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Huellas N.06, Junio 2020

PRIMER PLANO

El rayo de la razón

Paola Bergamini

De nuestras interpretaciones al valor de los hechos (y de lo humano). Ezio Mauro, uno de los periodistas más importantes de Italia, se mide con lo que estamos viviendo estos meses. «La realidad se te echa encima, y si no te proteges...»

«La fuerza incandescente de la realidad supera cualquier narración ficticia al contar un hecho». Es una de las frases con las que Ezio Mauro, columnista de La Repubblica, diario que dirigió hasta 2016, cierra nuestra conversación telefónica sobre El despertar de lo humano. «La realidad se te echa encima y, si no te proteges, te da un plus de conocimiento. Lo real te informa, en el sentido de que te da forma». Se refiere a su oficio de periodista que para él, en más de cuarenta años de actividad en el mundo de la información, más que un trabajo es una pasión por ser «testigo de lo que sucede. Ryszard Kapuscinski (periodista y escritor polaco famoso por sus reportajes, ndr) decía que este no es trabajo para cínicos». «Realidad» es la palabra que, desde el principio, más aflora en este diálogo.

Dice Carrón que estos años hemos vivido en una burbuja que nos hacía sentir a salvo de los golpes de la vida. Una burbuja que se rompió con el Covid19.
Ciencia y medicina nos garantizaban una especie de seguridad que yo llamaría sensación de «omnipotencia». La irrupción de la realidad ha mostrado que era un sentimiento falso y esta crisis, esta suspensión de la “normalidad” a la que estábamos acostumbrados, nos ha obligado a rendir cuentas con nosotros mismos, con nuestra condición existencial. Lo humano, punto central de esta reflexión que me ha llamado especialmente la atención porque nos afecta a todos, creyentes o no, tiene una dimensión universal. Nos habíamos acostumbrado a sustituir los hechos por interpretaciones, políticas, ideológicas o sencillamente por representaciones más cómodas. Todo bajo control. La realidad ha hecho justicia a nuestra sofisticación de lo real para hacer la vida más cómoda. En situaciones como esta se derrumban nuestras seguridades y certezas, las conquistas de la ciencia y de la técnica ya no son garantías absolutas que nos ponen a salvo. El otro aspecto con el que debemos medirnos es la complejidad de la vida que nos rodea.

¿En qué sentido?
Pienso en el mundo animal, los microorganismos, las bacterias. Convencidos de poder dominar la creación, pensando que ya la habíamos sometido, no nos hemos parado a reflexionar sobre nuestra acción, nuestra “invasión”. Antaño se creía que las pestes eran un castigo divino, una venganza de los dioses. Ya no es así, pero frente a lo que está pasando nuestra reflexión debe centrarse en los errores cometidos, en el tipo de desarrollo que nos hemos dado. Se nos pide una toma de conciencia. Eso por un lado, pero por otro el impacto de la razón con la realidad suscita una pregunta: ¿por qué este mal?, ¿qué sentido tienen las cosas?

El descubrimiento de nuestra fragilidad nos ha sacado de nuestro torpor.
El rayo de la realidad ilumina este aspecto, luego cada uno debe tomar el camino de su propia conciencia. Estamos delante de la fragilidad humana, sí, pero también de su potencialidad. Me ha impactado la disponibilidad de la gente para aceptar las medidas impuestas, una obligación voluntaria que nos hemos autoimpuesto. Pero también hay una disponibilidad hacia los demás, hacia los que tenemos al lado. La escasez de relaciones nos lleva a tener en cuenta la importancia del intercambio. En la ausencia, nos damos cuenta del valor que tiene la relación con el otro. Antes no éramos conscientes, lo dábamos por descontado. También hay un plus de generosidad. Se ve en las donaciones a hospitales y centros de investigación, se ha visto en el trabajo de médicos y enfermeros, algunos hasta han perdido su vida. El compromiso de estas personas, esta plusvalía, debe hacernos pensar.

¿Qué quiere decir?
Estas personas han desplegado algo más que su disponibilidad y generosidad. El trabajo se confirma como el principal instrumento de las relaciones sociales. Gracias al trabajo de otros –empezando por los sanitarios, pero también los transportistas, los gestores de redes informáticas, los empleados de la cadena alimentaria y supermercados– yo he podido quedarme en casa. Se ha dado la conciencia de que lo que hacíamos era en sí mismo una ayuda para los demás. Lo considero una revelación importante, porque el trabajo, despojado de toda ideología, se revela como una estructura de servicio, en el sentido de que ha mantenido en pie a la sociedad. Mire, desde cierto punto de vista tenemos la posibilidad de resetear por completo nuestra vida. Tenemos la posibilidad de dar proporciones distintas a las cosas, lo que antes creíamos importante ha pasado al final de la lista, lo que dábamos por descontado ha adquirido un sentido especial. Hay quien ha llegado a decirme: «casi siento que este tiempo acabe».

Una expresión paradójica…
Hemos descubierto algo de lo que tal vez no nos habíamos dado cuenta. Cada uno ha vivido una experiencia dentro de la experiencia de la pandemia, hemos obtenido elementos de libertad dentro de la constricción en la que vivíamos: estudiar, leer, quedarse a charlar después de cenar, hablar con los amigos para contarse ideas, sentimientos, pensamientos. Esta es la grandeza humana a la que Carrón se refiere: no dejar de buscar para encontrar expresiones de humanidad y libertad dentro de la condición de aislamiento.

A propósito de esto, Carrón habla de Van Thuan, el arzobispo de Saigón acusado de traición, que pasó trece años en la cárcel, nueve de ellos en una celda de aislamiento.
Es la figura que más me ha impactado. Libertad es sobre todo no rendirse a la inercia de las situaciones, rendir cuentas continuamente con la realidad. No dejarse arrastrar por la ola, aunque parezca que nos ahogamos. Siempre existe la posibilidad de ser protagonista en todas las situaciones de la vida. Aparte de esto, para él fue un “descubrimiento” dictado por la Gracia que lo transformó.

Lentamente, a través de las diversas fases, volveremos a una cierta normalidad pero nunca será como antes. Algo ha cambiado.
Hasta al más cínico le resultaría imposible continuar como si nada hubiera pasado. El cambio cultural, social y económico que se producirá tendrá tales dimensiones que ahora es imposible cuantificarlo. Es como si el planeta se hubiera parado estos meses. Recuperaremos el perímetro de nuestras libertades, pero sería importante volver con la conciencia de lo que hemos vivido y que lleváramos dentro estos elementos de generosidad y disponibilidad hacia los demás. Es decir, la conciencia de los otros. Bastaría con llevar esto al “mundo nuevo”.

Es la conciencia de la que habla Carrón.
Sí. Luego él tiene la fortuna de la fe. Partiendo del rayo de la razón y de las preguntas que la razón se plantea, cada uno se ha tenido que enfrentar a la llamada que las circunstancias te piden vivir. Y esto vale para todos. También para los que no tienen esta “fortuna”.

¿Le gustaría tenerla?
Es un discurso complejo, sería arrogante reducirlo a una broma. Pero no se puede creer en el ser humano sin sentir su plenitud. Creo que el hombre es la medida de las cosas, y lo digo consciente del límite de la condición humana. La pandemia es esto: la conciencia del límite. No la soberbia del relativismo que cree en la plenitud de lo humano. Somos una naturaleza finita pero grandiosa, con un deseo de infinito que nos arrastra, que nos hace preguntarnos por lo trascendente, por el sentido de la vida, hasta el último respiro. Hay algo religioso en el hombre que no desiste de estas preguntas. Hay que rebelarse contra la idea de que la vida no tiene significado.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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