Lo que otros perciben
Frente a la situación que estamos viviendo todo ha cambiado para mí: la modalidad de las clases y de los exámenes en la universidad ha sido distinta, mi facultad decidió evaluar a sus alumnos en línea realizando cinco evaluaciones, tuvimos tres semanas muy cansadas. Al concentrarme en estudiar y tener la máxima nota, me daba cuenta de que me olvidaba de Cristo. Eso cambió cuando entendí que no debo separar nada de Él. Antes de iniciar mis exámenes, le dije a Cristo que las notas habían dejado de preocuparme, lo que realmente me importaba era vivir sin separar nada de Él. Estudié mucho para evaluarme y los exámenes me resultaron fáciles. Además, me pasó algo demasiado lindo: uno de mis profesores me escribió y me dijo que me iba a anular el punteo de mi examen por haber realizado todo bien, pensaba que yo había hecho trampa; le respondí que no era así, que yo había estudiado para realizar mis exámenes y respetaba el código de ética evaluativa; por un momento me sentí triste, pero al mismo tiempo pensaba que mi profesor tal vez estaba estresado por tanto trabajo como tenía o que la situación para él no es fácil, porque debe ocuparse también de su familia, tiene responsabilidades en su iglesia, las clases de la universidad y en otra institución educativa, o quizá se sentía solo, porque a veces el estrés y la soledad nos hacen decir o hacer cosas impulsivamente. Al día siguiente me escribió explicando que era evidente la trampa que yo había hecho, a lo que yo respondí que no era mi documento y quizá se estaba confundiendo. Al cabo de un rato me responde nuevamente pidiendo disculpas por la equivocación. Le dije que lo comprendía, todos nos podemos equivocar, y él respondió: «Ingrid, tenía razón, ya vi el documento de usted, de ahí su nota». En ese momento sonreí y le agradecí por haberme informado. Para mí es sorprendente, porque algo que durante toda mi carrera me ha preocupado ahora me ayudaba a reconocer al Señor en esa circunstancia y poder ver a las personas de manera distinta. Le escribí a una amiga italiana, memor Domini, contándole lo que pasaba y ella me dijo que estaba feliz por la experiencia que estaba viviendo, y que debía ser paciente y sonreír. También debía tener en cuenta cierta curiosidad que ese maestro pueda tener hacia mí. Que recordara que llevamos lo divino y que otros lo perciben. Me doy cuenta de que el verdadero cambio es reconocer mi necesidad de Cristo en lo cotidiano y en lo más simple que me pasa, porque cuando él está presente podemos ver a las personas de manera distinta y todo se vuelve novedoso. La relación con mis profesores y compañeros, los desvelos por realizar mis tareas, la relación con mi familia, estando en casa descubro algo nuevo, todo se vuelve novedoso sobre todo porque me lleva a Él.
Ingrid, Guatemala
Familias que son ángeles
Toda esta situación del Covid-19 ha hecho brotar impetuosamente unas preguntas dentro de mí; quizá hay un par que resuenan con más fuerza a lo largo de este tiempo: «¿Señor, qué quieres de mí? ¿Qué papel juego yo en este mundo?». Frente a la enfermedad, la muerte y el dolor de tantas personas muriendo solas ha nacido en mí el querer salir ahí fuera y acompañar y servir en lo que pudiese. ¡Agradezco tanto el don de la fe, de saberme amada siempre y en todo momento, que quisiera que todos encontraran esta esperanza! Algunas veces cuando rezo el Benedictus por la mañana me conmuevo pensando que el Verbo se ha hecho carne y que ha querido que yo pudiese encontrarle para no sentir ya nunca más esa soledad última, esa nada y sinsentido que amenazaban mis días antes de encontrarle. Sin embargo, contrariamente a lo que yo habría escogido, la realidad no me ha llamado a estar en primera línea prestando ayuda en los lugares donde existiera una mayor emergencia, sino que me ha pedido quedarme en casa confinada. Esta circunstancia ha hecho que cada mañana al despertar tuviera la urgencia de pedir que mis acciones concretas guardasen relación con el mundo, con el amor al mundo entero. Encontrarme esta exigencia dentro ha sido ya una sorpresa porque me he dado cuenta de que es algo que ha ido creciendo en mí dentro de la experiencia de la Iglesia. El trabajo de la Escuela de comunidad y la compañía han sido los lugares que me han permitido una apertura a las circunstancias dadas. Ver continuamente personas llenas de pasión por la vida tal y como viene me ha permitido decir sí al presente: a mis clases, a mis alumnos, a cocinar, a limpiar la casa, a desinfectar la comida y a experimentar en ello el famoso ciento por uno del Evangelio. Después de este tiempo aprendiendo el sí que necesito dar cada día, llegó una propuesta inesperada. Unas familias de la comunidad próximas a la parroquia de Santa Ana, en Barcelona, sintiéndose interpeladas por las palabras del Papa durante la Semana Santa, pusieron en marcha una iniciativa de ayuda a otras familias que están pasando por dificultades económicas como consecuencia de la crisis sanitaria. El gesto es muy sencillo: ponerse al servicio de las necesidades de estas familias que están en una situación vulnerable y ofrecerles nuestra compañía y amistad. Ahora hace ya cuatro semanas que participo de esta propuesta. Al principio eran 25 familias, pero en este momento ya atendemos a 70. Cada uno de los voluntarios adopta un rol diferente según lo que puede aportar: hay quienes no pueden salir de casa y llaman por teléfono a las familias para acompañarlas y conocer sus necesidades, otros buscan ofertas de trabajo, otros contactan con proveedores para que envíen comida a la parroquia, y otros, como yo, son transportistas y reparten cajas de comida una vez a la semana; también hay abogados que ayudan en los temas legales, psicólogos que atienden los casos más complicados, etc. Todo este entramado ha nacido en cuestión de un mes sin que lo hubiéramos podido imaginar: con una belleza que nace del toque personal de Dios al corazón de cada uno. Yo he dado mi pequeño sí a repartir una caja de comida dos días a la semana, pero lo que no podía imaginar es cuánto estoy recibiendo yo al participar en este gesto. Lo que más nos ha impactado ha sido ver lo que nace cuando el pueblo cristiano se une en el servicio a otros hombres. Los primeros en haber salido cambiados y reforzados hemos sido nosotros mismos, los voluntarios de la parroquia de Santa Ana. ¡Qué espectáculo de gratuidad y entrega a otros que parece no agotarse nunca! He visto brotar impetuosamente una fuerza misteriosa que mueve y hace rebosar de gratitud el corazón de cada uno. La experiencia que hacemos los voluntarios al abrirnos a las necesidades de los demás, y al conocer a estas familias que vamos acompañando y conociendo es la de que nuestra humanidad se enriquece. Los necesitados, con su sencillez, nos enseñan a ser humildes. Me lo contaba una voluntaria el otro día: «Hoy he entendido por qué voy. Yo no tengo la sencillez de estas personas, siempre creo que puedo sola y no sé pedir ayuda… Ellos viven siempre agradecidos, recibiendo lo que se les da. Me conviene aprender de ellos». Los días que voy a repartir comida, cuando estoy frente al desconocido al que entrego una caja de alimentos, me doy cuenta de que somos iguales. Sí, iguales. Rosalina, una mujer a la que reparto alimentos y con la que he trabado amistad, me ayudó a entenderlo el otro día; me dijo: «yo pensaba que para ser feliz tenía que tener una casa en mi país o aquí, pero ya ves que se la ha quedado el banco. También pensaba que tenía que agarrar fuerte a mi familia, pero ahora he entendido que la familia de sangre se pierde, pero a lo largo de la vida llegan a ti otras familias que son ángeles, y te acompañan». Uno de los primeros días que me presenté en casa de Jonatán, él me preguntó: «¿Quiénes sois? ¿De dónde salís?». «Somos familias que somos amigos y estamos queriendo ayudar», le respondí. Pero a él hay cosas que no le cuadraban y me seguía preguntando. «¿Por qué lo hacéis? ¿No tenéis miedo a contagiaros?». Ese día caí en la cuenta de que incluso el gesto de llevar comida no viene de mí,
viene del amor que Cristo tiene por mí y que está presente en nuestra unidad. Él, haciéndonos experimentar su plenitud, nos quiere usar para llegar a otros. Me conmueve ver cómo este pequeño gesto responde a las preguntas del inicio del confinamiento: «¿Qué quieres de mí, Señor? ¿Cómo puede contribuir mi vida al bien de los hombres?». Y el Señor ha respondido como siempre hace, no con la modalidad que yo tenía en la cabeza. De hecho, lo hace corrigiéndome y devolviéndome a la posición que tanto necesito, la del mendigo. Dar mi sí repartiendo la caja o en cualquier momento del día coincide con mendigar su amor. Solo así, como dice el Papa, Él se hace presente en el mundo, porque Él también nos necesita.
Carta firmada
El todo en el fragmento
Querido Julián, estando yo en un estado de queja y cerrazón total, hablé por teléfono con una alumna mía. Mientras me quejaba por tener que quedarme en casa, sentí vergüenza de mí mismo. En un momento dado, pasó delante de mi mirada el lugar en el que ella vive con su familia, una casa de dos metros cuadrados. Enseguida pedí como un pordiosero la sencillez que en ese momento no tenía. Al cabo de unos minutos, la chica me dijo: «¿Sabes que dentro de los muros en donde estamos recluidos se está jugando el partido más importante del universo? Se está jugando precisamente el partido de nuestra conversión». Ante su juicio tan seguro, me di cuenta de que mi autoconciencia puede ser rescatada frente a una presencia que cambia mi mirada. La conversión solo sucede delante de una presencia. Entonces me acordé de la respuesta que le diste a un bachiller hace algún tiempo: «¿Cómo podemos vivir el día a día, vivir cada circunstancia sin perder lo que es crucial? Un famoso teólogo católico utilizó esta expresión: viviendo “el todo en el fragmento”. ¿Y cómo se puede vivir el todo en el fragmento? Por ejemplo, cuando uno está enamorado siente la emoción de estar ante la persona querida y dice: “Nunca me iría de aquí”. ¿Te ha pasado alguna vez?». Pues esto es lo que estoy descubriendo: que podría seguir en este aislamiento porque estas seis semanas no han aislado mi corazón del deseo de mi corazón ni del deseo del corazón de Cristo de alcanzarme. Es cierto que lo humano no se cierra en la cuarentena. Sustancialmente, me estoy descubriendo más pobre, verdaderamente pobre. No puedo hacer nada por mis alumnos y sus familias, tampoco puedo hacer nada por mis padres y amigos, que viven a siete mil kilómetros de aquí, pero todo esto me hace mendigo de Aquel que reconquista mi corazón una y otra vez, también en esta tempestad.
Matteo, Kampala (Uganda)
Paro y fondo común
Querido Julián, en este momento tan difícil nos has retado a ir al fondo de las amistades que son verdaderas, que nos ayudan a vivir. Mi mujer y yo hemos querido tomarlo en serio. En abril empezó un período de paro y recibo un subsidio de desempleo. Veremos dónde quiere llevarnos Dios, pero de lo que estamos seguros es de que nunca nos dejará solos. Pensábamos hacer algo en este período de emergencia y cuando leímos tu carta en la que nos rogabas que nos mantuviéramos fieles al fondo común, decidimos hacer una aportación extraordinaria correspondiente al importe que hubiéramos gastado yendo a los Ejercicios de la Fraternidad. Pensamos en la Fraternidad por la paternidad que experimentamos y la confianza que tenemos en cómo se utilizará ese dinero. El nuestro quiere ser un sencillo gesto de agradecimiento y pertenencia a la compañía que nos está sosteniendo.
Carta firmada
Boda aplazada
La fecha de mi boda era el pasado 26 de abril. Habría tenido que vestirme de blanco, ir a la iglesia y casarme rodeada de mis familiares y amigos. Pero hay un designio distinto para nosotros, al igual que para muchas otras parejas en el mundo. La pandemia nos ha obligado a aplazar la fecha de nuestra boda, de momento hasta julio, aunque la realidad apunta a que será más tarde. Mi novio y yo somos afortunados, gozamos de buena salud, tenemos un trabajo que podemos desarrollar desde casa y nuestras familias están bien. Pero sigue doliéndome no haber podido celebrar el momento tan esperado y preparado durante un año hasta el más mínimo detalle. Ya me veía cruzando de blanco la larga nave de la iglesia rodeada de mis seres queridos. El 26 de abril fue otro día más en nuestro piso, transcurrido preguntándonos qué hacer en el tiempo libre que hemos ganado. Todo me ha llevado a mirar de frente a lo esencial. ¿El problema es la fiesta? ¿El número de invitados? ¿El vestido y las flores? La experiencia me lo ha mostrado claramente: no, todo eso es secundario. Lo esencial es mi vocación, la llamada a decir sí a otro, incluso en el limbo de esta situación. Aunque tendremos que casarnos solo con el cura y dos testigos, sin fiesta, sin dúo de cuerdas tocando a Bach, la verdadera belleza está en el sacramento que celebra nuestro sí recíproco frente a Dios. Él estará presente confirmando nuestro mutuo sí, que es un sí a Cristo. Por todo lo que he aprendido en estos años, creo en Él. Esta temporada de mayor quietud me ha llevado también a hacer un viaje interior, a experimentar la paz en Aquel que habita en mí. Encuentro una paz que antes, en el “viejo mundo”, se veía obstaculizada por el frenesí, por estar pendiente a todas horas del móvil, por una distracción continua. Hay menos urgencia de resultados y más urgencia de sosiego para darme cuenta de que Él siempre me está esperando. Estoy aprendiendo a esperar con paciencia el cumplimiento del designio de Dios sobre mi vida y la de mi novio.
Marissa, Los Ángeles (EE.UU)
Vivir intensamente lo real
Esta mañana he pasado dos horas con Julián, ¡se me han hecho cortísimas! Julián ha hablado de poner en juego la libertad para que la vida sea vida (la libertad llena de gusto la vida) y ha insistido una y otra vez en la condición de vivir intensamente lo real, también como forma de testimonio para los otros. Ahora, releyendo las notas, me viene a la mente un profesor de mis hijos que siempre me decía: «Me encantan tus hijos porque son normales; cuando hay que estudiar estudian, cuando hay que reír ríen, cuando hay que liarla la lían». Ahora entiendo que estaba afirmando que lo que le gusta de ellos es que viven intensamente lo real. ¿Dónde han aprendido a vivir así? Probablemente tenga que ver con tantos encuentros que han visto suceder en nuestra casa, fruto del camino que estamos haciendo Cristina y yo. Ayer mismo vinieron varios de sus amigos a cenar a casa. Estos no tienen mucha costumbre de dialogar con adultos pero en un determinado momento Pablo me pidió que les contara mi viaje a Venezuela. Yo, partiendo del prejuicio, empecé a contarles mi viaje de un modo formal, quedándome en la superficie por la tentación de que estos no entendieran o pasaran de mí, pero Pablo me paró en seco: «Papá, cuéntalo bien, cuenta todo». ¡Qué corrección para mí! Conté todo, se hizo el silencio y estos chicos ni pestañearon. Esta mañana Pablo me ha dicho que sus amigos fliparon con lo que les conté ayer. Me doy cuenta, después de la cena de ayer y del encuentro con Julián de esta mañana, que efectivamente lo que a mí me incumbe es estar atento a la realidad, poner en juego mi libertad diciendo que sí.
Lolo, Osuna
Escuela por zoom
El martes recibí un mensaje de whatsapp invitándome a ver la presentación del libro El despertar de lo humano. Contesté que lo agradecía y que lo veríamos en familia, y comenté que hacía mucho no recibía nada de CL. «¿Por qué no haces Escuela de comunidad por zoom con nosotros?». Dije que sí. Al momento ya estaba en el grupo de whatsapp de la Escuela de comunidad, con muchos viejos amigos que conocí en Santa Fe en mi época de universitario, con los que había perdido el contacto. Durante la presentación del libro de Julián, empecé a darme cuenta de que estaban analizando mi vida, de que me estaba perdiendo de algo, de que esta pandemia tenía cosas positivas de las cuales no me daba cuenta, de que la realidad me abofeteaba en la cara diciéndome: despiértate, mira tu alrededor, la realidad y tus amigos siguen estando ahí. En la Escuela de comunidad conté mi humilde experiencia, pero con una emoción que me embargaba el alma, y no entendía bien qué era. La realidad seguía abofeteándome en la cara, con la intervención de cada uno, incluso de personas que no conozco. Después de muchos años vuelvo a encontrarme con gente que tiene un corazón más abierto, más dulce, más humano. Ahora espero con muchas ganas la semana que viene para volver a hacer Escuela, sumando al resto de mi familia, deseando que ellos también puedan ver y disfrutar esta experiencia.
Gastón, Argentina
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