«Si alguien te ha educado no puede haberlo hecho más que con su ser, no con sus palabras». Eso decía Pasolini.
Es una idea que tiene grandes implicaciones pedagógicas, familiares, eclesiales.
«Si alguien te ha educado no puede haberlo hecho más que con su ser, no con sus palabras». Es una frase de Pier Paolo Pasolini tomada de Gemariello, la novela pedagógica incompleta publicada por Mondo en 1975 y reeditada en Lettere luterane por Einaudi. D. Giussani la ha citado a los adultos en la jornada de inicio de curso para concluir el capítulo dedicado a la misión y al testimonio cristiano: «El único modo de comunicar a los demás es a través del cambio que aquello que decimos ha producido ya en nosotros».
Pasolini
En su novela Pasolini imaginaba un interlocutor joven, napolitano, estudiante de instituto, con el que recorre un itinerario educativo. Una figura imaginaria, propuesta para resaltar el pensamiento dominante sobre la educación en la Italia de los años 70. Los educadores son los padres y la escuela, nada más. Para Pasolini claramente no era así. Para él la primera educación la daba el ambiente circundante, directamente las cosas. Después el grupo de coetáneos, más incidentes por ser «educadores inconscientes», y los medios de comunicación. Pero los «Genniarielos de carne y hueso» han existido realmente. Durante y después de la guerra, en verano, el Pasolini universitario, volvía a Casarsa del Friuli, el pueblo de su madre. Con la escuela destruida por las bombas él les arregló una nueva. Reunía a los jóvenes en un caserón de campo de Versuta (un barrio), almacén de los aperos de los campesinos. Antonio Spagnol, con 62 años y dirigente de una sociedad de seguros en Padua, era uno de los alumnos del casel (caserón). «Así se llamaba en nuestro dialecto el lugar de encuentro. Muchos de nosotros trabajábamos en el campo, ayudábamos en casa. Después, por la tarde, nos juntábamos para leer a Dante, Manzoni, Pascoli. Pasolini nos trasmitía su pasión por la literatura, pero sobre todo su pasión por vivir. Esta relación daba tono a nuestra juventud». De aquella «clase de Gennarielos» también formaba parte el hermano de Antonio, Dante Spagnol, que entraría muy pronto en el seminario para hacerse sacerdote e ir a las misiones, en Kenia, donde todavía vive. «También estaba César, dirigente hoy de Zanussi, Ovidio, otro industrial, Umberto, que llegó a licenciarse, Nico Naldini. Nuestra cultura escolar era a base de reglazos en las manos, de reproches. Sin las reuniones del casel habríamos terminado muy pronto en una fábrica o emigrado al extranjero».
Relación educativa
Educar con el ser, con el propio testimonio, trasmitir la pasión de vivir. Antes de Pasolini ya lo dijo Ignacio de Antioquía: «Se educa a través de lo que se dice, pero más a través de lo que se hace, y más aún a través de lo que se es». En la sociedad de la imagen y del lenguaje hablado la comunicación del ser tiene algo de revolucionario. La profesora Eugenia Scabini enseña en la Universidad Católica de Milán y es responsable del Centro de Estudios para la Familia de la misma Universidad. Dice: «Sí, hoy parece dominante la palabra. Pero a efectos de la formación de la persona, solo hablar es prácticamente inútil. Los mensajes son incidentes únicamente si pasan a través de la totalidad de la persona. Muchas veces pueden marcar más ciertos silencios, miradas, todo tipo de comunicación no verbal». Decía Pablo VI: «Los jóvenes aprenden de los maestros únicamente si estos son testimonio».
Y esto, continúa la profesora Scabini, es aún más válido en la familia. «En las relaciones más intensas no se puede hacer trampa. Muchas veces se encuentran padres que son muy competentes en sus profesiones, gente con mucho éxito y con renombre, que creen que sólo por esta razón pueden tener una relación viva con sus propios hijos. No es así: la relación educativa pone al desnudo el espesor humano y la profundidad espiritual del educador. No basta ni la capacidad ni el éxito. La vida de los hijos se llena de actividades gratificantes, cursos de natación y de piano, pero permanece carente de relaciones auténticas, atentas a sus exigencias originales». Un vacío compensado por sentimentalismos, por demasiados «te quiero» y por demasiadas justificaciones que lo permiten todo. «Mientras que la educación en una relación plena con la realidad contiene también un elemento de dirección y de juicio», concluye la profesora Scabini. De otra manera sucede -cada vez con más frecuencia y las noticias nos lo presentan casi siempre de un modo trágico- que a la primera dificultad se sucumbe, encerrándose, rechazando el desafió de la responsabilidad.
Los grandes maestros
D. Giussani, después de la muerte de monseñor Gaetano Corti, su maestro en el seminario, recordaba: «No hay alumno de Corti que pueda olvidar su explicación del primer capítulo de san Juan y el comentario del tercero sobre Nicodemo, sobre el "nacer de nuevo". Su clase era esperada como un espectáculo. No por la puesta en escena o por su genialidad dialéctica; el hecho es que en su clase se comprendía el significado de la frase de santo Tomás: "la belleza es el esplendor de la verdad".
Y sus lecciones eran un espectáculo de la verdad. La eficacia de sus lecciones estaba toda allí: en la exaltación del corazón de la verdad cristiana. Una exaltación a la que se entregaba toda su persona: inteligencia, sentimiento y voluntad».
El padre Piero Gheddo, sin embargo, cuenta la experiencia singular que está viviendo como postulador de la causa de canonización de Marcello Candía. Ha interrogado a cientos de personas para recoger los testimonios necesarios. «Y todos, independientemente uno de otro - precisa Gheddo- me han repetido la misma frase: "aquel hombre era el Evangelio vivido, el evangelio encarnado en la vida de todos los días". Doy gracias al Señor por haberme hecho conocer "un santo",
porque cerca de él se comprende la diferencia entre el evangelio predicado, que va dirigido a la cabeza, y el Evangelio vivido, que va derecho al corazón del hombre».
Fuerza misionera
El padre Gheddo nos cuenta también una conversación con un sacerdote del Pime (Istituto Pontificio Missioni Estere) que está de misionero en Japón. Se llama Nazareno Rocchi y es párroco en Enzai, sesenta o setenta católicos en total. En su parroquia había también una guardería, a la que asistían varios niños no cristianos, entre ellos el hijo de un profesor universitario. «El padre Rocchi quería regalarle el Evangelio, pero él contestó que ya lo había leído. Más aún -dice el profesor- me gustaría venir a hablar de ello con usted, a pedirle explicaciones». Durante meses el profesor pasaba una vez a la semana por la parroquia del padre Nazareno. Se veían por la tarde, discutían. Después de algunos meses el profesor se despidió. «Pero, ¿cómo? Ahora que conoce y comprende el Evangelio, ¿por qué no se hace cristiano, por qué no viene a la Iglesia?», le preguntó el padre Rocchi. Pero él se fue: «No, sólo quería entender este libro».
Pasaron varios meses y el profesor universitario dio señales de vida. «Ahora estoy preparado para hacerme cristiano». ¿Qué había sucedido? «Antes ya estaba convencido de hacerme cristiano -confesó el profesor- pero durante un tiempo he querido observar si usted, misionero, vivía el cristianismo del que habíamos hablado tanto. He solicitado informaciones a los vecinos y han sido buenas. Después, cuando todas las mañanas me levantaba a las seis para coger el tren a Tokio, pasaba delante de su iglesia. Me acercaba a la ventana y, sin usted saberlo, le veía celebrar la misa con gran devoción, incluso cuando estaba solo. Entonces comprendí que usted vivía de verdad aquel cristianismo. Y si lo vive usted, también puedo vivirlo yo».
Algún tiempo después el profesor universitario, su mujer y sus tres hijos recibieron el sacramento del Bautismo.
La fuerza de los grandes maestros, de las personalidades, marca nuestra vida más de lo que antes de encontrarles hubiéramos podido imaginar. Giammancheri cita entre sus maestros a la profesora Sofía Vanni Rovighi y al profesor de teología Carlo Colombo. «Nos decía: estudiad chicos, pero recordad que si no se hace teología de rodillas, la que aprendéis con la cabeza es una pobre teología». Enseñanzas sencillas y grandes de grandes maestros. Giulio Protti, investigador del Istra, comenta: «Lo que educa es una hipótesis que se hace explícita. Cuanto más acoge esta hipótesis todos los particulares de la realidad, más construye la relación con ésta. De hecho, la realidad sólo tiene sentido en términos de relación, no en cuanto entidad autónoma. Una relación verdaderamente educativa te pone frente a tu propia individualidad. Me he dado cuenta cuando ha emergido mi límite, cuando he cometido errores. Y me han sido perdonados». Porque el vértice de la comunicación de uno mismo es la misericordia de Jesucristo que se encarna para redimirnos.
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