¿PODEMOS PROPONER un ejercicio ? Helo aquí: mirar al Papa que mira a la Virgen. Su objeto es dejarse educar por Juan Pablo II, de modo que la Virgen «nos introduzca en los misterios de Cristo y juntamente en sus propios misterios» (2 de octubre de 1983)
Ofrecer todo
Es bien conocido que el Santo Padre ha querido que en su escudo estuviese la leyenda «Totus tuus», todo tuyo, referido a la Bienaventurada Virgen María. En sus viajes, en las pausas de sus audiencias, se pueden leer en sus labios estas palabras, como para ensimismarse en Ella. He aquí cómo el Papa vive esta mirada hacia María, Madre de Cristo y Madre suya. Es una mirada que se convierte inmediatamente en ofrecimiento total.
«¡Oh Madre! He sido llamado para servir a la Iglesia universal en su Sede Romana de san Pedro. Pensando en este servicio universal, repito constantemente "Totus tuus". ¡Deseo ser siervo de todos! Y al mismo tiempo, soy hijo de esta tierra y de esta nación (Polonia). Esta es mi nación. Esta es mi patria.
«¡Madre, todo lo que es mío es tuyo! ¿Qué más puedo decirte? Cómo no confiarte esta tierra, esta gente, este patrimonio. Te la confío como es.
«Tu eres madre. Tu comprenderás y aceptarás» (Czestochowa, Jasna Gora, 19 de junio de 1983) Jamás renuncia a invocarla en público: «Inter
ven tú, oh María, y habla con tu voz convincente de Madre» (2 de diciembre de 1985). Los acontecimientos que el Papa recuerda con más frecuencia cuando habla de la Virgen son seis. 1) La Inmaculada Concepción. 2) La Anunciación. 3) La visitación a Isabel. 4) Las bodas de Caná. 5) La participación en la pasión de Cristo. 6) Su Asunción al cielo.
Como nosotros, está «en contra»
Mirando a María el Papa descubre el misterio de la Iglesia, y la gracia que habita en ella: todo está ya presente en el hecho de su Inmaculada Concepción.
«María, considerada en la plenitud de su misterio y de su misión, no expresa únicamente su personalidad autónoma, en el culmen y en el inicio de la Iglesia, sino que, en la dinámica de la historia de la salvación, está tan íntimamente unida a la Iglesia, que se presenta casi como la encarnación y la imagen viva de la personalidad rústica de la Iglesia misma, esposa de Cristo, significando desde el primer instante de su ser, toda la riqueza de gracia que la anima».
El Papa no ve en María una criatura ajena al drama y a la lucha con el pecado. Más bien al contrario, María, en el mismo momento de su concepción, ya está en contra.
«María, Madre del Verbo encarnado, está colocada en el centro mismo de esta enemistad, de esta lucha que acompaña la historia de la humanidad sobre la tierra y la misma historia de la salvación.
«En este puesto ella, que pertenece a los "humildes y los pobres del Señor", lleva en sí, como ningún otro de los seres humanos, aquella "gloria de gracia" que el Padre "nos ha dado en su Hijo amado", y esta gracia determina la extraordinaria belleza y grandeza de todo su ser. .. Esta elección es más poderosa que toda experiencia del mal y del pecado, que toda aquella "enemistad" que marca la historia del mundo» (Redemptoris Mater, 11).
La mirada sobre María es para el Papa simplemente memoria de gracia. «¡Ave! ¡Bendita seas, oh llena de gracia!. .. Las palabras del Apóstol nos llenan de alegría: "Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). ¡Madre, acógenos como somos, aquí junto a ti! ¡Mira en nuestros corazones!» (8 de diciembre de 1979).
El fiat de la humilde sierva
El misterio de la Anunciación a María y de la Encarnación de Cristo en Ella, constituyen el núcleo de la encíclica Redemptoris Mater. Es imposible separar a María de Cristo, a María de nuestro destino de hombres.
«María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo mediante este acontecimiento: la Anunciación del ángel. Ésta se verifica en Nazaret, en unas circunstancias precisas de la historia de Israel, el primer pueblo destinatario de las promesas de Dios ... La Anunciación es la revelación del misterio de la Encarnación en el mismo inicio de su cumplimiento en la tierra ... Este misterio es un vértice entre todas las donaciones de gracia en la historia del hombre y del cosmos. María es "llena de gracia", porque la Encarnación del Verbo se realiza y cumple precisamente en ella» (Redemptoris Mater 8 y 9).
Para nosotros se trata de ensimismarnos con su «sí». «La grandiosidad de la misión redentora se cumple en María con el acuerdo perfecto entre la omnipotencia divina y la humilde docilidad humana ... La Virgen santa es consciente de que, para dar cumplimiento al designio de salvación de todos los hombres, el Señor le ha querido asociar a ella, humilde sierva de su pueblo. Nosotros estamos aquí para entonar, siguiendo el ejemplo de María, nuestro Magníficat, sabiendo que somos llamados a un servicio de redención y salvación, no obstante nuestra insuficiencia ... cuanto más pequeñas son las personas humanas invitadas a servir, mayores son las cosas que el Omnipotente está dispuesto a realizar a través de nosotros» ( 19 de marzo de 1982).
Repetir el Magnificat
La visitación a Isabel es, nos atrevemos a decir, uno de los «topoi» de Juan Pablo II. De ella le impresionan dos cosas: el hecho de que se apresure y la «alegría» que tiene en sí la Virgen, y que le lleva a cantar el Magnificat. La visitación es, junto a los viajes apostólicos de san Pablo, uno de los puntos de referencia fuertes de las peregrinaciones papales. Repetido e insistente es el consejo del Santo Padre de recitar el Magníficat que brotó en María en presencia de Isabel.
«El Magnificat resuena cotidianamente en nuestros labios, hermanos; pero procuremos entonarlo con particular fervor... de modo que, en unión espiritual con María, repitiéndolo con ella palabra por palabra y sílaba por sílaba, aprendamos en su escuela cómo y por qué debemos celebrar y bendecir al Señor. Él nos enseña que sólo Dios es grande, por lo que debe ser ensalzado por nosotros; sólo Él nos salva y por ello nuestro espíritu debe exultar en Él. Él se inclina hacia nosotros con su misericordia y nos eleva hacia Él con su poder. Grande, en verdad, y profunda es la lección del Magníficat, que cada uno de nosotros, en todas las condiciones de la vida, puede y debe hacer suyo, para alcanzar, más allá de los dones de gracia y de luz, el consuelo y la serenidad, incluso en la prueba de las tribulaciones y de los mismos sufrimientos del cuerpo» (11 de febrero de 1982).
Como en Caná
Cada ocasión es como en Caná. En Africa, en el santuario senegalés de Poponguine, el Papa dijo: «El pueblo de Dios del Senegal ha invitado aquí de modo particular a la Madre de Jesús, y María ha aceptado la invitación. Ella está presente aquí con su Hijo y con los apóstoles, como en Caná de Galilea. Como entonces, también aquí los peregrinos le comunican sus múltiples necesidades y Ella las presenta al Hijo.
«Y repite constantemente a todos: haced todo lo que os diga mi Hijo ... Acordaos de María de Nazaret» (21 de febrero de 1992).
«En Caná María se revela en la plena verdad y sencillez de su maternidad. La maternidad está siempre abierta hacia el niño y hacia el hombre. Ella participa de sus preocupaciones, incluso de las más escondidas. Las asume y trata de ponerles remedio. Al mismo tiempo, María se revela en Caná de Galilea como Madre consciente de la misión de su Hijo, consciente de su poder» (20 de enero 1980).
Siempre en la compañía
Al pie de la cruz está María. El Papa subraya siempre que, cuando se confía en la Virgen, es físicamente imposible una oración y un ofrecimiento que no se den en la compañía. Con ella, incluso bajo la cruz, es imposible la soledad. En Caná o bajo la cruz hasta el dolor más íntimo se hace compañía.
«La Virgen Santísima, que en el Calvario, en pie valerosamente junto a la cruz de su Hijo, participó en primera persona de su Pasión, sabe convencer siempre a nuevas almas para que unan el propio sufrimiento al sacrificio de Cristo, ofreciéndose como un coro que, traspasando los tiempos y los espacios, abraza la humanidad entera y la salva» (11 de febrero de 1980).
Con los mismos ojos
«La Asunción de la Madre de Cristo al cielo forma parte de la victoria sobre la muerte, de la victoria que comienza con la Resurrección de Cristo» (15 de agosto de 1979). Mirar a María que vence a la muerte, significa tomar de sus labios «el canto de salvación y de gracia del Magníficat» cada vez que brota de nuevo ... Cada uno de nosotros debe mirar su propia vida con los ojos de María; lo que Dios ha hecho en Ella, lo ha hecho por nosotros, y lo ha hecho, por tanto, también para nosotros». Mirar así significa simplemente vivir la fe: «Fe que es la luz de la vida cotidiana en esos días a veces tranquilos, pero a menudo tempestuosos y difíciles. Fe que ilumina, hasta el fondo, las tinieblas de la muerte de cada uno de nosotros. Que esta mirada sobre la vida y sobre la muerte sea el fruto de la fiesta de la Asunción» (15 de agosto de 1983).
Juan Pablo II subraya con fuerza, siguiendo la tradición de la Iglesia, las ayudas ofrecidas a la vida del cristiano para alcanzar esta mirada y obtener la ayuda de la Virgen: el rezo del Rosario, el Angelus «tres veces al día», la confianza en el Corazón Inmaculado de María y las peregrinaciones a santuarios marianos.
Traducido por Gabriel Richi
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