Franciscano. Viajó a lo largo de los países andinos. Luego se quedó en Lima. Allí se convirtió en un predicador escuchado por todos
Fray Francisco Solano llega al virreinato de Perú en 1580, eje político y corazón católico y cultural de la América del Sur en plena efervescencia conquistadora por una parte y, evangelizadora, por otra. De aquí parten las rutas misioneras hacia las tierras de los actuales Chile, Bolivia y Argentina, hacia las riberas y las selvas de Río de la Plata. Otras rutas retoman el camino del Norte por las tierras de los actuales Ecuador y Colombia.
Lima es un corazón misionero con sus conventos de fervor evangelizador y de santos, su universidad y sus colegios, sus dinámicos arzobispos y los primeros concilios provinciales del Nuevo Mundo. Estos concilios dieron las normas pastorales para la catequesis de los indígenas, publicaron y promovieron catecismos en lenguas indígenas, manuales para los confesores, crearon las famosas «doctrinas» y parroquias misioneras para los indios, hicieron obligatorio para todos los misioneros el aprendizaje (con relativo examen de habilitación) de las lenguas indígenas, y se afrontaron con valentía los problemas éticos que presentaba la conquista.
Lima es un foco de estudios humanísticos, etnológicos y lingüísticos con su recién creada universidad (1551) y los numerosos colegios universitarios de las distintas órdenes religiosas. Aquí surge también el primer seminario conciliar de la historia moderna (antes que en Europa). Su imprenta, sus hospitales y sus obras de caridad manifiestan cómo la caridad se hace obra.
Un músico apasionado
Había nacido en Montilla de Córdoba (España) el 6 de marzo de 1549. Se educó con los jesuitas, pero a los veinte años decidió seguir la vocación franciscana. El joven Francisco tenía una profunda sensibilidad humana, un alma de poeta y de músico. Esta pasión por la música le ayudará también a descubrir la belleza y la armonía agridulce y melancólica de las gentes de aquella América del Sur que amará con pasión. Muchas de aquellas canciones que reflejan el profundo sentido religioso de los pueblos andinos entraron en el tesoro de la tradición cristiana de aquellos pueblos.
Fray Solano fue ordenado sacerdote en 1576. Al principio ejerció su misión en Andalucía. Pero Dios le preparaba para otras misiones. El joven fraile es atraído por los ejemplos misioneros de sus hermanos de Orden como las gestas de los «Doce Apóstoles de México», que querían implantar en el Nuevo Mundo la experiencia de la «Iglesia primitiva en medio de los pobres indios», por las cartas que se recibían de Ultramar, y por las procesiones de frailes que marchaban como misioneros hacia el Nuevo Mundo, dispuestos incluso al martirio. Fray Solano quiere seguir sus huellas por amor a los indios «para plantar el Evangelio en su corazón». Lo destinan a las misiones del Tucumán (Argentina), una región apenas explorada.
Un viaje agitado
Se embarca en la nave en la que viaja el nuevo virrey del Perú, el célebre D. García Hurtado de Mendoza. El viaje de travesía del Océano estaba lleno de peligros con sus naufragios frecuentes. A veces, cuando los náufragos lograban salvarse en alguna isla del Caribe caían en manos de unas tribus antropófagas y hostiles que acababan con ellos. Otras veces los piratas calvinistas, que infestaban aquellos mares, abordaban a los galeones. En aquellos años varias expediciones de misioneros habían caído en sus manos siendo degollados sin piedad. Son famosos los mártires de dos expediciones de jesuitas caídos en sus manos, una de cuarenta, asesinados en 1570, y otra de doce, poco después.
Fray Francisco Solano superó aquella barrera de muerte llegando finalmente a las costas de Cartagena de Indias. Se encuentra con un mundo donde abundaba el pecado, pero sobreabundaba también la gracia. Por aquellas tierras corrían ya los ríos de la fecunda santidad franciscana.
De los numerosos colegios fundados por los franciscanos estaban saliendo generaciones de artistas, poetas y líderes cristianos indígenas. Eran los constructores de una nueva historia y de una nueva cultura católica. Los franciscanos miraban al indio como a la imago Christi, y por eso lo trataban con respeto. En esto eran perfectos discípulos de Francisco de Asís en su manera de mirar al indigente y al menospreciado.
Hacia Tucumán
El destino de Fray Francisco Solano es Tucumán, a más de cuatro mil kilómetros de camino desde Panamá. Se propone seguir la ruta trazada por los españoles de entonces: atraviesa Panamá hasta las costas del Pacífico. Se proponía llegar hasta el Callao, el puerto de Lima, y desde allí, cruzando los Andes y la actual Bolivia, llegar a las tierras argentinas de Tucumán. Pero aquellas rutas eran siempre una incógnita. Muchos zarpaban, pero pocos llegaban a su destino. Tal fue el caso de la comitiva de Fray Solano. En Panamá mueren dos de sus compañeros. Cuando navegaban hacia Perú naufragan y perece otro de los compañeros. Los supervivientes logran alcanzar las costas colombianas del Pacífico. Abandonados a sí mismos, el fraile misionero infunde ánimos a sus compañeros de tragedia. Atravesando las tierras de Colombia y Ecuador llegan a los ardientes arenales de la costa norte del Perú. Finalmente, agotados, logran llegar a pie hasta Lima. El descanso es breve. El fraile misionero tiene que reanudar de nuevo el viaje hacia su lejano destino en compañía de otros ocho compañeros, a pie y a lomo de mula. La comitiva atraviesa los Andes por el valle de Jauja, Ayacucho, hasta llegar a Cuzco. Cruza la meseta del Collao, la actual Bolivia, por Potosí, y entra en Argentina; baja hasta Salta, y finalmente llega a su destino: las llanuras de Tucumán. Estábamos en 1590. Aquel largo camino desde España a Tucumán había durado todo un año. No había sido en vano. Había constituido una preciosa ocasión de misión itinerante.
En las regiones andinas
La inmensa región de la actual Argentina, Paraguay y Uruguay contaba entonces con sólo dos obispados: el de Tucumán y el de Río de la Plata, asistidos por pocos misioneros franciscanos, dominicos y mercedarios. Los franciscanos habían llegado entre los primeros a estas inmensas regiones.
Francisco se une a esta falange de misioneros franciscanos trabajando en estas tierras de la Alta Argentina y del Uruguay durante 11 años. Trabajó incansablemente entre los indios y entre los colonos españoles. Lo nombraron Custodio de aquellas misiones (superior). Pero enseguida renunció al cargo para dedicarse a la evangelización de los indios. Recorrió así las comarcas argentinas pero su trabajo en aquellas tierras iba a ser pronto interrumpido.
En 1594 los superiores franciscanos, que querían llevar adelante una profunda reforma de la vida religiosa franciscana en aquellas regiones del Nuevo Mundo, piensan en el fraile misionero. Lo llaman a Lima para que tome en sus manos aquel arduo trabajo. A mediados de 1595 emprende el viaje de regreso a la ciudad de los Reyes. Así se llamaba la capital del virreinato del Perú fundada en honor de los Reyes Magos. Allí le nombraron guardián (superior) de varios conventos. Funda otros nuevos siguiendo las pautas del movimiento de renovación franciscana.
Pero enseguida renuncia a todos los cargos. Siente que su vocación es la de ser un misionero itinerante, peregrinans propter Christum, como San Pablo o como los monjes medievales evangelizadores de Europa. En esta incesante peregrinación evangélica recorre los países andinos hasta que en 1605 se ve obligado a volver de nuevo a Lima.
Como Bernardino de Siena
En el nuevo convento de Lima el misionero itinerante revela su alma contemplativa inseparable de su acción apostólica. Se consagra totalmente a la obra que aquella dura obediencia le había impuesto, como si ello hubiera sido la obra y la pasión de toda su vida. Su convento limeño se convierte enseguida en movimiento de renovación de la vida religiosa franciscana. Dura poco entre los muros del convento. Fray Solano sale a las calles de Lima, aristocrática y frívola, criolla y conquistadora. Exhorta a todos a la conversión y a la penitencia. La ciudad se conmovió. La gente empezó a seguirlo. En aquellos momentos la ciudad encerraba en sí el misterio de la historia de pecado y de gracia latinoamericano: gente ambiciosa y soberbia, tantos «Miguel Mañara» antes de la conversión, y tantos santos.
Fray Francisco Solano, el «San Bernardino de Siena latinoamericano», el misionero contemplativo, reformador y penitente entrega su alma a Dios en aquella ciudad de contrastes el 14 de abril de 1610. Toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo, al pueblo llano, lo reconocen como el abrazo tangible de Jesucristo a todos, pecadores y santos, indios y españoles, mestizos y mulatos sin distinción. Cada cual lo reconoce como suyo o como la mano de Jesucristo que une en sí las de todos.
Su caridad, la mansedumbre franciscana y la pobreza evangélica conquistaban a todos porque Francisco sabía hablar al corazón de cada uno. Para poder entrar mejor en el corazón de los indios y anunciarles el Evangelio de su Señor Jesucristo se dedicó con empeño a aprender sus lenguas. Como en el caso de su casi contemporáneo San Luis Bertrán, los testigos de su proceso de canonización afirmaron que poseía el don de lenguas. No es extraño en la vida de los santos. ¿No lo pide la oración de la Misa de Pentecostés cuando dice: «Renueva hoy en tu Iglesia los mismos milagros que acompañaron los comienzos de la predicación apostólica?
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