En primera fila
Frente a las medidas tomadas por el gobierno, hemos cambiado 360 grados nuestra vida y nuestra rutina. La situación es grave, más aún con el sistema de salud tan débil que tenemos, la pobreza y la dificultad para entender bien lo que pasa. Así las cosas, obedecer a las indicaciones no es sencillo. Nosotros no trabajamos directamente con el paciente infectado por el coronavirus, sino protegiendo a nuestro bastión, que son los pacientes con cáncer, niños y adultos ya asustados y temerosos por su enfermedad, porque no logran cumplir los tratamientos, aferrados al deseo de curarse, y ahora con el peligro de infectarse. Tratamos de seleccionar los casos según lo avanzada que esté la enfermedad, si es curativo operarlos o no, etc. Decisión difícil, pero no podemos atender a todos, los ponemos en altísimo riesgo, más que su propia enfermedad. La mayoría vive lejos, no logran llegar a sus consultas, a los tratamientos, y cuando llegan ya no logran retornar a casa, llegan cansados, con dos o tres horas de camino para no perder su cita o terapia. Hoy se habilitaron algunas áreas del hospital para que duerman allí, incluso también el personal de salud porque no tenían cómo moverse. El personal de salud no se fue hasta culminar con su labor. A estas personas las veías todos los días por los pasillos, las saludabas como si ya supieras de su trabajo, pero no pensabas que podían ser tan generosas y mantenerse firmes en lo que les toca hacer, limpiar el suelo, atender a un paciente, poner un tratamiento, hasta repartir la medicación a domicilio. Nuestra institución es una de las más completas y equipadas en comparación a otros hospitales donde la situación es más compleja. Nos reunimos a cada momento con los directivos para hacer cambios, porque estamos en una situación de emergencia. Yo estoy al frente de emergencia, pediatría, medicina crítica, UCI, quimioterapia, trasplante, cuidados paliativos, y cuento con un gran equipo que hace que nuestro trabajo fluya, ¿pero esto es suficiente? En estos momentos de tensión, se extrema la atención: me he dado cuenta de que cuanto más miras y te dejas sorprender, herir por el que tienes delante, más entras en la profundidad del significado de las cosas. Ya no te quedas tranquilo, ya no te conformas, buscas ese significado. Me conmueve escribirlo, porque pienso que cambia la percepción de las cosas, incluso las más duras te permiten descubrir que en compañía de Jesucristo cobran significado. Sí, Jesús nos acompaña, como dice el himno de Cuaresma, mediante la compañía de sus amigos. Como escribe Carrón cuando habla del milagro de Jesús y los panes, tenían la panadería ante sus ojos y no se daban cuenta, entonces no es un problema de estar solos o no, porque no lo estamos, ¡sino de reconocerle presente en lo que tenemos delante!
Silvia, Lima (Perú)
¿Qué es lo que me hace libre?
Lo primero y más importante es que hay Uno que me ha salvado, que me saca una y otra vez de mi propia red. Y estamos esperando la Pascua. ¡Qué coincidencia vivir la Cuaresma en cuarentena ofreciendo nuestros sacrificios! En segundo lugar, la esperanza de ciertos corazones que son pura entrega. Más allá de los miles de videos que puedan circular con buenas iniciativas y pasatiempos, un corazón que no hace acopio sino un corazón que se dona: en tiempo, en vida (incluso en oración), a mí me da esperanza. Pienso en una amiga que es enfermera y que llega agotada a casa, con el corazón de sus pacientes acurrucado en su regazo. Pienso en amigos (y otros desconocidos) médicos atendiendo a tantos pacientes sin obcecarse en el error de otros, sino dándose. Todo esto me hace caer en la cuenta de que existe una fuente inagotable que no es solo humana.
Yara, Madrid
Una presencia buena
Están siendo unas semanas fatigosas y unos días de gran impotencia. Expuestos al miedo, la psicosis y el sinsentido de tanta gente. Al mismo tiempo se siguen dando, providencialmente, multitud de momentos en los que se impone una presencia buena. Yo trabajo en una farmacia y lo cotidiano es la dispensación de medicamentos. En la atención a nuestros pacientes-clientes hemos pasado de recibir abrazos y besos a tener que mirar por encima de las mascarillas y seguir la mirada de tantas personas que siguen mostrando agradecimiento y afecto por nosotros y por nuestro servicio. ¡Qué fácil es establecer ese contacto visual que ahora es más cercano que nunca! ¡Cómo se agradece y cómo agradecen ser acogidos con esa mirada sincera! ¡Cuántas veces hemos deseado que se diera esa mirada con todos, los más cercanos en afecto y también en aquellos que, por trabajar de cara al público, posiblemente solo les vea una vez, porque van de paso. ¡Qué misterio tener esta conciencia a flor de piel a cada instante, tal y como Giussani la tenía cuando iba en ese vagón de tren y se preguntaba por el destino de cada persona con la que cruzaba la mirada! Ante tanta incertidumbre, cuánto me ha ayudado la muerte de mi padre (ha coincidido el final de su enfermedad con el comienzo de esta locura sanitaria), para tener la conciencia de saber qué es lo esencial. Porque ante la muerte la vida se impone con su significado.
Carta firmada, Madrid
Un huésped inesperado
«¿Puede un hombre renacer cuando es viejo?». 2020 años después, así le contestaría a Nicodemo: «Sí, es posible, porque me está pasando a mí». En mi vida ordinaria, con sus fatigas y sus alegrías como las de todos, hace unos meses he tenido que hacer espacio para un huésped inesperado: una grave enfermedad. Empezó así un largo recorrido, a veces cansado mentalmente, otras muy pesado físicamente. Pero sobre todo imprevisible en cuanto al tiempo y también a la curación. Vivo en una condición vertiginosa. Yo que he escalado los Dolomitas con mi mountain bike, que tengo una esposa extraordinaria, un trabajo que me gusta, tres hijos, dos hipotecas, amigos de los que nunca me separaría, he tenido que dejarlo todo, confinado en una habitación de hospital. ¿Quién me mantiene en pie? La conciencia de haber sido siempre amado, elegido, preferido, también en esta prueba. Y una conciencia que no es fruto de razonamientos complicados, sino de una compañía viva, concreta, gustosa como un buen plato de lasaña al horno como la que mi amigo Gregorio me quiso preparar y me llevó a casa. Una compañía tan concreta como el Santísimo, único alimento que tomé, aparte del suero por goteo, durante los días en el hospital. Real como la compañía de mi mujer, de mi familia y de mis amigos que son como las piezas de la armadura con la que me enfrento a este tramo de mi vida. Un tramo bellísimo porque la fatiga y la prueba están acompañadas por la presencia del Misterio que siempre me sorprende.
Carmelo, Noto (Siracusa)
Aquel que calma la tempestad
En estos días me interesa y mucho para qué suceden las cosas, me interesa ver si es verdad, como decía don Giussani, que forma parte del poder de Jesús que las cosas y las personas que nos regala sean para siempre. Escucho, y siento como mía, la urgencia de los amigos y compañeros sanitarios que se ponen cada día ante una tarea que les sobrepasa, ante una manera de tratar a los enfermos que no es la que les gustaría, ante unos resultados que, a menudo, son desoladores. Y esto deja poco espacio para los discursos y la teoría. En la circunstancia concreta necesitamos que suceda algo distinto, capaz de hacernos retomar cuando estábamos a punto de rendirnos. ¿Qué es lo que puede hacer que cuando vas a tirar la toalla decidas recomenzar? Solo que aparezca algo real y concreto capaz de volver a darte la energía, la confianza y la paz que en ese momento ya no tienes. Y cuando sucede, cuando suena el teléfono y alguien te asegura que Cristo no se ha ido de vacaciones, que está presente y que tiene el poder de «calmar las aguas», como decía el Papa, compruebas que es real y no es una idea porque tienes la experiencia de recuperar tu yo aplastado por el dolor y el cansancio. Yo, que ya casi no trabajo como médico, participo del regalo de lo que estos amigos comparten, haciendo que los milagros de la presencia de Jesús se hagan palpables también para mí.
Teresa, Madrid
Siguiendo a Leticia y Marta
La última cena que disfruté estábamos tres personas de uninicio (empresa social que promueve la formación y el empleo de jóvenes vulnerables a través de la gastronomía y la producción de alimentos para restaurantes y catering entre otros, ndr.) disfrutando de viandas y brebajes como siempre que acabamos tarde de trabajar. La incertidumbre, el no saber y el miedo ante lo que veíamos comenzaron a calar en nosotros. Era tan extraño todo, tan nuevo, que las conversaciones con clientes, amigos y compañeros deambulaban entre las bromas forzadas, las risas nerviosas y el buscar dónde poder agarrarnos para seguir avanzando. Dos personas del equipo miraron la situación sin miedo y apostaron todo por un giro de timón que cambiaba todos los procesos y funcionamiento. No sucumbieron ante la incredulidad de los demás miembros del equipo. Todo el mundo se fue a casa porque el futuro solo indicaba zozobra y cierre; pero verlas seguras de que era posible y que todo era oportunidad para volver a poner a uninicio al servicio de las personas cambió el sentir de todo el equipo. Siempre pienso que las certezas deben ponerse al servicio de la experiencia. Este año queríamos volar, era nuestro año, y para ello hace falta no tener miedo. El miedo nos agarra a seguridades que a día de hoy no existen por más que queramos. Muchas veces la seguridad se compra con dinero y bienestar, pero en circunstancias como las actuales podemos darnos cuenta de que eso solo nos empequeñece y se nos hace mezquinos. Este momento nos ha provocado a volver a afirmar sin miedo que las personas son aquello por lo que vale la pena apostar. Es el momento de volver a ponernos al servicio de los demás, porque queremos servir y afirmar a los demás por encima de cualquier idea o pensamiento, para que nadie quede atrás. Es el momento de decir «yo estoy» y asumir cada uno su responsabilidad. Eso hicieron Leticia y Marta y no dejaré nunca de agradecerles que no me dejaran someterme por el miedo.
Carta firmada
En el hospital de campaña
Cuando ofrecí mi disponibilidad para colaborar en este nuevo hospital que se estaba construyendo en IFEMA no sabía lo que encontraría. De hecho, cada día que voy es distinto. Si soy sincera, no pensé mucho en las consecuencias. Solo secundé el gran deseo de ayudar en algo tan desbordante. Están siendo días muy intensos llenos de incertidumbre, miedo, desproporción, impotencia, inseguridad, cansancio… Es muy impactante el pabellón en el que trabajo. En un espacio grandísimo se han colocado unas 250 camas. Como dice una doctora que trabaja allí, «un mar de camas que parecen barcas salvando a pacientes, intentando que no naufraguen». Para mí es como entrar en un santuario. Me recuerda al EncuentroMadrid. Un pabellón diáfano que se llena de belleza porque Él está caminando con nosotros. Es una obra de caridad gigante donde es sencillo reconocer a Cristo presente. Seguro que esto no estaba en la mente de los que lo construyeron, pero para mí es esto. Trabajo enfundada en un EPI (equipo de protección individual) que me ponen unos voluntarios de Protección Civil (ellos también se encargan de quitármelo cuando salgo). Es lo más parecido a un astronauta. Solo nos vemos los ojos. Nuestro nombre y profesión está apuntado en la solapa y espalda del EPI. Es difícil trabajar así. No puedes moverte como querrías y la expresión se reduce a la mirada y a los gestos con las manos (enfundadas en cuatro guantes). Pero a pesar de estas dificultades logras encontrarte con los compañeros y con los pacientes. La mayoría de los pacientes que he conocido vienen de estar dos o tres días en las urgencias de algún hospital (sentados en una silla) por lo que esto les ha aliviado mucho. No he presenciado todavía ninguna muerte, pero creo que va a llegar, porque desde mañana cambio a otra zona donde ingresan pacientes más graves. Entro invocando: «Veni Sancte Spiritus, Veni Per Mariam» y pido reconocerle y llevarle en mi mirada. Es fácil encontrarse con los compañeros de trabajo. Ayudamos a levantar algo grande juntos y se percibe en el ambiente. Algo que es un bien para todos (no solo para uno mismo) y esto saca lo mejor de cada uno (en atención, disponibilidad, capacidad de sacrificio…). Está siendo un tiempo de Gracia. Como dice el Papa, «este momento de prueba es un momento de elección». No puedo mirar ese pabellón enorme lleno de camas donde están postrados tantos hombres y mujeres sin pensar en la Cruz de Cristo y no puedo ver tanta disponibilidad y entrega, tanta sonrisa en las caras de los pacientes, que me llaman por mi nombre sin conocerme, que me agarran fuerte de la mano (porque tienen miedo), que se alegran de verme (¡¡los ojos!!) y de escucharme, sin pensar en la Resurrección de Cristo. Él ha vencido, nada se escapa de su abrazo porque está presente y es fácil reconocerle. Hasta los aplausos de los que están en casa me hablan de Él. Es la humanidad que aplaude el darse gratuito de tantos. Es la humanidad que aplaude (sin saberlo) a Quien se ha dado hasta el extremo. Todo es signo de Él.
Puri, Madrid
Iglesia doméstica
Si Cristo está en la realidad, significa que también lo está en este momento tan concreto que estamos viviendo. Un momento que nos interpela, que ha hecho caer nuestras certezas, nuestro eficientismo, nuestras rutinas. Escuelas cerradas, trabajo desde casa, actividad en crisis, sanidad puesta a prueba duramente. Hasta nuestra libertad se ve afectada, en “arresto domiciliario”. ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto? En mi experiencia sí tiene que ver, y de qué manera, por el mero hecho de no poder ir a misa ni a catequesis, ni a los encuentros… que ya me hace ver la importancia que tiene en mi vida esta falta. Pero ha generado una unidad mayor en mi familia, rezando juntos o asistiendo a misa por televisión. Esa falta te hace desear más a Dios y tu casa puede convertirse en “iglesia” doméstica. La atención a las indicaciones que se nos han dado también nos está ayudando a entender el significado de la obediencia porque si yo me las salto puedo hacer daño a otro. Impedir el contacto para mí supone un sacrificio enorme, sobre todo no tener gestos de afecto con mi marido, mis amigos, mis seres queridos, dormir separados. Pero me invita a dar ese paso atrás, concretamente ese metro atrás, y contemplarlos como cuando se contempla el Santísimo. Surge así un agradecimiento a Dios, que me los ha dado, y la conciencia de que daría la vida por ellos, que la llenan de significado y cuando los miro no puedo evitar pedir a Dios que los salve, y no solo del virus. Pero sin tocarlos, porque en mi casa el metro de distancia es obligado desde el minuto cero puesto que mi marido padece una enfermedad en su sistema inmunológico y yo soy personal sanitario. En este tiempo de Cuaresma, ofrezco todo esto a Dios y pido a la Virgen que interceda para que realice el milagro: creo que todo el país debería ponerse de rodillas y rezar, pero al mismo tiempo vivo todo lo que se me da como una ocasión para mi conversión.
Loredana
El sol de Marisa
Trabajo como fisioterapeuta en un hospital de rehabilitación. Pensábamos que todo iba a estar “bajo control”, puesto que no somos de “urgencias”. Pero también a nosotros nos tocó, en cuestión de horas, hacer frente a la emergencia del coronavirus. Recuerdo los ojos de la gerente cuando llegó el primer resultado positivo en las pruebas de un paciente. De repente nos encontramos viviendo situaciones surrealistas: las cifras de contagio no dejaban de crecer, la búsqueda de mascarillas y equipos necesarios, realización de la prueba a todos los pacientes y trabajadores, confusión, miedo, mucha incertidumbre… Todo ello ponía al desnudo la fragilidad de cada uno. La primera noche la pasé en el hospital con dos compañeros con los que llevo años trabajando pero a los que no había tenido la oportunidad de conocer a fondo. Fue la ocasión de ir más allá de las apariencias, de contarnos cómo estábamos, de entender más al otro descubriendo su historia. Este momento de emergencia sanitaria es una ocasión que cambia las relaciones, cambia el modo de trabajar. Nos encuentra disponibles a hacer lo que haga falta: médicos, enfermeros, terapeutas y demás empleados. Todos ayudan a todos. De modo que yo me encuentro lavando y vistiendo a los pacientes, repartiendo desayunos… Una vez superada la primera reacción emocional, cada día entro a trabajar más “atenta”, no solo a las medidas sanitarias sino a todo lo que hay, a los pacientes, a sus preguntas y necesidades. Y así me encuentro con Lina, deseosa de celebrar que cumple 89 años en medio de este periodo de soledad en que se han prohibido las visitas de los familiares. O te das cuenta de momentos de belleza que antes no veías, como me pasó gracias a Marisa, que a sus 85 años vive muy marcada por la enfermedad, casi ausente, por lo que es muy difícil establecer una relación con ella. Al ir a buscarla para llevarla al gimnasio para su terapia me di cuenta de que tenía la mirada puesta en la ventana. «¿Qué estás mirando, Marisa?». «¡El sol!».
Marina, Milán
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón