Desaparece la intensa red de compromisos y encuentros. La “estructura” de la vida queda aplazada sin saber hasta cuándo. «¿Y si algunos amigos no estuvieran presentes físicamente? ¿Todo se habría acabado?». La experiencia de un universitario de “vacaciones forzosas”
El sábado 22 de febrero recibí un correo electrónico de la Università degli Studi de Milán donde el rector comunicaba a los alumnos que, a causa de la emergencia del coronavirus, el ateneo iba a permanecer cerrado y se suspendían todas las actividades.
Lo primero que se abrió paso en mí fue este pensamiento: «Lástima, las próximas semanas estaban realmente llenas de encuentros, el del arzobispo Delpini con el mundo universitario, un almuerzo con compañeros de curso, la Escuela de comunidad, la caritativa, el encuentro de responsables con Julián Carrón, los coloquios con profesores para cuestiones relacionadas con sus cursos… Todo cancelado, pospuesto hasta fecha pendiente de determinar. Y ahora, cuando toda la vida en la que estoy inmerso normalmente me falta, tanto en cantidad como en calidad de encuentros, ¿qué quedará?».
Segundo pensamiento: «Es un buen momento para poner todo en orden. Sin cursos ni compromisos, podré dedicarme totalmente a preparar el próximo examen. Pero quién sabe, también tendré que pasar mucho tiempo solo… Espero no perder demasiado el tiempo».
Así, al segundo día de vacaciones “forzosas”, antes de que Lombardía fuera declarada zona naranja, invité a mi apartamento a unos amigos que, como yo, querían tomarse en serio el estudio. Nada más vernos, rezamos laudes. Luego cada uno se dedicó a su tarea. Después de una mañana inmersos en los libros, Marco se levantó y dijo: «¿Qué comemos? Me ofrezco a hacer la compra y cocinar algo para todos». Pocas horas después, durante la pausa, alcé la cabeza y le dije a Riccardo: «¿Leemos juntos los apuntes del encuentro del sábado? Esas provocaciones parecen dichas adrede para estos días». Esa noche me acosté pensando: «Qué extraño, tengo la sensación de haber experimentado hoy la misma intensidad de vida que normalmente en la universidad».
A medida que pasaba el tiempo y hechos de este tipo se sucedían ante mis ojos, más se abría en mi interior la pregunta: ¿por qué, si me han despojado de toda esa intensa red de citas y compromisos en los que normalmente vivo inmerso, mi vida no se ha parado? ¿Por qué, si en vez de quedar con decenas de personas solo veo a algunas, experimento que la belleza de mi vida no ha cambiado?
Poco a poco tuve que admitir que estos días consistían en mucho más que en buscar «alguien con quien estar para no perder el tiempo». De hecho, los pocos que tengo alrededor no solo no me permiten estar físicamente solo y sostienen mi empeño por estudiar. No creo que eso bastara para liberarme del embrutecimiento humano en que es posible caer cuando se pasa tanto tiempo “desorganizado”, y sobre todo no bastaría para afrontar la “crisis” de estas semanas con la positividad que descubro en mí.
Entonces, ¿quiénes son estas personas? Puedo decir que son presencias que me testimonian la Presencia que da significado a mi jornada. Solo cuando me doy cuenta de esto, se vence el vacío y el embrutecimiento, se vence el miedo al virus. Lo más sorprendente para mí ha sido constatar que esto no solo sucede cuando estamos implicados en una cierta vida común en la universidad.
He vuelto a darme cuenta de que tengo entre manos relaciones donde no hay nada de mí que quede fuera y que hasta las cosas más pequeñas tienen un valor, como preparar bien la comida. ¿Pero por qué? Sus caras son esa presencia de la que habla Carrón en su artículo de elmundo.es. Estando con ellos me sorprendo diciendo: no me falta nada. ¿Por qué? Porque he visto y estoy viendo una forma de estar juntos y tratarse que está a la altura de mi corazón. Me digo: me puede faltar toda la “estructura”, pero para vivir me basta esta Presencia, que podría testimoniarme incluso una sola persona que comparta conmigo tan solo un rato.
Un segundo punto precioso ha sido darme cuenta de que lo que he vivido estas semanas, y le está pasando a otros muchos, no tiene las dimensiones de un “aislamiento espléndido”, sino que tiene la capacidad de hacernos vivir la situación actual con una apertura y una “laboriosidad indómita”, tratando de responder a las necesidades.
El primer ejemplo es cómo no nos tambaleamos ante el estudio. Estas podrían ser semanas para “dormirse en los laureles”, pues ni siquiera sabemos si podremos hacer los exámenes. Pero una cierta manera de estar juntos nos está sosteniendo en este permanecer, en seguir estudiando como si fuéramos a la universidad, con el mismo interés y la misma pasión. Incluso desde el momento en que esta posibilidad de cercanía física desapareció, estudiar juntos por videconexión nos sostiene igualmente. Otro ejemplo sorprendente ha sido el “Cusl delivery”, donde algunos de nosotros, que se implican gratuitamente en la cooperativa universitaria de estudio y trabajo, inventaron una forma de entrega de libros a domicilio para los exámenes. También lo ha sido ver cómo algunos de nosotros que son representantes de estudiantes se están moviendo para estar siempre actualizados y enviar a todos la información de última hora. Son “intentos irónicos”, por usar una expresión muy querida entre nosotros, pero me sorprende que nadie se habría lanzado a iniciativas de este tipo si no estuviera inmerso en la vida que os estoy contando. No se trata de gente que se mueve por heroísmo, ni por intentar hacer cosas extravagantes, fuera de lo común, sino por el deseo de compartir, incluso en una situación como esta, lo que hemos recibido.
¿Y si algunos amigos no estuvieran presentes físicamente? ¿Todo se habría acabado? Lo que me ha pasado me lleva a decir que no.
El primer día después del cierre de la universidad me pasé casi toda la jornada en soledad. Después de unas horas de estudio, me puse a perder el tiempo en YouTube. Al pasar por el pasillo, mi mirada fue a caer en el título de la revista Huellas de febrero: “Amiga soledad”. Me quedé impactado y me lancé a leer la intervención de Carrón. Lo devoré. Al terminar de leer, volvía a respirar, me sentía menos embrutecido, ¿por qué? Porque aquel artículo me recordaba que hay uno que vive y habla de la condición en que me encuentro de una manera completamente distinta, cien veces más humana, cien veces más deseable. Me impresionó que aquel artículo tuviera la misma potencia que los rostros de mis amigos. Volvió a encender en mí la conciencia de una Presencia que existe, arrancando todas las capas de distracción y olvido con que suelo taparla.
Todo esto no es posible porque yo imagine ciertas cosas o las construya en mi cabeza, sino porque la experiencia que estoy viviendo estos años en la universidad es tan potente que en cuanto aparece algo que me recuerda esa Presencia que la genera, esa conciencia se reaviva en mí. A veces puede ser incluso solo la petición de que Él vuelva a hacerse presente, pero esa petición ya está llena de Su compañía. Lo que leí eran palabras que me sostienen a la hora de decidir dejarle entrar de nuevo en vez de lamentarme por mi incapacidad, exactamente igual que nos recordaba Carrón en el último encuentro que tuvo con nosotros, los universitarios, antes de la llegada del coronavirus.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón