Va al contenido

Huellas N.09, Octubre 1998

HISTORIA DE LA IGLESIA

El buen pastor

Juan Cabello

José María García Lahiguera es, de todos los hombres de Iglesia que hemos abordado en Huellas, casi el único al que un buen número de lectores hemos tenido la gracia de tratar en vida durante un tiempo más o menos pro­longado. Pasó su vida ensimismado con Cristo y con la vocación sacerdotal que de Él había recibido y eso hizo de él un punto de referencia obligado y definitivo para muchos cristianos que pasaron por su vida

En el año 1982, en la misa que Juan Pablo II iba a celebrar en la ma­drileña Plaza de Lima, cuando Mons. García Lahi­guera subió al altar para re­vestirse, un aplauso cerrado invadió el paseo de la Caste­llana repleto de miles de fie­les. D. José María había na­cido en Fitero (Navarra) el 9 de marzo de 1903 y fallecía en el verano de 1989. Ochenta y seis años vividos por la obra de Dios. A los doce años ingresó en el ac­tual Seminario de Madrid, que entonces olía a recién estrenado, y en el que traba­jaría ininterrumpidamente durante 35 años. Enseguida el seminarista navarro des­tacó como extraordinario músico, hasta el extremo de que en mayo de 1923, ganó por oposición la plaza - que luego nunca ocupó - de Ma­estro de Capilla en la Cate­dral de Sigüenza.

En el Seminario
Pero la fama de García Lahiguera se debía a la voz unánime de que era un santo. A poco de cumplir los vein­titrés años, fue ordenado en la Capilla del Seminario. Según confesión propia, aquel día prometió «nada pedir, nada rehusar». D. José María tenía muy claro que el acto sacerdotal de Cristo por excelencia fue el sacrificio de la cruz por obediencia al Padre. Participar, pues, mi­nisterialmente en el Sacerdo­cio de Cristo comportaba participar de la misma acti­tud de Jesús que había dicho: «Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió». No duraron mucho sus tareas docentes y disci­plinares en el Seminario. Días antes de estallar la gue­rra, en julio de 1936 el Obispo de Madrid y Pa­triarca de las Indias Occiden­tales, el Dr. Leopoldo Eijo y Garay, le nombró Director Espiritual del Seminario Ma­yor por el prestigio espiritual de que gozaba entre la ma­yoría de los seminaristas.

La guerra civil
La guerra civil española sorprendió a García Lahi­guera con su familia, en su casa de la calle Ferraz 21. En las primeras semanas hubo un registro en la casa. Buscaban a su hermano Jesús. Uno de los milicianos se quedó mirando un retrato de D. José María vestido de clérigo que vio colgado en la pared. Éste le sacó de dudas: «Sí. Ese soy yo. Soy sacer­dote». El miliciano le reco­noció que él también era de familia católica y decidió no delatarle. Ante el temor de que en uno de los registros peligrara la vida de los hermanos decidieron refugiarse en una embajada. Encontra­ron acogida en la Delegación de Finlandia. El 3 de diciembre de 1936 asaltaron la Delegación y se llevaron a todos los refugiados. Había entre ellos varios sacerdotes. Los asaltantes al ver ornamentos sagrados pregunta­ron que quién era el cura. Rápidamente, y adelantán­dose a los demás, D. José María confesó que era él y fue condenado al paredón. Pero después se recibió con­traorden y, sin duda para evi­tar problemas diplomáticos, los detenidos fueron lleva­dos a la cárcel de San Antón de los PP. Escolapios, titu­lada Prisión: Provisional de Hombres.

Tarea asistencial
Ante el peligro que se cernía sobre él, su hermana Asunción decidió pedir ayuda a su hermano Antonio que estaba entonces desti­nado en Washington como diplomático y que había per­manecido fiel a la Repú­blica. Antonio habló rápida­mente con D. Fernando de los Ríos, Embajador de la República en EE.UU., que se volcó para obtener la libertad del detenido. El 19 de diciembre de 1936 nuestro hombre salía de la cárcel. Logró hacerse con un carnet laboral expedido por la Edi­torial de "Revista de Dere­cho Privado" en el que figu­raba como colaborador de dicha revista. Desde allí em­pezó su gran tarea asistencial a los seminaristas y sacerdo­tes en peligro. Organizó una asistencia periódica de reu­niones y retiros espirituales, que mantuvieron el espíritu de los perseguidos. Se com­prende, por todo ello, que al evadirse y pasar a la otra zona en mayo de 1938 D. Heriberto Prieto, el doctor Eijo y Garay nombrara Vica­rio General de Madrid a García Lahiguera.

La Congregación
En plena guerra, en la primavera de 1938, con oca­sión de unos ejercicios en Montesquinza 13, donde se hospedaba la familia Hidalgo de Caviedes, cuajó la idea de la futura Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote. María del Carmen Hidalgo de Caviedes hizo ejercicios espirituales para aclarar su vocación religiosa y expresó en unos apuntes lo que veía que Dios le pedía. Le leyó a D. José María lo que había escrito y le dijo: «Padre, esto no existe, ¿ver­dad?». El le respondió: «Hija mía, todo esto es de Dios. Ciertamente no existe, pero existirá». Acabada la guerra se pusieron a dar forma a la futura Congregación. El ob­jetivo era la permanente ora­ción y ofrenda por los sacer­dotes y por la Iglesia, a imitación de Jesús en la ora­ción sacerdotal de la última Cena: «Yo por ellos ruego y por ellos me santifico, para que sean santificados en la verdad». D. José María ex­presaba en una homilía el sentido de dicha Congrega­ción: «Ser oración y oblación pro eis et pro eclesia. No de­dicarse mucho, sino ser».

Amigo y maestro
De aquella época data la estrechísima relación que le unió a José María Escrivá de Balaguer. Se conocieron en 1932 y éste último se con­fesó semanalmente con Lahiguera desde finales de 1939 o comienzos de 1940 hasta junio de 1944. Tam­bién en esos años conoce al converso catedrático de Ética Manuel García Mo­rente. Los dos documentos que se conservan de D. Ma­nuel, en los que describe su conversión y sus disposicio­nes espirituales después de convertido, se relacionan es­trechamente con D. José María. En el Diario de los Ejercicios Espirituales - que hizo bajo la dirección de García Lahiguera para pre­pararse a recibir las Sagradas Ordenes - anota: «He dado gracias a Dios de la coyun­tura que me ha dispensado de hacer estos Ejercicios en condiciones tan excepciona­les, con un director para mí solo, y de la talla moral, in­telectual y religiosa de D. José María». Y el episodio que motivó su conversión fue redactado como confi­dencia exclusivamente he­cha al mismo en una larga carta que le escribió en sep­tiembre de 1940.

Obispo
Nombrado Obispo Au­xiliar de Madrid-Alcalá, re­cibió la consagración epis­copal en octubre de 1950 en la Basílica de San Francisco el Grande. En esos años se intensifica su relación con la Beata Madre Maravillas de Jesús, Carmelita Descalza, a la que había conocido siendo aún seminarista. Este reencuentro se dio gracias a los quince años en que fue Vicario de Religiosas de Madrid, y a que más tarde fue Presidente del CLAUNE (Claustros Necesitados). En 1964 fue nom­brado Obispo de Huelva. Un anciano de la localidad dejó escapar esta afirmación el día de la entrada de D. José María en su nueva Dió­cesis: «Mucho pájaro es éste para esta jaula». Como prueba de su preocupación básica por la elevación cul­tural de sus diocesanos, du­rante su mandato fundó los Colegios Menores San Pa­blo en Huelva, y Arias Montano, en Aracena. Crea en Huelva el Instituto Cristo Sacerdote, y una escuela náutico pesquera, así como otra Escuela Profesional en Bollullos del Condado. Hay en estos cinco años de es­tancia en Huelva un intere­sante episodio que llevó a D. José María lejos de los confines de su Diócesis.

Apóstol del mar
Elegido por el Episcopado para poner en marcha el Apostolado del Mar, debido a la vocación marinera de tantos de sus diocesanos, el nuevo prelado vivió muy de cerca las preocupaciones y necesidades de sus hombres, y realizó dos viajes apostólicos para visitar a los pescadores destinados en Dakar (1968) y en Terranova (1969). Fruto de estos son dos Exhortaciones Pastorales en las que aboga por la mejora de las condiciones de vida del pescador y subraya la responsabilidad de la Iglesia en favor de los hombres del mar, con objeto de que se cree una opinión pública en torno al tema - extrañamente inexistente en un país peninsular y marítimo como el nuestro-. El gesto fue apreciado en todo su valor por aquellos trabajadores del mar, para quienes el Obispo se convirtió en un amigo y en un afectuoso padre. En 1969 es nombrado Arzobispo de Valencia. Un gran aconteci­miento de este período fue el Cincuentenario de la Corona­ción Pontificia de Nuestra Señora de los Desamparados, que le proporcionó una oca­sión para expresar su tre­menda devoción a la Virgen María. De ella habla con elo­cuencia su tradicional visita cada sábado mezclado con los fieles como un anónimo devoto más del pueblo, así como la acostumbrada despe­dida de la Virgen al empren­der cualquier viaje y el obli­gado saludo a su imagen al regreso. Especial importancia concedió, como en Huelva, a los temas culturales. Creó sendas Escuelas Bíblica y de Teología para seglares. Montó una Escuela Universi­taria Mixta para Profesorado de EGB en Edetania. Y se esforzó por abrir la Facultad de Teología "San Vicente Fe­rrer", que viene funcionando desde 1974.

El ofrecimiento
El ritmo de vida que se impuso a lo largo de sus veintiocho años de Obispo acabó con su fortaleza física. El 14 de febrero de 1974 sufrió una trombosis cerebral. Hubo de suspender toda actividad, pero la cercanía de los problemas no le permitía recuperarse. Se traslada a Madrid, aunque sin lograr desentenderse de lo que pasaba en Valencia. En septiembre de ese mismo año se reintegraba a Valencia donde trabajó sin descanso hasta su jubilación. EL 16 de junio de 1978 D. José María se retira definitivamente a la Casa-Madre de las Religiosas Oblatas de Cristo Sacerdote, en la madrileña calle de General Aranaz. Es entonces cuando disfruta de largas horas de oración a cambio de su obligada inactividad, aunque ésta no es total. Visita periódicamente las distintas casas de Hermanas Oblatas dándoles ejercicios o retiros. Recibe a numerosos sacerdo­tes y obispos que le piden consejo y atención espiritual. La tónica predominante en los últimos años de D. José María fue el sufrimiento ca­llado. Sufrimiento físico por la inactividad e incomunica­ción progresivas a las que se vio sometido y sufrimiento moral por los problemas de la Iglesia que tanto le afecta­ban y por la incapacidad para el rezo del Oficio Divino, agravado por la imposibili­dad de celebrar la Santa Misa en los últimos días.

La recta final
El 2 de junio de 1989, Festividad del Sagrado Co­razón de Jesús, fue el co­mienzo de la recta final con un amago de angina de pe­cho. Ni una impaciencia. Sus Hijas, que le acompaña­ron en su larga enfermedad y en sus últimos momentos, son testigos de su sufri­miento y de cómo vivió su dolorosa cruz: «No oía, no podía expresarse, se con­sumía. Pero cerca de él, a su lado, se percibía la paz y la entrega de su vida que se ofrecía con y en Cristo Sa­cerdote y Víctima».
Sacerdos et Hostia son las dos palabras que pedirá que se escriban en su tumba y de las que dirá en su testamento: «Han sido mi vida en la tierra y espero que sean mi gloria eterna en el cielo». El 14 de julio de 1989, sin agonía, murió dulcemente en el Señor. D. José María dejó dicho en su testamento: «Nombro única y absoluta heredera univer­sal de todo cuanto al morir yo, pueda considerarse como cosa propia mía, a mi amadísima Congregación Religiosa de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote como a Hija predilecta de mi alma».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página