se disfraza de equilibrio. Pero en el magisterio supremo se abren espacios de abandono, de sensibilidad vigilante, de humanidad. El hombre cree en la ciencia, pero dentro de su corazón sabe que esto no es lo que le permite afrontar toda la vida.
Traducido por María José Conty
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