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Huellas N.09, Octubre 1998

VIDA DE CL

La ciudad en la colina "The city on the hill"

Antonio López

La vida en los campus universitarios americanos. Donde cualquier interés y deseo parecen encontrar respuesta. Donde lo imprevisto parece no poder tener lugar. Sin embargo...

Al entrar en un campus universitario americano te encuentras en un ambiente familiar y, a la vez, sorpren­dente: una multitud de servicios a disposi­ción de los estudiantes, gimnasios de primera clase, campos deportivos, biblio­tecas con miles de volúmenes a las que cualquier matriculado tiene acceso, cen­tros de consulta donde poder profundizar los cursos más interesantes o aprobar los más difíciles y, cómo no, la tecnología in­formática más avanzada. A ello hay que añadir contactos continuos con el mundo de la empresa, de la política y de la cul­tura. «The city on the hill», la ciudad en la colina. Con esta expresión R. Reagan, re­tomando la famosa frase puritana, definía la universidad americana: el lugar donde los estudiantes aprenden y forjan la ima­gen de la sociedad ideal. La universidad es el modelo para la reforma de la sociedad.

Permiso de existir
No es oro todo lo que reluce. La uni­versidad es un ambiente totalizante cuyo objetivo prioritario es formar "ciudadanos productivos". Cada aspecto de la vida de los estudiantes cae bajo su tutela: activida­des culturales, deportes, salud, diversio­nes. Sólo la religión se deja de lado. Al principio del curso a los recién llegados se les pone en guardia contra grupos religio­sos, sectas, movimientos o clubes no reco­nocidos por la institución. Los estudiantes viven separados de sus familias durante cuatro años y todo lo que existe entre los estudiantes debe ser aprobado por los res­ponsables de la universidad. Todo lo nuevo, para poder existir, ha de ser previa­mente "asimilado" y, en cierto sentido, "institucionalizado".

Algo cambia
El año pasado, al acabar mi segundo semestre en el Boston College, fui a ha­blar con un profesor. Tras darme una serie de consejos, me dijo: «Quería verte. Me alegro de que estés estudiando aquí, en este mundo universitario tan complicado. Estoy contento porque quien te encuentra, ve que se puede vivir como tú, que existe un camino para vivir la vida de un modo humano».
Este año me he encontrado con algu­nos "undergrads": dos de ellos encontra­ron el movimiento en Eichstatt donde fueron a estudiar alemán el semestre pre­cedente. Comenzamos a participar en la Escuela de Comunidad junto con otros que empezaban a estudiar en Harvard o Brandeis. De este grupo de amigos na­cieron algunas iniciativas, entre ellas una serie de conferencias sobre El Sentido Religioso. El motor de todo fue el deseo de dar a conocer lo que sucedía entre no­sotros: la experiencia de un cambio im­pensable. Lo mismo se repetía en Nueva York, Washington y Chicago.

Las primeras vacaciones
A finales de Mayo nos juntamos en Pensylvania para pasar unos días de va­caciones juntos. ¡Las primeras vacacio­nes del CLU! Un verdadero milagro: es­cuchando a Schubert, leyendo a Leopardi, yendo de excursión y ju­gando, lo que más llamaba la atención era la unidad entre nosotros. Sorprendía ver la unidad entre personas de distintas clases sociales y religiones. No olvide­mos que hay pocas sociedades donde la división entre clases sociales es tan pro­funda como en el mundo anglosajón.
«Vine para divertirme, pasar un buen rato, ir en canoa y hacer nuevos amigos. He encontrado una unidad que nunca había visto antes»,dice Hatim, una chica musulmana que estudia a Georgetown University en Washington. Entre los es­tudiantes de Nueva York había un grupo de chinos que estudiaban inglés para po­der acceder a la universidad. Todo les sorprendía porque no conocían nada del cristianismo: «Pero, ¿quién es "ese hom­bre" del que habláis tan a menudo? Y ese señor vestido de blanco ¿qué bebe en el cáliz?». Una de ellos, Ellen, se me acercó un día y me dijo: «Antes de venir aquí, para mí Dios no era más que un ente abstracto. No me interesaba en ab­soluto. Ahora, después de haber visto la amistad y la alegría que vivís, ya no puedo seguir pensando lo mismo. Me gustaría vivir como vosotros. ¿Cuándo nos podemos volver a ver?». Es el en­cuentro con una realidad concreta.

Shasha y la pianista
«Cuando decía a mis amigos que en mi vida faltaba algo, la única respuesta que me proponían era que intentara as­cender en la sociedad, que buscara un trabajo mejor. Por eso vine a Estados Unidos. He encontrado un trabajo donde gano más dinero y mi vida es más fácil. Pero la carencia seguía presente. Aquí he encontrado lo que siempre me había faltado. Me gustaría poder bautizarme», comentó Shasha, un estudiante ruso, al final de las vacaciones.
¿Quién se puede quedar impertérrito al ver como de la nada, entre personas que viven en un ambiente donde la aventura de la vida está planeada de an­temano irrumpe una novedad? Una chica que estudia en Boston y que es una formidable pianista contaba: «Siempre había tenido poca estima de mí misma y nunca he encontrado a nadie que me acepte por lo que soy. Evitaba tocar en público, porque no quería que la gente me tratara bien sólo porque sé tocar el piano. Aquí he encontrado a la gente que siempre estaba buscando, que me acepta por lo que soy, no por lo que soy capaz de hacer».

Una evidencia
Jennifer, estudiante en el Boston College, cuenta: «Volví contenta de Alemania porque había conocido unos amigos con los que podía vivir sin te­ner que censurar lo que verdadera­mente deseo. Pero también estaba triste porque pensaba que, una vez llegada a casa, con mi familia y mis viejos ami­gos, sería imposible seguir viviendo así, y que, probablemente, a nadie le interesaría lo que me había sucedido. Aquella bella experiencia estaba abo­cada a convertirse en un nostálgico re­cuerdo. No fue así. Lo que hemos vi­vido este año en el Campus es un signo evidente de que también en mi país y con mi propia gente se puede vivir la misma historia».

Una promesa
Día a día, este cambio lo perciben incluso los más lejanos, como cuenta Jackie: su tutor en Harvard en el in­forme que escribió al final del año emi­tió un juicio positivo sobre la vincula­ción de Jackie a CL. Escribía que este grupo era de una importancia capital para su felicidad y no la distraía del es­tudio, como le sucede a la mayoría de los estudiantes. Su tutor le ha propuesto crear una asociación en la universidad para que otros puedan encontrar "ese grupo de amigos".

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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