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Huellas N.6, Junio 1992

MOVIMIENTO

El rojo y el verde

Pigi Colognesi

Rojo: el color de la tierra Minas Gerais y del atardecer en su capital Belo Horizonte. Verde: el color de la selva amazónica, en la que surge un experimento piloto de escuela agrícola.

BELO HORIZONTE. Es inmediato el recuerdo de la «roja tarde», de la «roja tie­rra», de los «amigos que nos han dejado»; del comienzo, es decir, de la experiencia misionera de Comunión y Liberación que se remonta a 1962 y que empezó justamente aquí. Treinta años después se pueden ver con claridad los frutos -totalmente gratui­tos- de una fidelidad pagada incluso con la indiferencia de los compañeros, con la sole­dad, con el aislamiento. Frutos que se unen a aquellos inicios y que aquellos inicios desarrollan según la genialidad de las perso­nas y la gracia de numerosos encuentros. Entre tanto rojo recordado por la canción, una única cosa blanca: los «labios de no amado». Indican, ante todo, la miseria y el abandono de los habitantes de las favelas, los primeros y privilegiados inter­locutores de la presencia del movimiento en Belo Horizonte. No objetos de beneficencia a bajo precio, sino personas a las que implicar en una forma de autopromo­ción. De ahí ha nacido incluso un «movi­miento de favelados», con sus batallas y reivindicaciones, con sus asociaciones y asambleas. Este trabajo, que se desarrolló durante décadas, lleva impresos sobre todo los nombres de Pigi Bemareggi y de Rosetta Brambilla, que todavía hoy com­parten directamente toda la realidad exis­tencial de los favelados.

Urbanización
Si en Belo Horizonte se ha realizado uno de los proyectos más interesantes para dar una solución a los problemas de los favela­dos, se debe justamente a ese movimiento y a ese trabajo. Los términos de dicho proyec­to se explican rápido: para el favelado -generalmente un campesino proveniente del interior- la conquista de un pedazo de tierra es un salto hacia adelante en la escala social y por nada del mundo aceptaría abandonar el terreno conquistado (en Rio han intentado trasladar a centenares de favelados a un edi­ficio; fueron, se llevaron todo lo que les podía servir y volvieron a la favela). Es necesario, por tanto, mejorar -ya desde ahora- sus condiciones de vida: reconstruir las calles, construir el alcantarillado, poner los cables de la electricidad, educar en la eliminación de los residuos. Para llevarlo a cabo es necesario dar al favelado la seguri­dad de que no le echarán de su terreno; por ello se ha pensado en una ley conveniente que -en determinadas condiciones- asigne la propiedad las parcelas a las familias que allí viven; de aquí surge la necesidad de definir exactamente los límites y de asegurar las condiciones económicas y familiares que les permitan convertirse en propietarios: medidas catastrales, encuestas demográfi­cas, plantas topográficas. Un trabajo inmen­so. Lo ha hecho el AVSI. Por eso Belo Horizonte -dos millones trescientos mil habitantes con más de medio millón de favelados- está hoy en la vanguardia de Brasil en lo que se refiere a este problema.
Los impulsores del proyecto son el matrimonio Anna y Livio Michelini. Están en Brasil desde 1984 «antes del discurso del Papa por el treinta aniversario del movimiento». ¿A qué se debe esta aclara­ción? «A que en las motivaciones de nues­tra decisión de partir -explican- no estaba del todo claro que el fin de la misión fuera anunciar el acontecimiento de Cristo según el carisma particular que nosotros vivíamos. Claro que en última instancia nos había movido el entusiasmo por lo que habíamos encontrado, pero fue sólo después de un encuentro con D. Ricci cuando las cosas se aclararon definitiva­mente». ¿Qué os dijo? «"El Papa nos ha pedido que hagamos CL y nosotros debe­mos hacerlo". Por esta razón, además de por la insistencia del Obispo, decidimos que nuestra presencia no se limitase al problema de las favelas sino que intentase abrazar, a partir de aquello, toda la ciudad y en particular la universidad». Así fue.

Un nombre nuevo
Hasta tal punto que el movimiento está hoy presente en numerosos ambientes -parroquias (donde están comprometidos Don Giovanni Vecchio y Don Gianni Fabrizi), colegios, universidades, lugares de trabajo- y es rico en obras.
Está el «Cad 126», un estudio de ingenie­ría nacido justamente a continuación del trabajo para la urbanización de las favelas; (una curio­sidad: el número 126 está para indi­car un salmo: «si el Señor no construye la ciudad»); está el Centro de solidari­dad con todos sus cursos profesiona­les; está la Salus, cooperativa de enfermeros y médi­cos que tiene hasta un pequeño poliambulatorio; está la fábrica tex­til; el centro depor­tivo y la pizzería con título italiano «Viva la compañía». Una explosión de creatividad.
Mientras tanto siguen las iniciativas específicas para las favelas: guarderías y poliambulatorios populares en los barrios Boa Uniao y Felicitade. «Es interesante recordar -explica el presidente de una aso­ciación de favelados- que nuestros barrios tenían al principio nombres despreciativos, feos; después -también por todo el trabajo realizado por los misioneros italianos- con el tiempo hemos pasado a nombres positi­vos, bonitos y, a menudo, religiosos». Quizás en este cambio de nombre se puede encontrar un símbolo de treinta años de presencia.

Nuestra Señora de la Piedad
Una presencia que tiene perspectivas interesantes. Ya hemos comentado algo de las obras, pero aquí es interesante contar un poco más extensamente la aventura de un santuario.
A unas decenas de kilómetros de la ciudad surge la montaña más alta de la región del Minas Gerais, de la que es capital Belo Horizonte. Su nombre es «Serra da Pietade», porque allí se alza el principal santuario de la diócesis. El estilo es barroco tardío, allí está custodiada una estatua de la Virgen que sostiene entre los brazos al lújo muerto. Meta de numerosas peregrinacio­nes. Cuando lo visitamos -junto a Don Virgilio Resi, responsable de la comunidad de Belo Horizonte- había varios obreros que estaban construyendo un nuevo santua­rio, a los pies del primero: un gran aula de cemento armado que respeta totalmente la conformación del lugar. Se están poniendo en las paredes los baldosines pintados por Claudio Pastro con distintas escenas de la Biblia y del Evangelio. Supervisa los traba­jos un anciano dominicano, el padre Rosario Joffily. Es una autoridad indiscuti­da en la Iglesia brasileña -al menos entre el pueblo- y desde hace varios decenios cuida la vida religiosa del santuario. ¿Pero qué tiene que ver Comunión y Liberación en todo esto? Lo explica el mismo padre Rosario; su juicio sobre la situación de la Iglesia en su país no es benévolo: ningún rencor hacia nadie sino la constatación de que demasiado a menudo no se consigue comunicar el cristianismo de una manera interesante y adecuada a la persona concre­ta, a pesar de -o quizá justamente a causa de- todos los intentos de «modernizar» la religión. El encuentro con el movimiento ha supuesto para él poder entrever una esperanza, para la Iglesia y para «su» san­tuario. De aquí nace la idea -compartida y apoyada por el obispo local Serafím Femandes de Arauja- de confiar al movi­miento y a algunos de sus sacerdotes la gestión del santuario y de la casa anexa de ejercicios espirituales. «Para nosotros es una responsabilidad inmensa -concluye padre D. Virgilio- pero la creciente madu­rez de la comunidad nos da confianza y además nos ayudará la Virgen de la Piedad».

En el corazón de la Amazonia
Manaus. Ultima etapa de nuestro viaje en las comunidades de CL en Brasil. Nos encontramos en el corazón de la inmensa selva amazónica, en la confluencia del Río Negro con el Río Solimoes, de la que nace el Río de las Amazonias; aquí el río ya tiene una anchura de varios kilómetros y todavía tiene que recorrer dos mil más antes de desembocar en el Océano. A comienzos de este siglo la ciudad tenía cerca de treinta mil habitantes, después tuvo lugar el boom del caucho y ahora los habitantes son más de dos millones y medio. Para favorecer inversiones y flujo de personas el gobierno ha establecido una zona franca. Es fuerte el battage turístico y la polémica ecologista sobre la conser­vación de la selva. De la mezcla de estos factores nace el rostro de la ciudad: el neoclásico teatro Amazonas, ideado por el mismo arquitecto de la Scala de Milán; el centro comercial, con tiendas de todo tipo y compradores de todo tipo; la propa­ganda para los turis­tas; las reventas de los frutos tropicales más exquisitos e incluso -evidente­mente siempre para los turistas en busca de aventura- cine con luces rojas con películas de la ine­vitable Cicciolina; las industrias acti­vas y otras muertas tras la caída de la goma; el puerto con barcos-bus, único medio de transporte que une la ciudad con las localidades del inmenso Estado de Amazonia.
Si sales un poco de Manaus estás enseguida en la selva y si te aden­tras en el camino de tierra que, después de ochocientos kiló­metros conduce al norte de Boa Vista, en el kilómetro veintitrés, te encuen tras con el cartel que indica la entrada de la Escuela agrícola «Reina de los Apóstoles». Creada por los padres del Pime, gestionada desde hace un par de años por personas del movimiento de Manaus. El objetivo: dar una instrucción de base y profesional a casi doscientos jóvenes, que viven en pequeñas ciudades y pueblos de la selva con el fin de que pue­dan, una vez aprendidas algunas nociones de agronomía, regresar con las familias e intentar superar la economía de pura sub-sistencia en la que normalmente viven. Al mismo tiempo, para Regina, Celso, Paolo, Mauro y los demás, la escuela agrícola es la posibilidad para hacer encontrar la expe­riencia del movimiento.
Los estudiantes residen en la escuela. Su jornada típica: se levantan a las seis, clase desde las siete y media hasta medio día, comida. Por la tarde -tras un reposo que se hace obligatorio por el calor tórrido y la humedad a niveles impensables, al menos para un occidental- ejercicios prácticos. Se aprende el cultivo y la ganadería. Una sor­presa: estamos acostumbrados a pensar que la selva sea fértil por definición; no es ver­dad. El terreno es demasiado ácido para aceptar cultivos diferentes de los frutos que crecen espontáneos y las lluvias se distri­buyen en el año de un modo tan deshomo­géneo que hay sequía en ciertos periodos e inundaciones en otros. De aquí nace la necesidad de estudiar atentamente los culti­vos posibles, de abonar adecuadamente, de experimentar nuevas técnicas. Se están intentando realizar en la escuela distintas posibilidades: gallineros (más de tres mil huevos al día), cría de cerdos, vacas, cone­jos, lombrices, cabras y, en un laguito en el interior de la selva, peces y tortugas.

Milagro
Celso, el director de la Compañía de las obras aquí, mientras guía al visitante a ver los distintos sectores de la escuela agríco­la (las aulas para las clases, las cocinas, los dormitorios para la noche, donde las camas son hamacas) no cesa de recordar -todavía casi incrédulo- cómo todo esto es un milagro. Pero no sería necesario que lo hiciera: es evidente que se trata de un milagro. Milagro de dedicación de todas las personas que colaboran en la obra. Milagro de disponibilidad por parte de los estudiantes (muchos de ellos tienen que hacer decenas de días en barca para volver a sus pueblos para las vacaciones de vera­no). Milagro de generosidad por parte de todos los amigos que en distintas ocasio­nes han recogido fondos para que pudiera existir y desarrollarse este oasis en la jun­gla. Milagro por los resultados, como demuestra la satisfacción de un estudiante que ofrece orgulloso su primer intento logradísimo de producir queso fresco. Un milagro que ha impresionado también al enviado del Corriere della Sera Gianluigi Da Rold, como se deduce del informe publicado el domingo 2 de febrero. Lo que impacta enseguida, por lo impo­nente de su proyecto, en la experiencia de la comunidad de Manaus es la escuela. Pero cuando se llega a la sede (la Casa Cultura y Fe de Rua Alurina 128) se com­prende perfectamente de qué trama de relaciones, de compañia, de dedicación al movimiento ha podido partir una obra así.
En el origen de todo están dos sacerdo­tes del Pime, el padre Massimo Cenci y el padre Giuliano Frigeni; están en Manaus enviados por su Instituto, el Pime, y se dedican sobre todo a encontrar a los jóvenes de las parroquias que se les han con­fiado. Algunos perciben en sus personas una experiencia particular del cristianismo y deciden adherirse: nace la comunidad de CL que hoy cuenta con un centenar de personas. En la misa semanal del movi­miento -celebrada para la ocasión, además del otro sacerdote de residencia en Manaus, Don Pierpaolo Pasini, por Don Filippo Santoro, responsable del movi­miento en toda Sudamérica- están todos: los de la escuela agrícola y los del Centro de solidaridad, los de la cooperativa de consumo y los ingenieros, también ellos reunidos en cooperativa, los universitarios y los bachilleres.
Estos últimos nos cuentan su caritativa en un instituto de niños con dificultades y dicen orgullosos que la directora ha acep­tado su invitación a participar en la Escuela del comunidad. Otros, sin embar­go, nos hablan de su actividad en la far­macia que han abierto en el barrio de Zumbi dos Palmares: junto a una hermana carmelita ofrecen asistencia sanitaria a los pobres y -dicen- «estamos creando un lugar donde profundizar en nuestra amis­tad; esto ha hecho posible comprometer a otras personas en el trabajo y proponerles la Escuela de comunidad».
Y con esta alusión a la Escuela de comu­nidad, pulmón y fuente de todas las comunidades y obras que documentan la vitalidad del movimiento en Brasil, concluimos nuestro viaje.

Traducido por María del Puy Alonso

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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