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Huellas N.6, Junio 1992

EDITORIAL

Contra la disolución

«FRAGMENTACIÓN,división, pul­verización». Son palabras enfáticamente repetidas en estos tiempos. Pero raramen­te se plantea la cuestión en sus raíces, que es el prevalecer de una mentalidad subje­tivizante, narcisista.
El subjetivismo es esa postura que hace que las propias ideas o sentimientos se consideren como últi­mo tribunal para todos los juicios y relacio­nes. Se habla de con­ciencia, interpretándola, sin embargo, no como el lugar de la obediencia a la propia estructura originaria - que es un dato- sino como fuente autónoma de los criterios y valo­raciones.
Esta actitud -sea en su versión racionalista o en la sentimental­intimista- impide afrontar la realidad tal como es: predomina en exceso el peso de los prejuicios o de las reacciones instintivas. Una unidad basada en los prejuicios y reac­ciones -inexorable­mente distintos y contradictorios- es impo­sible, y se hace inevi­table el abandono a la disolución.
Sólo la fascinación despertada por el encuentro con lo ver­dadero puede suscitar una positividad cons­ructiva indomable. Pero frente a lo verda­dero hay una única postura adecuada: seguirlo. Y la obediencia común a lo ver­dadero, luego une. De otra forma, es siem­pre el poder -que induce los prejuicios y manipula las reacciones- el que constituye una unidad ficticia en función de sus propios intereses. La «retórica de los hones­tos» es un ejemplo emblemático de esto.
Esto vale también para la Iglesia. Los creyentes saben -como afirma un reciente documento de los Obispos italianos- que «los valores humanos encuentran energía vital y plena concreción, y en última ins­tancia plena consistencia teórica, sólo en relación con Jesucristo, único Redentor del hombre». El encuentro con él produce espe­ranza contra la disolu­ción; la fe en él cons­truye una unidad que de otro modo sería inalcanzable. Así como hace dos mil años era un escán­dalo el anuncio de que Dios se hubiera hecho hombre, hoy escanda­liza que la verdad se pueda encontrar en medio de una compa­ñía de pobres hombres. Por eso los creyentes no son inmunes a la tentación del subjeti­vismo, de privilegiar la propia opinión sobre la obediencia al aconteci­miento histórico de la Iglesia. Cuando se cede a esta tentación se acaba viviendo una experiencia replegada sobre sí misma, mie­dosa de la realidad, incapaz de encontrar y de comunicarse. Sin embargo -por la misericordia de Cristo- precisamente en esa compañía de pobres hombres hay siempre personas o momentos de personas que se pueden mirar para ser incitados a salir del propio subjetivismo y verse relanzados a la con­frontación inagotable con la vida, en el camino hacia el destino.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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