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Huellas N.01, Enero 1992

CULTURA

Entrevista con el cardenal de Colonia Joachim Meisner. El corazón de Pablo

Tommaso Ricci

Jesucristo no es uno de los muchos dioses de un Olimpo europeo o mundial. Cristo es único, Es el único que viene de lo Alto.Todos los demás vienen de abajo. Anunciar, como Pablo, la unicidad de Cristo es una de las tareas de la Iglesia urgente hoy.

«LA LETICIA ESTA EN EL SEÑOR»;«nosotros nos gloriamos en Cristo Jesús»; «todo lo considero pérdida frente a la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús». Una conciencia del acontecimiento cristiano tan profunda como la que emerge de las expresiones de san Pablo es hoy francamente poco usual. Resulta difícil incluso para nuestra imaginación medir el alcance de aquel suceso que cambió la vida del futuro apóstol de las gentes.

¿Cuál es, eminencia, para usted el punto vital de la experiencia paulina?
El apóstol Pablo es conocido, en la Iglesia y fuera de ella, como el gran apóstol de las gentes; al mismo tiempo se olvida, a menudo, que él es el gran místico de Cristo. Quiero decir con esto que hemos olvidado que la misión presupone la mística. Antes de la actividad misionera está el acontecimiento de Cristo. Pablo dice: «Yo he sido aferrado por Cristo». Gracias a esto el corazón de Pablo puede a su vez aferrar el mundo, tanto como para hacer decir a los Padres de la Iglesia: cor Pauli, cor mundi. Este es para mí el punto vital: en el momento en que hablamos tanto de nueva evangelización de Europa o de evangelización en el mundo, no debemos olvidar nunca el hecho de que esta empresa, esta actividad, deriva de Dios y no de nosotros. No somos nosotros quienes tenemos que construir, producir algo, sino que debemos simplemente abrirnos con el fin de que Dios actúe en nosotros. Esta es la dinámica de la misión en Pablo. La indivisibilidad entre experiencia personal de Cristo y fervor apostólico es el aspecto, para mí, más actual de Pablo.

Con esta observación ha tocado usted un punto muy sensible. En la actualidad no es difícil encontrarse con aquello que una vez fue definido como «misticismo pancrístico»; y todavía menos raros son los discursos sobre el «servicio» que la Iglesia debe ofrecer al hombre y al mundo. Lo difícil de encontrar es justamente la unidad experimental -que Pablo atestigua- entre estas dos dimensiones...
Hago dos observaciones sobre esto. Pablo, y con él toda la Iglesia, está íntimamente convencido de que no existe alternativa o sustitución a Jesucristo. Nosotros creemos en la unicidad de Jesucristo. Hoy es el momento de reafirmarlo con fuerza. Los tiempos en que se decía «Cristo sí, Iglesia no» ya han pasado; hoy se dice «religión sí, Cristo no». Una de las razones profundas de la crisis actual se encuentra justamente aquí, en esta pérdida de la conciencia paulina: Jesucristo no es uno de los muchos dioses del Olimpo europeo o mundial. Cristo es único. Él es el único que viene de lo Alto; todos los demás llegan desde abajo: Mahoma, Buda, Confucio... Todos estos deben estudiar primero para enseñar después, sólo Cristo viene a decirnos lo que ha visto junto al Padre. Considero que anunciar, como Pablo, la unicidad de Cristo, es hoy una de las tareas más urgentes de la Iglesia.
La segunda observación es la siguiente: todos los errores en el mundo derivan de una falsa cristología. El dogma cristológico es: verdadero Dios y verdadero hombre. La acentuación excesiva del «verdadero Dios» conduce a un misticismo fuera del mundo que no puede ser cristiano; de la misma manera, la sobrevaloración del «verdadero hombre», es decir, del lado institucional, social, reduce todo a una obra humana y tampoco esto es cristiano. Aplicado a la Iglesia se puede decir que la presencia debe ser igualmente intensiva y extensiva. Si se pierde este equilibrio se comete un pecado contra el misterio de Cristo y se pierde toda capacidad misionera. Este desequilibrio -lo he dicho en el Sínodo- marca un poco la condición de la Iglesia en Europa; en el Este está desfavorecido lo humano y en el Oeste lo divino. Tenemos que volver, tanto en el Este como en el Oeste, a creer todos en el «verdadero Dios y verdadero hombre».

Un aspecto de Pablo que hoy nos deja boquiabiertos es su capacidad de hablar de Cristo a un mundo pagano en el cual, como hoy, reina soberana la indiferencia. Es el muro contra el cual se estrellan a menudo muchos de los esfuerzos actuales que tratan de dar un nuevo impulso al cristianismo en la vida del hombre contemporáneo. Probablemente el secreto está en el hecho de que Pablo no partió de las consecuencias de la vida cristiana sino de su corazón...
Pongamos un ejemplo al respecto. En Alemania y en Europa hoy se discute mucho sobre el domingo; hay quien se lamenta de que el día del Señor corre un gran peligro, de que se intenta abolir su santificación. Hay muchos estudios sociológicos que demostrarían que ya no existen las condiciones por las cuales el domingo mantendría su papel. Yo me pregunto: cuando Pablo vino a Europa, ¿qué condiciones sociológicas existían que justificaran el domingo? Ninguna.
Pablo anunció la muerte de Cristo y su resurrección al tercer día, es decir, el primero de la semana, con una fuerza de convicción tal que aquellos que se convertían, esclavos en su mayor parte, se decían unos a otros: este día es sagrado para nosotros y nosotros lo celebramos.
Y trescientos años después el domingo se convirtió en un elemento constitutivo del rostro de Europa. Todo ello ha derivado de la fuerza del anuncio cristiano y no de la existencia de estructuras sociológicas más o menos favorables. No hay otro camino para la evangelización de Europa que el trazado por Pablo; y el punto central en Pablo es la experiencia de Cristo. Repito: la experiencia de Cristo no es un hecho abstracto; ésta revierte siempre al momento en la vida cotidiana. ¡El Verbo se ha hecho carne! Todo aquello que en la Iglesia permanece como «puramente espiritual» no es inmediatamente cristiano. Es necesario que asuma la carne. Del mismo modo todo lo que en la Iglesia se queda como algo «puramente institucional» no es verdaderamente cristiano. Por siempre vida cristiana y de la misión cristiana.

Ante la palpable indiferencia de sus contemporáneos ¿en qué sentido es verdad que el hombre de hoy, el que encontramos cada día, espera a Cristo? Usted viene de una Iglesia en la diáspora, también Pablo vivió en una situación de diáspora, cercado por oposiciones pero sobre todo por una indiferencia inicial...
He vivido durante años en una situación de extrema diáspora y bajo los comunistas. Mi pobre párroco siempre nos exhortaba a considerar la realidad, central en el cristianismo, de la «sustitución vicaria» (Stellvertretung), es decir, el aspecto del pro vobis. Pongo un ejemplo bíblico: José fue escogido para la salvación de sus once hermanos. Él fue salvado con el fin de que se salvaran sus hermanos. La proporción que hoy tenemos en el mundo probablemente es mejor que la de uno a once. Creo que es acorde con el designio de Dios que se hagan grandes cosas a través de cantidades pequeñas con el fin de que nosotros los cristianos «nos gloriemos en Cristo Jesús» y no de nuestros propios méritos, para que reconozcamos Su gracia. Esto es muy paulino. El cardenal Ratzinger, con ocasión del Sínodo, ha dicho que la Iglesia es el ojo en el cuerpo de la humanidad. Precisamente, el ojo no puede mirarse a sí mismo sino que debe mirar a todo el cuerpo.

Eminencia, una última pregunta: ¿en la tarea de la nueva evangelización de Europa le gustaría tener a san Pablo entre sus consejeros?
No, preferiría poder parecerme yo mismo un poco a san Pablo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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