Encuentro a finales de noviembre de los episcopados europeos del Oeste y del Este. Como tema la nueva evangelización tras los trastornos que han cambiado el rostro de la parte oriental del continente
Praga, julio de 1983. Consigo encontrar -entre mil precauciones- un grupo de jóvenes que han oído hablar de CL y se han visto atraídos. Cuentan del esfuerzo que supone encontrarse sin que la policía les descubra, de la dificultad en conseguir textos religiosos. Alguno incluso tiene procesos pendientes.
La Thuile, julio de 1991. María ha venido de Bratislava para participar en las vacaciones internacionales de CL.
Ahora ya no existen problemas para venir al Oeste, e incluso puede enseñarme con orgullo una revistilla ciclostilada: el Litterae en eslovaco. Me da una carta: «Durante las vacaciones de CL en Eslovaquia (donde han participado 130 personas) no podía no acordarme de nuestras primeras vacaciones con un universitario del movimiento de Milán, hace siete años. La semilla de algo nuevo fue puesta en la tierra y nosotros ni siquiera lo intuimos.
Pero la semilla continuó floreciendo. La amistad que nos fue dada nos ha acompañado durante todos los años de persecución. Los italianos que, a pesar de todas las dificultades, participaban en nuestra vida eran para nosotros un signo de esperanza en aquella época "sin esperanza"».
Muchas cosas han cambiado en estos pocos años. Es una historia pequeña, pero puede servir como emblema de lo que ha sucedido a toda la Iglesia: el telón de acero ha caído, las posibilidades de encuentro se han multiplicado, se abre una nueva fase para la presencia en el continente europeo. Para comprender hasta el fondo tales cambios y para captar la responsabilidad que, también a través de ellos, da Dios a su Iglesia, Juan Pablo II ha convocado una asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Tendrá lugar en Roma del 28 de noviembre al 14 de diciembre.
Sínodo
Es ya un «método» usado sistemáticamente por Juan Pablo II: cuando dentro de una Iglesia o en un determinado contexto nacional se crean condiciones que exigen un juicio y la búsqueda de nuevas perspectivas de trabajo, el Papa convoca una reunión de los obispos interesados en el problema, es decir, un Sínodo. Se han celebrado, por ejemplo, Sínodos particulares para la Iglesia holandesa, ucraniana y están en fase de preparación para el Líbano y para el continente africano. Es verdad, nadie se esperaba la convocatoria de un Sínodo para Europa. Juan Pablo II lo ha anunciado de sorpresa el año pasado durante su visita a Checoslovaquia. El tema: cuestionarse sobre lo que estaba sucediendo en la parte oriental de Europa; la caída del muro, el cambio radical de los gobiernos, el fin del comunismo. Y todavía no había sucedido todo lo que este verano hemos visto en Moscú; que no hace otra cosa que confirmar la previsión de aquella intuición.
El Sínodo tiene un título: «Con el fin de que nos convirtamos en testigos de Cristo que nos ha liberado». Está claro: no el análisis socio-político de lo sucedido sino la urgencia de que a través de lo sucedido se de testimonio del Único que es verdaderamente la liberación del hombre. Se trata por lo tanto de volver a inventar una vez más los caminos para proponer de nuevo la fe cristiana a los hombres de nuestro tiempo.
Europa
El objeto de los trabajos será por lo tanto la presencia de la Iglesia en Europa. En la historia cristiana este trozo de tierra ha tenido una importancia esencial: en el centro de la Europa de entonces, Roma, la providencia quiso que las dos columnas de la Iglesia, Pedro y Pablo, vertieran la sangre por Cristo, haciendo de Roma el centro perenne de la cristiandad. En Europa, en el curso de dos mil años, la fe cristiana ha dado más claramente signo de su riqueza para el hombre, tanto que ha investido y conectado de forma inseparable de sí misma la vida social y cultural de personas y pueblos. Desde Europa ha partido la evangelización para otros continentes.
Benito, Cirilo y Metodio
Se suele decir -y es verdad- que Europa ha sido hecha por el cristianismo. Pero es necesario comprender el significado de esta frase. Benito (que es patrón de Europa junto a los dos hermanos evangelizadores de los eslavos) ciertamente no pensó en «hacer Europa», pero ha sido su padre porque en la destrucción del imperio romano repropuso una posibilidad de vida. Las comunidades benedictinas eran de hecho el lugar donde el hecho cristiano -en el momento en el que la fe en Cristo había sido aceptada por el poder imperial y también usada por él para sus propios fines- no se ha contentado con mantener las posiciones adquiridas, de sostener un poder decadente, sino que ha expresado de forma completa toda la novedad y creatividad propias. De este modo en un contexto social donde no se podía hacer nada estable por la precariedad de las condiciones sociales, Benito enseñó a trabajar. Y donde la relación con el misterio estaba obstaculizada, construyó lugares donde enseñar a rezar. Un sujeto nuevo que crea un espacio humano nuevo. Un discurso similar se podía hacer para los hermanos Cirilo y Metodio; ciertamente no han inventado un alfabeto por amor a la cultura, sino para que la palabra de Cristo permaneciera y fuera conocida por todos.
Existe por tanto una tentación cuando se habla de las raíces cristianas de Europa. Pensar que sea posible proponer un puerto de salvación para el hombre europeo, un puerto de nueva civilización, sin aceptar el trabajo del crecimiento de la fe en el sujeto personal y comunitario que ese puerto debe construir.
Herencia del Este
Las Iglesias del Este europeo, además de la herencia común a todo el continente, llevan un equipaje ulterior para la construcción común: decenas de persecuciones sufridas en nombre de la fe. Es el tesoro del martirio de millares de fieles (y el testimonio del cardenal Todea que traemos a estas páginas es un ejemplo de ello). Un tesoro que no puede ser reducido a emociones sentimentales o a episodios del pasado sino que invita a la responsabilidad del propio testimonio.
Las dificultades
La herencia de dos mil años de historia y de decenas de cruces es ahora debatida. Se puede decir -a grandes líneas- que la organización de la Iglesia católica ha «aguantado» hasta la segunda guerra mundial. En los últimos decenios se hace evidente una caída vertical de la presencia y de la incidencia de la Iglesia. Es la descristianización que hace ardua la adhesión del hombre moderno a la presencia cristiana.
Por su parte las Iglesias del Este se encuentran ahora «al descubierto» y se ve -incluso en términos puramente sociológicos- lo grande que fue su sacrificio y al mismo tiempo lo reducido del número y como posibilidad de incidencia de conjunto sobre la sociedad. Los decenios de dominio ateo han agravado verdadera y radicalmente la descristianización de los pueblos sujetos al régimen comunista.
Nueva evangelización
Juan Pablo II, consciente de esta situación, ha hablado a menudo de nueva evangelización. Y aquí -quizá- se toca el centro de la cuestión en discusión en el próximo Sínodo. No será posible contentarse con discusiones teóricas sobre lo que ha sucedido o de intentos de síntesis más o menos elaboradas sobre posibles compenetraciones del modelo occidental y del oriental. No se podrá planificar una «estrategia» de intervención. Habrá más bien que reconocer y valorar lo que el Espíritu está suscitando en su Iglesia, abrir ulteriormente los espacios que el mismo Espíritu ha creado. Y el Espíritu actúa mucho más allá de los cálculos estratégicos. Un ejemplo desde Moscú: recientemente un grupo del movimiento ha tenido un encuentro con algunos representantes del samizdal, conocidos en los años oscuros; el encuentro ha sido mucho menos provechoso del que tuvo lugar el día anterior en la Universidad de la capital soviética, donde participaron jóvenes que ni siquiera sabían qué era el signo de la cruz y que además, frente a la comunicación directa del acontecimiento cristiano se sintieron impactados y fascinados.
La evangelización de la que se habla es por tanto «nueva», sea porque se desarrolla en un contexto humano que ya no conoce el cristianismo, sea porque debe hacer cuentas con una mentalidad que se ha opuesto radicalmente, en los últimos siglos, al cristianismo. Nueva porque el desafío no es construir otras utopías, sino poner una presencia que se comunica «de experiencia a experiencia». Una presencia que enseñe cómo se vive en un contexto humano donde las razones para vivir parecen haber desaparecido. Tanto en el Oeste como en el Este, es emblemático que la Hungría excomunista haya quitado a la florida Escandinavia el triste primado de los suicidios.
Quien vive una experiencia real de fe y de humanidad nueva se siente responsable hasta el fondo de esta tarea para el hombre en una Europa convertida nuevamente en tierra de misión.
Traducido por María Puy Alonso
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