La escuela cierra de pronto y todo se pone patas arriba. Cambia la perspectiva y empiezan las clases en video. La cuestión no es “mantener” a los chavales, sino «su libertad para estar ahí»... El testimonio de una joven profesora
«Justo ahora que había encontrado un equilibrio perfecto, que las cosas funcionaban bien en todas las clases, que se cumplía la programación, que los chavales hacían la tarea y empezaban a preguntar en clase». Había logrado un buen ambiente con los alumnos, interesados, atentos, con los que se le hacía apasionante dialogar sobre cualquier cosa, sin medias tintas, y ahora «escuelas cerradas», cuenta Marta Maj, una profesora de Milán de 35 años, con una cátedra de literatura en tres clases (dos de segundo y una de quinto) en un instituto técnico de la ciudad.
Lleva unos días dando clase en video y nos cuenta cómo está viviendo, desde su pequeño recinto, esta pandemia. «Ha sido una locura. Yo soy muy activa y vivo con personas que ahora están en primera línea por su trabajo. ¿Y yo? ¿Cómo iba a quedarme en casa mano sobre mano? ¿Qué podía hacer por mis alumnos?».
El 21 de febrero fueron sus últimas horas en clase. Acababa de estallar la burbuja en Codogno. «Profe, ¿usted no tiene miedo?», le preguntó un alumno de segundo. Y empezó el debate. «Disfrutemos del instante», dijo otro, citando a un rapero. «Es una posibilidad…», contestó Marta. «Si la vida no está en nuestras manos, como estamos diciendo, podemos pasar un buen rato ahora o dejarnos llevar por el pánico, ¿pero estamos seguros de que no hay otra alternativa? Si no está en nuestra mano, ¿qué es la vida?». La pregunta queda abierta.
«Luego llegó el cierre de las escuelas». Marta leyó un artículo en la prensa que le pareció interesante, planteaba las mismas preguntas que habían surgido en clase. «Pensé en enviárselo a algunos, preguntándoles si lo que estábamos viviendo podía ser una ocasión o si estábamos condenados al aburrimiento o al miedo». Algunos le dieron las gracias. «Pasada la semana de carnaval, se hacía duro continuar. Pero pronto llegaron las primeras sorpresas». Un claustro docente increíble, con 180 personas conectadas. «Fue precioso. Normalmente se discute, se pelea, se tira de sindicato y de quejas por las instituciones… En cambio esta vez todos buscaban soluciones, algunas un tanto gruesas, rozando el límite de lo reglamentario. Hubo quien proponía ponerse en contacto con los alumnos por redes sociales, por ejemplo. Pero había un intento común».
El martes, otra sorpresa. «La primera video-clase. Contacté con ellos por correo electrónico, preguntándome si leerían el mensaje. Empecé con los mayores de quinto, un buen grupo. Quedamos a las diez. Estaban todos. Lo mismo con los dos segundos. Llegué a conmoverme cuando uno de los que tienen más dificultades, al no encontrar los materiales que se tenía que descargar para algunas asignaturas, me escribió porque le preocupaba no poder hacer los deberes».
Allí estaban, todos conectados. «Una experiencia nueva para todos». Unos lo tenían todo listo, preparados con su pc. Otros estaban desayunando y se conectaban con el móvil, con el gato paseando alrededor de la mesa. Otro sin ningún tipo de vergüenza: «Profe, lo confieso, todavía estoy en la cama». «“Basta con que estés”, le dije. Y es que estaban todos, presentes de verdad. Me dije que eso era posible por una “relación que se mantiene”, y no porque estuvieran obligados». Todos en primera fila, «con una libertad que en clase es difícil lograr». Los de quinto, con la webcam y los micrófonos disponibles para intervenir. «Y lo hicieron sin crear confusión, de manera muy ordenada. Vas adaptando las preguntas de manera que sea posible responder a todos, creando en algunos casos, como por ejemplo con los de segundo, conversaciones por chat». Al principio algunos tenían la cámara apagada. «Luego se iban animando a conectarla. Entras en sus casas, te dejan entrar. Ves lo que quieren mostrarte de sí mismos, de su vida. Porque como yo, seguro, habrían estudiado bien el fondo del encuadre…». Ahora es como estar delante de un cuadro, a más distancia. «Observas cosas que de cerca no veías. Es un punto de vista riquísimo, me está educando a mirarles de manera distinta».
Estos días están preguntando mucho. Me gustaría estar a su lado, pero te das cuenta de que los estás mirando mientras tratan de responder a esta situación, en la que están menos controlados. «La cuestión ya no es lo que yo puedo hacer para “mantenerlos” sino su libertad para estar ahí, para seguir». Esa es la gran novedad. «Tú eres casi impotente. Estamos en red, pero sin red. Cuando entras en clase, la presencia física suele ir acompañada de tus ideas, aun sin quererlo, para que tu manera de moverte pueda mantenerlos pegados, atentos. En parte es así, pero en este momento es evidente que toda su libertad se pone en juego. Podrían estar delante del ordenador pero no “estar presentes”».
En cambio, los que al principio ni siquiera querían encender la cámara ahora levantan la mano para intervenir. «¿Durará esto? No es algo que haga yo, es algo que sucede o no sucede». La perspectiva cambia de día en día, con el tiempo se va alejando y hace aún más difícil «e interesante» la apuesta. Uno de sus alumnos le dijo al terminar una lección: «Profe, qué ganas de volver a clase…». «¿Veis? Estamos hechos para vivir, no para estar parados», respondió Marta.
«Tenía miles de proyectos para ellos: profundizar en ciertas cuestiones, invitarles incluso a algún encuentro con los bachilleres a propósito de sus preguntas. Como si dependiera de mí. En cambio ahora está sucediendo algo en sus corazones». Lo lee en los mensajes que le envían. «Les da miedo el aburrimiento, quedarse bloqueados. “¡Pero eso pasa porque la vida nos quema por dentro!”, le dije a uno de ellos».
A muchos niveles, nos dice, hay movimientos más o menos confusos, que abren la pregunta sobre qué puede significar este tiempo. «Con una compañera trato de acompañarme en esto, también para sostener un juicio delante de muchos compañeros que te preguntan». Hay que mirar lo que hay ahora, la naturaleza y calidad de la relación que surge con los chavales y que te mantiene vinculada a ellos, que les hace estar en pie y crecer. «¿La didáctica? Se echa de menos, por fuerza. Pero cuando volvamos a clase tendrán que atarnos a la silla para estar tranquilos, del entusiasmo y las ganas que tendremos».
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